Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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###**Capitulo 18: Entre el Placer y la Vergüenza **
La respiración de Jay era errática. Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras Gio lo mantenía inmovilizado contra la mesa. El aire entre ellos era sofocante, cargado de tensión y deseo, como si en cualquier momento pudiera estallar en llamas.
Jay gruñó, furioso consigo mismo por ceder tan rápido, por haberle dado siquiera una grieta a Gio para aprovecharse. Se giró sobre la mesa y le sujetó la mandíbula con fuerza, obligándolo a mirarlo de frente.
Sus rostros quedaron a milímetros de distancia.
Sus ojos, desbordantes de furia y hambre, se encontraron con los de Gio en un choque cortante.
—Hazlo rápido.
La mirada de Gio se oscureció al instante.
Un escalofrío salvaje le recorrió la columna, y el jadeo que escapó de sus labios no tuvo nada de calculado ni juguetón. Era crudo, desesperado, al borde del colapso.
—Mierda…
No esperó ni un segundo más.
Se deshizo de su bata con torpeza, empujándola fuera de su cuerpo sin importarle que terminara hecha un desastre en el suelo. Sus manos se aferraron a la ropa de Jay con violencia, arrancándole el pantalón de un solo tirón.
Jay gruñó, pero Gio ni siquiera le dio oportunidad de protestar.
Su boca lo atrapó en un beso feroz, aplastándolo contra la mesa, devorándolo sin respiro. Sus lenguas chocaron en un vaivén frenético, húmedo, sucio, mientras las uñas de Jay se clavaban en sus hombros, dejando surcos ardientes en su piel.
Gio gruñó contra su boca, excitado por la resistencia. Sus manos se deslizaron por el torso de Jay con una mezcla peligrosa de hambre y devoción. Lo memorizaban, lo poseían, marcándolo sin piedad.
Jay intentó aferrarse a algún resto de control, pero era inútil. Gio lo sujetaba con fuerza, lo mantenía atrapado entre su calor sofocante y la fría dureza de la mesa. Cuando sus labios descendieron a su mandíbula, mordiendo con un filo peligroso, su cuerpo entero se estremeció.
—Mierda… —jadeó Jay, apretando las cejas con frustración, maldiciéndose por reaccionar así.
Pero Gio lo tenía exactamente donde quería.
—No me mires así —gruñó Gio contra sus labios, la voz ronca, contenida.
Jay entrecerró los ojos y sonrió con burla, deslizando las piernas un poco más alrededor de su cadera.
—¿Por qué? ¿Te pone nervioso?
Gio exhaló bruscamente.
—Me dan más ganas de acabarte.
Un escalofrío recorrió la columna de Jay, pero su expresión no flaqueó.
—Entonces, hazlo.
Y lo hizo.
El tiempo dejó de existir.
Jay apenas sabía dónde terminaba él y dónde comenzaba Gio. Como si lo devoraran por dentro, como si cada beso, cada mordida, cada caricia lo rompiera en pedazos, dejándolo vulnerable, tembloroso… suplicante.
Las manos de Gio lo recorrían sin descanso, sin delicadeza, presionando, sosteniendo, marcándolo. Lo empujaba contra el vidrio de la mesa, atrapándolo con su peso y esa mirada intensa, hambrienta, de depredador disfrutando de su presa.
—No quiero que olvides a quién perteneces… —murmuró Gio contra su piel, su voz oscura y entrecortada. Luego, hundió los dientes en su cuello, sin darle oportunidad de responder.
Jay dejó escapar un jadeo desgarrado cuando el filo de sus dientes se clavó en su piel, enviándole un escalofrío hasta la médula.
—Cada vez que te mires en el espejo… —Gio lamió la marca con lentitud, deleitándose en su estremecimiento—, recordarás que fui yo quien te dejó así.
Jay lo miró, perdido, los labios entreabiertos, los ojos vidriosos, apenas sosteniéndose en sus brazos.
Gio lo giró de nuevo, con movimientos torpes, hambrientos. Lo levantó en brazos sin esfuerzo y lo empotró contra la primera pared que encontró, arrancándole un jadeo ahogado. Jay apenas pudo aferrarse a su cuello, tembloroso, mientras las manos grandes de Gio lo sujetaban fuerte, arrancándole la respiración.
Pero entonces… algo cambió.
El placer que le nublaba los sentidos se vio interrumpido por una punzada incómoda en su bajo vientre. Jay trató de ignorarla, aferrándose a la calidez abrasadora de Gio, pero la sensación solo empeoró. Una urgencia distinta, molesta e inoportuna, lo hizo tensarse entre sus brazos.
Jadeó, moviéndose con inquietud.
Gio lo sintió de inmediato.
—¿Qué pasa? —murmuró contra su cuello, con la voz aún espesa de deseo.
Jay apretó los ojos, odiando cada célula de su cuerpo en ese instante.
—Gio… —murmuró, su tono atrapado entre el placer y la incomodidad.
Gio se separó apenas, observándolo con el ceño fruncido.
—Dime.
Jay tragó saliva, cerrando los ojos un segundo antes de soltarlo.
—Necesito ir al baño.
Hubo un momento de silencio. La intensidad de la escena se vio interrumpida por el desconcierto que cruzó el rostro de Gio. No tardó en recuperarse. Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada, peligrosa.
—¿Y qué?
Jay parpadeó, incrédulo.
—Que es tu culpa.
Gio arqueó una ceja, divertido.
—Bueno… entonces hazlo.
Jay sintió cómo su rostro ardía de verguenza.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente. —Gio sonrió, inclinándose para morderle el cuello con picardía—. Y como fue mi culpa… yo limpio.
Jay apretó los labios, estremeciéndose. Soltó una risa corta y entrecortada, pero la presión en su vientre se hacía insoportable.
—Más te vale trapear bien.
—Soy muy bueno con las manos.
—Idiota.
Gio le mordió el labio antes de volver a devorarlo.
Jay intentó concentrarse en otra cosa, pero su cuerpo temblaba de puro esfuerzo. Sentía la vejiga ardiéndole, suplicándole que soltara, que dejara de contenerse. La presión se intensificó, volviéndose una punzada insoportable en su bajo vientre.
Gio lo notó y sonrió con malicia.
—Estás aguantando.
Jay frunció el ceño.
—Obvio que estoy aguantando, idiota.
—No tienes que hacerlo.
Gio le besó la frente, la nariz y le susurró contra los labios:
—Te tengo.
Jay dejó escapar un suspiro profundo… y entonces su cuerpo cedió.
El alivio fue inmediato.
El líquido caliente escapó sin control, deslizándose por su piel desnuda en un torrente imparable. Sintió cómo le bajaba por el vientre y las caderas, resbalando en un goteo espeso por el interior de sus muslos antes de extenderse por el suelo.
La sensación era abrumadoramente íntima: el calor envolviéndolo, el escalofrío recorriéndole la espalda, el cosquilleo involuntario cuando el líquido se encharcó bajo sus pies. Su respiración estaba entrecortada por la mezcla de alivio y vulnerabilidad.
Jay sintió cómo su rostro ardía. No quería moverse, no quería abrir los ojos. Un estremecimiento involuntario lo recorrió cuando la última oleada de calor descendió por sus piernas.
Gio no dijo nada al principio. Solo lo sostuvo con fuerza, acariciándole la espalda con movimientos pausados, como si quisiera tranquilizarlo, como si entendiera lo expuesto que se sentía en ese instante.
Jay parpadeó un par de veces, sintiendo el calor subirle al rostro mientras la realidad de lo que acababa de pasar lo golpeaba con fuerza. El suelo encharcado era una evidencia innegable de su vergüenza.
Se quedó quieto, procesando, sin atreverse a mirar a Gio. No hacía falta. Sentía su presencia a su lado, la forma en que lo observaba con algo que seguramente no era burla, pero aun así... Jay se cubrió la cara con una mano y soltó un suspiro tenso.
—No me mires así —murmuró, su voz saliendo con una mezcla de vergüenza y resignación—. Me siento como un niño de cinco años.
La risa de Gio fue suave, más afectuosa que divertida. No había juicio en ella, solo una calidez tranquila, como si esto no fuera gran cosa.
—No lo hago —respondió, aunque Jay no le creyó del todo—. Pero si fueras un niño de cinco años, entonces serías el más gruñón del mundo.
Jay bajó la mano lentamente, lanzándole una mirada entrecerrada.
—Eso no ayuda.
Gio sonrió, inclinándose un poco para tomar su muñeca y apartar su mano de su rostro.
—Está bien, amor. No pasa nada —dijo con un tono paciente, como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Pero es jodidamente vergonzoso.
Gio besó su nariz con diversión.
—Sí, sí… Pero antes de eso… —Se relamió los labios y su mirada brilló—. No hemos terminado.
Jay rodó los ojos, pero una sonrisa divertida se dibujó en su rostro.
—No tienes remedio.
—¿Te sorprende?
—No. —Jay suspiró, agotado—. Pero más te vale trapear dos veces.
Gio soltó una carcajada y volvió a besarlo.
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Jay se ajustó la camisa con movimientos algo bruscos, aún sintiendo el calor de la ducha en su piel. Se miró de reojo en el espejo y chasqueó la lengua al notar las marcas rojizas y amoratadas en su cuello. Mientras tanto, Gio terminaba de limpiar y devolvía los productos de aseo a su lugar con tranquilidad, como si nada.
Jay entrecerró los ojos.
—Esto no es justo —murmuró.
Gio lo miró por encima del hombro, con una media sonrisa.
—¿Qué no es justo?
Jay señaló su propio cuello.
—Mírame. Parezco atacado por un animal.
—Bueno… —Gio ladeó la cabeza con un aire divertido—, técnicamente lo fuiste.
Jay entrecerró aún más los ojos. Luego, su mirada se deslizó hasta Gio y notó que él apenas tenía dos marcas visibles de mordidas.
Eso tampoco era justo.
Sin pensarlo mucho, caminó hacia Gio con una calma engañosa. Gio apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que Jay lo sujetara del brazo y se inclinara sobre su hombro.
—¿Jay?
No respondió. En cambio, abrió la boca y lo mordió sin piedad.
—¡Oye! —Gio soltó un gruñido, estremeciéndose.
Jay no se detuvo. Le mordió el hombro, el brazo, incluso la clavícula cuando Gio trató de apartarlo entre risas entrecortadas.
—¡Ya, ya, ya! ¡No abuses!
Jay solo se separó cuando consideró que su trabajo estaba hecho. Gio ahora tenía varias marcas rojizas que, sin duda, iban a durar bastante.
—Ahora sí estamos parejos —sentenció Jay con satisfacción.
Gio le miró con fingida indignación mientras frotaba su hombro.
—¿Sabes? Podrías haberlo hecho con más cariño.
—No.
Gio suspiró dramáticamente.
—Qué salvaje eres, Jay.
Jay se cruzó de brazos con expresión seria.
—Solo estoy equilibrando las cosas.
Gio lo observó un momento y luego sonrió de lado.
—Supongo que me lo merezco.
Jay le dio un leve empujón en el pecho antes de girarse para salir de la habitación.
—Ahora sí, ponte a hacer algo útil.
Gio apenas había terminado de guardar el trapero cuando escuchó el sonido de la puerta principal abriéndose.
Jay, que estaba acomodándose el cabello frente al espejo, se tensó de inmediato.
—Mierda… —susurró, enderezándose.
Los pasos de Elia y Chris ya se escuchaban acercándose por el pasillo.
—¿Amores? —la voz de Elia sonó fuerte—. Ya volvimos. ¿Sobrevivieron sin nosotros?
Gio echó un vistazo a la habitación antes de responder:
—A duras penas.
Cuando salieron a recibirlos, lo primero que Elia hizo fue escanearlos de arriba abajo. Se detuvo especialmente en los labios rojos de Jay, en las mejillas aún coloradas y obviamente en los escotes de ambos, Gio parecía demasiado orgulloso para disimular nada.
—Bueno, bueno... —dijo Elia, levantando una ceja, cruzándose de brazos—. Pero qué radiantes están, al parecer lo de quedarse solos fue… productivo.
—¿Qué? Nos dejaron solos, ¿qué esperaban?
Chris negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa cansada.
—Que al menos ventilaran la casa antes de que llegáramos —bromeó, mientras pasaba directo hacia la cocina con total naturalidad rascandose la nariz—. Se huele hasta en la entrada, por Dios.
Jay quiso esconderse debajo del piso. Gio solo lo abrazó por detrás, apoyando la barbilla en su hombro y murmurando cerca de su oído:
—Tranquilo, cuando ellos eran jóvenes parecían conejos.
Jay se petrificó.
— ¿Conejos? Eso es... no quiero imaginar eso.
—Lo sé—susurró Gio, apretándolo un poco más entre sus brazos, soltando una risita suave.
Y aunque Jay intentó mantener la compostura mientras los padres de Gio empezaban a sacar cosas de las bolsas y hablar de sus citas en la peluquería, su cuerpo aún vibraba con el eco de todo lo que acababan de hacer, tenia el cuerpo sensible, le hormigueaban los muslos y ni hablar de su cuello. Ahora, antes de salir, tendría que cubrir todo eso. Jongin lo mataría si lo veía así. Bueno, en realidad mataría a Gio.
El mediodía llegó arrastrándose mientras Jay apenas lograba mantenerse despierto en la mesa del comedor. Estaba recostado sobre su brazo, moviendo sus pies inquietamente bajo la mesa y viendo cómo Elia y Chris organizaban la comida con tranquilidad, como si no sospecharan —o más bien, como si no quisieran mencionar— que la casa seguía impregnada del aroma dulce y embriagador que Jay y Gio habían soltado horas antes.
Gio, por su parte, seguía más fresco que nunca. Peinado, sonriente, y con esa energía descarada que parecía no acabarse jamás, se encargaba de poner la mesa mientras tarareaba una canción. Jay lo fulminó con la mirada desde su sitio.
—¿Cómo es posible que tú estés así y yo… así? —se quejó con voz ronca, señalándose a sí mismo, casi desparramado sobre la silla.
Gio se encogió de hombros, acercándose para darle un beso rápido en la cabeza.
—Porque soy un alfa de alto rendimiento, amor.
Jay solo gruñó, cerrando los ojos por un segundo. Su cuerpo estaba blandengue como una gelatina.
—Después de comer te ayudo con el maquillaje —murmuró Elia, notando cómo Jay se sobaba el cuello con gesto cansado—. No te preocupes, cariño. Va a quedar perfecto. Nadie va a notar nada.
—A menos que Gio vuelva a lanzarse sobre él —intervino Chris con una sonrisa socarrona.
Gio rio bajo desde la cocina.
—No prometo nada.
Jay solo quiso hundir la cabeza en la mesa.
Comieron tranquilos, o al menos lo intentaron. La comida fue ligera pero suficiente para devolverles un poco de energía. Aun así, Jay apenas probó bocado. Todo el desgaste le estaba pasando factura, y cada vez que Gio lo miraba de reojo con esa sonrisita satisfecha, quería patearlo debajo de la mesa.
—Recuerden que después de esto tenemos que arreglarnos —dijo Elia, limpiándose los labios con una servilleta—. Chris y yo ya pasamos por la tintorería. Ustedes también tienen sus trajes listos, ¿verdad?
—Sí, sí. Todo está perfecto —respondió Gio, mirando a Jay de reojo—. Aunque a alguien voy a tener que vestirlo yo porque no creo que tenga fuerza ni para abrocharse un botón.
Jay bufó, pero no lo negó.
Ahora tenían que arreglarse.