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ENTRE PLUMAS Y DESEOS

ENTRE PLUMAS Y DESEOS

Status: En proceso
Genre:Comedia / Amor prohibido / Amor a primera vista / Oficina / Aventura Urbana / Jefe en problemas
Popularitas:990
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?

Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.

Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?

"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.

Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Whisky, Apuestas y Ego Masculino

En otro rincón de Buenos Aires, lejos de la elegancia impecable y los cafés french press de Recoleta, Martín levantó su vaso de whisky nacional en un bar que respiraba autenticidad desde cada grieta. El Federal, un clásico indiscutido de San Telmo, era el tipo de lugar donde el tiempo no solo parecía haberse detenido, sino que se había rendido ante la obstinada resistencia del barrio a la modernidad. 

Con sus paredes tapizadas de fotos en sepia que capturaban rostros anónimos de otra época, anuncios de Quilmes descoloridos por décadas de exposición al humo de cigarrillos, y estanterías de madera maciza - roble oscurecido por el tiempo - repletas de botellas añejas cubiertas por una fina capa de polvo respetable, el bar tenía esa atmósfera porteña inconfundible que olía a historia, a noches largas de charlas interminables y a ese aroma particular que solo dan los años: una mezcla de madera antigua, tabaco impregnado y café recién molido.

Las mesas de mármol gastadas, con sus vetas grises surcadas por décadas de copas arrastradas y brazos apoyados, reflejaban la tenue luz amarilla de las lámparas de pared art déco, cuyos vidrios esmerilados proyectaban sombras danzantes sobre las baldosas originales del piso, formando patrones hipnóticos que se movían al ritmo de los ventiladores de techo. El murmullo reconfortante del lugar se mezclaba con el tintineo cristalino de vasos, el ocasional golpe seco de una copa contra el mármol, y el sonido melancólico de un bandoneón que sonaba bajo en una radio Philips de los años 50, cuya perilla del volumen hacía tiempo había perdido los números.

En la barra de madera lustrada, pulida por miles de brazos que se habían apoyado buscando conversación o consuelo, un mozo de unos sesenta años, con delantal blanco almidonado y corbatín negro impecable, secaba vasos con la paciencia infinita de quien había visto pasar generaciones enteras por esas mesas. Sus manos, curtidas por el tiempo y el trabajo, movían el repasador con un ritmo casi hipnótico, mientras sus ojos, bajo cejas pobladas y grises, observaban el salón con esa mezcla de cariño y resignación que solo tienen los verdaderos guardianes de la tradición.

Martín, con la camisa remangada y el saco colgado en el respaldo de la silla, dio un sorbo a su whisky sin prisa. El líquido ámbar le quemó la garganta justo en el punto exacto entre el placer y el castigo. Enfrente suyo, Andrés lo observaba con una sonrisa burlona, girando su vaso de cerveza entre las manos con aire divertido.

—Tengo que decirlo, amigo —dijo Andrés, apoyando un codo en la mesa—. Nunca te vi tan… desconcertado con una mujer.

Martín levantó una ceja, exhalando con una risa seca.

—No estoy desconcertado.

Andrés soltó una carcajada corta, inclinándose hacia él.

—Claro. Y yo soy monje.

Martín resopló con fuerza, dejando que el silencio se instalara entre ellos como una pesada cortina. El murmullo de la cantina alrededor —el tintineo de los vasos, las risas ahogadas de otros comensales, el crujir de la madera bajo sus codos— parecía desvanecerse por un instante. En su mente, Sofía irrumpió de nuevo, violenta y luminosa como un relámpago en una noche cerrada. Recordó con nitidez el brillo de sus ojos oscuros, cargados de un desafío que lo desarmaba, y cómo sus labios se fruncían en ese gesto casi imperceptible que delataba una sonrisa contenida, como si guardara un secreto que solo a él le costaba descifrar. La memoria lo arrastró de vuelta al estrecho armario donde estuvieron encerrados, y por un descuido, sus manos se habían rozado. El contacto fugaz, accidental, había desencadenado un calor que ascendió por su brazo como una llama, erizando su piel y dejando en el aire una tensión que aún ahora, semanas después, le cerraba la garganta. Sofía había apartado la mirada rápidamente, pero no antes de que él notara el rubor en sus mejillas, la manera en que su respiración se había quebrado por un segundo…  

Sacudió la cabeza con brusquedad, como si los movimientos físicos pudieran dispersar los fantasmas de su mente, y apuró un trago largo del vaso. El licor ardió al bajar, una quemazón áspera que le devolvió al presente. Al otro lado de la mesa, Andrés observaba la escena reclinado en su silla, los dedos jugueteando con el borde de su propio vaso vacío. Una sonrisa burlona se dibujaba en sus labios, y sus ojos, brillantes de complicidad, delataban un regocijo que Martín encontraba insoportable.  

—¿Y? —insistió Andrés, alargando la palabra con una tonalidad cantarina—. ¿Sigues pretendiendo que no te afecta?  

La voz de su amigo lo sacó por completo de su ensimismamiento. Martín apretó el vaso con más fuerza de la necesaria, sintiendo el cristal frío contra su palma. Cada gesto de Andrés —la ceja arqueada, el modo en que se inclinaba hacia delante como un espectador ante una obra de teatro— era una provocación calculada. Era evidente que disfrutaba cada segundo de su incomodidad, alimentándose de esa tensión que Martín no lograba ocultar.  

—Cierra la boca —masculló él por fin, evitando su mirada. Pero incluso en su boca, las palabras sonaron huecas, como un guion mal ensayado.  

Andrés soltó una carcajada corta, seca, y señaló el vaso de Martín con un dedo acusador.  

—Deberías pedir otro. O dos. A lo mejor así te atreves a admitir lo que realmente quieres.  

El ambiente de la cantina, antes difuso, volvió a envolverlos con su caos: una guitarra desafinada sonó en algún rincón, alguien derramó una bebida al otro extremo de la barra, y el olor a tabaco rancio se mezcló con el dulzor del licor. Martín tragó saliva, saboreando la amargura que le quedaba en la lengua. Sofía seguía ahí, en cada esquina de sus pensamientos, desafiándolo a quebrar el silencio que él mismo había construido.

—Si tanto te gusta la idea de que la conquiste, ¿por qué no me das algún consejo brillante?

Andrés sonrió con suficiencia.

—Simple. Vos tenés paciencia, pero ella tiene resistencia. Y cuando dos fuerzas opuestas chocan, hay solo dos opciones: o se destruyen, o…

Dejó la frase en el aire, tomando un largo sorbo de su cerveza. Martín lo miró de reojo, esperando.

—¿O qué?

Andrés dejó el vaso sobre la mesa con un golpe suave, inclinándose apenas hacia él.

—O terminan juntos, ardiendo en el incendio que ellos mismos crearon.

Martín sonrió lentamente, girando el whisky en su vaso antes de tomar el último trago.

—Interesante teoría.

Andrés levantó su cerveza en un brindis, su sonrisa ahora más cómplice que burlona.

—Solo te digo una cosa. La mujer que logra descolocarte es la única que realmente vale la pena.

Martín no respondió. Pero en el fondo, supo que Andrés tenía razón.

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Ana Karen Gascon
Hola cómo están
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