Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 18
Como en los viejos tiempos
La noche se volvió más silenciosa cuando las luces se atenuaron y cada uno fue tomando su lugar en la casa.
Pese a que todos ya eran adultos, esa velada especial trajo consigo una nostalgia inevitable, haciendo que, por una noche, todos regresaran a los roles de la infancia: las risas compartidas, las bromas, y esa seguridad absoluta que solo se sentía en casa.
Caleb fue el primero en acomodarse en la sala, en el gran sofá, aunque lo hizo con cierto recelo. No por incomodidad física, sino porque sabía que, en esa casa, él era el único que ya no encajaba del todo.
Sin embargo, no dijo nada.
Solo se recostó en silencio, esperando al día siguiente… donde las conversaciones que evitaba ya no podrían postergarse.
En la habitación principal, el ambiente era otro.
Mariel se encontraba entre Lyra y Ciel, abrazados como cuando eran niños y compartían la cama de su madre.
Valen, Victor, Faelan e Isac se adueñaron del suelo, sobre colchonetas y cobijas, mientras compartían susurros y bromas, lanzando pequeñas almohadas entre ellos.
El día había sido largo… pero lo que se venía, sería más denso aún.
En medio de la penumbra, Lyra giró hacia Mariel y le susurró con suavidad:
—Hermana… ¿te puedo decir algo sin que me tires una almohada?
Mariel rió bajo, acomodándose mejor entre ellos.
—Inténtalo. No prometo nada.
Lyra tomó su mano.
—Thierry.
Yo lo he estado observando.
Es amable.
Atento.
Y ve por ti como papá Kael ve por mamá Luciana.
Quizá… no deberías cerrar esa puerta.
Él no te quiere por posesión.
Te cuida como si fueras tesoro.
Y tú… mereces sentirte así.
Mariel no respondió de inmediato.
Solo apretó suavemente la mano de su hermana.
Sus pensamientos eran una tormenta,
pero esas palabras… sembraban calma.
En el suelo, Faelan gruñó bajito.
—¿Podemos dejar de hablar de hombres que no somos nosotros?
No es justo.
Aquí también hay chicos guapos, ¿o no?
Victor soltó una carcajada.
—¡Sí! Y sin trajes, sin empresas, y con orejas más bonitas.
Valen se cubrió la cara con la almohada.
—Estoy rodeado.
Mi hermana hablando de romance y mis hermanos haciendo campaña.
Necesito volver al bosque. Urgente.
Todos rieron.
Pero entre risas, quedó la certeza de algo importante: aunque fueran feroces, aunque a veces no supieran demostrarlo con palabras… todos querían una sola cosa:ver feliz a Mariel.
Con quien ella eligiera.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
El amanecer filtró una luz dorada por las ventanas de la casa.
La calma que se sentía en el ambiente era engañosa.
En el interior de la habitación más apartada,
donde Kael y Rhazan ya estaban despiertos, la espera tenía nombre: Caleb.
Habían dejado que descansara, pero sabían que su visita no era solo por cortesía.
Las palabras que no se dijeron la noche anterior ahora exigían salir a la superficie.
Y no había más tiempo para postergar lo inevitable.
Caleb tocó la puerta suavemente, y al recibir el permiso, entró con el rostro serio, cansado, pero decidido.
Se sentó frente a ellos.
Kael cruzado de brazos, Rhazan en silencio,
observando.
Ambos, expectantes.
Ambos, protectores.
El silencio se alargó unos segundos, hasta que Caleb finalmente habló, con voz baja pero clara:
—Sé que… que les fallé.
Que fallé a Mariel.
Y que mis errores me alejaron de ella más de lo que puedo explicar.
Kael no respondió.
Solo lo miraba, sin una pizca de suavidad en el rostro.
La mirada de un padre juzgando si el hombre frente a él era digno siquiera de hablar de su hija.
Rhazan fue quien habló primero.
Su voz, controlada, pero con ese filo que cortaba más que el enojo.
—No estamos aquí para oír excusas.
Habla claro, Caleb.
¿A qué viniste realmente?
Caleb bajó la mirada un segundo… y luego la levantó con firmeza.
—Vine a pedir perdón.
Sé que eso no borra nada.
Pero también… vine a hacerme responsable.
—¿Del daño hecho? —preguntó Kael, con dureza.
—Del bebé. —respondió Caleb, sin dudar—
—Sé que el hijo que Estela lleva es mío.
Y que su padre solo quiere atarme con eso.
Pero… ese niño no merece cargar con los errores de su madre.
Así que cuando nazca,
lo criaré lejos de ella.
No dejaré que crezca bajo la manipulación ni la mentira.
Y me alejaré de Estela. Para siempre.
Kael alzó una ceja.
—¿Y Mariel?
¿Esperas que después de eso… ella vuelva a ti?
Caleb tragó saliva.
Su voz se quebró apenas,
pero se sostuvo:
—No.
No espero que me perdone.
No espero que me ame como antes.
Solo… quiero limpiar lo que pueda de este desastre.
Porque ella no merece estar ligada a este peso.
Y si eso significa verla con otro…
con alguien como ese tal Thierry…
lo aceptaré.
Pero yo… yo haré lo correcto.
Por el niño.
Y por mí.
Rhazan se reclinó en la silla.
Durante unos segundos no dijo nada.
Luego, su voz resonó baja, pero firme:
—Si haces lo que dices, y mantienes tu distancia de mi hija, quizá algún día podamos verte como algo más que el que la hizo llorar.
Pero si vuelves a fallar…
esta conversación no se repetirá.
Kael asintió, sin una sonrisa.
Solo respeto ganado… a medias.
—No intentes jugar a ser víctima, Caleb.
Si decides redimirse, que sea con acciones,
no palabras.
Porque por mucho tiempo, lo único que fuiste para Mariel…fue una herida.
Y ella ya está sanando.
No serás quien la corte otra vez.
Caleb asintió.
Y se marchó.
No con la frente en alto, pero tampoco arrastrándose.
Solo… cargando el peso de su decisión.
Lágrimas por lo que no fue
El sol aún no se alzaba del todo, y la brisa matutina acariciaba las hojas del jardín trasero.
Mariel había salido temprano, preparada para alistarse y marcharse junto a Isac, pero al ver a Caleb esperándola en el patio, algo en su pecho se apretó.
Sabía que esa conversación llegaría…y que dolería.
Él estaba de pie junto al rosal que su madre había plantado años atrás,
con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el suelo húmedo.
Cuando la vio, no sonrió.
Solo asintió, como si se estuviera preparando para recibir una sentencia.
Pero la voz que salió de sus labios fue suave, cargada de arrepentimiento real.
—Gracias por salir…
Sé que soy la última persona con la que quisieras hablar ahora.
Mariel cruzó los brazos, no por frialdad, sino por intentar sostenerse a sí misma.
No dijo nada, solo esperó.
Y Caleb respiró hondo antes de continuar:
—Le dije a tus padres que… me haré cargo del bebé.
Que cuando nazca, me lo llevaré lejos de Estela.
No voy a permitir que ella lo críe bajo chantajes ni manipulación.
Voy a alejarme de los negocios también…
dejárselo todo a mi mano derecha, como debe ser.
Y cuando esté listo, regresaré al mundo semibestia…donde todo comenzó para mi.
Mariel bajó la mirada.
Sus labios temblaron.
No por rabia.
Sino por todo lo que había callado.
Por todo lo que se había roto en silencio.
—¿Por qué no me lo dijiste antes, Caleb? —susurró—
—¿Por qué no confiaste en mí?
¿Tanto miedo te daba decirme la verdad?
No… no solo me dolió lo que pasó.
Me dolió que no me vieras como alguien digna de enfrentar la verdad.
Y me duele…me duele que no seré yo quien te dé tu primer hijo.
Sus lágrimas comenzaron a caer con lentitud.
No gritó.
No lo golpeó.
Solo lloró.
Porque el dolor real no siempre necesita estruendo.
Caleb se quebró.
Sus ojos también se nublaron.
Y sin pensarlo, la abrazó con fuerza, como si ese gesto pudiera devolverle lo perdido.
Mariel, por un segundo, se permitió hundirse en su pecho, porque aunque el amor había cambiado, el vínculo, el recuerdo, seguía ahí.
Y eso también dolía.
—Fui un idiota. —dijo con la voz rota—
—Un estúpido que creyó que podía resolver todo solo.
Que pensó que protegerte era alejarte del caos… y lo único que hizo fue empujarte hacia el dolor.
Lo siento, Mariel.
Lo siento tanto que ni mil vidas bastarían para corregirlo.
Ambos lloraron en silencio.
No como pareja rota, sino como dos almas que alguna vez soñaron con compartirlo todo… y ahora se despedían de lo que pudo ser.
Cuando Mariel finalmente se apartó, sus ojos aún brillaban, pero su voz fue firme.
—Gracias por decírmelo.
Y espero que cumplas cada palabra.
Por ti.
Por ese bebé.
Pero sobre todo… por lo que fuimos.
Caleb asintió.
No pidió otra oportunidad.
No rogó por su amor.
Solo aceptó la pérdida con la dignidad que su alma gemela merecía.
Y la vio alejarse, sabiendo que, aunque no la tendría de nuevo, había hecho lo correcto.
Por fin.
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El trayecto a la empresa fue silencioso.
Isac conducía con los ojos fijos al frente, pero su oído atento al sonido de los sollozos apagados que su hermana intentaba reprimir.
Mariel había dejado el hogar con el corazón hecho añicos, pero con la cabeza erguida.
Porque así era ella:
fuerte, incluso en sus momentos más frágiles.
Sabía que no podía romper el vínculo con Caleb,
que estaban unidos por algo más grande que ambos, y que rechazarlo ahora, bruscamente, solo traería más dolor.
Así que aceptó la única verdad que no quería admitir:
por ahora, no podían ser.
Y quizás… solo quizás…el destino decidiría si alguna vez volverían a cruzar caminos como antes.
Al llegar a la empresa, se sumergió por completo en el trabajo.
Se forzó a concentrarse en las listas, en las pruebas, en los detalles del evento.
Las personas a su alrededor notaban el cambio:
la sonrisa dulce de Mariel no estaba.
Su mirada, antes luminosa,
ahora parecía ensombrecida por pensamientos lejanos.
Algunos del equipo intercambiaban miradas,
murmurando discretamente.
Pero nadie se atrevía a preguntar.
Excepto uno.
Cuando llegó la hora de la comida,
Isac se acercó con su bandeja en mano y su expresión tranquila, aunque sus ojos brillaban con esa chispa protectora.
—¿Vamos a comer?
Dana y los chicos ya están en la terraza.
Mariel ni siquiera levantó la vista de los documentos.
Movió apenas la cabeza.
—No… tengo que terminar esto.
Ve tú.
Estoy bien.
Isac la miró por unos segundos.
Sabía que no lo estaba.
Pero también sabía cuándo dejar espacio.
—De acuerdo.
No tardes mucho… —le dijo con voz suave, y se fue sin insistir.
Pero Thierry no había dejado de observar.
Desde el momento en que ella cruzó la puerta por la mañana,había notado esa luz apagada, ese aire de alguien que había perdido una batalla silenciosa.
No preguntó.
No la invadió.
Solo se fue.
Unos minutos después, cuando Mariel aún se mantenía frente al monitor, escuchó pasos suaves.
No necesitó alzar la vista para saber quién era.
El aroma a bergamota y madera la envolvió suavemente.
Thierry colocó frente a ella una pequeña charola con una comida perfectamente servida: arroz con verduras al vapor, un jugo de frutas natural, y un pequeño pan dulce en forma de corazón.
No dijo nada.
Mariel parpadeó.
El gesto era tan sencillo…
y sin embargo, la tocó en lo más profundo.
—Gracias… —susurró sin levantar la vista.
Thierry se quedó de pie, sin interrumpir su espacio.
Su voz fue baja, calmada, y llena de una comprensión que no exigía explicación:
—Solo come un poco.
El cuerpo no sana si el alma está vacía.
Y yo no quiero verte desvanecerte por dentro.
Ella apretó los labios, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar.
Él no pidió nada.
Solo dejó la comida, dio un suave toque a su hombro, y se fue.
Porque Thierry no necesitaba respuestas.
Solo quería estar ahí…hasta que ella decidiera volver a brillar.