Rosella Cárdenas es una joven que solo tiene un sueño en la vida, salir de la miserable pobreza en que vive.
Su plan es ir a la universidad y convertirse en alguien.
Pero, sus sueños se ven frustrados debido a su mala fama en el pueblo.
Cuando su padrastro se quiere aprovechar de ella, termina siendo expulsada de casa por su propia madre.
Lo que la lleva a terminar en la hacienda Sanroman y conocer a la señora Julieta, quien en secreto de su marido está muriendo en la última etapa de cáncer.
Julieta no quiere que su familia sufra con su enfermedad. En su desesperación por protegerlos, idea un plan tan insólito como desesperado: busca a una mujer que ocupe su lugar cuando ella ya no esté.
Y en Rosella encuentra lo que cree ser la respuesta. La contrata como niñera, pero en el fondo, esconde su verdadera intención: convertirla en la futura esposa de su marido, Gabriel Sanroman, cuando llegue su final.
¿Podrá Rosella aceptar casarse con el hombre de Julieta?
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Capítulo: Despierta la pasión
Los días avanzaron lentamente, cargados de un aire extraño, como si la casa misma presintiera que algo iba a cambiar.
Desde que Claudia se marchó, el ambiente había quedado suspendido en una calma densa, casi triste.
Fue entonces cuando Gabriel y Julieta tomaron la decisión de que las niñas irían a la escuela del pueblo.
La noticia trajo una pequeña chispa de alegría que iluminó, por unos instantes, las sombras de aquel hogar.
Las pequeñas no cabían en sí de la emoción.
Después de comprar los útiles con Rosella, caminaron por el sendero de flores silvestres que conducía al colegio.
—¡Voy a tener amiguitas! ¿Crees que les caiga bien? —exclamó Sarah, con los ojos brillando de ilusión.
Julieta, que trataba de ocultar el cansancio que la consumía, le sonrió con ternura.
—¡Claro que sí, mi amor! Eres una niña dulce, amable… a todos les caerás bien.
Sarah saltó de alegría, como si el mundo de pronto se abriera frente a ella.
Casi no tenía amigas en aquel lugar, y la idea de compartir juegos y risas la llenaba de una esperanza pura y contagiosa.
Gabriel las observaba en silencio, con una mezcla de orgullo y melancolía.
Nunca había visto a sus hijas tan entusiasmadas, pero algo dentro de él no lograba acompañarlas del todo.
Julieta, su esposa, se mostraba cada vez más distante.
Ya no lo buscaba con la mirada, ya no le sonreía con esa calidez que antes bastaba para darle paz.
Le había pedido dormir en habitaciones separadas, alegando migrañas y un tratamiento hormonal que la mantenía débil.
Gabriel respetó su espacio, como siempre lo hacía, pero el peso de la soledad lo estaba desgastando.
Amaba a su esposa, la había amado desde el primer día, y no entendía en qué momento ese amor comenzó a marchitarse sin razón aparente.
**
Durante la cena, el silencio se volvió tan espeso que podía cortarse con un cuchillo.
Las niñas hablaban emocionadas de sus nuevos cuadernos y del uniforme, mientras Rosella servía la comida con delicadeza. Julieta escuchaba, ausente, fingiendo interés.
Su rostro estaba más pálido de lo habitual.
Gabriel se levantó antes de que todos terminaran.
—Debo revisar unos documentos en la biblioteca —dijo, besando a Julieta en la frente. Su gesto fue cálido, pero vacío.
Luego desapareció tras la puerta, dejando una sensación amarga.
Julieta permaneció inmóvil unos segundos. Luego levantó la vista hacia Mariela, su fiel ama de llaves.
—¿Mi pedido fue realizado? —preguntó con voz débil pero firme.
—Sí, mi señora, tal como lo solicitó —respondió Mariela. Su tono era respetuoso, aunque algo en su mirada delataba inquietud.
Rosella, que recogía los platos, sintió la tensión del ambiente y no se atrevió a hablar.
Julieta giró hacia ella.
—Me enteré de que adoras leer, Rosella. —La joven asintió tímidamente. —Puedes tomar cualquier libro de la biblioteca esta noche, incluso los de inglés. Sé que te gustaría aprenderlo, ¿verdad?
—¡Sí, señora! Sería un honor —respondió la muchacha, con una sonrisa sincera.
—Entonces hazlo —dijo Julieta, con una sonrisa breve, casi forzada—. Es tu día libre mañana, puedes desvelarte un poco.
Rosella asintió y se retiró.
Cuando la puerta se cerró, Julieta llevó una mano a su abdomen. El dolor volvió, profundo, ardiente.
—¡Ah…! —gimió con desesperación.
Mariela corrió a auxiliarla, sosteniéndola mientras la ayudaba a recostarse en su habitación.
—Tranquila, señora —susurró mientras le inyectaba la medicina—. No debería exigirse tanto.
—¡Rosella no debe saberlo! ¡Aún no! —exclamó Julieta entre jadeos.
—Pero señora, lo que está haciendo es una locura.
Julieta la miró con furia y lágrimas contenidas.
—No soy estúpida, Mariela. Sé perfectamente lo que hago. Gabriel siente algo por ella, no lo niegues. ¡Lo he visto! Su desagrado hacia Rosella es solo una máscara… él la desea, aunque no lo admita. Pero no quiero que solo la desee. Quiero que la ame, que la ame tanto como me amó a mí.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire. La voz de Julieta se quebró.
—Cuando ya no esté… quiero que él encuentre en ella una razón para seguir.
Mariela negó con tristeza.
—Eso nunca pasará, señora. Como usted, ninguna.
—Te equivocas. Rosella es diferente. Es valiente, pura… y tiene algo que yo ya perdí: juventud, esperanza. Él la amará, y ese será mi último regalo para él.
Julieta apretó su abdomen con fuerza, las lágrimas resbalando por su rostro.
—Mi tiempo se acaba, Mariela. Pero antes de irme… quiero asegurarme de que ella será digna de él. Obsérvalos, cuéntame todo. Quiero saber si el destino realmente los unirá.
—Está bien, señora —dijo Mariela con un nudo en la garganta—. Esperemos que pase la primera prueba.
**
Esa noche, Gabriel subió a su habitación.
Se sentía agotado, tanto física como emocionalmente. Se quitó el saco, aflojó la corbata y, ya en pijama, encendió la televisión.
Solía quedarse dormido viendo documentales de historia, su manera de escapar del silencio que lo rodeaba.
Pero lo que apareció en pantalla lo dejó inmóvil.
Una escena ardiente, explícita, llenó la habitación de jadeos y luces cálidas.
No era un documental. Era pornografía.
Parpadeó, confundido. Intentó cambiar de canal, pero la imagen permanecía igual. El control no respondía.
Tragó saliva, sintiendo cómo la sangre le subía al rostro.
No era un hombre de hielo, y hacía meses que no tocaba a su esposa.
El calor le recorrió el cuerpo, una sensación involuntaria, humana.
Desconectó el aparato, avergonzado de sí mismo, y salió de la habitación buscando aire.
Sus pasos lo llevaron hasta el cuarto de Julieta. Ella dormía profundamente, su rostro pálido y frágil.
Gabriel se acercó, conmovido por su belleza aún enferma.
La tocó con ternura, buscando sentir que aún había algo entre ellos.
—Te deseo, amor —susurró, besando su cuello.
Julieta despertó sobresaltada.
—¡No, Gabriel! No puedo… no esta noche —dijo entre lágrimas.
Él intentó insistir, con desesperación contenida.
—Solo quiero sentirte… un instante.
Ella se giró, negando.
Gabriel se apartó, herido, confundido, humillado.
Salió sin mirar atrás, mientras Julieta, rota, escondía el rostro entre las sábanas y lloraba en silencio.
Bajó la escalera con el pecho ardiendo, la respiración alterada. Fue entonces cuando notó un resplandor en la biblioteca.
La puerta estaba entreabierta.
Entró sin hacer ruido. Dentro, una figura femenina se alzaba sobre un mueble, intentando alcanzar un libro en el estante más alto.
—¡Rosella! —exclamó.
Ella se sobresaltó, perdió el equilibrio y cayó.
Gabriel corrió y la atrapó antes de que tocara el suelo.
Sus cuerpos se encontraron de golpe: el peso de ella, su respiración agitada, el aroma a flores que emanaba de su cabello.
El tiempo pareció detenerse.
Él la sostuvo entre sus brazos, y ella lo miró con los ojos abiertos, sorprendidos, llenos de inocencia y miedo.
Gabriel sintió una corriente recorrerle el cuerpo, una mezcla de culpa y deseo.
Era un hombre cansado, vulnerable… y esa joven, tan viva, tan cercana, despertaba una pasión que él creía dormida.
creo que quizo decir Arnoldo.!!!