Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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12. Perfect en Karaoke
La clase de Derecho Procesal siempre parecía una maratón sin meta. Pero ese día, Valeria ni siquiera podía concentrarse en las diapositivas porque Gael Sotelo estaba siendo amable o algo parecido.
- “Tu exposición del lunes estuvo bien”, le dijo Gael, mientras revisaban apuntes antes de que llegara el profesor.
- ¿“Bien”?”, repitió ella, arqueando una ceja.
- “Sí. Casi impecable, si no fuera por la parte donde te adelantaste a la pregunta del tribunal”, expresó Gael.
- “Eso fue iniciativa”, replicó Valeria.
- “Eso fue ansiedad, Torres”, dijo Gael.
- “¿Y tú qué sabes de ansiedad?”, cuestionó Valeria.
- “Que en exceso hace perder puntos”, respondió Gael.
Valeria entrecerró los ojos. Pero antes de poder contraatacar, él sonrió, apenas. No con la típica sonrisa altiva, sino una más corta, muy humana, confiable.
El profesor entró y el murmullo se apagó. Durante la clase, Gael pasó una nota doblada hasta su carpeta: “La jurisprudencia del caso está mal citada en tu resumen (...)”.
Valeria la leyó, resopló, y escribió debajo: “Gracias, corrector ortográfico humano”.
Cuando se la devolvió, él solo giró el bolígrafo entre los dedos, divertido. Esa mirada la distrajo lo suficiente para que el profesor la llamara por sorpresa.
- “Señorita Torres, ¿podría continuar con la explicación de la objeción improcedente?”, inquirió el profesor.
- “Claro, profesor”, dijo Valeria, recomponiéndose.
- “Suerte”, Gael, el muy cínico, murmuró sin mirarla.
Después de salir del aula, en los pasillos, Iker los alcanzó. Venía con una carpeta bajo el brazo y un gesto que no ocultaba demasiado.
- “¿Todo bien, Val?”, preguntó Iker, de manera directa.
- “Sí, solo repasando para la práctica”, respondió ella.
- “Ah, con Sotelo. Qué sorpresa”, dijo Iker.
- “¿Hay algún problema?”, intervino Gael, sin levantar el tono.
- “Ninguno. Solo que no me acostumbro a verte en modo colaborativo”, expresó Iker con la cerca arqueada.
- “Los cambios asustan, ya ves”, dijo Gael, encogiéndose de hombros.
El silencio se estiró un segundo incómodo, hasta que Lucía apareció, como siempre, en el peor y mejor momento.
- “¿Ya empezó el triángulo académico o todavía están en fase de negación?” preguntó Lucía, metiéndose entre los tres con una sonrisa.
- “Lucía”, gruñó Valeria.
- “No, lo digo en serio. Si esto fuera una serie, ya tendríamos fandom y cuentas de edits en TikTok”, comentó Lucía con una gran sonrisa.
Iker soltó una risa baja. Gael apenas la miró, como si intentara entender qué versión de Valeria tenía delante, la que lo desafiaba o la que lo hacía sonreír sin querer.
Más tarde, Valeria se quedó sola en la biblioteca, revisando las notas de clase. Encontró la hoja donde Gael había corregido su cita legal, y al lado, con su letra pulcra, un breve comentario que no recordaba haber leído: “Tu argumento fue el más sólido del grupo. No lo arruines por discutir conmigo.”
Valeria se quedó un momento en silencio. No supo si sonreír o lanzar la hoja al tacho. Al final, sonrió, suspiró y la dobló para guardarla en su cuaderno. Y pensó que Lucía tenía razón; si eso fuera una serie, ella tampoco sabría a quién shippearse.
Esa misma noche, el bar estaba lleno de universitarios buscando desahogarse después de una semana de parciales. Luces de neón, vasos medio vacíos y un escenario diminuto donde el micrófono pasaba de mano en mano con más entusiasmo que talento.
Lucía fue la primera en inscribirse y, por supuesto, arrastró a todos.
- “¡Vamos, Torres! ¡No puedes decir que no a “Perfect” de Ed Sheeran!”, le gritó desde la pista.
Valeria intentó esconderse detrás de su vaso de gaseosa, pero ya era demasiado tarde.
- “Iker, ayúdame o me muero de vergüenza”, suplicó entre risas.
- “Si desafinas, yo desafino contigo”, respondió él, levantándose.
El público aplaudió cuando empezó la canción. Valeria cantaba con voz temblorosa, sin ritmo, pero con una sonrisa tan genuina que todos corearon el estribillo. Iker, más suelto, la miraba con ternura y fingía tocar una guitarra invisible para acompañarla.
Cuando terminaron, el bar entero estalló en aplausos. Valeria hizo una reverencia exagerada, y Lucía grabó todo con su celular.
- “Te lo juro”, dijo Lucía entre carcajadas, “si esto fuera TikTok, ya serías viral”.
En ese momento, Gael llegó. Camisa arremangada, mochila al hombro, mirada curiosa. Se detuvo en la puerta justo cuando Valeria seguía riendo, despeinada, iluminada por las luces rosas del escenario.
No se acercó. Solo la observó, divertido, y por un segundo, encantado.
La noche terminó con una foto grupal improvisada: Lucía en el centro, Iker abrazando a Valeria, y Gael al fondo, mirando la cámara con una media sonrisa.
En la imagen, el triángulo era tan evidente que hasta Lucía lo notó al instante.
- “Esto, mis queridos, va directo al archivo de caos emocional”, dijo Lucía, guardando el celular como si escondiera un secreto.
A la mañana siguiente, Valeria juró no volver a cantar nunca más.
El grupo de WhatsApp de la clase estaba lleno de videos y memes sobre su “gran debut”, cortesía de Lucía, que había pasado la noche editando, a la que se unieron otros con frases “Cuando crees que puedes ser Olivia Rodrigo pero terminas sonando como eco del karaoke”, “Valeria Torres (versión acústica fallida)” y cosas parecidas.
- “Lucía, te voy a bloquear”, le escribió Valeria, con el orgullo herido y un emoji de calavera.
- “Imposible, soy tu community manager emocional”, respondió su amiga con un emoji de corona.
Iker, en cambio, le mandó un mensaje más tranquilo: “Te luciste. Y sí, cantas fatal, pero eso no impidió que todos te miraran.”
Valeria se rió sola. No estaba segura de qué le gustaba más, su humor o su manera de decir las cosas como si nada.
El lunes en clase, Gael llegó tarde, otra vez. Se sentó detrás de ella, con la misma calma insoportable de siempre.
Cuando el profesor pidió entregar el trabajo grupal, él se inclinó.
- “Buena voz, Torres. Muy auténtica”, susurró Gael.
Valeria giró, todavía medio en shock.
- “¿Tú lo viste?”, preguntó ella, con los ojos curiosos y un gesto avergonzado.
- “Difícil no verlo. Fue trending en el grupo”, contestó con una media sonrisa.
Lucía, desde la otra fila.
- “Ya empezó la temporada dos de “Gael, el irónico arrepentido”, murmuró Lucía apenas lo suficiente para que Valeria la escuchara.
Iker los observaba de reojo. Su expresión no tenía broma ni sonrisa. Algo en su mirada bastó para que Valeria sintiera ese nudo raro en el estómago, esa mezcla incómoda entre culpa y emoción.
Cuando la clase terminó, Gael salió sin despedirse. Pero, al pasar junto a ella, dejó sobre su mesa un marcador nuevo, igualito al que había perdido la semana pasada. Sin nota. Sin palabras. Solo el marcador. Valeria lo miró un rato, sin saber si reír o suspirar.
Lucía se acercó y apoyó el codo en su escritorio.
- “No sé qué tipo de telenovela estás protagonizando, pero yo ya estoy haciendo los subtítulos”, bromeó Lucía.
Valeria sonrió incómoda, tal vez podría decirse que estaba en el centro de la telenovela, pero no sabía si le estaba gustando estar en medio de dos hombres por quienes aún no puede definir lo que siente.