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Dueños Del Juego

Dueños Del Juego

Status: En proceso
Popularitas:665
Nilai: 5
nombre de autor: Joe Paz

En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.

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Capítulo 17: Nada es Casualidad

El fútbol no se detenía, y así como Vittoria cerraba un capítulo con la venta de Federico, otro se abría en París. La vida seguía en movimiento, y para algunos, los cambios llegaban como una oportunidad… o como un desafío.

Un Nuevo Comienzo

Federico Moretti siempre había sabido que su talento lo llevaría lejos. Pero ahora que estaba en París, vistiendo la camiseta del PSG, la sensación era distinta.

Había dejado atrás la comodidad de Vittoria, el club que lo vio crecer, su familia, sus amigos y, sobre todo, la vida que había construido en Italia. Ahora, se encontraba en una ciudad nueva, rodeado de jugadores que antes solo veía en televisión, con un contrato millonario sobre la mesa y la presión de demostrar que valía cada centavo que habían pagado por él.

Desde el momento en que aterrizó en París, todo fue un torbellino. La presentación oficial, las sesiones de fotos, las entrevistas… Todo giraba en torno a él. Era la nueva joya del equipo, el refuerzo estelar, la apuesta del PSG para dominar la liga y hacer historia en Europa.

Pero Federico no se engañaba.

Sabía que, en este mundo, nada era casualidad.

Si el PSG había decidido apostar por él, era porque esperaban resultados inmediatos. Y si no los daba, se lo harían saber de la peor manera posible.

El fútbol era así. No había tiempo para adaptaciones ni excusas.

Era ahora o nunca.

Federico Moretti no solo llevaba en su espalda el peso de su talento, sino también el de su apellido. Su conexión con los Moretti siempre había sido motivo de debate, porque aunque su padre, Riccardo Moretti, era hermano de Enzo y Alfonso, su vida siempre había seguido un camino distinto.

Riccardo nunca se involucró en los negocios familiares. A diferencia de sus hermanos, que encontraron su lugar en los hilos de poder y en las sombras, él se alejó de todo desde joven. En su juventud, decidió perseguir una vida más tranquila y estable, lejos de las guerras de influencia que dominaban la familia Moretti. Su refugio fue el fútbol, pero no desde el campo, sino desde los escritorios. Se convirtió en agente deportivo, con la idea de moverse en un mundo más limpio… aunque con el tiempo comprendió que, en realidad, todo estaba manchado.

Durante sus años en Rusia, donde trabajaba gestionando jóvenes promesas del fútbol europeo, conoció a Ekaterina Volkov, una mujer de carácter fuerte, mirada gélida y una belleza intimidante. Ekaterina provenía de una familia de empresarios con conexiones profundas en el mundo de la política y el comercio ruso. No era una mujer común, y Riccardo lo supo desde el momento en que la conoció. Se casaron poco después, y de esa unión nació Federico.

Desde pequeño, Federico creció entre dos mundos. Su madre le inculcó la disciplina y la mentalidad de hierro de los rusos, mientras que su padre intentó que tuviera una infancia normal, sin que el apellido Moretti dictara su destino. Pero eso era imposible.

Los Moretti eran más que un nombre. Eran una dinastía.

Aunque Riccardo se mantenía al margen, Federico nunca pudo escapar del peso de la sangre que corría por sus venas. Creció viendo cómo sus primos, Luca y Adriano, tomaban caminos distintos: uno construyendo su imperio en el fútbol, el otro perdido en el caos de la familia. Veía a su tío Enzo moverse con la elegancia de un empresario, pero con la ferocidad de alguien que jamás perdía. Y a su otro tío, Alfonso, al que pocos se atrevían a desafiar.

Federico siempre sintió que estaba en el medio.

Quería triunfar por su propio mérito, pero el mundo no le permitía olvidar quién era. Y ahora, en París, tenía que demostrar que su apellido no era lo que lo definía… sino su talento en la cancha.

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones para Federico. Se instaló en su nueva residencia, un moderno departamento en el corazón de París, con vistas privilegiadas a la ciudad. La soledad del lugar contrastaba con el bullicio de la capital francesa. Para distraerse, pasaba horas en videollamadas con su madre, Ekaterina Ivanova, y su abuelo materno, Viktor Ivanov.

—Mi hijo, ¿cómo te estás adaptando? —preguntó Ekaterina con su marcado acento ruso. Su cabello rubio y sus ojos celestes siempre le daban un aire elegante, pero su tono maternal lo reconfortaba.

—Todo bien, mamá. Solo es cuestión de acostumbrarse.

—No olvides tus clases particulares —le recordó su abuelo, Viktor, con su voz grave—. El fútbol es importante, pero la educación es lo que te hará realmente fuerte.

Federico asintió, aunque en el fondo le costaba concentrarse en otra cosa que no fuera el fútbol. Desde pequeño, su madre había insistido en que tomara clases de historia, literatura y francés, para asegurarse de que tuviera un futuro más allá del deporte.

—Lo sé, abuelo. No te preocupes.

Al día siguiente, llegó el momento de presentarse en las instalaciones del Paris Saint-Germain y conocer al cuerpo técnico y a sus compañeros. Cuando ingresó al centro de entrenamiento, fue recibido por el entrenador del equipo, Thierry Beaumont, un exjugador francés con una presencia imponente y una mirada afilada.

—Ah, voilà! El ragazzo italiano! —exclamó con un acento marcadamente francés, sonriendo con confianza—. Bienvenu à Paris, Federico.

Federico estrechó su mano con firmeza.

—Grazie, mister. Estoy feliz de estar aquí.

Thierry asintió con una sonrisa.

—Aquí trabajamos duro, pero también nos divertimos. Espero que estés listo para eso.

A su lado, el asistente técnico, Laurent Moreau, intervino con una actitud más meticulosa.

—Hemos analizado tu estilo de juego. Queremos potenciar tus habilidades y hacer que encajes en nuestro esquema lo antes posible.

Federico asintió, notando la diferencia en el tono de ambos entrenadores. Thierry era más expresivo, con ese carácter francés extrovertido, mientras que Laurent tenía una manera más metódica de hablar.

—Estoy listo para aprender, mister. Quiero ayudar al equipo.

Thierry rió, dándole una palmada en el hombro.

—Bien! Entonces, ve a cambiarte. Hoy conocerás a tus nouveaux coéquipiers, (nuevos compañeros) y veremos de qué estás hecho.

Federico tomó aire y sonrió. Estaba listo para empezar su nueva etapa en el PSG.

Federico era lateral por naturaleza, pero su velocidad y agilidad le permitían desempeñarse en varias posiciones. En su primer entrenamiento, Thierry Beaumont quiso verlo en distintos roles, probándolo tanto como carrilero, extremo y hasta interior. Federico se adaptaba rápido, algo que llamó la atención del cuerpo técnico.

Pero lo que más lo impactó fue cuando, en medio de los ejercicios, apareció en el campo de entrenamiento Aurélien Dupont, una leyenda viva del fútbol francés. Dos veces campeón del mundo, dos veces Balón de Oro, un mediocampista que había marcado una era en el fútbol mundial. Verlo de cerca hizo que el pulso de Federico se acelerara.

—Incroyable, ¿no? —murmuró a su lado Mathis Leroy, un joven delantero francés de la cantera—. Jugar con él es otra cosa.

Federico tragó saliva.

—Sí... lo vi muchas veces en televisión, pero estar aquí con él es surrealista.

Dupont se acercó a ellos con una sonrisa relajada. Su presencia imponía respeto, pero su actitud era bastante accesible.

—Alors, nous avons un petit Italien parmi nous? (Entonces, ¿tenemos un pequeño italiano entre nosotros?) —dijo con un tono casi divertido.

—Eh… sí, soy Federico. Un placer conocerlo, monsieur (Señor) Dupont.

—Nada de "monsieur", aquí todos somos compañeros. Pero dime, Federico, ¿eres rápido?

El italiano asintió sin dudar.

—Bastante.

—Perfecto. Vamos a probarlo.

El entrenador intervino.

—Bien, haremos un ejercicio de uno contra uno. Federico, quiero que intentes superar a Dupont en velocidad y regate. Dupont, ve con intensidad.

Federico sintió una ligera presión en el pecho. ¿Regatear a Aurélien Dupont? Era un reto de locos. Pero si estaba en París, era porque podía competir con los mejores.

Se posicionaron en el campo. Federico recibió el balón en la banda y, en cuanto le dieron la señal, arrancó con una velocidad impresionante. Fintó hacia la derecha, amagó con un regate en corto y cambió de ritmo, tratando de sorprender a la leyenda francesa. Pero Dupont, con su maestría, anticipó el movimiento y lo cerró con el cuerpo.

—Pas mal, petit. (No está mal, chico) Inténtalo otra vez.

Federico respiró hondo. Volvieron a intentarlo, y esta vez, en lugar de acelerar de inmediato, hizo una pausa, engañando a Dupont por un segundo. Fue suficiente. Con un giro rápido, logró desbordarlo por el costado y lanzar un centro preciso al área.

Thierry Beaumont silbó, impresionado.

—C’est bien, (es bueno) Federico! Eso es lo que quiero ver.

Dupont sonrió y se acercó, dándole una palmada en la espalda.

—Tienes talento, petit. Sigue así y harás algo grande aquí.

Federico sintió una mezcla de alivio y emoción. Sabía que aún tenía mucho por demostrar, pero esa pequeña victoria le dio confianza. Estaba en París, compitiendo con los mejores. Y no iba a desaprovechar la oportunidad.

Después del entrenamiento, Federico se quedó un rato más en el campo, practicando centros y movimientos con balón. Sabía que el nivel de exigencia era altísimo, y si quería destacar, tenía que dar algo extra. Mientras terminaba de recoger sus cosas, Mathis Leroy se le acercó con una botella de agua en la mano.

—No lo hiciste mal, italiano. No muchos pueden dejar atrás a Dupont en un mano a mano.

Federico se secó el sudor de la frente y sonrió con humildad.

—Bueno, tuve suerte.

—Aquí la suerte no juega, amigo. O eres bueno o te comen vivo. —Mathis bebió un poco de agua y miró hacia el vestuario—. Escucha, esta noche algunos de nosotros vamos a salir a cenar. Es una tradición para los nuevos. Deberías venir.

Federico dudó por un momento. Recién había llegado y todavía se estaba adaptando, pero también entendía que integrarse con sus compañeros fuera del campo era importante.

—Sí, suena bien. ¿Dónde nos vemos?

—En un restaurante en el centro. Te paso la dirección.

Mientras salía del campo, Federico revisó su teléfono. Tenía varios mensajes de su madre y su abuelo, preguntándole cómo había ido el primer día de entrenamiento. Decidió hacer una videollamada.

Su madre, Ekaterina Ivanova, apareció en pantalla con su cabello rubio recogido en un moño elegante. Al lado, su abuelo, Viktor Ivanov un hombre de facciones duras y mirada seria, lo observaba con atención.

—Federico, ¿cómo te fue hoy? —preguntó su madre en un italiano casi perfecto, aunque con un ligero acento ruso.

—Bien, mamá. Conocí a Dupont.

—¡Dupont! —su abuelo frunció el ceño, interesado—. Ese hombre fue un estratega excepcional en su tiempo. ¿Cómo te fue contra él?

Federico sonrió con orgullo.

—Al principio me cerró el paso, pero en el segundo intento logré superarlo.

Su abuelo asintió, satisfecho.

—Bien. Recuerda, el fútbol no es solo velocidad, es inteligencia. Observa siempre a tu rival antes de moverte.

—Lo sé, abuelo. Estoy trabajando en eso.

Su madre intervino con una sonrisa.

—Federico, ya que estás allí, asegúrate de enfocarte también en tus estudios. Sabes que ese fue el acuerdo.

—Sí, mamá. Lo tengo claro.

Charlaron un rato más antes de despedirse. Federico colgó la llamada y suspiró. Sabía que su madre siempre había sido estricta con la educación, pero no podía negar que en el fondo le preocupaba que el fútbol no fuera suficiente.

Más tarde, se reunió con Mathis y otros compañeros en un elegante restaurante en el centro de París. La cena fue animada, con conversaciones sobre fútbol, bromas y anécdotas de vestuario. Aunque el ambiente era relajado, Federico notó que algunos jugadores más veteranos mantenían cierta distancia. Era normal. Tenía que ganarse su lugar en el equipo.

De regreso en su residencia, se tumbó en la cama y revisó algunos videos de partidos antes de dormirse. Mañana sería otro día de entrenamiento y pruebas. Estaba en París, en un equipo de élite. Ahora dependía de él demostrar que pertenecía allí.

Mientras Federico se enfrentaba a los desafíos de su nueva vida en París, en Italia, la vida seguía su curso con la misma intensidad. En el club del Vittoria, las cosas habían cambiado para Leonardo Moretti. Pasar de ser un recogepelotas a ocupar el puesto de director asistente era un salto enorme, uno que lo obligaba a madurar rápidamente.

Leo había demostrado un talento innato para la gestión y la estrategia dentro del club. Su conocimiento del fútbol no se limitaba a lo técnico, sino que entendía la dinámica del vestuario, la relación entre los jugadores y la presión de la directiva. Aunque su apellido pesaba, él quería ganarse su lugar por mérito propio.

Uno de los aspectos más interesantes de su nueva posición era la interacción con los jugadores del equipo femenino, un grupo que estaba en plena transformación. Y entre ellas, había una que destacaba por encima de todas: Camila Ferretti, la delantera estrella del equipo. Su talento goleador la había convertido en una de las jugadoras más importantes del campeonato, pero no era solo su habilidad en la cancha lo que llamaba la atención de Leo.

Desde el primer momento, hubo una química especial entre ellos. Camila era una mujer de carácter fuerte, ambiciosa y con una seguridad en sí misma que la hacía brillar tanto dentro como fuera del campo. A diferencia de muchas personas que veían a Leo como "el hijo de Alessandro Moretti", ella lo trataba con naturalidad, sin el peso del apellido.

Una tarde, después de un entrenamiento intenso, Leo se quedó observando desde la banda mientras Camila practicaba tiros a puerta. Ella notó su mirada y, con una sonrisa desafiante, se acercó.

— ¿Qué pasa, Moretti? ¿Vienes a evaluar mi rendimiento o solo a admirar mi juego? —preguntó con tono divertido, limpiándose el sudor de la frente.

Leo sonrió de lado y cruzó los brazos.

— Un poco de ambas. Eres buena, lo sabes. Pero podrías mejorar tu definición en los mano a mano.

Camila levantó una ceja, divertida.

— ¿Ah, sí? ¿Y tú qué sabes de definir goles?

— No mucho, pero sí sé ver los errores de los demás —dijo con tono burlón.

Ella rió y luego tomó el balón, lo colocó frente a Leo y le hizo un gesto.

— A ver, genio. Muéstrame cómo se hace.

Leo negó con la cabeza, riendo.

— No caigo en provocaciones tan fáciles.

— Cobarde —replicó ella, divertida.

La tensión entre ellos era palpable, y no era solo en el campo. Fuera del club, las cosas entre ellos se habían vuelto más personales. No era raro verlos cenando juntos o pasando tiempo después de los entrenamientos. Lo que comenzó como una relación de trabajo se había transformado en algo más complicado, algo que ambos sabían que podían manejar… o al menos eso creían.

Pero en un club como el AS Vittoria donde todo se miraba con lupa, una relación entre el director asistente y la estrella del equipo femenino no pasaría desapercibida por mucho tiempo. Y Leo tendría que decidir hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

Esa tarde, después de un entrenamiento agotador, Camila Ferretti salió de las instalaciones del AS Vittoria con la cabeza llena de pensamientos. Había tenido una sesión intensa, afinando su definición y trabajando en su velocidad. Pero en el fondo, lo que realmente la tenía distraída no era el fútbol, sino su relación con Leonardo Moretti.

No era ningún secreto que había algo entre ellos. Quizá no habían sido demasiado evidentes, pero en un equipo, donde todas pasaban tanto tiempo juntas, los detalles no pasaban desapercibidos. Y si alguien tenía el carácter para decirle las cosas de frente, era Valentina Romano, la capitana del equipo.

Cuando Camila cruzó el estacionamiento, vio a Valentina apoyada contra su coche, con los brazos cruzados y una expresión seria en el rostro.

— ¿Tienes un minuto? —preguntó la capitana con voz firme.

Camila levantó una ceja, deteniéndose a unos pasos.

— Claro. ¿Pasa algo?

Valentina se tomó un momento antes de hablar. Sus ojos, afilados y directos, dejaban claro que no estaba allí para una charla trivial.

— Voy a ir al grano, Ferretti. ¿Qué pasa entre tú y Moretti?

Camila parpadeó, sin cambiar su expresión, pero dentro de ella sintió cómo su corazón latía un poco más rápido.

— ¿Y si te digo que no pasa nada? —respondió con calma.

— Te diría que no me mientas. No soy idiota. —Valentina entrecerró los ojos. — Se han vuelto demasiado cercanos, y todo el equipo lo nota.

Camila suspiró y apoyó una mano en la cadera.

— No veo cómo eso es un problema.

— ¿En serio? —Valentina soltó una risa irónica. — Estamos peleando por el campeonato, todo el mundo tiene los ojos puestos en nosotras, y tú decides empezar algo con el sobrino del presidente.

— No "decidí" nada, simplemente pasó.

— Eso es peor. —La capitana dio un paso adelante, bajando un poco la voz. — No quiero que malinterpretes esto, pero... estas cosas pueden traer problemas. ¿Sabes lo que dirán si la delantera estrella del equipo está enredada con alguien de la directiva? ¿Sabes el tipo de rumores que pueden surgir?

Camila apretó la mandíbula.

— No estoy aquí por favores, Romano. Todo lo que tengo me lo gané en la cancha.

— Lo sé. Yo no dudo de ti. —La expresión de Valentina se suavizó por un segundo, pero enseguida recuperó su tono severo. — Pero los demás sí. Y si algún día te dan un contrato mejor, más minutos, o cualquier cosa que parezca un beneficio... todos pensarán que es por Moretti.

Camila sintió una punzada en el estómago.

— No es así. Leo no tiene ese tipo de poder aquí.

— Quizás no ahora, pero el apellido Moretti pesa. —Valentina la miró fijamente. — Y si las cosas terminan mal, ¿qué? ¿Qué pasa si el club empieza a cambiar contigo? ¿Qué pasa si alguien en la directiva cree que esta relación es un problema?

Camila desvió la mirada por un momento. No era que no hubiera pensado en ello, pero escuchar a Valentina decirlo en voz alta lo hacía más real.

— Si me quieren juzgar por eso, es su problema. Yo sigo enfocada en jugar.

Valentina dejó escapar un suspiro.

— Solo quiero que pienses en lo que puede venir. —Se cruzó de brazos. — Si realmente quieres esto, prepárate para las consecuencias. Porque si se convierte en un problema, no solo te afectará a ti. Afectará a todo el equipo.

Camila no respondió de inmediato. Sus pensamientos estaban enredados entre la rabia y la realidad de lo que Valentina le estaba diciendo. Finalmente, levantó la barbilla con determinación.

— Gracias por el consejo, capitana. Pero mi vida personal es mía.

Valentina la miró por un segundo más y asintió lentamente.

— Espero que tengas razón.

Sin decir más, se apartó del coche y se alejó hacia la salida del estacionamiento, dejando a Camila con una sensación incómoda en el pecho.

Por primera vez, se preguntó si realmente estaba lista para lo que se avecinaba.

Leo salió de la junta con la cabeza aún dándole vueltas a los temas del club. Había pasado todo el día entre reuniones y gestiones, pero ahora la noche le ofrecía una pausa, un respiro de la rutina… o al menos eso era lo que se suponía.

El mensaje le había llegado hace una hora: "Deja de hacerte el ocupado, Moretti. Ven a recordar lo que es divertirse."

Lo pensó un momento antes de decidir ir. No porque realmente quisiera, sino porque sabía que, en algún punto, si quería demostrar que había cambiado, tenía que enfrentar todo lo que había sido antes.

El lugar era una mansión en las afueras de la ciudad, una de esas casas gigantescas que solo alguien con demasiado dinero y muy pocas responsabilidades podía permitirse. Cuando llegó, la escena era exactamente lo que esperaba: luces bajas, música electrónica retumbando, botellas de licor caras por todas partes, y el aroma inconfundible de cigarrillos y algo más fuerte en el aire.

— ¡Moretti! —la voz exageradamente animada de Andrea Visconti, uno de sus antiguos amigos de la universidad, lo recibió en cuanto cruzó la puerta. Andrea, con su camisa desabrochada hasta el pecho y una copa en la mano, se acercó con una sonrisa burlona—. Mira quién decidió recordar que tiene amigos.

Leo forzó una sonrisa.

— No exageres. No me fui a la guerra, solo he estado ocupado.

— ¿Ocupado? —se metió en la conversación Luca Martini, otro de la vieja pandilla, con su habitual tono sarcástico—. Lo dices como si estuvieras salvando el mundo. ¿O acaso te crees más importante ahora que trabajas con tu tío?

Leo sintió la punzada de provocación en el comentario, pero lo dejó pasar.

— No es cuestión de importancia, simplemente tengo responsabilidades.

Andrea soltó una carcajada.

— Responsabilidades… escúchenlo. Antes eras el que iniciaba las fiestas, y ahora nos vienes con discursos de adulto serio.

— Todos crecemos.

— Algunos más rápido que otros —intervino Nico De Angelis, apoyado en un sofá con una copa en la mano y una línea de cocaína a medio preparar sobre la mesa—. Pero no estamos aquí para hablar de trabajo, ¿o sí?

Leo miró la escena con cierta incomodidad. Había vivido muchas noches como esa, pero ahora todo se sentía… distinto.

Andrea le pasó un vaso.

— Relájate, Moretti. ¿O es que la gente del club te lavó el cerebro?

Leo tomó el vaso, pero no bebió de inmediato.

— No es eso. Solo que ya no me interesa lo mismo de antes.

Un silencio cargado se formó entre ellos. No era la respuesta que esperaban.

— Entonces, ¿qué? ¿Ahora te crees mejor que nosotros? —Luca lo miró con una sonrisa cínica—. ¿O acaso es por la futbolista?

Leo sintió cómo la mención de Camila lo tensaba, pero no dejó que lo notaran.

— No tiene nada que ver con nadie. Simplemente me cansé.

Andrea chasqueó la lengua.

— Te cansaste… Entonces, ¿para qué viniste? Si vas a estar aquí con cara de funeral, mejor vete.

Leo miró a su alrededor. Vio la fiesta que había disfrutado tantas veces, pero ahora le parecía vacía. Gente riéndose por cosas sin sentido, buscando el placer fácil, desperdiciando el tiempo en excesos. Antes, eso había sido su vida, pero ahora… ahora tenía otra dirección.

Dejó el vaso en una mesa sin probarlo.

— Tienes razón, no debería haber venido.

Se giró sin esperar respuesta y salió de la casa. Detrás de él, escuchó risas burlonas y algunos comentarios entre dientes, pero no se detuvo.

Mientras se alejaba, respiró hondo.

Tal vez esa noche no había probado que había cambiado para los demás, pero sí lo había hecho para sí mismo.

Leo llegó a la mansión con el ceño fruncido, aún con la tensión en los hombros después de haber dejado aquella fiesta. Estaba frustrado, aunque no solo por lo que había ocurrido con sus antiguos amigos, sino porque en el fondo, algo dentro de él seguía sintiendo la necesidad de demostrarles que ya no era el mismo. Que había cambiado. Que no era solo el "Moretti problemático" que todos conocían.

Apenas cruzó la puerta principal, vio a su madre, Cecilia Moretti, sentada en uno de los sofás de la sala con una copa de vino en la mano. Llevaba un vestido de seda azul que contrastaba con su cabello castaño oscuro, perfectamente arreglado como siempre. Sus ojos afilados lo escudriñaron en cuanto lo vio entrar.

— ¿Dónde estabas?

Leo soltó un suspiro mientras se aflojaba el cuello de la camisa.

— Con unos viejos conocidos.

Cecilia arqueó una ceja.

— "Viejos conocidos" suena como una forma elegante de decir "malas influencias".

Leo dejó caer su cuerpo sobre un sillón frente a ella.

— No te preocupes, no bebí, no hice estupideces. Me fui antes de que las cosas se pusieran… como solían ponerse.

Su madre tomó un sorbo de vino, analizándolo con la mirada.

— Has cambiado.

— Eso intento.

Ella esbozó una pequeña sonrisa, como si aprobara su respuesta, pero no dijo nada más. Leo sabía que su madre no era de esas que llenaban de elogios a sus hijos. Cuando Cecilia Moretti aprobaba algo, lo hacía en silencio.

Justo en ese momento, el sonido de su teléfono vibrando sobre la mesa llamó su atención. Extendió la mano y lo tomó, viendo el nombre en la pantalla.

Francesca Pellegrini.

Por un segundo, se quedó inmóvil. Hacía meses que no hablaban. No desde su última discusión, no desde que él le había dicho que no podían seguir así. Y, sin embargo, ahí estaba su nombre, brillando en la pantalla como si fuera un recordatorio de algo que no estaba del todo resuelto.

Cecilia notó su reacción.

— ¿Quién es?

Leo se mojó los labios y deslizó el dedo por la pantalla para abrir el mensaje.

"¿Estás en Milán? No he dejado de pensar en ti."

Sintió un nudo en el estómago.

— Nadie.

Cecilia dejó escapar una leve risa nasal.

— No me mientas, Leonardo.

Él suspiró, sin apartar la mirada del mensaje.

— Francesca.

Cecilia chasqueó la lengua y dejó su copa sobre la mesa de mármol.

— Sabía que en algún momento volvería a aparecer.

Leo deslizó los dedos por su mandíbula.

— No sé si quiero contestarle.

— ¿Y qué quieres hacer?

Eso era lo complicado. Francesca Pellegrini había sido su novia durante tres años, y si algo había sido esa relación, era intensa. Ella era una supermodelo reconocida en toda Italia y más allá. Su rostro estaba en portadas de revistas, su cuerpo en pasarelas de lujo, sus redes sociales llenas de fotos con otros hombres—actores, diseñadores, empresarios—y eso… eso lo había carcomido.

Leo era celoso. Demasiado. No lo podía evitar. Y Francesca no ayudaba en nada.

A ella no le molestaba el estilo de vida que llevaba. Era completamente segura de sí misma y no tenía problemas con la atención que recibía. Para Francesca, posar semidesnuda para una campaña de moda, cenar con fotógrafos excéntricos o compartir eventos con magnates de la industria era simplemente parte del trabajo. Pero para Leo… era una tortura.

Habían peleado muchas veces por eso.

"¿Crees que disfruto cuando esos tipos te miran como si fueras un trofeo?"

"Es mi trabajo, Leo. No voy a dejarlo solo porque tienes inseguridades."

"No son inseguridades, Francesca. Es cuestión de respeto."

"Respeto sería que confíes en mí."

Y así, una y otra vez. Hasta que un día, él simplemente no pudo más.

Pero ahora, ella volvía. Y Leo sabía que Francesca no daba pasos en falso. Si le había escrito, era porque algo quería.

Dejó el teléfono sobre la mesa y se pasó una mano por el rostro.

— No sé si contestarle.

Cecilia, que lo había estado observando en silencio, se cruzó de piernas.

— ¿Realmente quieres volver a meterte en esa historia?

Leo no respondió de inmediato.

En el fondo, sabía que no debía hacerlo. Que había cerrado esa puerta por una razón. Que su vida estaba tomando un rumbo diferente y que Francesca representaba todo aquello de lo que estaba tratando de alejarse.

Pero entonces, el teléfono vibró de nuevo. Otro mensaje.

"¿Me contestarás o tengo que ir a buscarte?"

Y Leo, conociéndola como la conocía, supo que lo decía en serio.

Leo tomó el teléfono y suspiró antes de escribir.

"Hola, tengo mucho trabajo. Hablamos después."

No quería abrir esa puerta, no todavía. Francesca siempre sabía cómo arrastrarlo de vuelta a su mundo, y él no estaba seguro de si tenía la fuerza suficiente para resistirse si ella insistía demasiado.

Se levantó del sillón y se despidió de su madre con un beso en la mejilla.

— Descansa, mamá.

— No hagas estupideces, Leonardo.

Él sonrió de lado.

— No prometo nada.

Cecilia negó con la cabeza con una mezcla de diversión y resignación mientras lo veía subir las escaleras.

En el camino a su habitación, Leo saludó con un gesto a algunos de los sirvientes que aún estaban en la casa. Ya era tarde, pero en la mansión Moretti siempre había movimiento. Finalmente, cerró la puerta de su habitación y dejó escapar un suspiro.

Se dejó caer en la cama, pasó una mano por su rostro y dejó el teléfono a un lado. Pero justo cuando estaba por relajarse, el dispositivo comenzó a sonar de nuevo.

No era Francesca.

Era Camila.

Por un instante, se quedó observando el nombre en la pantalla. La diferencia entre ambas mujeres no podía ser más grande. Francesca era un torbellino de caos, una vida de lujos y desenfreno. Camila, en cambio, era más enfocada, más real. Quizás eso era lo que lo atraía tanto de ella.

Contestó.

— ¿Aún despierta, goleadora?

La risa suave de Camila sonó al otro lado de la línea.

— Mira quién habla.

— Yo tengo excusa, llevo horas en reuniones.

— Sí, claro, Moretti, el empresario ocupado.

Leo sonrió.

— ¿Y tú? No me digas que sigues analizando tu desempeño del entrenamiento.

— Un poco. Pero también tenía ganas de hablar contigo.

Leo se acomodó en la cama, apoyando un brazo detrás de su cabeza.

— ¿Extrañándome, Ferretti?

— No te emociones.

— Tarde.

Camila rió otra vez, y la conversación fluyó con la misma facilidad de siempre. Hablaban de cualquier cosa y de todo al mismo tiempo. De fútbol, del equipo, de los entrenamientos, de cosas sin importancia.

Leo se daba cuenta de que, con ella, no necesitaba demostrar nada. No tenía que fingir que era alguien más. No había egos, no había poses. Y eso, de alguna manera, lo hacía sentir tranquilo.

Hablaron durante horas sin darse cuenta. En algún momento, Camila mencionó algo sobre que tenía que dormir, pero ambos seguían en línea, sin colgar.

— ¿Sabes qué es lo peor? —dijo Leo con voz más relajada, casi en un susurro.

— ¿Qué?

— Que mañana vamos a estar muertos de sueño por quedarnos hablando toda la noche.

Camila sonrió.

— Vale la pena.

Leo cerró los ojos, disfrutando ese momento. Sin la presión del club, sin los rumores, sin el peso del apellido. Solo ellos dos, compartiendo una conversación que ninguno de los dos quería terminar.

El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Carter llegó temprano al club. La tranquilidad de la mañana le permitía revisar algunos pendientes antes de que todo el equipo estuviera en movimiento. Con una taza de café en mano, caminaba por los pasillos de la sede cuando vio una figura familiar acercarse.

Era Carolina Mendes, la entrenadora del equipo femenino.

Su porte siempre era firme, su expresión, seria. A pesar de ser respetada por su capacidad técnica y liderazgo, rara vez pedía reuniones fuera del protocolo habitual. Por eso, cuando se detuvo frente a él con ese semblante tan determinado, Carter entendió que algo importante la traía hasta ahí.

— Entrenadora Mendes, qué sorpresa verla tan temprano —dijo Carter, esbozando una sonrisa cordial—. ¿A qué debo el placer?

Carolina cruzó los brazos y fue directo al punto.

— Necesito hablar de Leonardo Moretti.

Carter arqueó una ceja.

— ¿Qué pasa con Leo?

— Quiero que lo mantenga alejado de mis jugadoras, en especial de Camila Ferretti.

Carter se enderezó, procesando sus palabras. No le sorprendía del todo que alguien trajera ese tema a la mesa, pero sí que fuera Carolina quien lo hiciera de forma tan directa.

— ¿Puedo preguntar por qué? —inquirió con calma.

— Porque no quiero que nada de esto se salga de control —respondió ella con seriedad.

No me malinterprete, sé que Leonardo ha estado haciendo un buen trabajo en su nuevo rol, pero su cercanía con Ferretti me preocupa. No quiero que haya confusión, ni entre ellas ni entre el equipo. Aquí no hay trato especial para nadie, y quiero que mis jugadoras sientan que están donde están por su talento, no por favores o relaciones personales.

Carter asintió despacio. Lo entendía. La dinámica entre un miembro del cuerpo directivo y una jugadora clave podía ser peligrosa si no se manejaba con cuidado.

— Tiene un punto válido, pero si este es un tema que afecta al equipo femenino, ¿por qué no hablarlo directamente con Luca? —preguntó, evaluando su reacción.

Carolina soltó un suspiro, como si la idea ya hubiera pasado por su cabeza y la hubiera descartado.

— Porque Luca es su tío y, además de ser el presidente, es familia. No quiero que esto se vuelva un problema personal.

Carter entrecerró los ojos, reflexionando.

— Y me está diciendo esto a mí porque…

— Porque usted es el jefe directo de Leonardo en el club. Y porque confío en que usted puede manejarlo de forma imparcial.

El director deportivo tomó un sorbo de café, dándose un momento para pensar. Mendes tenía razón en muchos puntos. La línea entre lo profesional y lo personal era delgada, y si no se controlaba, podría traer problemas no solo para Camila, sino para todo el equipo.

Tras un instante, Carter habló.

— Lo entiendo. Haré lo necesario para asegurarme de que la situación no afecte al equipo ni a la percepción del club.

Carolina lo miró por unos segundos y luego asintió.

— Eso es todo lo que pido.

Sin agregar más, la entrenadora se dio la vuelta y salió del edificio con la misma determinación con la que había llegado.

Carter se quedó observándola mientras se iba, suspirando para sí mismo.

Horas más tarde, Leo Moretti finalmente llegó al club. Iba tarde, con un aire de agotamiento encima, los ojos levemente enrojecidos y el paso más lento de lo habitual. No era difícil notar que había trasnochado.

Mientras caminaba por los pasillos, varios empleados y jugadoras del equipo femenino lo miraban de reojo. Los rumores sobre su cercanía con Camila Ferretti ya circulaban en el club, y ahora, con la presión de Carolina Mendes, la entrenadora, las cosas parecían haberse complicado aún más.

Minutos antes, Camila había llegado al club, solo para encontrarse con un panorama poco favorable. La estaban moviendo de un lado a otro, exigiéndole más de lo normal en los ejercicios, y luego, sin más explicaciones, le notificaron que no sería titular en el próximo partido.

Un castigo disfrazado de decisión técnica.

Cuando Leo finalmente entró a la oficina administrativa, Daniel Carter ya lo estaba esperando.

— Moretti, ven conmigo.

Leo frunció el ceño. No necesitó preguntar de qué se trataba.

En la oficina de Carter

El director deportivo se sentó detrás de su escritorio, con los brazos cruzados. Leo, aún con algo de cansancio reflejado en su rostro, tomó asiento frente a él.

— Voy a ir directo al punto, Leo. Carolina Mendes vino temprano a hablar conmigo. Está preocupada por la relación que tienes con Camila.

Leo exhaló, reclinándose en la silla.

— ¿Preocupada en qué sentido?

Carter apoyó los codos sobre el escritorio.

— Dice que no quiere que haya privilegios en su equipo. No quiere que las jugadoras piensen que alguien recibe un trato especial por estar involucrada con un Moretti.

Leo negó con la cabeza.

— Eso no es lo que está pasando. Camila y yo—

Carter levantó una mano, interrumpiéndolo.

— No me interesa si es serio, si es un simple coqueteo o lo que sea. Lo que me interesa es que la entrenadora del equipo femenino cree que esto puede afectar la dinámica del vestuario. Y créeme, lo último que necesitamos es un conflicto interno.

Leo guardó silencio por unos segundos.

— ¿Esto lo sabe Luca?

— No. Carolina no quiso involucrarlo. Prefirió venir a mí, porque soy tu jefe directo aquí.

Leo suspiró, pasándose una mano por la cara.

— ¿Y qué se supone que haga?

— Eso es algo que tendrás que decidir.

El silencio se instaló por un momento en la oficina. Leo no estaba sorprendido, pero tampoco le agradaba la situación. Carter se levantó de su asiento y caminó hacia la puerta, dándole un par de palmadas en el hombro antes de hablar.

— Solo piénsalo, Moretti. No pongas en riesgo lo que estás construyendo aquí.

Leo asintió, sin decir nada más. Salió de la oficina con la cabeza llena de pensamientos. Tenía claro que esto no iba a ser fácil.

París, Francia — Inicio de Pretemporada

El calor suave de la mañana parisina rozaba el césped impecable del estadio donde el PSG recibiría a su primer rival de pretemporada. Para muchos, era un partido más. Para Federico Moretti, era el comienzo de una nueva vida. Su primer partido con el equipo, el momento de demostrar que no estaba allí solo por su apellido o por el precio que pagaron por él, sino por su talento.

En el túnel, Federico ajustaba sus vendas mientras respiraba profundo. El estadio no estaba lleno, pero había suficiente presencia de prensa, cuerpo técnico, aficionados y ojeadores como para sentir la presión.

— ¿Listo para tu primer tango en París? —dijo Thierry Beaumont, el entrenador, con su inconfundible acento francés, mientras revisaba su pizarra táctica.

— Lo estoy, mister. Aunque no sé si allá lo llamarían tango —respondió Federico con una media sonrisa.

Beaumont sonrió también.

— Aquí no bailamos tango, Moretti. Aquí bailamos rápido. Hoy vas de carrilero derecho. Quiero que ataques con decisión, pero si te olvidas de defender, te saco antes del descanso. ¿Entendu?

— Entendu.

En el pasillo, antes de saltar al campo, Aurélien Dupont se acercó. Camiseta ajustada, el porte de un campeón, y esa seguridad de quien ya ha visto todo. Dos veces Balón de Oro, ídolo nacional, y dueño del mediocampo.

— Eh, petit Italien —dijo con una sonrisa ladeada—. Hoy es tu prueba. ¿Estás listo para correr al ritmo de París?

Federico lo miró de frente, sin bajar la mirada.

— No vine a correr. Vine a jugar.

Dupont soltó una pequeña risa y le dio un leve golpe en el pecho con la palma.

— Bien. Entonces juega.

Primer Tiempo

El árbitro silbó y el balón comenzó a rodar. Desde el primer minuto, el ritmo fue alto. Federico no tuvo tiempo para adaptarse: tenía que actuar, pensar rápido, moverse mejor.

Beaumont lo quería por fuera, ganando metros con su velocidad. Y eso hizo. En su primer contacto con el balón, dejó atrás a su marcador con un regate corto, y lanzó un centro preciso que no terminó en gol, pero arrancó el primer aplauso de la tribuna.

Cada vez que recibía el balón, se sentía más cómodo. Y poco a poco, sus compañeros comenzaron a confiar en él. Incluso Dupont, que lo había estado observando de cerca, comenzó a buscarlo en los cambios de juego.

Minuto 34. Federico recuperó un balón en su campo, lo condujo hasta tres cuartos, se apoyó con el lateral interior y luego volvió a recibir en carrera. Frente al área, recortó hacia el centro, amagó un disparo, y filtró el balón entre dos defensores. El pase dejó solo al delantero…

Gol.

Todo el equipo corrió hacia el anotador, pero Dupont fue directo hacia él.

— Pas mal, Moretti. On va bien s’entendre, toi et moi. (Nada mal. Tú y yo nos vamos a llevar bien.)

Federico apenas podía creerlo. En su primer partido, asistiendo, brillando, ganándose el respeto. No solo de los hinchas, ni del entrenador. Sino de Aurélien Dupont.

Y eso, para un debut, ya era más de lo que podía haber imaginado.

Por otra parte, en Milán, después de revisar un par de informes con Silvia, Luca decidió que antes de sumergirse en la reunión con Isabella necesitaba recargar energías de una fuente más íntima. No había pasado por casa en todo el día, y aunque trataba de equilibrarlo todo, las horas parecían siempre ir en su contra.

Subió a su coche, se soltó un poco el cuello de la camisa y puso rumbo a casa. El tráfico en Vittoria no era tan infernal como en otras ciudades, pero aun así, el trayecto le dio tiempo de pensar.

Al llegar, cruzó el portón de la residencia y se encontró con la silueta de Freja, la madre de Astrid, caminando por el jardín con Viggo en brazos. El niño reía con una felicidad desbordante, ajeno a todo lo que su apellido arrastraba.

Freja alzó la mirada y lo saludó con una sonrisa amable.

—Justo a tiempo —dijo en su acento marcado—. Está despierto y con ganas de ver a su padre.

Luca se acercó de inmediato y alzó a su hijo con cuidado, como si fuera lo más frágil del mundo.

—Ciao, piccolo —susurró—. ¿Me has extrañado hoy?

Astrid apareció en la puerta con el cabello suelto y una blusa ligera, cansada pero luminosa.

—Pensé que ibas a pasar directo al club otra vez —dijo con un tono suave.

—No podía —respondió él mientras dejaba un beso en la frente de su hijo—. Necesitaba esto… antes de enfrentar a Isabella.

Astrid sonrió.

—¿Presupuesto otra vez?

—Presión, inversión, discusiones... lo mismo de siempre.

—Entonces aprovecha estos minutos —dijo, tomando a Viggo y guiándolo hacia el interior—. Aquí solo hablamos de biberones y pañales.

Luca la siguió. Caminaban juntos, y aunque el caos del mundo siempre parecía amenazar con arrastrarlos, en esa casa, en ese instante, todo se sentía en equilibrio.

Pero justo cuando iba a sentarse junto a Astrid, su teléfono volvió a sonar. El nombre de Isabella parpadeaba en la pantalla. Luca se pasó una mano por el rostro y contestó.

—Ya voy en camino —dijo con voz seca.

—Luca, tenemos que cerrar este tema hoy. El nuevo presupuesto operativo, el reajuste de los contratos de patrocinio y el gasto en formación. No hay margen para más demoras.

—Dame media hora —respondió, bajando el tono—. Estoy en casa.

—Quince minutos —replicó Isabella con frialdad—. Y trae la documentación.

Luca colgó. Astrid lo miraba, sabiendo que ese gesto suyo de cerrar la mandíbula significaba tensión.

—¿Todo bien?

—Sí. Lo de siempre. Pero esto —dijo señalando a ella y a Viggo— es lo que me recuerda por qué vale la pena soportarlo todo.

Ella no dijo nada, solo le acercó una taza de café.

—Tómate dos minutos. Después… conquista el mundo.

Luca sonrió. Ella sabía exactamente lo que decir. Y eso, más que el poder, más que los títulos, era su verdadera fortaleza.

Ahora sí, era momento de ir a ver a Isabella. Porque en el club, los números no esperaban.

Mientras Luca volvía al club con la mente ya puesta en los números y las tensiones que le esperaban con Isabella, a unos cuantos metros de distancia, en las afueras del centro deportivo del AS Vittoria, Leo Moretti estaba apoyado contra una de las columnas de la entrada lateral, mirando con atención hacia los vestuarios del equipo femenino.

Había estado allí casi media hora, esperándola. Sabía que Camila Ferretti había tenido un entrenamiento especialmente duro, y no era casualidad. Desde la conversación con Daniel Carter, Leo sabía que Carolina Mendes estaba marcando límites con más dureza de lo habitual. Y Camila lo estaba pagando.

Cuando finalmente la vio salir, no le gustó nada lo que vio en su rostro: su mandíbula estaba tensa, los ojos serios, el cuerpo rígido. Ni siquiera lo miró.

Pasó de largo.

—Camila —la llamó, sin moverse.

Ella no respondió.

—Camila —repitió, ahora empezando a caminar tras ella.

—No ahora, Leo —dijo sin girarse, apretando el paso.

Él no se detuvo.

—No me vas a ignorar como si no supiera lo que está pasando.

Camila frenó de golpe, girándose con brusquedad.

—¿Ah, sí? ¿Y qué crees que está pasando? ¿Que me exprimen como a una novata y me sacan del once titular por mi rendimiento?

Leo bajó la mirada un instante, respirando hondo.

—Sé que esto tiene que ver conmigo. Con… nosotros.

Camila se cruzó de brazos, todavía jadeando levemente del esfuerzo físico.

—Lo peor es que ni siquiera somos un "nosotros" oficial, y ya me está costando caro.

Leo la miró con seriedad.

—Carolina fue clara con Carter. No quiere confusiones. No quiere que las jugadoras piensen que hay trato especial para nadie.

—¿Y crees que yo pedí algo especial? ¿Crees que me gustaría que siquiera se sugiera eso? —dijo con un tono contenido, dolido más que enfadado—. Yo me rompo por este club, Leo. Nadie me ha regalado nada.

—Lo sé —respondió él con firmeza, acercándose un poco más—. Si alguien lo sabe, soy yo.

Camila lo miró con los ojos brillando de frustración.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos alejamos? ¿Fingimos que no pasa nada? Porque si esto sigue así, yo voy a pagar el precio, no tú.

Leo sintió la punzada en el pecho. Lo sabía. Y lo odiaba.

—No voy a dejar que esto te perjudique —dijo en voz baja—. Voy a hablar con Carter, con Carolina si hace falta. No tienen derecho a...

—No —lo interrumpió ella—. No necesito que me defiendas. No soy una víctima, Leo. Solo quiero que entiendas que, si algo va a pasar entre nosotros, tiene que ser en serio. No a medias. No escondido.

Leo asintió lentamente.

—Entonces dame tiempo para arreglarlo.

Camila lo miró durante unos segundos. Bajó un poco la mirada, tragó saliva, y finalmente asintió.

—Nos vemos después —dijo sin más, y se giró para marcharse.

Leo se quedó allí, solo, mirando cómo se alejaba. No había pelea ni ruptura, pero sí una advertencia silenciosa: esto no podía seguir así por mucho tiempo.

Y él lo sabía.

Leo vio salir a Camila con la cara tensa, el paso duro y el gesto seco que ya lo decía todo. No hubo palabras, ni una mirada. Ella pasó de largo, como si él no estuviera ahí, como si necesitara espacio para no explotar.

Y eso bastó.

Leo sintió cómo la sangre le hervía, y la rabia le subió tan rápido que no alcanzó a pensar dos veces. Dio media vuelta, entró de nuevo al edificio del club con pasos violentos, directo a buscar a la persona que sabía que estaba detrás de todo: Carolina Mendes.

Su mandíbula estaba tensa, los ojos inyectados, el pecho inflado por una mezcla de orgullo y furia. Subió las escaleras casi sin mirar a nadie y empujó la puerta del despacho sin anunciarse.

—¿¡Qué carajo estás haciendo con Camila!? —soltó apenas cruzó el umbral.

Carolina, que estaba revisando una tabla de cargas físicas en su portátil, levantó la mirada con calma.

—Leo, si no bajas el tono, vas a tener que salir igual como entraste.

—¡La estás usando como ejemplo! ¡La exprimes en los entrenamientos y ahora la dejas fuera del once titular! No te da vergüenza...

Carolina cerró el portátil lentamente y se puso de pie.

—Estoy haciendo mi trabajo. ¿Te suena? Lo que no pienso hacer es convertir al equipo femenino en el centro de tu telenovela con Camila Ferretti.

—¡Esto no es una jodida telenovela! —replicó Leo, dando un paso al frente—. Esto es una injusticia. Camila se parte el alma en cada entrenamiento. No hay una sola jugadora en mejor forma que ella. ¡Y tú lo sabes!

—¿Y tú sabes el daño que le estás haciendo? —dijo Carolina con tono cortante—. Las demás ya hablan. Ya sienten que hay algo raro. Y no se trata de lo que pasa entre ustedes. Se trata de lo que parece.

Leo apretó los dientes, sin poder contenerse más.

—No olvides una cosa: tú trabajas para los Moretti. Para este club. Si estás empezando a jugar con eso… conmigo, te estás metiendo en terreno peligroso.

La expresión de Carolina cambió. No retrocedió, pero el gesto de su rostro se endureció.

—No vuelvas a usar ese tono conmigo. Yo no vine aquí a lamerle las botas a tu familia, vine a trabajar. Y si tengo que plantarme ante ti o ante Luca, lo voy a hacer.

Justo en ese momento, la puerta del despacho se abrió de golpe.

Luca Moretti había llegado, y alcanzó a escuchar el final de la frase. Su expresión no podía ser más clara: ni una pizca de paciencia.

—¿Qué está pasando acá?

Leo se giró hacia él, aún alterado.

—La está jodiendo a Camila. Le está pasando factura por estar conmigo. La revienta en cada sesión y ahora la saca del once.

Carolina no se movió.

—Yo no paso factura. Tomo decisiones para cuidar al equipo. Y esto, lo que sea que tengan ellos, es un problema para el grupo.

—¿Y lo arreglás así? ¿Sacándola como castigo? —interrumpió Luca, ahora mirando a ambos—. ¿Con gritos en los pasillos y entradas en caliente a oficinas?

—No es castigo —respondió Carolina—. Es orden. Y si Leo no puede entender que hay jerarquías y límites dentro del club, entonces tal vez el que necesita una pausa es él.

—¿En serio estás diciendo eso? —dijo Leo, girándose con los ojos abiertos—. ¿Ahora el problema soy yo?

Luca levantó la mano. Su voz fue firme, seca, y cortó el aire como un látigo.

—Basta. Los dos.

Se giró hacia Leo.

—Sal de esta oficina. Ahora.

—Luca, no me voy a callar con esto—

—No te estoy pidiendo que te calles —dijo Luca, más serio—. Te estoy diciendo que no vas a armar estos espectáculos en el club. ¿O acaso ya se te olvidó todo lo que te costó empezar a cambiar?

Leo lo miró por unos segundos, tragó saliva y sin decir más, salió dando un portazo.

Luca se quedó en silencio. Luego se volvió hacia Carolina.

—Quiero que esto se resuelva. Sin escándalos, sin castigos innecesarios. Si hay que hablar con Camila, se hace. Pero quiero claridad.

Carolina asintió, cruzándose de brazos.

—Yo tampoco quiero un circo. Pero mientras estén en mi plantilla, yo tomo las decisiones.

Luca la miró unos segundos más. Luego asintió con frialdad.

—Y yo tomo las consecuencias.

Salió sin más, sintiendo que, por más que intentara mantener el orden… el fuego dentro del club apenas comenzaba a crecer.

En el pasillo, el eco de la discusión todavía flotaba en el aire como un rastro de pólvora. Varios empleados del club, asistentes, administrativos, incluso algunos jugadores de la cantera se habían detenido a observar —aunque fuera de reojo— lo que acababan de presenciar: una confrontación pública entre Leo Moretti y Carolina Mendes, con Luca entrando en escena para apagar el fuego antes de que prendiera todo el edificio.

Fue un espectáculo.

Y no uno bueno.

Luca bajó las escaleras con el rostro endurecido, consciente de cada mirada que lo seguía. Aún tenía la reunión pendiente con Isabella, pero no podía sentarse a hablar de cifras mientras su club parecía una olla de presión a punto de estallar.

Tomó el teléfono y mandó tres mensajes: "Sala de reuniones 3. Ahora. Mendes. Carter. Leo."

Luego llamó directamente a Isabella.

—Necesito que me des quince minutos.

—Te doy diez —respondió ella, seca.

—Entonces van a ser diez justificados.

Colgó sin esperar respuesta.

En la sala de reuniones 3, Luca ya estaba esperando cuando entró Carolina Mendes, profesional como siempre, aunque con el gesto más firme de lo habitual. Poco después, Daniel Carter llegó con su carpeta bajo el brazo, en completo silencio. Finalmente, entró Leo, más contenido, pero con la incomodidad escrita en el rostro.

Luca no perdió tiempo.

—Siéntense —ordenó, sin cortesías.

Cuando todos estuvieron en su lugar, clavó los ojos directamente en Leo.

—Empecemos por lo más importante: Leo, lo que hiciste hoy fue inaceptable.

Leo abrió la boca para hablar, pero Luca lo cortó al instante.

—No. Esta vez no vas a explicarte. Vas a escuchar.

Hizo una pausa breve, controlando su tono, aunque su voz seguía siendo tajante.

—Entiendo que tengas emociones, entiendo que tengas vínculos personales, pero este club no es una extensión de tus impulsos. Y si vuelves a levantar la voz dentro de una oficina, si vuelves a interrumpir a una jefa de área como lo hiciste hoy, te vas a ir del club. No me importa si te apellidas Moretti.

El silencio era absoluto.

—Llevas meses tratando de demostrar que has cambiado. ¿Así lo demuestras? ¿Irrumpiendo en una oficina, gritando frente a medio personal, haciendo quedar al club como un internado mal manejado?

Leo bajó la mirada, tragando saliva, sabiendo que no había defensa posible.

Luca entonces giró hacia Carolina.

—Ahora, entrenadora Mendes... usted actuó como corresponde. Sé que está protegiendo la dinámica de su grupo y lo respeto. Agradezco que no haya dejado que esto escale más allá de lo deportivo. Mi intención aquí no es cuestionar sus decisiones técnicas. Tiene toda mi confianza para manejar al equipo como lo crea necesario.

Carolina asintió levemente, aunque su gesto se suavizó un poco ante ese reconocimiento.

—Mi único objetivo es proteger el vestuario. Y mantener la profesionalidad, sin importar con quién se relacionen fuera del campo.

—Lo sé —respondió Luca, esta vez con un tono más conciliador—. Y está en su derecho. Pero si hay algo que afecta la percepción del grupo, prefiero que se hable a tiempo. Con claridad. No con castigos solapados.

Luego se volvió hacia Carter.

—Daniel, necesito que tú también estés encima de esto. Si hay alguna tensión que esté afectando la unidad, se identifica y se corrige. Sin dobles mensajes. Sin suposiciones.

Carter asintió sin decir palabra. Sabía que, cuando Luca hablaba en ese tono, no había espacio para adornos.

Finalmente, Luca se recostó en la silla, respiró hondo y volvió a mirar a todos.

—Este club está creciendo. Estamos en una etapa crítica. No podemos permitirnos fracturas internas por asuntos personales. Aquí se viene a trabajar. A ganar. A construir. No a protagonizar escenas.

Se levantó.

—Leo, vas a pedirle disculpas a Carolina. Y luego, te vas a tomar el resto del día para enfriarte la cabeza. Mañana vuelves como profesional, o no vuelves.

Leo asintió con un nudo en la garganta.

—Entendido.

Carolina lo miró, luego bajó la vista. No necesitaba más.

Luca se giró hacia la puerta.

—Tengo una reunión. Y un club que mantener en pie. Ustedes sabrán si me ayudan… o me estorban.

Y salió, dejando atrás el peso de su apellido y el eco de una lección que, esta vez, dolió más por necesaria que por dura.

El aire en el club se había calmado en apariencia, pero la tensión seguía flotando como un humo invisible.

Luca se dirigió finalmente a su esperada reunión con Isabella, dejando atrás un ambiente que parecía estar, por ahora, bajo control. Carter, por su parte, permaneció con Carolina Mendes en la sala, repasando los detalles finales y asegurándose de que todo quedara registrado y entendido con claridad.

Mientras tanto, Leo Moretti salió de la oficina sin decir una palabra. Recogió algunas cosas personales del despacho, cruzó el pasillo con pasos cortos y tensos, y se dirigió al parqueadero. Su rostro era de piedra, los ojos fijos al frente, el ceño fruncido como si cada músculo de su cuerpo aún ardiera con la rabia contenida.

Y fue entonces, como si el destino le tendiera una trampa…

Allí estaba ella. Valentina Romano.

Vestía el uniforme del equipo, el cabello recogido con firmeza, y estaba justo delante de su auto, hablando con una compañera que rápidamente se despidió al ver la mirada oscura de Leo aproximándose.

Valentina alcanzó a girarse y verlo. Un segundo. Solo eso. Y bajó la mirada por reflejo. Lo conocía demasiado bien. Sabía que cuando Leo tenía esa expresión, era mejor no provocarlo. Pero también era Valentina Romano, la capitana, la que no se dejaba pisotear con facilidad. Así que cuando él se acercó, lo miró de reojo con cierta frialdad… aunque su cuerpo se tensó como si esperara un impacto.

Leo se detuvo a unos pasos de ella. Sus ojos se clavaron en los de Valentina, duros, incendiarios.

—¿Disfrutaste el espectáculo, no? —soltó él con voz baja, cargada de veneno.

Valentina abrió la boca, pero no llegó a decir nada.

—¿Crees que no me he dado cuenta? —siguió Leo, dando un paso más cerca—. Toda esa basura en el vestuario viene de ti. Tu veneno, tu ego herido, tu complejo de capitana frustrada.  —No sé de qué estás hablando —respondió ella, alzando la barbilla con falsa seguridad, aunque sus ojos no lograban sostenerle la mirada por más de un segundo.

Leo soltó una risa seca.

—No tienes lo que tiene Camila, y lo sabes. Y eso te revienta por dentro. No soportas verla brillar, ¿verdad? Te carcome. Porque tú ya no eres la estrella.

Valentina frunció el ceño.

—Cuidado, Leo. Yo no tengo miedo de decir lo que pienso. Si creo que hay favoritismos, lo voy a decir.

—¿Favoritismos? —Leo alzó la voz, dando un paso más—. Tú estás intentando sabotearla desde adentro. Manipulando, presionando a la entrenadora, metiendo cizaña en el vestuario. Y todo por tus malditas inseguridades.

Ella lo miró con los ojos abiertos, la mandíbula rígida, pero no respondió.

—Eres una perra celosa, Valentina. Pero escúchame bien —dijo con voz grave, arrastrando cada palabra como si fuera una sentencia—: si vuelves a tocar a Camila, si haces una sola jugada más para joderla… te juro que voy a destruirte. A ti, a tu nombre, a tu carrera. Voy a hacer que ni en la segunda división quieran tenerte en su banquillo.

Valentina tragó saliva. Quiso responder, plantarse, pero la intensidad con la que Leo hablaba la paralizaba. Lo había visto antes así. Sabía de lo que era capaz cuando se le cruzaba el cable. Ese Leo… no tenía límites.

—Te estás pasando, Moretti… —alcanzó a decir, con la voz algo rota.

Leo dio un paso más, tan cerca que casi podía oler el miedo que intentaba ocultar.

—No me pongas a prueba. Mantente lejos de Camila. Y si de verdad quieres seguir jugando en este club… aprende a aceptar que ya no sos la que eras.

Valentina lo miró, herida, pero sin tener el valor de replicar.

Leo se giró sin decir más, subió a su coche y cerró la puerta de un portazo.

Encendió el motor y se fue, dejando atrás a Valentina de pie en medio del parqueadero, sola, con los ojos ardiéndole de rabia… y de miedo.

Ese Leo no era un mito. Era real. Y había vuelto.

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Joe
Animo, no olviden leer mis nuevas obras!!
☯THAILY YANIRETH✿
Tu forma de escribir me ha cautivado, tu historia es muy intrigante, ¡sigue adelante! 💪
Joe: Muchas gracias!!
total 1 replies
Leon
Quiero saber más, ¡actualiza pronto! ❤️
Joe: Por supuesto
total 1 replies
Texhnolyze
😂 ¡Me hizo reír tanto! Tus personajes son tan divertidos y realistas.
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