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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Completas / Mujer poderosa / Magia / Dominación / Brujas
Popularitas:438
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.

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CAPÍTULO CATORCE: MORIR O VIVIR

Todos retrocedieron ante la vista. Eran tan grandes como las murallas que protegían el castillo. Sus enormes alas de diferentes formas y colores se batían con fuerza, mientras de sus fauces surgía un rugido poderoso que ahuyentó a todas las criaturas del lugar.

Cathanna los reconoció al instante, cada silueta imponente grabada en su memoria, cada par de ojos resplandeciendo con un fuego familiar. Todos estaban en los libros de dragones que tanto leía con esmero.

—Vearhion… —susurró para sí.

Los Vearhion eran los reyes indiscutibles de las tierras heladas, majestuosos y temibles. Existían diversas clases de ellos, pero todos compartían un don aterrador: su aliento gélido era capaz de congelar el aire mismo y convertir cualquier superficie en una tundra inquebrantable.

—¿Conoces esa especia? —Le preguntó Janessa, emocionada. Ella amaba los dragones, aunque nunca para tomarse el tiempo de estudiar sus especies.

—Los he estudiado desde que supe que me vincularía con uno —respondió con una leve sonrisa, mientras alzaba un dedo para señalar a uno que parecía rodeado de destellos fulgurantes—. Esos son los Xyphara, la única especie de dragones que habita entre las tormentas.

Janessa llevó su mirada al dragón cuyo cuerpo chisporrotea con energía pura y cada rugido suyo resonaba como un trueno. Era intimidante, tanto que nadie quería tenerlo como Destino, a excepción de los Trushyano, quienes eran los únicos que dominaban esas grandes bestias.

—¡Magnífico, espléndido, increíble! —exclamó Janessa sin apartar la vista de las imponentes bestias que descendían poco a poco hasta tocar tierra firme—. ¿Y el otro? Se ve aterrador.

—Es un Blazefire. Son dragones de fuego… extremadamente territoriales —respondió Cathanna, observando cómo las llamas danzaban entre las escamas carmesí del imponente ser—. No permite que extraños se acerquen a ellos, ni a sus jinetes, si es que llegan a poseer un vínculo con un humano, algo raro de ver porque los odian a muerte.

Los dragones soltaban uno que otro rugido pequeño. Sobre sus lomos iban tres figuras: dos mujeres y un hombre, ataviados con los trajes de Cazadores. Sus capas ondeaban con la brisa y sus miradas eran tan afiladas como cuchillas. El silencio se hizo pesado cuando los tres desmontaron de sus dragones.

La primera era una mujer de largos cabellos dorados y trenzados, con facciones finas y mirada serena, pero determinada. La segunda, de piel pálida y ojos ambarinos, tenía una expresión fría y calculadora, con el cabello negro recogido sin un solo mechón fuera de lugar. El tercero, de porte imponente, llevaba parte de su rostro cubierto de tatuajes y runas, con el cabello negro trenzado y una mirada feroz que delataba peligro.

Wasa se acercó a paso firme.

—¿Esto es todo? —una sonrisa de arrogancia apareció en su rostro como si le divirtiera ver a tantas caras llenas de seguridad.

—Mírenlos… —intervino la mujer rubia, cuyo nombre era Thalassa—. Tienen cara de niños seguros. Pues les aseguro que esa seguridad no durará demasiado. La mayoría de ustedes no pasará la primera prueba. Y los que lo hagan… más de uno desearía no haberlo hecho.

Algunos de los aspirantes intercambiaron miradas nerviosas, pero ninguno se atrevió a hablar. Cathanna sentía su garganta seca, sus manos temblorosas y sus pies plantados en la tierra con firmeza, como si el solo hecho de que su cuerpo se moviera, era su sentencia de muerte.

—Bien —continuó Thalassa—. No perdamos el tiempo con ilusiones. Aquí nadie va a tratarlos como príncipes ni a consolarlos cuando lloren. Si esperan compasión, den media vuelta ahora mismo y regresen a casa con mami. Si se quedan… prepárense para sangrar. Y lo digo en serio. Si no hay sangre, no hay honor.

Chantal, la del cabello recogido, se acercó. Era la más joven de los tres, pero la más letal si se lo proponía. Nadie quería meterse con ella.

—Esto no es un juego —dijo con dureza, pero sonaba más amigable—. No importa de dónde vengan, qué apellido tengan o qué sueños traigan consigo. Aquí solo hay dos caminos: sobrevivir… o morir.

El cuerno resonó una vez más, haciendo asustar a muchos aspirantes. Sacó un pergamino enrollado de su cinturón y lo desenrolló con calma, su mirada paseándose por los nombres escritos en él. Había quinientos nombres.

—Cuando escuchen su nombre, avancen y formen una fila. Cada una con cincuenta aspirantes. Si su nombre no está en la lista, márchense. No pierdan su tiempo.

Cathanna estaba nerviosa. Si su nombre no estaba en esa lista, significaba que debía irse, ¿pero a dónde se iría? Aunque tampoco quería quedarse en ese lugar de mala muerte.

—Janessa Velkra. — Janessa dio un paso adelante. —Ji-soo Dalum; Ryen Portian; Celine Haelin; Cathanna Heartvern.

Cathanna respiró hondo y avanzó. Se puso en la fila con la cabeza baja. No quería levantarla y encontrarse con los ojos de Thalassa que caminaba entre ellos como si estuviera analizando cada uno de sus gestos.

—Jared Rowen. — Un chico alto y de cabello castaño avanzó con pasos firmes—. Arien Miraflores.

Los nombres siguieron. Del grupo de personas que habían llegado, solo más de la mitad fueron llamados. El resto se quedó atrás, con el desconcierto en sus rostros.

—Debe haber un error —dijo uno de ellos, un joven de porte aristocrático—. Mi familia ha servido a la cacería por generaciones.

Wasa lo miró con un desprecio palpable.

—Y eso nos importa una mierda. Lárgate ya.

El joven apretó los puños, pero, finalmente, se giró y se marchó, acompañado por otros que tampoco habían sido llamados. No todos lo hicieron con dignidad. Algunos maldecían, otros miraban hacia atrás con rabia contenida. Cuando el último rechazado se había ido, Chantal, enrolló el papel y se volvió hacia los elegidos.

—Bien, —Sonrió mostrando sus dientes, algo torcidos—. Ahora que hemos descartado la basura, es hora de comenzar con la verdadera diversión.

Cathanna comenzó a respirar rápido, con miedo de lo que estaba por venir. Vio muchas miradas, estaban asustados como ella. Las personas se organizaron en cuatro filas, siguiendo las órdenes de Thalassa. Sobre ellos, los dragones surcaban el cielo con majestuosa indiferencia.

Avanzaron por el sendero que habían visto antes, un camino sombrío y opresivo donde la oscuridad parecía tragarse todo a su paso. Cada vez que alguien cruzaba el umbral, desaparecía de la vista de los demás, envuelto en una negrura impenetrable.

Unas risas resonaron en la penumbra. Agudas, infantiles, llenas de una extraña diversión que erizó su piel. No había niños allí… ¿O sí? El simple hecho de que algo más pudiera estar ahí, en la oscuridad, acechando cada paso que daban, le ponía nerviosa.

Llegaron a una enorme puerta de metal, abierta de par en par. Al cruzar, una hilera de antorchas se encendió en rápida sucesión, proyectando sombras temblorosas sobre el suelo de piedra. La luz reveló una sala colosal, de muros imponentes que se alzaban hasta un techo altísimo, construido con bloques macizos. A lo largo de cada pared se abrían pasillos oscuros, como bocas hambrientas.

—Ya todos deberían saber qué es el Finit y, si no lo saben, es una lástima. No pienso perder el tiempo explicándolo —dijo Thalassa, recorriendo a cada uno con la mirada. Señaló los cuatro pasillos que se abrían como fauces en la penumbra—. Como pueden ver, hay cuatro caminos. Deben elegir cuál tomar. Una vez que pongan un pie fuera de esta sala, el castillo desaparecerá ante sus ojos. Deberán encontrar la forma de regresar antes del alba.

—Buena suerte —hablo Wasa—. Sobrevivan… o, al menos, tengan una muerte digna. Pueden que se encuentren unos a otros, aunque es casi imposible que suceda, pero en el caso tal, solo uno puede seguir de pie. Ya saben a lo que me refiero, reclutas.

—¿Matarnos entre… nosotros? —susurro Cathanna.

—Sí —respondió Janessa —. Eso se establece en el pergamino que nos dieron el día de la inscripción. Yo iré por el de la izquierda. Ten mucha suerte y no te dejes asesinar.

Cathanna miro los cuatro pasillos. Ninguno le generaba confianza, pero al ver como casi todos ya habían cruzado uno, no le quedó de otra que hacerlo también. Se dirigió hacia uno de la derecha. El pasillo estaba frío y húmedo. No escuchaba a nadie de los que había entrado por ahí. Parecía como si la tierra se los hubiera tragado.

Al final, había una puerta grande de madera tallada con varios círculos. Al girar la manija, una ráfaga de aire gélido la envolvió, haciéndola vacilar un momento. Parecía como si la noche hubiera vuelto a caer. No había rastros de luz, además de los faroles pegados al castillo.

Miró hacia abajo, observando como enormes troncos de piedra que se extendían ante ella, sus contornos envueltos en una niebla espesa. Sintió como si el alma hubiera abandonado su cuerpo. No eran troncos normales, de las aberturas de este salían chispas de fuego.

—Esto debe ser una maldita broma.

Se apresuró a ponerse sobre uno. El castillo desapareció como si nunca hubiera existido realmente. Cerró los ojos por un instante, un nudo de ansiedad formándose en su estómago. Sabía que su tarea era encontrar el castillo, pero… ¿Cómo? ¿Debería seguir caminando hasta encontrarlo?

Comenzó a deslizarse sobre los troncos con cuidado de no caer por ninguna de las aberturas de donde salían llamaradas de fuego. En ese instante, la niebla comenzó a disiparse, como si una fuerza invisible la apartara a su paso.

Su aliento se entrecortó al ver lo que se ocultaba tras el velo blanquecino: imponentes árboles de troncos retorcidos, con raíces que parecían aferrarse desesperadamente a la roca, y un abismo insondable que se extendía más allá.

Un crujido resonó a su izquierda. Se giró bruscamente, con la respiración contenida. Entre los troncos, distinguió una figura. O, más bien, la silueta de algo que se movía con lentitud, como si estuviera esperando a que ella diera el siguiente paso.

Sin pensarlo, saltó en dirección contraria, lo hacía más rápido de lo que había imaginado que podría, aunque con cuidado, pues seguía sobre los troncos. La tierra firme llegó demasiado rápido. Cayó, haciendo que su ropa se manchara con el barro que la lluvia había formado. Sin perder un segundo, se levantó y comenzó a correr nuevamente, adentrándose en el bosque.

La oscuridad de la noche cegaba su visión, y solo podía sentir las ramas y hojas golpeando su rostro, dejando marcas rojas en su piel.

Un tropezón la hizo caer de nuevo. Giró por un barranco, su cuerpo dando vueltas hasta que finalmente se estrelló contra una roca. El dolor fue inmediato. Abrió la boca, liberando un fuerte jadeo de dolor. Su mano terminó en su frente, sintiendo el espeso líquido que comenzaba a bajar.

Se obligó a incorporarse, tambaleándose. Miró a su alrededor, pero sus ojos solo veían la negrura. De pronto, el viento se levantó con fuerza, como si la naturaleza misma se hubiera alterado.

Retrocedió rápidamente, apenas a tiempo para ver cómo una flecha de fuego se clavaba en la tierra, justo donde había estado su pie segundos antes. Levantó la mirada. Al instante, vio cómo muchas más se dirigían hacia ella, y un escalofrío recorrió su espalda.

Soltó un grito de pánico, pero cuando estaba por retroceder, un destello de conciencia atravesó su mente, recordando su habilidad, su poder: el viento, el aire, su aliado. Podía controlarlo, podía torcerlo a su voluntad, hacer que todo lo que estuviera bajo su influencia siguiera sus deseos.

Levantó las manos al frente y apretó los puños con fuerza, provocando que el viento dejara de moverse de inmediato. Las flechas quedaron suspendidas en el aire, como si el mundo se hubiera detenido de golpe. Dio suaves pasos atrás, para evitar que las flechas cayeran sobre ella cuando abrió las manos.

El impacto de estas, al caer, hizo un gran estruendo en el lugar, haciendo que las hojas en la tierra se levantaran de golpe. Ella respiró con tranquilidad.

—Esto no es lo que hace una “princesa”.

Se adentró en una zona más densa del bosque, un escalofrío le recorrió la espalda. Un susurro invisible se deslizó por su piel, y de repente, sintió manos frías y fantasmales, rozando cada parte de su cuerpo. Corrió sin dirección, sin pensar, solo deseando escapar de aquellas manos invisibles que la sujetaban y la reclamaban como suya.

Un grito se ahogó en su garganta cuando su cuerpo cayó de golpe en un río embravecido. La corriente la atrapó al instante, arrastrándola sin darle oportunidad de luchar. Luchó por mantener la cabeza fuera del agua, su pecho subiendo y bajando descontroladamente mientras intentaba orientarse. Todo era un remolino de sombras y espuma blanca.

Buscó la orilla con desesperación, pero no veía más que el caos del río rugiendo a su alrededor. Siguió nadando mientras las lágrimas se mezclaban con el agua helada. Sus brazos ardían de dolor y su mente oscilaba entre la conciencia y la inconsciencia,

Logró llegar a tierra firme, nadando con dificultad hasta que sus manos tocaron el suelo. Salió tosiendo con fuerza, parpadeando varias veces en un intento de enfocar su entorno. Se levantó con torpeza. La luna emergió lentamente, iluminando un paisaje vacío.

El suelo vibró. Primero un temblor sutil, luego más intenso con cada segundo. Su corazón martillaba. Buscó algo a qué aferrarse, pero solo había árboles gigantescos y húmedos. Antes de reaccionar, perdió el equilibrio y cayó sobre la tierra lodosa. Alzó la mirada. Dos ojos negros como el abismo la observaban con frialdad. Contuvo el aliento y comenzó a arrastrarse hacia atrás. Estaba indefensa. Su mente, bloqueada.

 Cuando la serpiente se lanzó hacia ella, lista para devorarla, Cathanna sintió cómo el pánico la paralizaba. Su cuerpo se tensó, su respiración quedó atrapada en su garganta. Un grito emergió de lo más profundo de su ser, preparándose para el trágico final. Al instante, una onda invisible sacudió el espacio a su alrededor, y el suelo tembló bajo su cuerpo. Y luego, una llamarada brotó de su piel, serpenteando como un torrente vivo y abrasador.

La mamba negra, atrapada en el fulgor, lanzó un último y aterrador rugido antes de que las llamas la consumieran por completo. Segundos después, solo quedaron cenizas flotando en el viento, arrastradas por la brisa.

—¡Estúpido castillo! ¡Aparece ya! ¡Te odio! ¡Maldito Zareth!

Comenzó a caminar torpemente hasta que sintió una presencia acercándose. Con rapidez, trepó un árbol, aunque con dificultad debido a su gran tamaño. Lo hacía desde niña, así que tenía ventaja escalando. Desde las alturas, vio a dos hombres juntos. Eran reclutas como ella. Sus miradas se movían en todas direcciones, buscando algo.

—Aquí no hay nadie —dijo uno de ellos.

—Estoy seguro de que escuche movimiento.

Intentó aferrarse a una rama, pero perdió el equilibrio y cayó, golpeándose con fuerza contra el suelo. Ellos la observaron. Una sonrisa cómplice apareció en sus rostros. El más alto sostenía una espada y no dudó en acercarse a ella. Cathanna rodó rápidamente cuando la hoja se clavó en la tierra.

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Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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