Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 17 (+18)
Nikolas
Había aprendido de forma tan diligente, el cómo tocarla, el cómo hacerla sentir para nunca más volviera a buscar a otra persona. En los vídeos, las mujeres y los hombres tenían varias parejas, cambiaban seguido, yo no quería eso con Aila, ella sería mía por la eternidad.
—No te muevas tanto —Jade*o, sintiendo como se movía, tratando de frotarse en mi dur*o miembr*o. La estaba llevando a nuestra habitación.
—¿Por qué? —Su tono era diferente y, cuando la mire, se veía con un aspecto muy sexy. Cabello un poco revuelto, presionando sus pech*os en mi cuerpo, en mi abrigo que no me había quitado.
—Porque te voy a querer hacer las cosas en una pared, debemos ir a la cama —Ella se ríe, para acercarse a mi oreja y morderla levemente.
—Hazlo, ponme contra una pared e metel*o —Quería dejarme llevar bajo su tentación, pero no podía, ella merecía más. Subiendo las escaleras, le sentí jade*ar con cada subida de escaleras, mientras apoyaba su cabeza en mi hombro. —Solo una vez, las siguientes pueden ser en la cama, si puedes.
Ese tono de miedo, de antes. Claro que podía aguantar más, si esos de los vídeos eran capaces, yo también.
—¿no te hará daño? —Ella niega en mi hombro, sin mirarme. —¿Segura?
—Sí —No escucho más, para llevarle contra a una pared, que estaba al lado de la puerta de nuestra habitación, la ubico bien, para llevar mi mano a mi pantal*ón y medio bajarlo. Aila no estaba mirando, su concentración iba por completo a como ella se volvería mía, podía sentir su respiración un poco más pesada, lo hacía lentamente. —Rápido —Me regaña y sonrió, para hacerlo, como ella dijo, de un solo tiro.
Su respiración se corta, y yo tengo que cerrar los ojos para no venirm*e de inmediato. No podía mostrarme tan mediocre con eso.
—Eres Dios mío.
—No tan apretada, pero bueno —Menciona ella, sin mirarme, creo que lo dijo sin pensar.
—No es eso, aunque no entiendo mucho esa definición. Algo me dice que te dijeron cosas feas —Ella me mira y sonríe.
—Existen zonas mucho más apretad*as, supongo que depende la genética.
—A mí me gusta la tuya —Respondo, mientras comienzo a penetr*ar, primero lento. Ella asiente, después íbamos a hablar de eso, por ahora quería concentrarme en esto, porque no podía perderme de las maravillas de sentirla.
Lento, lo hacía lento, pero dur*o. Algo me dijo en mi cabeza que debía hacerlo más rápido, más y más, eso hice. Sus gemid*os se hicieron mucho más fuertes, hacían eco, pero no nos importaba.
Me sentí cerca, tan cerca, que no dude en aumentar más la velocidad. Solté el gran liquid*o, ella gritó y miro hacia abajo.
—¡Por qué es medio frío! —La sentí temblar, llego cuando me vine.
Después de eso, ella se calma un poco. La llevo a la habitación, nos volvemos a dejar llevar y lo hacemos con Aila en cuatr*o, que se veía maravillosa, sagrado Dios, aunque no sé si era correcto mencionarlo en estos momentos.
—¿Está todo bien? —Pregunto, cuando ambos nos acostamos al lado del otro, ella pone su mano en mi pecho desnud*o y asiente.
—Sí, fue raro que fuera medio frío, pero me gusto, sentí muchas cosas. También me sorprende que puedas poner tu cosita medio fría o más caliente, ¿cómo manejas esas temperaturas?
—No sé, simplemente pienso en que así estará y funciona.
—Eso es bastante extraño —Se ríe, yo acaricio su cabello, amaba hacerlo, era algo que me traía paz de alguna forma.
—¿Por qué me decías lo de apretad*a? —Pregunté, Aila que había cerrado sus ojos, los vuelve abrir y mira algo en la pared.
—Yo he estado con hombres, eso tú lo sabes —Asiento despacio —No todos se preocupan por esas cosas, no piensan en como se siente uno, muchas veces solo les importa ellos mismos, me han tocado esos.
—Pero no entiendo —Aila me pide la mano, toca dos dedos y los aprieta, al principio lo hace fuerte y luego disminuye la fuerza.
—Ahora piensa que es tu cos*a.
—Aun así, se siente ric*o, pero tú me lo estabas haciendo, bastante —Ella me mira, me dedica una mirada extraña, pero luego se pone sobre mí para abrazarme.
—Por favor, no cambie s mi dulce Nikolas, no lo hagas —Acepto tu abrazo que estaba cargado de cariño.
—No lo haré, te lo prometo —Le respondo, mientras la consuelo.
De esa forma, caemos dormidos juntos, con una tranquilidad que parecía imposible de alcanzar hace apenas unos días. Cuando el amanecer se cuela por las ventanas, despierto al sentir un movimiento leve. Frente a mí, Aila está sentada en la cama, su cabello cayendo en ondas desordenadas mientras intenta recogérselo. Su piel brilla bajo la tenue luz matutina, y cuando se gira para mirarme, me regala una sonrisa que ilumina todo el cuarto.
—Buenos días —dice con una voz suave, casi musical.
En ese instante, un torrente de emociones me invade. Alegría, serenidad... algo más profundo que no puedo nombrar del todo, pero que me hace sentir completo por primera vez en siglos.
—Buenos días —respondo, devolviéndole la sonrisa.
Ella se acerca con pasos ligeros, inclinándose hacia mí para dejar un beso cálido en mis labios. La dulzura de su gesto parece borrar cualquier rastro de oscuridad que hubiera en mi mente.
—¿Dormiste bien? —me pregunta mientras sus dedos acarician suavemente mi cabello blanco, enredándose juguetonamente en él.
—Sí, dormí muy bien. ¿Y tú?
—También —responde con una expresión tranquila antes de inclinar la cabeza, como si estuviera pensando—. ¿Cuál es la agenda de hoy?
Me apoyo sobre un codo, observándola con una mezcla de ternura y seriedad.
—Tengo que ir a ver quiénes son los que me faltan... —digo en referencia a mis asuntos pendientes, y luego añado, casi casualmente—. Y también hablaré con los elfos para que te ayuden a preparar la boda.
Ella se detiene en seco, girándose hacia mí con una expresión de sorpresa mezclada con confusión.
—¿Boda?
Asiento con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo.
—Sí, nos vamos a casar el 25 de diciembre.
Sus cejas se fruncen ligeramente, y no puedo evitar preguntarme si está molesta.
—¿Por qué tan rápido? —pregunta, sus ojos buscando respuestas en los míos.
Me rasco la cabeza, sintiéndome un poco desconcertado por su reacción.
—Bueno, lo hicimos... ¿No significa eso que tenemos que casarnos?
Ella suelta una risa inesperada, una que desarma cualquier tensión que pudiera haber. Niega suavemente con la cabeza, sus ojos brillando con diversión.
—No siempre que lo haces tienes que casarte —dice, su tono cargado de una mezcla de paciencia y humor.
La miro, completamente confundido.
—Pero conmigo sí —insisto, mi voz cargada de sinceridad—. Quiero ser tu esposo, ¿eso es algo malo?
Por un momento, parece que va a responder, pero en lugar de hablar, se queda callada. Luego, sus labios se curvan en una sonrisa cálida y asiente despacio, como si hubiera entendido algo que antes no había considerado.
—No, no es malo.
En ese instante, mi corazón se llena de una dicha que no había sentido en milenios. Quizás ella no lo sabe aún, pero este paso no es solo un gesto para mí.