En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 19: En las Sombras del Poder
La noche se espesaba como un manto de oscuridad mientras Arabella y Alexander regresaban al castillo. Su conversación con Sir Henry había encendido una nueva chispa de esperanza, pero también había plantado el temor de lo que se avecinaba. Acceder a los archivos secretos no sería una tarea sencilla; las medidas de seguridad en los pasillos del ala este, donde se guardaban esos documentos, eran estrictas y minuciosamente vigiladas. Sin embargo, ese desafío era un riesgo que debían asumir si querían desenmascarar a Lady Catherine y sus cómplices.
Arabella caminaba con paso firme, su mente ya planeando cada detalle. Alexander se mantenía a su lado, su expresión grave. Habían decidido que la mejor oportunidad para infiltrarse en los archivos sería durante el clímax del baile en honor a la reina, cuando toda la atención de la corte estuviera centrada en las festividades y los guardias pudieran distraerse.
—Es una apuesta peligrosa —murmuró Alexander mientras atravesaban los jardines exteriores en su camino de vuelta—. Si alguien nos ve, cualquier coartada será difícil de sostener.
—Confía en mí —respondió Arabella, con la seguridad marcada en su voz—. Tenemos una ventana de oportunidad. La clave será actuar con precisión y rapidez. Hemos llegado demasiado lejos como para dejar que el miedo nos paralice.
A medida que la noche avanzaba, los preparativos para el gran evento continuaban con furor en el castillo. Los sirvientes corrían de un lado a otro con vestidos elegantes, decoraciones resplandecientes y mesas repletas de manjares. Cada detalle era un recordatorio de la ostentación y la importancia de la ocasión, y, sin embargo, bajo la superficie de la celebración, una red de traición se tejía más espesa.
Arabella y Alexander se prepararon para el baile con la misma meticulosidad que si se tratara de una batalla. Arabella eligió un vestido de terciopelo azul oscuro que caía con gracia hasta el suelo, con un sutil bordado plateado en el escote que simulaba un cielo estrellado. Alexander se vistió con un elegante traje negro con detalles dorados. Ambos sabían que la apariencia sería su primer disfraz para ocultar sus verdaderas intenciones.
El salón de baile se encontraba lleno de invitados cuando Arabella y Alexander hicieron su entrada. Las luces de las candelas y los grandes candelabros de cristal llenaban la estancia con un resplandor dorado. La reina, sentada en su trono, parecía más majestuosa que nunca, con su vestido blanco resplandeciente y su corona brillando bajo las luces. Las risas, los brindis y el tintineo de las copas llenaban el aire, pero Arabella apenas notaba nada de eso. Sus ojos escaneaban la multitud en busca de Lady Catherine, quien estaba rodeada de varios nobles que reían y charlaban como si no hubiera nada más en el mundo que la velada misma.
Alexander se acercó a Arabella y le susurró: —Es el momento. Los guardias de la entrada este están ocupados con los sirvientes. Si nos movemos ahora, tendremos una buena oportunidad.
Arabella asintió, y juntos se deslizaron con elegancia hacia una de las puertas laterales, tratando de no llamar la atención. Pasaron desapercibidos entre los invitados, y una vez fuera del salón de baile, avanzaron por los corredores oscuros del ala este del castillo. Cada paso parecía resonar más fuerte en el silencio, y el tiempo se comprimía en cada segundo.
Los pasillos del ala este estaban desiertos, excepto por un par de guardias que custodiaban la entrada de los archivos. Arabella se detuvo en una esquina oscura, su mente trabajando rápidamente. Recordó las palabras de Sir Henry: los guardias se cambiaban cada hora, pero durante el baile, el cambio de guardia sería más relajado debido a las celebraciones. Debían aprovechar esa fluctuación en la vigilancia.
—Déjamelo a mí —le dijo Alexander. Sacó una pequeña bolsita de su chaqueta y arrojó su contenido a unos metros de distancia de los guardias. Al instante, un denso humo comenzó a elevarse del suelo, llenando el aire con un olor acre. Los guardias, sorprendidos, se llevaron las manos a la nariz y boca, retrocediendo para alejarse del humo.
Arabella y Alexander aprovecharon la distracción para deslizarse rápidamente hacia la puerta de los archivos y entrar sin ser vistos.
El interior de los archivos estaba sumido en la penumbra. Estantes llenos de pergaminos y libros antiguos se alzaban hacia el techo, y el olor a papel envejecido impregnaba el aire. Arabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras avanzaba hacia el centro de la sala. Sabía que en algún lugar de aquel laberinto de documentos se encontraba la evidencia que necesitaban.
—Buscar en todo esto nos llevará horas —murmuró Alexander, encendiendo una pequeña lámpara para iluminar las filas de estantes—. ¿Por dónde empezamos?
Arabella se acercó a una mesa en el centro de la sala, donde había un registro de los documentos más recientes. —Busquemos en las comunicaciones de los últimos meses —sugirió—. Si Lady Catherine ha estado intercambiando mensajes, deben estar aquí.
Trabajaron en silencio, abriendo y revisando pergaminos con manos temblorosas. El tiempo parecía desvanecerse mientras leían, descartaban y volvían a leer. La frustración comenzaba a crecer en Arabella cuando de repente, un nombre familiar apareció ante sus ojos.
—¡Aquí! —exclamó en voz baja, sacando un pergamino del montón—. Es una carta dirigida a Lord Pembroke, firmada por Lady Catherine. Menciona una "operación" durante el baile y la necesidad de movilizar a sus hombres.
Alexander tomó la carta y la leyó con atención, su rostro endureciéndose. —Es suficiente para demostrar que están planeando algo. Pero necesitamos más detalles sobre lo que pretenden hacer.
Arabella siguió revisando los documentos, su mirada rápida y atenta. Encontró otra carta que mencionaba un cargamento de armas, programado para llegar esa misma noche al castillo. Sus manos se estremecieron mientras leía los detalles.
—Están armando una revuelta —dijo en voz baja, sintiendo el peso de la revelación—. Van a intentar un golpe durante el baile, aprovechando la distracción de la reina y sus invitados.
Alexander la miró con urgencia. —Debemos volver con estas pruebas de inmediato y advertir a la reina. Si logramos detener la revuelta antes de que comience, aún podemos salvar la situación.
Con las cartas en su poder, se apresuraron a salir de los archivos, pero cuando estaban a punto de alcanzar la puerta, la figura de Lady Catherine apareció en el umbral. Su rostro estaba iluminado por una expresión de fría satisfacción, como si hubiera estado esperándolos.
—¿Creíais que podríais ocultar vuestros movimientos de mí? —dijo con voz venenosa—. Siempre supe que seríais un problema. Pero ya no más. Guardias, ¡detenedlos!
Un grupo de guardias irrumpió en la sala, bloqueando la salida. Arabella y Alexander retrocedieron, preparándose para luchar si era necesario, pero estaban superados en número. Lady Catherine avanzó con una sonrisa cruel en sus labios.
—Esto es el final para vosotros —dijo, su voz resonando en la sala silenciosa—. Y para la reina también. Nadie puede detener lo que está por suceder.
Justo en ese momento, un ruido fuerte resonó desde el pasillo. La puerta de los archivos se abrió de golpe y un grupo de hombres, liderado por Sir Henry, irrumpió en la sala, atacando a los guardias por sorpresa. El caos estalló en la habitación mientras la batalla se desataba.
Arabella y Alexander aprovecharon la distracción para unirse a la lucha, derribando a dos de los guardias. Lady Catherine, viendo que la situación se salía de su control, retrocedió con furia en sus ojos.
—Esto no ha terminado —gruñó, antes de escapar por la puerta trasera, desapareciendo en los corredores oscuros del castillo.
Con los guardias neutralizados, Sir Henry se acercó a Arabella y Alexander. —No hay tiempo que perder —dijo con urgencia—. Debemos advertir a la reina y organizar la defensa del castillo. La revuelta está en marcha.
Arabella asintió, sosteniendo los documentos que habían recuperado. —Estas pruebas son nuestra única esperanza. Vamos a detener a los traidores y proteger a la reina. No importa lo que cueste.