A los dieciocho años, me vi obligada a casarme con Aureliano Estrada, un hombre poderoso, atractivo e inteligente, pero también un despota que se había encaprichado conmigo. Lo odiaba profundamente, ya que su ambición me había obligado a renunciar al amor de mi vida, Marcos Villasmil, el chico más guapo y dulce que jamás había conocido. Nuestro amor era real y puro, pero mis padres no lo aceptaban; al menos eso me hacían creer. Cada día en la vida con Aureliano se sentía como una prisión dorada. Aunque tenía todo lo que muchos desearían: una mansión, fiestas lujosas y la admiración de la sociedad, mi corazón seguía anhelando la libertad que había perdido junto a Marcos. La sombra de su recuerdo me seguía, recordándome lo que realmente importaba: el amor verdadero y la felicidad genuina. Mientras navegaba por esta nueva vida impuesta, comenzaba a cuestionar mis decisiones y a buscar maneras de recuperar el control sobre mi destino. Sabía que no podía seguir viviendo así, atrapada entre las expectativas de mis padres y el dominio de Aureliano
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Capítulo XVIII Entre sombras y silencio
Al entrar a la casa pude ver su majestuosidad. Al cruzar la puerta principal, te recibe un vestíbulo amplio y luminoso. Las paredes están adornadas con obras de arte que reflejan la historia y el legado familiar, y algunas fotografías enmarcadas que narran momentos importantes.
El suelo es de mármol pulido, que brilla bajo la luz natural que entra a raudales por enormes ventanales con cortinas de lino blanco, creando un ambiente fresco y acogedor. A un lado, hay una escalera majestuosa que se eleva hacia el segundo piso, con una barandilla elaborada que invita a explorar más.
Al fondo, se puede vislumbrar una sala de estar espaciosa, decorada con muebles elegantes y cómodos. Sofás tapizados en tonos suaves, mesas de madera fina y un gran piano en una esquina que sugiere que la música es parte de la vida familiar. Un chimenea imponente como punto focal, adornada con retratos familiares y recuerdos de viajes.
“Bienvenidos a su casa”, nos recibió un señor mayor, pero con un porte imponente, su aura era similar a la de Aureliano, por lo que deduje que era su padre Maximiliano Estrada.
“Papá, gracias por la invitación. Mira ella es Veronica Méndez; mi esposa”, Aureliano nos presentó finalmente.
“Un gusto conocerlo señor”, dije de manera educada.
“El gusto es mío, hija. Pero por favor no me llames señor. Ahora somos familia. Llámame Maximiliano solamente”, el papá de Aureliano parecía ser un hombre amable y sencillo. Aunque lo había visto en algunas ocasiones nunca había podido tener una conversación con el.
“Gracias señor… perdón Maximiliano”, mi primera impresión fue buena. Mi suegro era muy amable y me trató como parte de su familia. Luego le pidió a Aureliano que me diera un recorrido por la casa, mientras llegaban los otros miembros de la familia.
Aureliano me llevo hasta la biblioteca: rica en estanterías llenas de libros antiguos y modernos, donde el aroma a papel y madera se mezcla con un aire de sabiduría y conocimiento.
La cocina es un espacio cálido y acogedor, con gabinetes de madera oscura y una isla central donde seguramente se reúnen para compartir momentos familiares. Este era mi lugar favorito hasta el momento.
Tambien me llevo hasta el comedor donde había una mesa grande, rodeada de sillas cómodas.
Cada rincón cuenta una historia, y todo parece estar diseñado para invitar a la conversación y la conexión.
“Me gusta tu casa, esta llena de recuerdos familiares y eso habla de la unión familiar”, exprese sinceramente lo que sentía.
“¿Te gustaría que nuestra casa fuera así?”, la pregunta de Aureliano me tomo por sorpresa, no tenía idea de que él quisiera mudarse del apartamento.
“Si me gusta esta casa, pero es demasiado grande para dos personas”, dije honestamente.
“No siempre seremos dos, en algún momento tendremos nuestros hijos y ellos necesitarán ese espacio”.
¿Quieres tener hijos conmigo?”, pregunté con asombro.
“No imagino que mis hijos sean de otra mujer”, respondió abrazándome por la espalda.
Volvimos a la sala donde nos estaban esperando otras personas además del señor Maximiliano.
“Tío, ¿cómo está?”, pregunto Aureliano a un señor muy parecido a su papá.
“Todo bien hijo. Estoy molesto contigo por no esperar a que llegara para estar en tu boda”, respondió el señor mostrando su molestia.
“No podía esperar tío, mi esposa es muy hermosa y me urgía casarme con ella”, susurro al oído de su tío, pero igual logré escucharlo.
“Quiero conocer a esa hermosa mujer que finamente amaro a este descarriado”, dijo el señor mirándome fijamente.
“Ven amor, quiero que conozcas a mi tío favorito, Emiliano Estrada”.
“Un placer conocerlo señor”, le dije con la impresión de que ya lo conocía.
“Realmente eres hermosa, tienes una belleza impresionante. Me recuerdas a alguien que conocí hace muchos años”, no fui la única en tener esa sensación.
“Ella es la hija de Catalina Garcia”, al escuchar el nombre de mi madre el rostro del señor Emiliano cambio por completo, sus ojos se ensancharon y su semblante se puso pálido.
“Esto debe ser una broma. ¿Cómo permitiste que esa gente volviera entrar a nuestras vidas?”, gritó Emiliano mirando a su hermano.
“Tío por favor contrólate, recuerda que estás frente a mi esposa”, intervino Aureliano poniéndose frente a mi.
“Lo siento hijo, pero no puedo aceptar este matrimonio. Mejor me retiro”. Las palabras de ese hombre me dolieron en el alma. Que sería eso tan grave que paso que el cambio radicalmente al escuchar el nombre de mi madre. Me puse mal y ya no quería estar más en aquella casa.
“Lo siento, creo que mejor me voy”, dije con angustia.
Las personas que estaban presentes se quedaron mirándome como si fuera un bicho raro, nunca me había sentido tan incómoda en mi vida.
“No te vayas hija, eres mi invitada y si a alguien no le gusta se puede ir”, dijo el señor Maximiliano muy serio.
“No me siento bien, mejor nos reunimos otro día”, dije determinada a salir de aquella casa.
Aureliano me tomo de la mano y me saco de aquella casa, me despedí de mi suegro y le pedí disculpas, pero en realidad no quería estar rodeada de personas que no me querían.
Una vez en el auto mis lagrimas empezaron a salir sin control. Nunca me había sentido tan humillada en toda mi vida.
“No llores amor, mi tío se porto muy mal y no es culpa tuya”, trato de consolarme Aureliano.
“Viste el odio que se reflejo en el rostro de tu tío, parecía como si ante él estuviera su peor enemigo”, respondí entre sollozos. “Además el resto de tu familia también me miraba con desprecio. No entiendo que les hice yo. No entiendo cual es su odio”.
“Hablaré con mi tío y le pediré una explicación, si algo paso entre tus padres y él, la menos culpable eres tú, así que te debe unas disculpas”, las palabras de Aureliano no me reconfortaban, ese señor me dio miedo y se que será un nuevo obstáculo a superar.