Emma Raducanu, es una joven que sufre un terrible trauma por culpa de su novio. Lo que la lleva a padecer un gran rechazo hacia los hombres.
Emma se prometió a ella misma, no volver a enamorarse, ni confiar nuevamente en un hombre otra vez.
¿Qué pasará cuando Emma conozca al jefe de su hermana?.
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Desesperado
Madrid, España.
Saúl Graviotto.
Los oficiales aún sigue con su interrogatorio, no se a que conclusión quieren llegar, pero está más que claro que fue ese maníaco enfermo de Loli quien se llevo a mi princesa.
— ¿Y no pudiste averiguar quién era? — preguntan los policías.
— No. Y lo raro es que descubrió a que escuela va ella, y mi novia se desmayó por causa de ese lunático — dije.
— ¿Así que ha estado persiguiendo de nuevo? — cuestionan los oficiales.
— Sí, y también enviándose mensajes de texto, acosandole por estar conmigo y haciendo amenazas.
— Y aparte de eso, ¿tu novia no tiene problemas con nadie más?.
— ¡No, mi hermana no tiene problemas con nadie más! — Oigo la voz de Emery en la puerta de la habitación, la miro y me vuelvo a sentar. Gimiendo suavemente, pregunto esperanzado.
— ¡Emery, y Emma! Conseguiste hablar con ella? — en repuesta, su mirada se torna triste.
— Saúl, no he podido hablar con ella, ¿qué pasa? — pregunta.
Le cuento lo que pasó, y cuando termino me pregunta con miedo.
— ¿Así que la han estado aco****o?.
— ¡Me temo que sí! — miro a los policías que aún estaban allí y les pregunto — Ahora, ¿qué van hacer para traer de vuelta a mi novia?.
— Señor Graviotto, vamos abrir una denuncia por agresión en su contra y vamos a investigar lo que pasó, y luego vamos a proceder y hacer la declaración de desaparición, pero para que se oficialice hay que esperar — dice el policía, y lo miro estupefacto.
— ¿¡Qué!?.
— ¡Eso es lo que se hace en estos casos! — Argumentan los policías.
— No, no me voy a quedar aquí esperando para darte las estúpidas Veinticuatro horas para qué vallan tras mi novia — les grito, con mi voz cargada de enojo. Definitivamente son unos ineptos.
— Señor Graviotto, usted no puede hacer nada — dice el policía.
— ¡Ah, a ver si no! Quiero ver las imágenes del centro comercial y quiero saber dónde terminó mi novia — menciono furioso.
— Me gustaría hacerle unas preguntas sobre su hermana, señorita Raducanu — Oigo que la mujer Policía le pregunta a Emery, quien me mira y dice — ¡Ya vuelvo, Saúl! — asiento con la cabeza y trato de buscar mi teléfono celular.
— ¿Dónde está mi celular? — pregunto, confundido.
— Cuando llegaste aquí, en el hospital, te retuvimos — contesta el médico.
— Doctor, necesito que llame un taxi. — les advierto, ya perdiendo la paciencia con ellos — voy a buscar a mi novia yo mismo — les informo.
— Tiene que tranquilizarse, señor Graviotto — pide el doctor, a quien yo ni conocía seguía en la habitación escuchando todo.
— Calmado, doctor — respondo, irónicamente, tirando de los hilos intravenosos. En ese preciso momento comienzo a sangrar, y ella me mira con horror.
—¡Tranquilícese, señor Graviotto! — dice la policía .
— ¡No puedo calmarme cuando no sé dónde está mi novia! ¿Cómo quieren que me quede aquí para siempre, cuando ni siquiera sé si mi novia está herida o no? — respondí molesto.
— ¡Estás sangrando! — dice el doctor, mirando su tablet, y lo observo hacer una señal a las enfermeras, que pronto estuvieron a mi lado, la cual me recuestan a la cama y me abrazan con fuerza.
— ¡Déjenme, ir! — lloro desesperado — ¡Tengo que ir a buscar a mi novia!.
— Señor Graviotto, usted está ingresado aquí en el hospital por una conmoción cerebral y necesitamos que pase la noche aquí en el hospital, para verificar que no tenga ninguna secuela.
— ¡Nooooo, no quiero quedarme aquí! — Grito de miedo.
— Señor, Graviotto trate de mantener la calma, vamos tras su novia — me advierte el policía.
— ¡Yo también quiero ir! Les digo.
— ¡No, seguirás lo que dijo el doctor! — me ordenan los oficiales.
— No voy a seguir las órdenes de nadie, me voy a ir de aquí, y ¡va a ser ya! —Grito con fuerza y siento que las enfermeras me sujetan con fuerza.
— Prepara un sedante ligero para calmarlo — pide el doctor, y lo miro con pánico, no puedo dormir, tenía que estar alerta, mi princesa me necesitaba.
—¡No, por favor, no puedo dormir! — pregunto, desesperado, al ver que traen una jeringuilla. Pronto me ataron el brazo con una banda elástica y estaba tratando de sacármela para que no me pusieran la inyección.
— Lo siento, señor Graviotto, pero necesita un sedante para calmarse — dice la enfermera.
Luego veo al doctor dar la señal y luego siento el escozor en mi brazo. Las enfermeras me sueltan y se van.
— ¡No podrías haberme dado esa inyección! — les digo, empezando a sentir algo de sueño.
— Fue por su bien, señor Graviotto.
— ¡No fue por mi propio bien! — Siento que mis ojos comienzan a cerrarse, y antes de perder el conocimiento, mi último pensamiento fue para mí princesa, y fue como si pudiera verla a mi lado. Me comento a mi mismo "perdóname, mi princesa, por no poder ir a revatarte. Siento que la lágrimas comienzan a brotar por mis ojos y soy absorbido por la oscuridad a la que me han sumergido.