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Bajo La Luz De La Luna

Bajo La Luz De La Luna

Status: En proceso
Genre:Yaoi / Vampiro / Amor en la guerra / Fantasía épica / Mundo mágico / Polos opuestos enfrentados
Popularitas:732
Nilai: 5
nombre de autor: Gaelth

"El amor, al enfrentar la tragedia, no se desvanece: sangra, sí, pero también florece. Porque en su dolor más hondo descubre su fuerza, y en medio del caos se convierte en guía. Solo cuando el corazón se quiebra, el alma entiende que amar no es solo sentir, sino resistir, transformar y dar sentido incluso al sufrimiento."

NovelToon tiene autorización de Gaelth para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Abismo

Cádiz ve cara a cara a kyler, este recostado en un árbol mantiene su cabeza agachada.

Kyler un hombre alto, de ojos verdes, un verde ensordecedor, cabello oscuro y desordenado.

Kyler no sabía qué decir; se sentía muy decepcionado de sí mismo. Temía hablar con Cádiz y decirle que había perdido la batalla, sabía que lo decepcionaría con su inútil derrota.

Cádiz notó el silencio de Kyler y comenzó a enojarse aún más. Kyler, al darse cuenta, intentó mover los labios, pero las palabras no salían.

"Siento esta culpa por que no quiero decepcionar a la única persona que aprecio."

Apretó los dientes y suspiró antes de decir lo que debía.

—Cuando pasaba por aquí, noté que había unos soldados de Valaquia repartiendo comida a los aldeanos. Los niños también estaban con ellos. A simple vista, todo parecía normal, pero cuando me acerqué más, noté que aquellos soldados actuaban de manera extraña. Un niño me miró y sus ojos reflejaban miedo. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaban siendo atacados. Intenté desenvainar mi espada, pero ya me habían disparado flechas. Me defendí lo más rápido que pude y derroté a varios, pero cuando levanté la vista, ya era demasiado tarde... Las personas estaban muertas. Solo los niños habían quedado con vida. Corrí a protegerlos, pero... Todos ellos...

Cádiz se quedó en silencio. Sintió como si le hubieran echado sal a una herida que aún no había sanado. Se giró y caminó hacia la iglesia en ruinas.

—Rowena, encárgate de cuidarlo hasta que Conan venga —ordenó sin mirar a Kyler.

—Sí, señor.

Rowena se acercó a Kyler y comenzó a detener la hemorragia de su abdomen. Mientras tanto, Cádiz llegó hasta la iglesia. Todo estaba en escombros; las casas de los aldeanos habían sido destruidas, y cuerpos sin vida yacían por doquier. En el templo, las monjas estaban muertas bajo los escombros. Una de ellas llamó su atención. Se acercó y reconoció su rostro: era la misma monja que había visto en el castillo de Valaquia. Su preocupación creció al recordar al niño que le había sonreído.

Los recuerdos se tornaron nítidos cuando, a lo lejos, divisó el cuerpo de un niño atrapado bajo un muro. Se acercó rápidamente; su mirada se volvió sombría y la ira comenzó a arder en su interior. Hincó una rodilla en el suelo y tomó al niño en brazos. Aún respiraba.

Cádiz buscó una alternativa para salvarlo, pero sabía que el precio sería alto: su propia humanidad.

—Lo siento por lo que haré... pero es la única forma de que vivas —murmuró con amargura.

Abrazó al niño con fuerza, luego se mordió el dedo y trazó líneas con su sangre sobre el suelo. El hechizo había comenzado. Un círculo carmesí se dibujó alrededor, y colocó al niño en el centro con cuidado. Después, se incorporó, extrajo un cuchillo y se hizo un corte profundo en la palma de la mano izquierda. La sangre goteó sobre el cuerpo inmóvil.

Todo estaba listo.

Cádiz recitó las palabras con voz firme, como si cada sílaba marcara un destino irreversible:

—Muere y renacerás dos veces más. Que tu muerte no sea en vano. Conviértete en mi sirviente y dame tu humanidad. A cambio, te otorgaré la vida eterna. Serás mis ojos en la oscuridad de la guerra.

Una luz negra, salpicada de destellos rojos, envolvió al niño, elevándolo en el aire. Su cuerpo comenzó a encogerse hasta quedar completamente cubierto por un plumaje oscuro. Su rostro se alargó hasta formar un pico afilado.

La transformación se había consumado.

George ya no era George. Ahora era un cuervo renacido.

Cádiz sintió entonces un dolor agudo en el pecho, invisible para cualquiera, pero tan real como la sangre que aún brotaba de su palma. Entre los escombros, encontró el pequeño collar que George le había dado tiempo atrás. Lo recogió con manos temblorosas y lo sostuvo contra su pecho.

—Perdóname por no haber llegado antes…

Guardó el collar y salió de la iglesia. Afuera, Conan ya estaba curando a Kyler. Renatha y los caballeros recogían los cuerpos de los caídos. Cádiz se detuvo al ver los cuerpos de los niños. Su corazón pareció detenerse. Una llama oscura envolvió su pecho. Bornan y los demás sintieron un aura distinta en él. Sintieron miedo y comenzaron a sudar.

Los cuervos se posaron cerca de Cádiz. Su furia aumentó. Su ojo izquierdo se tornó negro con un iris rojo. Marcas oscuras aparecieron en su cuello y sus colmillos quedaron al descubierto.

Renatha y los caballeros se asustaron. Bornan y Rowena se preocuparon.

—¿Su majestad...? ¿Qué tie...?

Kyler se detuvo al notar el cambio en la actitud de Cádiz.

—Regresen al castillo. Iré a ver al rey Gilh —proclamó con voz dura y fría. Sus ojos ardían de ira, su ceño estaba fruncido y su mandíbula tensa.

Nadie se atrevió a responder. Cádiz no les dio la oportunidad de hablar. Una energía oscura lo rodeó mientras los cuervos volaban en círculos sobre él. Luego, desapareció junto a ellos, dejando a todos boquiabiertos y aterrados.

—Está furioso. Debemos ir tras él —dijo Renatha. Era una mujer alta con una armadura plateada, su cabello estaba recogido y llevaba una capa lila oscura que combinaba con sus ojos violetas.

Rowena asintió con preocupación.

—Bien. Renatha, Bornan y dos caballeros vendrán conmigo. Tú, Conan, Kyler y los demás regresarán al castillo —ordenó mientras sacaba su grimorio.

Todos obedecieron. Dos guardias ayudaron a Kyler a caminar, presionando su herida. Conan guardó sus medicinas y se alistaron para partir.

Rowena abrió dos portales. Por uno se fueron Conan y los caballeros con Kyler, y por el otro, ella, Bornan, Renatha y los demás.

Mientras tanto, en el castillo de Edelverg, el rey Gilh continuaba reunido con la Orden Señorial. Discutían los acontecimientos recientes con rostros tensos y palabras medidas. Aedus, sin embargo, se mostraba inquieto, aunque no sabía exactamente por qué.

Entonces, un olor peculiar comenzó a invadir la sala.

La mesa tembló levemente.

Los nobles se sobresaltaron y el rey se incorporó con gesto alarmado. Solo Aedus permaneció inmóvil, con el ceño fruncido.

"¿Está aquí...?"—pensó, con una mezcla de intriga y certeza.

De alguna forma, podía sentir la presencia de Cádiz.

El candelabro sobre ellos vibró con violencia. Los guardias reaccionaron de inmediato, llamando a refuerzos. Afuera, en la ciudad, los ciudadanos miraban con horror cómo una nube negra, teñida de destellos rojizos, se cernía sobre los cielos, rodeada por una bandada de cuervos que graznaban como heraldos de muerte.

Un caballero irrumpió en la sala, jadeando, pálido.

—¡Su Majestad! ¡Una nube misteriosa, rodeada de cuervos, se aproxima!

Todos se quedaron sin palabras. Aedus se levantó con rapidez y corrió hacia la ventana, pero para cuando miró, la sombra ya había desaparecido.

Entonces, una energía maldita brotó del suelo.

Una sombra densa emergió detrás del guardia, envolviéndolo, y de ella surgió una figura: el rey Cádiz.

La sala se sumió en un silencio absoluto. Aedus quedó paralizado. Cuando sus ojos se encontraron, supo que algo no estaba bien. Cádiz se veía diferente. Había algo en su aura... en su olor.

"Esos latidos… No son de Cádiz. ¿Qué está pasando con él?"—pensó Aedus con un estremecimiento.

Todos los presentes contuvieron el aliento. El ojo demoníaco de Cádiz brillaba intensamente, su cuello estaba cubierto de venas negras que pulsaban con una energía oscura.

Solo la duquesa Bovnabeth no mostró temor. Permanecía erguida, con la cabeza alta, observando con interés.

Cádiz levantó su espada ensangrentada, y su voz, imponente y grave, resonó por toda la sala:

—¿Cómo se atreven...? —la voz de Cádiz retumbó como un trueno contenido— Todos ustedes fingen ser virtuosos, pero los verdaderos monstruos están aquí.

Nadie pudo responder. Su furia era palpable, casi tangible en el aire.

Aedus, aún perplejo, percibió un detalle imposible de ignorar: los latidos. Podía escucharlos con claridad... provenientes de Cádiz.

"Los vampiros no tienen latidos..."

Ese pensamiento se clavó como una aguja en su mente, pero lo que más lo aterraba no era eso. Por primera vez, sintió que Cádiz no era solo un vampiro. Había algo más... algo que no podía nombrar.

Todos quedaron impactados al ver su aspecto. Uno de sus ojos brillaba con un resplandor demoníaco, y gruesas venas negras recorrían su cuello como raíces oscuras. Solo la duquesa Bovnabeth conservaba la calma, observándolo con una mezcla de interés y serenidad inquietante.

Dentro de la sala, el rey Cádiz se mantenía firme. Su capa negra ondeaba levemente, y su indumentaria del mismo color parecía absorber la poca luz que quedaba en la estancia. En una mano, sostenía su espada aún cubierta de sangre. En la otra, un trozo de tela ensangrentada colgaba, sin explicación aparente.

Los nobles y el rey Gilh lo observaban con asombro, incapaces de pronunciar palabra.

Sin decir nada más, Cádiz alzó una mano.

Del suelo surgieron dos figuras: caballeros oscuros, altos, de presencia imponente. Sus rostros estaban ocultos por máscaras metálicas, pero sus ojos —afilados como cuchillas— se cruzaron con los de Aedus, y él dio un paso atrás instintivamente.

Intentó acercarse, pero Cádiz se apartó, manteniendo la distancia. Entonces, habló. Su voz era grave, imponente, cargada de desprecio:

—¿Cómo se atreven? Todos los humanos son parásitos despiadados, fingiendo ser buenos… pero el monstruo aquí, soy yo. —Hizo una pausa—Y aun así, el simple hecho de verlos me repugna.

El rey Gilh, visiblemente confundido, intentó razonar:

—¿Su Majestad, de qué habla? No entendemos lo que intenta decir…

—¿Que de qué hablo? —Cádiz entrecerró los ojos con desdén—¿De verdad se hacen las víctimas?

—Por favor, Su Majestad —insistió el rey, en tono más conciliador—No sabemos a qué se refiere. Tranquilícese y dialoguemos pacíficamente.

Cádiz soltó una risa amarga, carente de humor.

—Deberían saberlo muy bien. Lo que pasó en el orfanato… Su gente estuvo allí. Sus preciados caballeros dorados estuvieron en el incendio del pueblo.

El rostro del rey Gilh palideció.

Aedus abrió los ojos con sorpresa, mientras los nobles reaccionaban con incredulidad, algunos incluso retrocediendo en sus asientos. Solo el duque mantenía la compostura, con las manos cruzadas sobre el regazo.

—¿Qué pasó en el orfanato? —preguntó Aedus finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado como una lápida.

Cádiz lo ignora deliberadamente y continúa.

—El pueblo estaba en sus tierras —dijo Cádiz con voz áspera, mirando directamente al rey Gilh—¿Y cómo es posible que no sepan lo que ocurrió?

Hizo una pausa breve, cargada de veneno.

—Bien. Se los diré yo.

Su mirada recorrió a cada uno de los presentes como una cuchilla afilada.

—El pueblo fue incendiado. Saquearon la poca comida que quedaba en el orfanato. Todos murieron. Sus preciados caballeros dorados estuvieron allí... pero no para ayudar. Solo quedaron escombros y cenizas.

Los ojos de Cádiz brillaron con una ira contenida.

—Y usted, como rey y señor de estas tierras, no hizo nada al respecto. Era su deber proteger este reino miserable, infestado de escoria como ustedes.

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala.

Los nobles, pálidos, no se atrevían ni a respirar. El rey Gilh mantenía el rostro endurecido, pero la tensión en sus manos lo delataba.

Aedus, aún incapaz de asimilar lo que escuchaba, intentó acercarse una vez más... pero Cádiz lo ignoró por completo, como si su presencia no significara nada.

—No sabía lo que había pasado…

—reconoció finalmente el rey Gilh, con la voz cargada de culpa—Cometí un error al concentrarme en otras cosas y descuidar el bienestar del orfanato. Pero tomaré cartas en el asunto. Investigaré y castigaré a los soldados responsables.

Cádiz lo miró con un desprecio helado, como si esas palabras no tuvieran ningún valor.

—Escuche bien, su Majestad —dijo, cada palabra afilada como una amenaza—Si encuentro a los soldados implicados, no quiero intervenciones. Porque si interfieren… los mataré a todos.

El silencio se volvió más denso.

—Y otra cosa... —añadió, alzando ligeramente la voz—No quiero ver a ninguno de sus soldados cerca de mis tierras. Si lo hacen, serán alimento para mis perros.

Su aura se volvió aún más opresiva, casi irrespirable. Era como si la oscuridad lo envolviera, creciendo con cada palabra.

Nadie se atrevía a moverse, ni siquiera a respirar con libertad. El miedo era absoluto.

Aedus mantenía sus ojos fijos en Cádiz, tratando de encontrar un rastro del hombre que conocía… pero Cádiz no lo miraba. Lo ignoraba por completo.

La duquesa Bovnabeth, sin un atisbo de miedo, dio un paso al frente. Su andar era sereno, y sus ojos, llenos de una indiferencia casi provocadora, se fijaron en Cádiz.

—El rey vampiro tiene muchos apodos… —dijo con voz suave pero firme—. Dígame, ¿cuál es su verdadero nombre?

Cádiz la observó con frialdad, sin rastro de emoción en su rostro.

—Duquesa Bovnabeth… Me han llamado de muchas formas, pero ninguno de esos nombres me pertenece. He sido visto como un monstruo, un animal, un ser sin alma… un vil forastero.

Hizo una breve pausa, y su voz se volvió más cortante.

—Llámeme como quiera. No me importa.

El silencio volvió a caer como una losa mientras sus palabras resonaban en los muros de la sala. Entonces, Cádiz habló una última vez, con una dureza que heló la sangre de todos los presentes.

—Solo recuerden esto… Prepárense para la guerra que se avecina. Y no cuenten conmigo. Estaré en las sombras, observando cómo todos ustedes mueren.

Sin añadir más, dio media vuelta, dispuesto a marcharse.

—¡Rey Cádiz! —gritó el rey Gilh, alzando la voz con un tono más firme del que había usado antes—¿Peleará con nosotros o se unirá al enemigo?

Cádiz se detuvo. No se volvió, pero su respuesta fue clara, brutal y definitiva.

—Yo no pertenezco a ningún bando. Decido pelear contra todos.

Con eso, se alejó.

Su capa negra ondeó detrás de él como una lengua de sombra viva, mientras sus caballeros oscuros desaparecían entre las penumbras, arrastrando consigo la amenaza de un futuro teñido de sangre.

Desde una ventana, Aedus lo observa con preocupación. Hay algo extraño en Cádiz… algo que lo inquieta profundamente. Entonces, escucha algo inesperado: latidos. El corazón de Cádiz está latiendo.

"Eso no es posible… A los vampiros no les late el corazón".

Su ansiedad crece. Su respiración se acelera. "Necesito saber qué está pasando con Cádiz, pero no puedo hacer nada desde aquí. Debo ir a la guerra."

Aprovechando el tumulto, Aedus abandona la sala de conferencias y corre a su habitación. Apenas entra, cae de rodillas al suelo. Su corazón late con fuerza, puede escuchar el flujo de su propia sangre recorriendo su cuerpo. Levanta la mirada hacia el espejo y se queda paralizado.

Sus ojos.

Hora son dorados.

Su cabello… mechones rubios comienzan a aparecer entre sus hebras oscuras.

"¿Qué me está pasando?"

Unas escamas doradas se dibujan en su cuello y rostro. Su respiración se agita aún más.

Mientras tanto, en un rincón lejano del mundo, una mujer de cabello dorado y ojos resplandecientes se detiene de golpe y mira hacia el horizonte.

—Hay una energía que me llama… Es la energía de…

Sus pupilas se dilatan.

—Un descendiente de los dragones ha despertado.

A su alrededor, otras personas de cabello y ojos dorados se acercan con curiosidad.

—¿Qué sucede, señora Nera? —pregunta un hombre rubio.

Otra joven de ojos dorados se aproxima.

—¿Pasa algo, Nera?

Nera sigue buscando con la mirada, sintiendo la presencia.

—Fénix… —murmura—Un descendiente de los dragones ha despertado en algún lugar del mundo.

Sus ojos brillan, y escamas doradas empiezan a cubrir su cuello y brazo.

De vuelta en la habitación, Aedus sigue sintiendo el eco de los sonidos a su alrededor. Su cabello vuelve lentamente a la normalidad, pero el recuerdo de lo que acaba de ocurrir permanece.

Unos pasos resuenan en el pasillo. Es el mayordomo, acompañado de guardias. Golpean la puerta.

—Su Alteza, traigo su armadura y su espada.

Aedus duda en abrir, pero no tiene opción. Estira la mano, temiendo que lo vean en ese estado. Sin embargo, cuando se mira al espejo, se sorprende: su cabello ha vuelto a su color original, y sus ojos dorados han desaparecido.

"¿Fue real… o solo una alucinación?"

Respira hondo y abre la puerta. Los sirvientes entran, dejando la armadura sobre la mesa. Aedus sabe que es hora de prepararse para partir.

Mientras le colocan la armadura, su mente sigue revuelta.

"Mi cuerpo cambió. Tenía escamas en el cuello. Pude escuchar sonidos lejanos. Mi corazón latió con fuerza. Y hay una energía en algún lugar del mundo que me está llamando… ¿Qué está pasando conmigo?"

Se promete a sí mismo buscar respuestas.

Más tarde, ya listo para la batalla, Aedus baja al patio. Sus caballeros dorados lo esperan montados en sus caballos. A su lado está su hermano, Caleth. Un sirviente le entrega las riendas de su corcel.

Desde la ventana, la reina y Janeth observan con preocupación. En otra parte del castillo, el consejero del rey sigue la escena en silencio.

Pronto, la guerra dará inicio.

CONTINUARÁ

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Maby
Me gusta mi trabajo, por eso le doy 5 estrellas

☺💛
Apollogurl_01
Por favor, actualiza pronto, no puedo soportar la espera. 😩
Maby: Muy pronto
Espera un poco /Smile/
total 1 replies
Delwyn
Esta buena para pasar el rato
Maby: muchas gracias.
prometo que será mejor
/Smile/
total 1 replies
Yaky De la rosa
👏Continúa, es maravilla.
Maby: muchas gracias por el apoyo, ya les estaré publicando el resto de capítulos
total 1 replies
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