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"Entre La Justicia Y El Deseó"

"Entre La Justicia Y El Deseó"

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Reencuentro / Escuela / Amor-odio
Popularitas:967
Nilai: 5
nombre de autor: Ari Alencastro

“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”

NovelToon tiene autorización de Ari Alencastro para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 14:Reglas, orgullo y un desayuno arruinado

El sol apenas despuntaba y el aire fresco de la mañana traía ese aroma inconfundible a pan recién horneado de la cafetería. Isabella, con el cabello aún algo despeinado y los ojos medio cerrados, estaba parada frente a la puerta principal de la preparatoria, murmurando para sí misma mientras sostenía una hoja arrugada donde había anotado las “reglas” que Damián Montenegro le había enviado la noche anterior.

—Regla número uno: no le hables a menos que él te hable primero… ugh, ¿quién se cree? ¿El rey de Inglaterra? —masculló entre dientes, frunciendo el ceño.

—Regla número dos: no te quejes —repitió con tono burlón—. Ja, eso sí que está difícil.

—Regla número tres: llega todos los días a primera hora. y esperame en la entrada.( ahora también controla mis horarios)

—Y regla número cuatro… —leyó, arrugando la nariz—: no me hagas perder el tiempo. Claro, porque el señor Montenegro es tan ocupado… con su peinado perfecto y su ego del tamaño de la escuela.

Rodó los ojos y suspiró.

—No sé por qué acepté esto… —dijo, cruzándose de brazos—. Ah, sí. Porque si no lo hacía, me expulsaban. Genial, Isabella. Muy genial.

En ese instante, el rugido de un motor la sacó de sus pensamientos. Un auto deportivo negro, brillante como espejo, se detuvo justo frente a ella. Isabella parpadeó varias veces. De él bajó lentamente Damián Montenegro, con su chaqueta de cuero, gafas oscuras y esa sonrisa arrogante que le daba ganas de lanzarle la hoja con las reglas a la cara.

Damián la miró y, con un gesto de la mano, señaló la puerta del copiloto.

—¿Piensas quedarte ahí parada? Ábreme la puerta.

Isabella lo fulminó con la mirada.

—¿Perdón? —dijo, arqueando una ceja—. Ya te dije que no soy tu esclava.

—No te pedí tu opinión, Fernández —respondió él con calma—. Solo abre la puerta.

Ella chasqueó la lengua, alzando la hoja.

—¿Sabes qué? Me hiciste venir tan temprano que ni siquiera desayuné. Ni un pan, ni un café… bueno, no sé por que te cuento mi vida, pero igual. ¿Y para qué? ¿Para hacer de portera? ¡Eres un ególatra insoportable!

Damián solo alzó una ceja, divertido.

—Regla número dos —dijo con voz grave—: no te quejes.

Isabella apretó los labios, conteniéndose. “Último año, Isabella. Último año, no te expulses, no te expulses”, se repetía mentalmente. Al final, suspiró con resignación y, muy a su pesar, abrió la puerta con un movimiento teatral.

—Listo, su alteza Montenegro. Su carruaje lo espera.

Damián sonrió apenas, cerró el auto y comenzó a caminar hacia la entrada de la escuela. Isabella lo siguió, murmurando algo sobre “ricos con problemas de humildad” mientras él, sin mirarla, hablaba:

—Hoy quiero que me consigas algo de la cafetería.

—¿Algo? —preguntó ella, arqueando una ceja—. ¿Y qué sería ese “algo”?

—No lo sé. un desayuno quizás? dijo sarcástico, Pero nada de café, lo odio.

Isabella bufó.

—Qué sorpresa, al señor perfección tampoco le gusta el café. Ni las reglas de los humanos normales, supongo.

Él la miró de reojo.

—Fernandez, te recuerdo que también dije: “no me hagas perder el tiempo”.

Isabella fingió una sonrisa.

—Oh, no, claro, jamás. Dios nos libre de retrasar la agenda del señor Montenegro.

Mientras caminaban por el pasillo ya de regreso , isabella tropezó con una mochila en el suelo y, tratando de recuperar el equilibrio, terminó apoyando la mano en el pecho de Damián… y con el vaso de jugo que sostenía en la otra, derramó parte del líquido sobre su camisa blanca.

—¡Ay no! —exclamó Isabella—. ¡Lo siento!

Intentó limpiarle la mancha con la manga de su suéter, pero solo la empeoró.

—Fernandez, aléjate —dijo Damián, con tono autoritario.

—¡Estoy tratando de ayudarte! —replicó ella, frotando la tela mientras él tensaba la mandíbula.

—¡Deja de frotar! —espetó, sujetándole la muñeca—. No eres muy útil que digamos, ¿eh?

—¡Pues tú tampoco eres tan fácil de limpiar! —le respondió ella sin pensar.

Un silencio incómodo los envolvió un segundo… hasta que una voz conocida irrumpió.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Lucas, acercándose con el ceño fruncido.

Isabella dio un paso atrás, visiblemente nerviosa, pero antes de decir algo, Lucas tomó su mano con suavidad.

—Vamos, Isa, no tienes por qué aguantar esto —dijo él, firme, tirando ligeramente de ella.

Damián se interpuso, sosteniendo la otra mano de Isabella.

—No te metas, Lucas. Este es un asunto entre Isabella y yo.

Los ojos de ambos se cruzaron como dos cuchillas a punto de chocar.

—¿Ah, sí? Pues parece que Isabella no está muy cómoda —replicó Lucas, tensando la mandíbula—. Así que sí me voy a meter.

En ese momento, los pasillos se llenaron de murmullos.

—¿Viste eso? —susurró una chica del fondo—. ¿Se están peleando por Isabella?

—Parece un triángulo amoroso —dijo otra, riendo.

—¿Será que ella los hechizó o qué?

Isabella los escuchó y rodó los ojos mentalmente.

“Claro que los hechicé, sí, con mi magia de derramar jugos y tropezarme con mochilas”, pensó sarcásticamente.

Damián notó los susurros, las miradas curiosas, y soltó la mano de Isabella con frialdad.

—Haz lo que quieras—dijo, ajustándose la chaqueta y dándose media vuelta.

Lucas aprovechó el momento y la llevó consigo, apartándola del bullicio. Una vez lejos de las miradas, se detuvo.

—¿Estás bien? —le preguntó, sacando un pañuelo de su bolsillo para limpiar sus manos—. Tienes jugo por todos lados.

—Ah, sí… gracias —murmuró Isabella, observándolo mientras él sonreía levemente. Su corazón dio un pequeño salto, acelerando su ritmo.

Lucas, tan atento, tan amable… tan diferente a Damián.

“Qué lindo eres, Lucas. No sabes cuánto te amo”, pensó, mientras él le limpiaba una gota de jugo del rostro con delicadeza.

Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Isabella lo miró, sonrojada, con una sonrisa tímida.

—Ya está —dijo él, apartándose un poco—. Siempre terminas enredándote en problemas, ¿eh?

—No es mi culpa —respondió ella, riendo—. Las mochilas me odian.

Ambos rieron suavemente mientras, a lo lejos, Damián los observaba con una expresión indescifrable desde la entrada del edificio.

El juego apenas comenzaba.

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Rocio araceli
no me gusta elogiar nada cuando dejan sin terminar una novela excusarme 🤣🤣🤣🤣
Rocio araceli
🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣
Rocio araceli
en serio eso fue todo lo k escribiste
Rocio araceli
no me gustan las novelas k no terminan
Desi Oktafiani
Increíble, no dejes de escribir
Khansarila Adisoga
¡Me encanta, sigue así!
REIN
¡No puedo más! 😵 Tu historia me ha tenido completamente enganchada y necesito saber qué pasa después, por favor actualiza pronto.
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