Blindr

CAPITULO 2: Bölvun

Vanaheim. Mar de Vafi.  Año 1215 de la era de Ydhin.

“He matado a Astrid.”

La joven se acurrucaba en su camarote del viejo barco del clan Killen.

“Ha sido su culpa, pero la he matado yo. La odiaba, pero también la quería.”

Ella hubiese querido gritar, insultar o incluso llorar por Astrid, pero eso llamaría la atención de los demás tripulantes.

“Si no la hubiese matado, ella me hubiese matado a mí.”

En su desesperación, Kallióp se rió.

“Muy propio de ella, pero su error fue enseñarme a ser así también.”

Ella odiaba a Astrid; después de todo, siempre estaba burlándose por no ser mejor que su hermano Fjor. Aun así, solo ella estaba a su lado, solo ella conocía su resentimiento y solo a ella le mostraba su verdadera cara.

“¡Todo es culpa de Fjor, otra vez! Se burló de mí al hacer lo que hizo, eso me volvió loca, y no pensé bien las cosas. Le hice caso a Astrid; ella también es culpable. Tanto que hablaba del destino y ella quiso cambiar el suyo utilizándome.”

Ella no quiso asistir al ritual que llevaron a cabo en el templo de los Fog. Invocarían a la diosa Hécate, como se detallaba en el edicto de Ydhin, y en ceremonia privada Fjor se encontraría con la diosa de Nueva Asgard, la cual le daría la runa de Odín si lo encontraba digno o le permitiría realizar una prueba para ganarla. Eso daría gloria a la casa Fog. Pero no fue esa la noticia que llegó a Kallióp. No. Astrid había llegado corriendo a su habitación allá en el castillo de Don, gritando emocionada.

“¡Ha rechazado a la diosa! ¡Tu hermano Fjor! ¡Ha salido del templo y ha comunicado a tu padre y a los líderes del clan que decidió no llevar a cabo la prueba de Hécate! ¡Que no le interesaba convertirse en un dios de Nueva Asgard! ¡No dio ninguna explicación de por qué motivo rechazó hacer la prueba!”

Una parte de Kallióp se alegró al escuchar la noticia, se alegró de que el gran Fjor hubiese resultado ser una decepción para todo Vanaheim. Pero allí estaba Astrid para recordarle otra cosa.

“Se está burlando de ti, él ha rechazado el destino que tú tanto has querido. Aunque eso no importa ahora, tienes tu oportunidad, ¿entiendes? Róbale su destino.”

Aquella fue la sonrisa más horrible que vio hacer a Astrid. Todos sus sentidos le advirtieron entonces que la bruja estaba planeando algo.

Astrid tenía sangre Vanir mezclada con la de los elfos oscuros y, aunque siempre despreció esa parte de ella, había viajado a Svartálfaheim buscando un artífice enano que le fabricara una máquina para cambiar el destino. Kallióp había financiado esa búsqueda, que durante años no dio resultado. Hasta un día en que Astrid llegó con una carta firmada por un tal Olfrik, hijo de Alfrik. Talentoso entre los enanos.

En la carta, el enano explicaba que tal máquina no existía, ni debía existir, ese terreno de la magia debían conocerlo mejor los Vanir; el destino era lo que era. Pero en cambio podía fabricarle un dispositivo para robar el destino de otro. Sin embargo, ni oro ni plata pediría por tan magnífico regalo. Astrid le había hablado sobre lo hermosa que era Kallióp, así que en primer lugar quería conocerla y en segundo, pasar una noche con ella si él encontraba que era tan bella como le contaron. Solo entonces fabricaría el dispositivo.

“Lo rechacé, lo rechacé entonces” se dijo Kallióp recordando el momento. “No quería acostarme con un elfo oscuro, y tampoco quería robar ningún destino.”

Entonces había ocurrido. Fjor había desechado su camino a Nueva Asgard y ella quiso castigar su estupidez.

Consiguió un barco en el puerto de Don y viajó con Astrid en busca de las puertas de los mundos. Cada uno de los nueve mundos tenía una puerta que los conectaba con los demás, excepto Midgard, cuyas puertas había cerrado el mismo Odín antes del Ragnarok como acto de protección hacia su creación y la de sus hermanos.

Kallióp llegó a la isla y atravesó la puerta hasta llegar a Svartálfaheim. Conoció a Olfrik y no le fue difícil seducirlo, ella quizá no había nacido con grandes poderes mágicos ni fuerza divina, pero su belleza era motivo de canciones y poesía en Vanaheim.

“Por supuesto que no me acosté con ese sucio elfo oscuro.”

Kallióp le puso condiciones a Olfrik para llevar a cabo su encuentro íntimo. En primer lugar, lo harían a oscuras y en segundo lugar, él solo se estaría quieto; ella sería quien lo montaría y se encargaría de todo. Por supuesto, todo eso lo hizo para que fuese Astrid la que se acostara con el enano. Astrid se quejó al respecto, pero al final aceptó.

Astrid hizo muy bien su trabajo y Olfrik quedó muy contento. En menos de dos días terminó el dispositivo, que consistía en un anillo rojo que se podía separar en dos anillos.

“Todo lo que tienes que hacer es usar una de las mitades y hacer que la persona a la que le quieres robar el destino use la otra. A partir de ese momento, cambiarán de cuerpo. Entonces, tendrás que quitarte el anillo y destruirlo; si los dos anillos existen, la otra persona podrá regresar a su cuerpo en algún otro momento usando el mismo método. Si lo destruyes, no hay vuelta atrás. No está de más decir que si usas esto con alguien que tenga tu sangre será mucho mejor.”

Esas fueron las instrucciones de Olfrik y en ese momento Kallióp estuvo muy contenta. Ella tomaría el cuerpo de Fjor y haría lo que él no hizo, llegaría hasta Nueva Asgard y sería reconocida por todos por su valor. Después de todo, Fjor no merecía su poder si no era capaz de usarlo bien.

“Astrid me traicionó. Quiso robarme mi destino.”

En el viaje de regreso a Vanaheim, Astrid empezó a mostrarse más callada que de costumbre. Kallióp decidió estar alerta y bien hizo. Cuando cruzaron la puerta de los mundos, el barco del clan Killen la estaba esperando, ella les había pagado para eso. Se embarcaron y a medio camino en el mar de Vafi, aquel mar tormentoso que se había formado cuando las masas de tierra se partieron con el Ragnarok, Astrid hizo su movimiento.

Vino de noche y puso un cuchillo en la garganta de Kallióp que dormía, o fingía dormir.

—Dámelo —fue lo que le dijo Astrid y Kallióp sabía muy bien a qué se refería.

—¿En serio?

—No juegues conmigo, dámelo. Yo me acosté con Olfrik, así que es mío por derecho. Yo merezco cambiar mi destino, tú al menos has vivido hasta ahora como una princesa.

—Eres una traidora.

—Dámelo, no quisiera dejar heridas a mi nuevo cuerpo.

—No harás nada.

En ese momento, el capitán del barco y dos de sus hombres salieron de sus escondites dentro del camarote y atraparon a Astrid, que estaba sorprendida de todo eso.

Kallióp les había avisado que esperaba un ataque de la mestiza. Así que le preparó esa trampa.

—Intentando matar a tu ama, elfa oscura, la ley del barco por ese crimen es lanzarte a la tormenta —dijo el capitán.

Entonces Astrid suplicó por su vida, lloró, pidió clemencia.

La única respuesta de Kallióp dejó callada por un momento a Astrid. La palabra fue:

—Örlög.

—Maldita seas, eres un ser maldito. Bölvun te llamo. Maldita eres y maldices a todos. ¡Mírame!

Sus insultos le sirvieron menos que sus súplicas. Sin ceremonias la llevaron a la proa y la arrojaron al mar de Vafi en medio de las olas de tormenta.

“He matado a Astrid, ni siquiera fui capaz de mirarla.”

Sola ya y acurrucada en su lecho, Kallióp pensaba que la vida de Astrid era el precio con que compró el derecho de robarse el destino de su hermano.

Kallióp no se culpó a ella misma por nada en ningún momento.