Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
NovelToon tiene autorización de @ngel@zul para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Estrategias y desencuentros
Capítulo 18: Estrategias y desencuentros
El día siguiente, el convoy de la campaña llegó a la ciudad de Santa Lucía al mediodía, bajo un sol implacable que hacía brillar los ventanales del teatro municipal como espejos de un palacio antiguo. Los días pasados habían sido extenuantes; una serie interminable de discursos, entrevistas con preguntas capciosas, y recepciones con menús olvidables. El cansancio comenzaba a reflejarse en las ojeras ligeras de los asistentes, pero nadie en el equipo del candidato se atrevía a admitirlo en voz alta. El cansancio era para los rivales.
Charlie bajó del bus con una carpeta en una mano, un termo de café en la otra y el teléfono pegado a la oreja. Llevaba unos jeans oscuros y una blusa de seda verde esmeralda, un contraste visual que rompía la monotonía de los trajes oscuros.
Marco se acercó a ella, era un joven alto y de mirada vivaz, la observó con una sonrisa divertida mientras ajustaba la altura del trípode sobre su hombro. Le resultaba fascinante la forma en que ella podía alternar entre la frialdad de una estratega militar y la ligereza de una amiga.
—¿Siempre das órdenes con tanta ligereza, o es solo un espectáculo para mantenernos despiertos? —preguntó, bajando la cámara para mirarla.
Charlotte finalmente colgó el teléfono y alzó una ceja, conteniendo la risa que amenazaba con escapar.
—Solo cuando necesito que las cosas salgan bien a la primera, Marco. Mi energía no se puede desperdiciar. Y eso que solamente soy asesora de imagen. ¿Imaginas si fuera alguien más importante?
—Desde mi punto de vista, deberían dejarte dirigir toda la gira, Charlie —bromeó él, acercándose para mostrarle una prueba de luz—. Aunque dudo que el jefe acepte órdenes tan fácilmente. A él le gusta demasiado el control.
Ella soltó una risita baja y cómplice, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie la oyera.
—Creo que ya encontré su punto debil. —replicó guiñando un ojo con picardía.
Alejandro apareció unos metros más allá, hablando con un grupo de organizadores locales y dos concejales. Hoy, como Charlotte había insistido, llevaba una camisa blanca arremangada a los codos y pantalones de corte chino oscuro, sin saco ni corbata, proyectando un aire de «líder accesible». Su gesto, sin embargo, era de concentración absoluta, el de un hombre que preferiría estar analizando bonos del tesoro. Cuando la vio interactuando tan cómodamente con Marco, riendo y señalando con gestos amplios, se detuvo un segundo. Luego, se acercó con paso firme, el sonido de sus zapatos de cuero resonando en el suelo de mármol.
—¿Todo listo, Señorita Rossi? Estamos cinco minutos fuera de agenda —preguntó, dirigiéndose únicamente a Charlotte.
—Casi, señor Montalbán. Solo falta ajustar la iluminación para que sus rasgos no se pierdan en el escenario. Marco está trabajando en el balance de blancos —explicó ella, sintiendo la tensión que él irradiaba.
—Perfecto —respondió Alejandro, aunque su mirada se detuvo un instante más de lo necesario en el fotógrafo, analizando su sonrisa fácil y su cercanía con Charlotte—. Espero que el proceso no sea demasiado artístico y puedan terminar pronto.
—No se preocupe, señor —replicó Marco con una sonrisa amistosa, sin percibir el ligero matiz en el tono del candidato—. Prometo que saldrá impecable, incluso sin corbata. Se verá más relajado y menos amenazador.
Alejandro arqueó una ceja. El comentario de Marco no lo irritó tanto como la risa contenida de Charlotte ante él.
—Lo que quiere decir Marco —intervino Charlie, traduciendo con rapidez la situación para aliviar la tensión—, es que su imagen natural funciona mejor en este tipo de entornos más relajados. Es una estrategia de branding muy efectiva.
—Ajá —murmuró Alejandro, clavando su intensa mirada en ella—. ¿Y usted también opina que verme más natural me hace menos amenazador?
—Sí —contestó ella con una seguridad que no era falsa—. Absolutamente. A veces mostrarse más humano que político, y menos rígido que una tabla de cortar, genera empatía y atrae muchas más miradas.
Él asintió, aunque con cierta reticencia. Se notaba que la idea le molestaba profundamente, pero que aceptaba la lógica profesional.
—Bien. Solo espero que el mensaje no se pierda entre las luces, los colores de sus ideas y esta necesidad que tiene de humanizarme hasta el punto de la caricatura.
—No se preocupe, señor Montalbán —dijo ella, con una sonrisa ligera, que era mitad deferencia, mitad provocación—. Mis ideas solo iluminan lo que ya está ahí. Yo no invento la humanidad, solo la revelo.
Marco soltó una carcajada abierta, y Charlotte tuvo que morderse el labio para no hacer lo mismo. Alejandro, en cambio, giró sobre sus talones con un gesto seco, y la mandíbula tensa.
—Vamos a empezar antes de que sigan iluminando demasiado —declaró, y subió al escenario.
Horas después, el teatro estaba abarrotado, el ambiente cargado de expectación. La presentación, que incluía un discurso de apertura de un concejal local y una banda de música folclórica, comenzó sin contratiempos. Alejandro, a pesar de su renuencia, se desenvolvía bien en la camisa arremangada, hablando con un tono más conversacional.
Los minutos pasaban y el discurso avanzaba con una fluidez típica del candidato. Alejandro se movía por el escenario con aplomo, sus gestos medidos, su voz grave y firme proyectándose por todo el teatro. El público lo escuchaba con atención; aplaudía en los momentos justos, reía cuando correspondía, asentía con aprobación cuando él lanzaba alguna frase cargada de propósito.
Era el Alejandro Montalbán que todos esperaban ver: seguro, imponente, controlado.
Pero, desde el fondo del escenario, detrás del telón, había una situación que lo descolocaba.
Charlotte estaba de pie junto a la mesa de sonido, Marco estaba a su lado, inclinándose sobre la pantalla de su cámara para mostrarle las tomas que había capturado momentos antes. Ella sonreía, y con un gesto espontáneo, le tocó el hombro mientras reía de algo que él le comentó.
Fue un gesto mínimo, casi imperceptible, pero para Alejandro resultó… incómodo.
Por un segundo perdió el hilo de lo que estaba diciendo. Una ligera vacilación apenas perceptible en su tono, lo suficiente para que Giulia, desde la primera fila, levantara una ceja.
Recuperó el ritmo enseguida, pero ya no estaba completamente concentrado.
Entre frase y frase, entre una pausa y otra, su mirada se desviaba hacia la penumbra del costado del escenario, donde la silueta de Charlie se movía con naturalidad. Su cabello cobrizo, captando destellos de luz, parecía arder suavemente bajo los reflectores.
Intentó enfocarse.
“Concéntrate, Montalbán. No estás aquí para observar, estás para convencer”, se dijo internamente.
Pero el sonido de su risa volvió a colarse entre los aplausos y murmullos del público.
Y por primera vez en mucho tiempo, no supo cómo mantener su mente bajo control.
Cuando la presentación terminó, los aplausos llenaron el teatro. Alejandro sonrió —una sonrisa ensayada, pero que ahora tenía un matiz extraño— y saludó con la mano antes de bajar del escenario. Giulia se acercó enseguida con la agenda en la mano, hablando sobre los próximos eventos, pero él apenas la escuchaba. Su mirada ya había localizado a Charlotte entre bambalinas.
Ella lo recibió con su habitual eficiencia, una botella de agua en una mano y la chaqueta que él había dejado en el camerino en la otra.
—Excelente intervención, señor Montalbán —dijo con voz profesional, aunque sus ojos brillaban con orgullo genuino—. La parte final fue impecable, especialmente cuando citó a ese maestro rural. La gente se conmovió, ¿lo notó?
—Lo noté —respondió él en un tono más seco de lo que pretendía.
—Y además, las cámaras lo amaron. Marco ya tiene las fotos para prensa, salieron… —comenzó a decir ella, pero se detuvo cuando lo vio extender una mano para tomar la chaqueta.
—Muchas gracias, puedo llevarla yo mismo —dijo él, sin mirarla.
El gesto la tomó por sorpresa. Charlotte frunció el ceño apenas, sin entender del todo.
—No hay de qué...—respondió con calma, aunque su voz sonó un poco más baja, algo herida.
Charlotte permaneció quieta unos segundos, intentando leerle la expresión, pero él ya se había girado para responder algo a Giulia y revisar los documentos que uno de los asistentes le alcanzaba. Fue un movimiento simple, pero suficiente para dejarla de lado por completo.
Marco, que había presenciado la escena desde la distancia, se acercó despacio.
—¿Todo bien, Charlie? —preguntó, con un tono más cuidadoso que de costumbre.
Ella se obligó a sonreír.
—Sí, todo bien. —Guardó la botella en su bolso y cerró la carpeta que tenía en la mano—. Solo parece que el jefe no necesita ni agua ni ayuda hoy.
Marco soltó una risa leve.
—Debe ser el cansancio. O su forma peculiar de agradecer.
Charlotte también rió, pero el sonido sonó hueco.
Lo cierto era que no entendía qué había hecho mal. Había cumplido su tarea, había estado donde debía, había logrado que todo saliera impecable. Sin embargo, esa distancia repentina, ese tono gélido, la había descolocado.
Al otro lado del salón, Alejandro seguía dando indicaciones al equipo, pero su atención estaba dividida. Veía de reojo cómo Charlotte y Marco se marchaban juntos hacia la salida lateral del teatro, conversando en voz baja.
El músculo de su mandíbula volvió a tensarse.
Sabía perfectamente lo que sentía: algo parecido al fastidio, pero más hondo. No tenía nombre ni lógica.
No era apropiado. No era profesional.
Y, sin embargo, ahí estaba.
Cuando el teatro quedó casi vacío, Alejandro se detuvo frente al escenario iluminado por los últimos haces de luz que se colaban por los ventanales. Pasó una mano por su cuello, todavía notando el leve roce del perfume de Charlotte en la chaqueta.
Suspiró.
No le gustaban las distracciones, y ella se estaba convirtiendo exactamente en eso.