El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Reflejo del abismo.
Los días siguientes fueron extraños para Claudia. Sentía que algo intangible había cambiado entre ella y Gabriel. Mientras leía las páginas amarillentas del diario de la madre de Gabriel, su mente divagaba, recorriendo recuerdos y sensaciones que había tratado de suprimir. Las palabras escritas en esa caligrafía elegante y precisa la atrapaban cada vez más en un torbellino de emociones, trayendo consigo una carga insoportable. Pero la presencia de Gabriel, que solía ser tranquilizadora, ahora traía una mezcla de alivio y tensión.
Habían decidido leer el diario juntos, cada noche, buscando claves en las palabras de una mujer que parecía haber predicho el futuro. Sin embargo, Claudia sentía que cada vez que lo hacían, desenterraban no solo los secretos de la mansión, sino también los de ellos mismos. Se estaban exponiendo de una manera dolorosa, casi violenta.
Flashback de Gabriel:
Una noche, mientras Gabriel pasaba una página del diario, sus manos temblaban levemente. Claudia se detuvo para observarlo, notando el sutil cambio en su expresión. Era el mismo gesto que había visto cuando se había atrevido a hablar de su infancia, cuando apenas había rozado los recuerdos de su padre y su rígido control sobre su vida.
Mientras Gabriel recordaba su pasado, el silencio entre él y Claudia se volvió casi opresivo.
—No es solo la mansión la que guarda secretos, ¿verdad? —preguntó Claudia suavemente, dejando el diario sobre la mesa. Sentía que ahora era el momento de llegar más profundo—. Tú también escondes cosas... Cosas que no me has contado.
Gabriel levantó la mirada. Había algo en sus ojos, una mezcla de cansancio y miedo, que no había mostrado antes. Por un momento, pareció querer retractarse, como si no estuviera listo para abrir esa puerta.
—Cuando era niño... —empezó a decir, su voz baja y vacilante—, mi padre solía llevarme al sótano de esta casa. Decía que allí estaba la verdad, que debía aprender a no tener miedo de lo que veía. Pero lo que me mostraba no era verdad. Eran ilusiones, o eso es lo que quiero creer. —Hizo una pausa, sus ojos ahora perdidos en algún punto lejano—. Veía cosas... sombras que se movían por las paredes, susurros que parecían venir de ninguna parte. Mi padre me obligaba a quedarme allí por horas, hasta que creyera que esas sombras eran reales. Y cuando finalmente lo creí... cuando dejé de distinguir entre lo real y lo irreal... él dijo que estaba listo.
Claudia sintió un escalofrío recorrer su espalda. La confesión de Gabriel era cruda, desnuda, y al escucharla, entendió mejor por qué él siempre había sido tan reservado, tan distante.
—¿Listo para qué? —susurró, temiendo la respuesta.
—Para ser como él. Para continuar con su legado. —Gabriel apretó los puños—. Pero nunca quise eso. Lo único que quería era huir de aquí, olvidarme de esta maldita casa y de todo lo que representa. Y lo hice... por un tiempo.
Claudia observó cómo Gabriel luchaba por mantener el control. Se dio cuenta de que el hombre que tenía frente a ella no solo cargaba con el dolor de su pasado, sino también con la culpa y el miedo de lo que podría llegar a ser si no enfrentaba esos demonios.
—No tienes que ser como él, Gabriel —dijo Claudia con firmeza, acercándose a él—. No estás destinado a repetir su historia. Esta mansión no te define, y tampoco lo hace tu padre.
Gabriel soltó un suspiro profundo, como si las palabras de Claudia hubieran perforado una capa de dolor que llevaba tiempo acumulándose.
—He estado tan obsesionado con lo que mi padre hizo que olvidé que tengo el control sobre lo que decido ser. —La voz de Gabriel sonaba más segura, aunque rota—. Pero esta casa… este lugar… me hace dudar de todo.
Claudia lo miró, sabiendo que la conversación que estaban teniendo iba más allá de ellos dos. La mansión, con sus paredes decrépitas y sus pasillos interminables, era un reflejo de sus almas heridas. En ese momento, comprendió que no solo estaban luchando contra sus propios demonios, sino también contra algo más oscuro y antiguo que habitaba entre esas paredes.
Esa noche, mientras Gabriel se quedaba dormido junto a ella, Claudia no pudo descansar. El diario de la madre de Gabriel seguía en su mente, sus palabras confusas y enigmáticas comenzaban a hacer más sentido conforme pasaban los días. Recordaba una entrada en particular, escrita con una urgencia que la inquietaba:
"El dolor alimenta a la casa, pero no es solo dolor. Hay algo más profundo, algo que no hemos querido enfrentar. Mi marido cree que la mansión es una entidad que responde a nuestros miedos, que se nutre de nuestra oscuridad. Pero no es solo eso... Hay algo en el sótano, algo que él ha despertado y que no puede controlar."
Claudia sintió un escalofrío al recordar esas palabras. La mención del sótano no le había pasado desapercibida, sobre todo ahora que Gabriel le había confesado lo que su padre solía hacer allí. Era obvio que las sombras que él había visto de niño no eran meras ilusiones. La mansión, o lo que fuera que habitaba en ella, tenía una conexión con su sufrimiento. Pero si querían descubrir lo que realmente estaba sucediendo, tendrían que bajar al sótano.
Al día siguiente, con una mezcla de determinación y miedo, Claudia y Gabriel decidieron enfrentar lo que se ocultaba bajo la mansión.
Bajaron por la estrecha escalera que conducía al sótano, sus pasos resonando en el aire húmedo y denso. A cada paso, Claudia sentía cómo su corazón latía más rápido, como si la propia casa pudiera sentir su proximidad. Gabriel iba adelante, sosteniendo una linterna, aunque su mano temblaba visiblemente.
—Este lugar... —dijo en voz baja, mientras descendían—. He intentado evitarlo durante años, pero sabía que algún día tendría que volver.
El sótano era mucho más grande de lo que Claudia había imaginado, con viejos muebles cubiertos por sábanas y un olor rancio que impregnaba el aire. Pero lo que realmente la inquietaba eran las marcas en las paredes, símbolos extraños que parecían estar grabados en la piedra.
—¿Qué es todo esto? —preguntó, acercándose para tocarlas, pero Gabriel la detuvo.
—No lo sé exactamente, pero mi padre estaba obsesionado con estos símbolos. Decía que eran la clave para controlar la casa, para mantenerla bajo su dominio.
Mientras exploraban, algo capturó la atención de Claudia. En una esquina del sótano, había una puerta de hierro oxidada, apenas visible bajo la oscuridad.
—Gabriel, ¿qué hay detrás de esa puerta?
Él la miró con los ojos llenos de incertidumbre.
—No lo sé. Nunca llegué tan lejos.
Ambos sabían que no podían retroceder ahora. La puerta oxidada era su única opción. Sin saber lo que encontrarían al otro lado, se prepararon para enfrentarlo juntos, conscientes de que el siguiente paso podría cambiar sus vidas para siempre.