Cecil Moreau estaba destinada a una vida de privilegios. Criada en una familia acomodada, con una belleza que giraba cabezas y un carácter tan afilado como su inteligencia, siempre obtuvo lo que quería. Pero la perfección era una máscara que ocultaba un corazón vulnerable y sediento de amor. Su vida dio un vuelco la noche en que descubrió que el hombre al que había entregado su alma, no solo la había traicionado, sino que lo había hecho con la mujer que ella consideraba su amiga.
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CAPITULO 14
Capítulo 14.
El despertar de Clara
Clara se encontraba sola en el sofá del apartamento, rodeada de un silencio incómodo que sólo era roto por el leve murmullo del tráfico en la calle. Esa noche, sus pensamientos la llevaron a un torbellino de recuerdos, emociones y reflexiones que parecían no tener fin. Recordó con claridad cómo había conocido a Edwards. Desde el principio, él había sido su mundo, su obsesión. Clara, joven e idealista, veía en él todo lo que deseaba: encanto, ambición y, sobre todo, la promesa de un futuro brillante. Ignoró las señales de alerta, las pequeñas mentiras y los desaires que Edwards siempre justificaba con una sonrisa.
"Siempre fui su sombra," pensó Clara, sintiendo una punzada de dolor en el pecho. Durante los años universitarios, Edwards parecía disfrutar presentándola como su "amiga especial," mientras en privado planeaban su futuro juntos. Pero todo cambió cuando él apareció un día con Cecil, una chica sencilla y completamente diferente a ella. "Mira, Clara, te presento a mi novia," había dicho Edwards con descaro, como si fuera lo más natural del mundo. Clara sonrió en ese momento, pero por dentro sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Esa noche lloró hasta quedarse sin lágrimas, pero no lo dejó. "Lo amo demasiado como para perderlo," se decía. Desde entonces, comenzó a ignorar lo evidente: las infidelidades, las mentiras y la falta de respeto. Todo porque no podía imaginar una vida sin él. Edwards, en su egoísmo, aprovechó esa lealtad ciega. Gastaba dinero como si no tuviera fin, se ausentaba por días y regresaba con excusas que Clara aceptaba sin cuestionar.
El secuestro fue el punto de quiebre. Clara nunca olvidaría la mirada de desesperación y furia en los ojos de Cecil, ni el frío metal del arma que apuntaba en su dirección. Por primera vez en su vida, sintió miedo real, no sólo por su vida, sino por la de su hijo. Cecil estaba dispuesta a todo por un amor que Edwards no merecía. Clara sintió una extraña conexión con ella en ese instante: ambas eran víctimas de la misma ilusión, ambas habían perdido algo irrecuperable por amar a un hombre que sólo pensaba en sí mismo.
Sin embargo, los años no curaron esas heridas. El amor que alguna vez sintió por Edwards se convirtió en resentimiento. Clara dejó de esforzarse, construyendo una fachada de frivolidad para protegerse. Su vida giraba en torno a los lujos y las cosas materiales, dejando que nanas criaran a su hijo mientras ella asistía a eventos sociales. "Al menos así no sentiré el vacío," solía pensar. Pero ese vacío sólo creció con el tiempo.
La llamada de su madre unas semanas atrás había sido el golpe final. "Tú lo elegiste, Clara," le había dicho con severidad. "Te advertimos que ese hombre no era bueno para ti, pero no quisiste escucharnos. Ahora es tu responsabilidad lidiar con las consecuencias. Nosotros no te mantendremos."
Las palabras retumbaban en su cabeza. "Tú lo elegiste." ¿Acaso era cierto? ¿Había sido su elección o simplemente su incapacidad de dejar ir? Esa noche, mientras Edwards salía del apartamento para lidiar con sus propios problemas, Clara se quedó mirando a su hijo dormir. El pequeño estaba profundamente dormido, con una expresión de paz que ella envidiaba.
"No quiero que termine como yo," pensó, acariciando suavemente el cabello de su hijo. "Es hora de cambiar."
La mañana siguiente, Clara tomó una decisión. Le dijo a Edwards que aceptaría el trabajo en la empresa de Cecil, pero sólo por un tiempo. Su tono era firme, una clara advertencia de que no estaba dispuesta a soportar más humillaciones. Además, anunció que despediría a la niñera.
—¿Por qué? —preguntó Edwards, confundido.
—Para ahorrar, —respondió Clara, aunque sabía que esa no era la verdadera razón. Quería criar a su hijo, darle el amor y la atención que nunca había recibido de ella. Era hora de romper el ciclo de indiferencia y egoísmo que había marcado su vida.
Esa noche, mientras empacaba las cosas de la niñera, Clara sintió algo nuevo: determinación. No sabía si estaba lista para enfrentarse a Cecil, pero algo en su solicitud había despertado algo en ella. "Quizás esto es lo que necesitaba," pensó. "Un desafío para recordar quién soy y lo que realmente importa."
Por primera vez en mucho tiempo, Clara se sintió un poco más libre, aunque sabía que el camino que tenía por delante sería largo y difícil.