Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Confusa Sombra
Agustín encendió un puro, y la reunión concluyó; cada ejecutivo y abogado de la empresa se retiró. La compañía que heredó de sus padres no hacía más que mantenerlo ocupado, un contraste marcado con su rutina sangrienta. Era un jefe que no temía ensuciarse las manos si sus clientes no pagaban a tiempo o si algún socio se propasaba en su territorio.
Se puso de pie y aflojó la corbata, lamentando que apenas fuera la hora del almuerzo, anticipando un día agotador. Antes de revisar la agenda de sus otras actividades, aquellos ojos ámbar hermosos reaparecieron en su mente, con un ligero destello de tristeza: era Bal. Rápidamente se levantó de la silla, con la desesperación latente de llamarlo hasta que se contuvo.
Agustín alzó las cejas, sorprendido de sí mismo. ¿Por qué le importaba? Desde temprano, su interior era un caos. Era un hombre capaz de matar a sangre fría; guapo, rico, y fuerte, podía tener a quien quisiera. Bastaba con pedir la compañía de modelos y actrices, y ninguna se negaría a asistir a sus fiestas. Sin embargo, desde que conoció a Balvin, sus inseguridades florecían como una primavera forzada.
La soledad no era un problema antes. Ahora, incluso, temía no volver a verlo. Pero, ¿por qué? Él tenía el poder sobre el íncubo; podía llamarlo de inmediato si así lo deseaba. Era suyo, de nadie más… ¡Sí, era suyo y de nadie más! Entonces, ¿por qué sentía que poco a poco se desvanecía entre sus manos? Quizás se debía a que no era humano, o a que esta conexión con un mundo nuevo lo estaba enloqueciendo más de lo que ya estaba. No, no era eso. Agustín sabía que siempre había algo más allá, algo que pasaba desapercibido en este mundo. Conocía a demonios disfrazados de trajes ; él mismo bien podría ser uno, si no fuera por el corazón latente en su pecho.
Su padre se aseguró de endurecer su humanidad a golpes. Aunque decía que le enseñaba a luchar, no fue una lección fácil para un Agustín de siete años, quien entendió que, con el tiempo, debía aprender o moriría. Fue una verdadera lección de supervivencia.
La oscuridad y el vacío lo acompañaron cada día en esas mansiones bien protegidas. Solo había una persona que abría la puerta en sus noches, dejando que la luz se filtrara: su querida niñera, Adele. Su sonrisa chueca era reconfortante; sus ojos cansados y su inevitable voz áspera, un consuelo para un niño al que su madre jamás reconfortó ni mimó.
Años atrás…
Aeropuerto familiar
—Despídete del niño —dijo una voz ronca, exhalando una nube de humo mientras se aclaraba la garganta.
—¿Realmente tienes que irte de nuevo? Preguntó el niño.
La mujer asintió varias veces, apenas tocando su hombro.
—Tu padre es todo lo que necesitas —dijo, y sin más, se dio la vuelta hacia el jet.
Agustín extendió la mano, intentando retenerla al menos un segundo más. Pero su padre agarró esa mano en el aire, lo giró y lo metió en el auto.
Aunque era su madre y el instinto le decía que debía insistir, no lo hizo. La fría mirada evaluativa de su padre le enseñó a soltar a las personas, tal como lo hizo con su difunta niñera.
—Ya eres un hombre, hijo. Ahora entiendes que tu madre es una mujer que hace lo que debe por el negocio y… la familia.
—¿Ella… tiene otra familia?
El hombre suspiró y le lanzó una mirada que ningún niño debería ver, aunque Agustín ya estaba acostumbrado.
—Tu madre es mía, solo mía, y lo será hasta su último respiro. Me pertenece… fui su primer hombre y seré el último. Incluso si intentara escapar, la encontraría y la ataría a mi lado. Si algún engendro desgraciado estuviera creciendo dentro de ella —agarró la mejilla de Agustín y lo acercó mientras él intentaba apartarse por el dolor—, dormiría todo su cuerpo menos su mente para obligarla a ver cómo le arranco ese bastardo parásito de su interior. ¿Tienes alguna duda?
Agustín negó, y su padre lo soltó.
—No vuelvas a preguntarme algo así. Tu madre es mía, y así se mantendrá.
—Estoy más tranquilo ahora.
—Sí, el gobierno no tiene jurisdicción en otros países.
—No es solo por eso.
—¿Mm?
Agustín sonrió al mirarlo.
—Porque estaba pensando en hacer algo así si ella tuviera otra familia. Y eso te incluiría, si lo permitieras.
La fortaleza psicópata y descomunal de Agustín, de apenas nueve años, dejó a su poderoso padre en silencio. Solo cerró la boca, le sacudió el cabello y miró al frente, cruzando miradas con el conductor que fingía no escuchar.
En los futuros "entrenamientos" de combate, su padre le recordó quién mandaba. Gracias a eso, hoy pocos podían soportar un enfrentamiento contra un Agustín adulto.
Un golpe en la puerta y la dulce voz de su asistente lo sacaron de sus recuerdos.
—Adelante.
La hermosa mujer entró, tan seria como siempre.
—Señor, el auto está listo; la seguridad del restaurante ya fue desplazada. ¿Desea algo más?
Agustín, aún fumando, observó a la mujer. Era sexy y hermosa, como todas las mujeres que lo rodeaban. Se enderezó y caminó hasta quedar frente a ella, observando sus pechos, caderas, manos y boca. Era algo difícil de contener, incluso si ya la había probado, sin embargo, no despertaba el mismo deseo. Solo cuando imaginó al íncubo entrando por esa puerta, diciendo "Señor, ¿desea algo más?", sintió un cosquilleo recorriéndole el cuerpo.
—Ya puedes retirarte.
Entonces, la puerta se abrió de un golpe, sobresaltándolos a ambos. Miraron al íncubo, quien observaba la escena algo perplejo.
—Él es…
—Sí, eso es todo. Retírate —ordenó Agustín. La mujer pasó junto a Bal y cruzaron miradas. Al mismo tiempo, Agustín preguntó:
—¿Es tu manía no tocar antes de entrar?
—Podría decirte lo mismo —respondió Bal, mirando cómo la chica salía antes de posar la vista en Agustín, quien se apoyó en el escritorio.
—¿Terminaste tus asuntos? —encendió el puro de nuevo.
—¿Por qué? ¿Estás preocupado? No me parece.
—Ya te lo dije, tengo una reputación que cuidar.
—Típico… magnate satiriasis —murmuró Balvin, sacudiéndose la magna de Agustín dispersada en el aire.
—¿Podrías repetirlo?
—No es importante. Lo importante es que entiendas algo: no puedes invocarme así como así. De haber estado más expuesto en el Limbo, hasta el mismísimo Yuksek se habría enterado de nuestro maldito vínculo.
—Mmm, mi error entonces. Solo estaba ansioso por nuestro viaje al infierno.
—No entiendo tu disposición al suicidio. ¿Acaso odias o estás cansado de tu vida? —Bal esbozó una sonrisa sarcástica—. Creí que un líder sería más… digno de admirar.
Agustín levantó ambas cejas, apagó su puro y se acercó lentamente hacia el íncubo. Sonrió con arrogancia.
—¿Digno de admirar?... Si voy a darte algo que admirar, quisiera que vieras lo jodidamente sexy que eres mientras lloras y suplicas por más… —estiró la mano y acarició su mejilla—. Quizás hasta deba recordarte quién es tu señor ahora.
Bal empujó la mano lentamente.
—Tss… Sí, antes también dijiste que era tuyo con la misma confianza, pero empezaste suplicando primero, ¿no? —se burló.
—No fui el único. No digo que no sea divertido este constante enfrentamiento, pero me intriga tu forma de atacar… De hecho, no entiendo por qué estás tan a la defensiva otra vez. Creí que dejamos claro el asunto. No busco destruirte, ni complicarte. ¿Qué tendría de divertido?
—Es irónico que lo digas porque ya lo hiciste. Respondió bastante enojado.
—A estas alturas no tiene sentido culparnos, no cambiaría nada.
—Qué fácil es para ti cuando no tienes nada que perder.
Agustín recordó el autocontrol que su padre curtió a golpes, pero Balvin no hacía más que subestimar su paciencia.
—¿Fácil? Hablas como si fueras el único perjudicado. Créeme, es agotador intentar tolerar tu ánimo.
—Oh, disculpa si te estoy agotando.
—Me parece injusto, ya que no tuve elección. ¿O sí, Balvin?
—¿Y yo la tuve? ¿Me diste alternativa? ¡Eres un chamán Agustin!
—¡No lo sabía! Y no pareces querer entenderlo. Puedo tomarme mi tiempo para procesarlo, puedo mantener la calma, pero incluso deberías aceptar que estoy siendo muy condescendiente si miramos tu posición. ¿O no?
—¡¿Quieres que me arrodille y te agradezca, maldito arrogante?!
—Bueno, deberías arrodillarte y pedir perdón.
—Ja, eres un... increíble. Debería haberte abandonado en el mismísimo Limbo.
—No pudo ser tan difícil. Pero, en cambio, elegiste regresarme además de intentar asesinarme. ¿Es aplicable para alguien tan honesto? Quieres que sea más serio, que entienda tu posición, pero no me dices más que un poco. ¿Qué demonios está pasando? ¿Es ese tal Nephil? ¿Es por él? ¿Acaso él te quiere perjudicar? ¿Por eso me atacas? ¿No tienes el valor de enfrentar a ese desgraciado?
La bofetada silenció a Agustín, quien, asombrado, tardó en reaccionar. El rostro de Balvin cambió, y su corazón se hundió; no entendía por qué no soportó oír aquel nombre salir de la boca de Agustín.
—Yo no lo haría otra vez —amenazó Agustin. Pero antes de continuar, la mirada desesperada de Balvin lo sacudió por dentro y fuera. Estaba sufriendo; sus ojos, sus expresiones… el corazón de Agustín dio un vuelco. Le dolía verlo así, y le dolía más no entenderse. No debía sentir nada por nadie, jamás aferrarse a alguien, nunca. Pero ver al íncubo sufrir le resultaba molesto y agotador, le traía un sentimiento amargo. Su mente se nubló, olvidando lo que iba a decirle. Solo recordó aquella vez en el limbo, lo vulnerable que Balvin se veía, justo como ahora. Pero lo peor era saber que esta reacción no era por él, sino por alguien más.
—Ni siquiera entiendes nada de mi mundo… No debería importarte… ¡No deberías involucrarte, maldito chamán!
—¡Es tarde! —Agustín lo sostuvo de los hombros, no quería escucharlo decir que no tenían nada que ver—. Porque ya estoy involucrado. Lo sabes, lo sabes perfectamente. Pero te asusta necesitar ayuda. Entiende que no soy un chamán, al menos no como los conoces…
El silencio invadió a Balvin hasta que Agustín se apartó, recuperando su semblante. Acomodó sus ropas. Estaba satisfecho por haberlo tocado y, quizá, ¿calmado? Aunque se sentía más confundido que antes, volvió a respirar y a contener sus pensamientos.
—Ahora hay que ir al infierno, ¿Estoy en lo cierto? —continuó Agustín—. Iré, ¿no ibas a pedírmelo con un dulce “por favor”? Predecible… Voy a prepararme, pero primero vamos a almorzar juntos. Y no es una pregunta. Ya que decidí comprometerme a resolver este enredo, no me tomes por un santo. Aprovecharé al máximo tu estancia; no todos los días se puede gozar de la presencia de un sumiso íncubo.
Agustín ajustó su saco y fue hasta la puerta para abrirla, esperando a que Bal saliera. Porque ya no se sintió capaz de seguir esta discusión o lo que sea que fuese. Pero Bal no se movió del lugar, seguía mirando hacia adelante, todavía apretaba los puños y perdido en su mente.
—No vuelvas a decir su nombre... —murmuró Bal. Y Agustín frunció el ceño.
—¿Le tienes miedo o respeto?
—Ni uno ni otro. No te lo permito.
—No es como si tu hermano me importara. A menos que sea igual de hermoso — Bromeó intentando aliviar su propio estrés, pero la sorpresa de Bal se reflejó hasta en su cuerpo mientras Agustín continuaba—. ¿Es tan atractivo o tú eres el más?
Un beso de Bal lo silenció y sorprendió.
—Magna. Dijo Bal sin notar lo temblorosa que son su voz.
Agustín no tardó ni un segundo en responder al beso. La presencia agitada de Bal lo obligó a reconsiderar sus planes; cerró la puerta, lanzó el saco al aire y arrastró al íncubo hasta la siguiente oficina, donde un sillón yacía.
Balvin estaba fuera de sus casillas. Había soportado todo el asunto en el limbo. La confrontación de los arcaicos e incluso teniendo que arrastrar a su amigo al lío. Pero la arrogancia y dominación de Agustín, surgía un efecto placebo, de alguna forma, lo consideraba admirable, incluso sus reclamos y su actitud absurda. Pero oír que podía compararlo con su hermano tocó una herida todavía abierta, sumando más agonía a su complejo. Prefirió invadir la mente y el cuerpo del humano, sin darse cuenta de que ya estaba exponiendo su mayor debilidad.
Agustín no tardó en lanzarlo al sillón y arrancarle las prendas mientras se preguntaba, una vez más, cómo el hermoso Bal, podía aparecer su caparazón; con ropas tan hermosas. ¿Desde cuándo pensaba en la buena ropa? Bueno… desde que admiraba cada detalle en el cuerpo del incubus, que tanto gusto le daba probar, de pies a cabeza.
Tomó la cintura y escuchó al íncubo gemir. Aunque había placer en sus expresiones, también estaba esa constante mirada desafiante que tanto lo excitaba. Qué adicción más poderosa había despertado en él.
Agustín acercó su boca y besó los labios de Bal, saboreando sus fluidos y entrelazando sus lenguas. Apretó sus pelvis y se movió, queriendo explotar en sus pantalones. Para cuando lo dejó sin aire, fue hacia el cuello y lamió la dulce nuez de Adán. La cabeza de Bal caía mientras con sus manos abrazaba el cuello de Agustín.
—No podemos... No aquí… —dijo Agustín, odiando el hecho de no poder clavarse en su amado juguete.
—¿Te asusta que no puedas contener la voz? —dijo Bal, al desprenderle la camisa y luego metiéndole la mano en los pantalones.
—¡Ah, mierda! —dijo Agustín, apretando los lados de la reposera para después ver al íncubo estirarse y sacar su propio falo, uniendo ambas extensiones. Empezó a moverse mientras Agustín apretaba la mandíbula; luego miró al íncubo, quien apenas desvió la mirada.
—Más… más rápido —pidió Agustín, apretando ambas manos, sintiendo el suave tacto de Bal. —Mierda... tus manos…
—Lo haces bien, Agustín... ¿Quieres que lo chupe? Sugirió sin intención de hacerlo.
—Ah... Bal... no juegues. Amenazó.
—Creí que te encantaban los juegos…—de pronto Agustín agarró las manos del incubo y replicó el movimiento más fuerte —Ah... espera, no presiones… se quejó Bal.
—Resiste... — le metió los dedos a la boca— Apenas estoy aguantando cogerte aquí mismo.
—Ah... —Bal tiró la cabeza hacia atrás. Todavía apretaba ambos falos, pero Agustín, sobreponiendo su agarre, era demasiado poderoso. Mientras lamió los dedos en su boca.
¿Por qué era tan odiosamente erótico su dominio? ¿Qué tanto poder había impuesto sobre él? ¿Por qué ser dominado por él era único? Su magna, su esencia, su belleza, su arrogancia... ¿Qué era eso que lo cautivaba tanto? ¿Por qué Agustín? ¿Por ser chamán, por el vínculo? Bal supo que solo el padre de todo tenía la respuesta, porque no entendía por qué este humano lo hacía sentir tan loco y despistado.
—Ah... espera, Agustín... ah...
—Haa, Bal... — agarró el mentón y apretó— sigue diciendo mi nombre.
—Mmm... ah... Agustín.
Ambos alcanzaron el clímax al mismo tiempo, soltando el néctar de su unión. A pesar de que los espasmos eran intensos, el íncubo perdió gran parte de sus fuerzas y, sin poder mantenerse erguido, se desparramó en el sillón, exhausto y expuesto bajo la mirada de un Agustín inagotable, recargado con una dosis importante de magna. La energía nueva hizo que su cuerpo reaccionara, su deseo despertándose de nuevo y volviéndose firme.
Era imposible controlarse frente a una escena tan... perfecta. Sin embargo, como había dicho antes, este no era el lugar adecuado. Fue por las ropas de Balvin y se las lanzó encima.
Mientras Balvin recuperaba la conciencia, tras ser drenado de toda la magna que le quedaba, se incorporó lentamente y comenzó a vestirse.
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Más tarde…
Mientras los dos se acomodaron en una mesa elegante, los olores intensos y extraños del platillo frente a Balvin parecían invadir el aire. Observó el plato con ceño fruncido: era una mezcla de ingredientes exóticos, perfectamente decorados en un estilo gourmet. Había algo parecido a un carpaccio de un color casi irreal, con brotes pequeños y brillantes que parecían esferas de algún fruto desconocido, y un líquido oscuro y denso alrededor, como un espejo de sabor incierto.
Balvin cruzó los brazos y miró el plato en silencio, su expresión era una mezcla de recelo y curiosidad contenida. Frente a él, Agustín, renovado, parecía desprender energía como nunca antes. Su magna era palpable en el ambiente, rodeándolo con una presencia arrolladora, como una corriente eléctrica vibrante que iba y venía. Por momentos, la intensidad de su esencia hacía que la luz del restaurante pareciera cambiar ,solo perceptible ante sus ojos, destacando las facciones de su rostro y esa chispa de satisfacción que lo hacía parecer invencible.
—Sabes —dijo Agustín, tomando un sorbo de vino y dejando que el sabor se quedara en sus labios un momento antes de hablar—, no había caído en cuenta de cuánto te afectaría no recibir magna. —Se inclinó un poco hacia Balvin, como si estuviera confesando algo importante—. Me disculpo por eso.
Balvin lo miró sin decir nada, aunque sus ojos parecían entrecerrarse con un brillo que combinaba desconfianza y un extraño alivio.
—¿Disculparte? —repitió finalmente, en un tono cansado y bajo—. No hablas en serio, no parece algo muy propio de alguien tan arrogante. No es la primera vez que dices olvidar el ritual.
Agustín sonrió de lado, notoriamente divertido ante la reacción de Balvin.
—Lo soy, si... pero al menos esta vez. —Su voz se tornó más seria, pero sin perder la confianza. Se inclinó un poco más, y Balvin pudo percibir la intensidad de su magna como un pulso tangible que casi tocaba su piel, un torrente de energía que parecía retarlo a enfrentarlo—. Ahora lo entiendo, probablemente debería haberte ofrecido algo antes, pero... bueno, creo que subestimé el vínculo entre nosotros.
Balvin se mantuvo en silencio un momento más, bajando la mirada hacia el plato antes de responder. Le costaba admitirlo, pero la magna de Agustín parecía calmar una parte de él que había estado en tensión constante. Por más que quisiera ocultarlo, su cuerpo se sentía atraído a esa energía como el hierro al imán.
—Tu magna... es más necesario de lo que esperaba —admitió en voz baja, con cierta resignación.
Agustín le lanzó una mirada intensa, con esa chispa de victoria apenas contenida, y se inclinó aún más, reduciendo la distancia entre ellos hasta que sus palabras se volvieron un susurro solo para él.
—Entonces, me aseguraré después del almuerzo, que ambos resolveremos lo de la magna. Ahora come... No dijiste que las funciones de tu cuerpo son iguales a las del humano.
Balvin sintió un estremecimiento, su cuerpo reaccionó casi involuntariamente ante la propuesta. Aunque sus brazos seguían cruzados, esa barrera física no impedía que la magna de Agustín siguiera filtrándose, invadiendo cada rincón de su ser.
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