Estas acostumbrado a leer novelas de reencarnacion en donde la protagonista reencarnada se vuelve poderosa, ¿que pasaria si esta novela no es como las demas? ven y lee algo diferente, algo que sin duda te gustara.
NovelToon tiene autorización de Amilkar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Desayuno
Aranza entreabrió los ojos cuando los primeros rayos del amanecer se filtraron a través de la imponente ventana de su nueva prisión… digo, habitación.
Su primer pensamiento del día fue: "Ojalá todo haya sido una pesadilla."
Pero la realidad la golpeó sin piedad. Los muebles oscuros y macizos parecían tragarse la escasa luz que se atrevía a entrar, las gruesas cortinas de terciopelo carmesí colgaban como pesadas sombras, y la fría elegancia del lugar carecía de cualquier atisbo de calidez o familiaridad. No había nada remotamente acogedor. Nada suyo. Nada que no la hiciera sentir atrapada.
Se dejó caer de nuevo sobre la almohada con un gruñido ahogado, su rubia cabellera desparramándose sobre las sábanas de lino impecable.
—Mátame, Emilia. Por favor, acaba con mi sufrimiento.
Desde el otro lado de la habitación, su doncella dejó escapar un leve suspiro antes de responder con tono paciente:
—No puedo, mi lady —dijo mientras doblaba meticulosamente la ropa y la guardaba en el armario—. Pero puedo recordarle que en menos de una hora debe desayunar con su esposo.
La palabra esposo le produjo un escalofrío de puro rechazo.
—¡No lo llames así! ¡Me produce urticaria!
Emilia, acostumbrada a sus dramas, ignoró la queja con una expresión impasible.
—Mi lady, debe levantarse. No querrá llegar tarde en su primer día.
Aranza hundió el rostro en la almohada, con la esperanza absurda de desaparecer.
—Al contrario. Sí quiero.
Pero no tuvo oportunidad de jugar a la muerta. Emilia, con la eficiencia de quien sabe que la resistencia es inútil, la destapó de un tirón y la obligó a incorporarse.
—Vamos, mi lady. No hagamos esto más difícil de lo que ya es.
Luego de un buen rato y de haber pelado con su doncella a causa del vestido, (Aranza quería algo extravagante que dijera que era una señorita de clase alta, mientras Emilia le decía que debía verse elegante y recatada) finalmente estuvo lista.
Se plantó frente al espejo de cuerpo entero, el ceño fruncido y los brazos cruzados. La imagen que le devolvió el reflejo la hizo soltar un suspiro de exasperación.
El vestido era un derroche de opulencia: una falda amplia con capas de tela ligera que caían con una elegancia casi etérea, un corsé entallado que realzaba su figura más de lo que le gustaría admitir y mangas delicadamente bordadas con hilos dorados. Todo demasiado elaborado. Demasiado perfecto.
Demasiado ajeno.
—Parezco una princesa atrapada en una historia de terror —gruñó, alisando con fastidio la falda.
—Parecer una princesa atrapada sigue siendo mejor que parecer una prisionera —replicó Emilia con su habitual calma mientras recogía los restos de la batalla: vestidos descartados, corsés desatados y cintas olvidadas en el suelo.
Aranza le sacó la lengua como una niña caprichosa.
—Si desaparezco en el desayuno, diles a todos que mi esposo me mató y escondió el cadáver.
Emilia soltó una risita y, con la paciencia infinita de quien ya estaba acostumbrada a sus dramas, le acomodó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja.
—Sí, sí. Ahora vaya antes de que realmente la mate por hacerlo esperar.
Aranza resopló, pero no tenía otra opción. Con el mismo entusiasmo con el que alguien se dirige a la horca, salió de la habitación.
Definitivamente, su día no podía empeorar más. ¿O sí?
El comedor era vasto y frío, un mausoleo de piedra oscura con techos altos que amplificaban el silencio. Los tapices pesados colgaban de las paredes como sombras atrapadas en la tela, y las ventanas, altas y estrechas, apenas dejaban entrar la luz matutina.
Y allí, en la cabecera de la mesa larga y lujosa, estaba él.
Cassius Darkmoor.
Vestido de negro de pies a cabeza, con un porte impecable y esa maldita expresión impasible que ya la estaba sacando de quicio. Era como si el mundo entero no fuera más que un murmullo insignificante a su alrededor.
Cuando Aranza entró, ni siquiera levantó la vista.
No un saludo.
No una señal para que tomara asiento.
Nada.
La ignoró por completo.
La sangre le hirvió en las venas.
—Buenos días —soltó, con una sonrisa forzada que más bien parecía un reto.
Cassius solo asintió y continuó bebiendo su café, como si ella no existiera.
Aranza apretó los puños bajo la mesa.
Cálmate. No lo mates. Solo sobrevive el desayuno.
Se sentó con la espalda recta y echó un vistazo a la comida. Pan recién horneado, frutas, huevos y carne. Bien. Al menos no la iban a dejar morir de hambre en su "hermoso" nuevo hogar.
Tomó un trozo de pan y se sirvió café, ignorando el aire denso entre ellos. Cassius, por su parte, comía con la calma de un hombre que no tenía a su esposa nueva a su lado. Como si ella fuera un simple objeto en la habitación.
Aranza intentó contenerse. Intentó.
Pero después de varios minutos en ese silencio insoportable, no pudo más.
—Vaya, qué desayuno más acogedor —comentó con falsa ligereza—. Es como si no me hubiera casado contigo ayer.
Cassius siguió cortando su carne con precisión quirúrgica.
—No tengo la costumbre de hablar durante las comidas.
Aranza apoyó un codo en la mesa y lo miró con sorna.
—¿No tienes la costumbre de hablar en general? Porque hasta ahora, lo único que he recibido de ti son gruñidos y miradas de piedra.
Cassius, finalmente, levantó la vista. Sus ojos oscuros la recorrieron con una frialdad tan absoluta que por un instante Aranza sintió un escalofrío.
—Si esperas que te endulce los oídos con palabras bonitas, te casaste con el hombre equivocado.
Aranza sonrió con dulzura venenosa.
—Créeme, lo sé.
Cassius dejó el cuchillo con calma y se cruzó de brazos, evaluándola con una expresión impenetrable.
—Tú tampoco eres lo que esperaba.
Aranza ladeó la cabeza con fingida curiosidad.
—¿Ah, sí? ¿Y qué esperabas?
—Alguien frágil. Sumisa. Enfermiza.
Aranza soltó una carcajada, corta y burlona.
—¡Ja! Qué decepción te llevaste, ¿eh?
Cassius no sonrió. No pareció molesto, ni siquiera incómodo. Solo la miraba con esa inexpresividad exasperante, como si ella fuera un simple acertijo que aún no valía la pena resolver.
—No me gustan las sorpresas —dijo finalmente.
Aranza entrecerró los ojos y sonrió con una chispa de desafío.
—Pues mala suerte, porque soy un maldito terremoto.
Se sostuvieron la mirada, midiendo al otro en un duelo silencioso. Ni uno ni otro se movió. La tensión en el aire era un hilo a punto de romperse.
Después de un largo silencio, Cassius habló con la misma calma de siempre:
—No me importa si eres un terremoto. Solo recuerda una cosa: mi hogar, mis reglas.
Aranza apoyó la barbilla en su mano, con una sonrisa que destilaba pura arrogancia.
—¿Y si no quiero seguirlas?
Cassius no parpadeó.
—Entonces te será muy difícil sobrevivir aquí.
Esta vez, el escalofrío recorrió la espalda de Aranza de manera diferente. No era miedo. Era adrenalina pura.
Cassius Darkmoor no era un hombre común. No se inmutaba, no se dejaba provocar. Era un muro inquebrantable.
Pero ella era Aranza Valentis.
Y si él creía que podía domarla, estaba muy equivocado.
Aranza entrecerró los ojos y murmuró, con una sonrisa peligrosa:
—Desafío aceptado, esposo.
Cassius no respondió. Solo terminó su café, se puso de pie con la misma elegancia calculada de siempre y salió del comedor sin decir una palabra más.
Aranza lo vio alejarse, con los labios aún curvados en una sonrisa.
Sí… este matrimonio iba a ser un infierno.
Pero uno muy interesante.
Aviso: (si en algún momento leen duque en ves de principe, tengan en cuenta que el es principe es solo que tuve que hacer reajustes y estoy cambiando algunas cosas, perdon las molestias y ya les dejo disfrutar de la novela)
Nuestra querida Aranza
Ves: mirar, observar, ver
vez: repetir