Por Siempre Mío.

—Adrien, espera por favor.

Carlo había estado tratando de alcanzar a Adrien sin éxito, pero finalmente se armó de valor para sostenerlo del brazo y hacer que el pelinegro lo mirara. Deslizó su mano sobre el brazo de Adrien, sintiendo el calor a través de la tela de su camisa. Sus dedos se movieron con cautela, como si temiera que Adrien desapareciera si lo soltaba, y finalmente envolvieron la mano delgado y pálida de Adrien hasta que este se apartó bruscamente.

—Por favor, no hagas eso. Podrían vernos y comenzar rumores estúpidos—, advirtió Adrien con molestia, haciendo que el ceño de Carlo se frunciera automáticamente. Recordando cómo solían abrazarse o tomarse de la mano en el pasado mientras caminaban por esos pasillos, Carlo dio un paso adelante y tomó la mano de Adrien, arrastrándolo a una oficina deshabitada contra su voluntad.

—¿Es por tu amigo que no quieres que nadie nos vea?—, preguntó Carlo con cierto tono de frustración después de cerrar la puerta.

—¿Qué tiene que ver él en esto?—, respondió Adrien, frunciendo el ceño con indignación ante la insinuación de Carlo. Este suspiró internamente, apretando sus manos con fuerza para controlar sus emociones. Sabía que si seguía así, perdería nuevamente la oportunidad de hablar con Adrien. Con esfuerzo, decidió tragarse sus palabras cargadas de rabia.

—No quiero hablar de él—, comenzó Carlo, tratando de cambiar el tono de la conversación. —Quiero agradecerte por la ayuda que brindaste en el secuestro de mi hermano.

—No tienes por qué agradecer nada—, respondió Adrien, suavizando un poco su expresión. —Elio y yo tenemos una buena amistad, por supuesto que iba a ayudarlo. Y si no hay nada más que tratar, vamos, tenemos trabajo que hacer.

Adrien dio un paso adelante para salir de la habitación, pero Carlo lo interceptó, poniéndose entre él y la salida.

—Lo sé, pero aún así quiero expresarte mi gratitud—, insistió Carlo, apoyándose en la puerta y poniendo el seguro con sus manos. —No saldrás de aquí hasta que aceptes una cena conmigo como agradecimiento.

—Entonces quedemos aquí hasta mañana o pasado mañana —Adrien se cruzó de brazos y se giró en busca de un lugar para sentarse. Aunque no había sillas ni muebles, aún quedaba un viejo escrito. Caminó hacia él y se sentó sobre la madera después de limpiarla con el pañuelo que siempre llevaba consigo. Cruzó las piernas y los brazos, mirando a Carlo con determinación.

Deseaba mucho haber escuchado esas palabras de invitación en el pasado, pero en ese momento solo le causaban repulsión.

“Él es como un niño caprichoso, Adrien”, resonó la voz de Cedric en sus recuerdos. La noche anterior habían estado tomando una botella de vino, viendo alguna película y conversando de cosas triviales hasta que la conversación inconscientemente llegó hasta Carlo Mancini.

“¿A qué te refieres?”, le había preguntado Adrien mientras llevaba un sorbo de vino a su boca.

“Es simple”, respondió Cedric dejando la copa sobre la mesita, despegando la mirada de la pantalla para mirarlo directamente. “Él te busca ahora porque siente que fue reemplazado. Es como un niño que no quiere un juguete, pero cuando ve que otro niño lo tiene, se enoja y se empeña en recuperarlo solo porque odia que otros lo toquen.”

Al principio, Adrien había pensado que Cedric estaba exagerando y solo veía cosas donde no las había. Sin embargo, el reciente comportamiento de Carlo lo hacía reconsiderar, haciendo pensar que su amigo tenía razón.

—¿Estás pensando en él?

La voz ronca de Carlo lo sacó de sus pensamientos. Había estado tan absorto en sus recuerdos que no se dio cuenta de cuándo la otra persona se había acercado a él, y ahora estaba a menos de cincuenta centímetros de distancia.

La colonia de Carlo, esa que le encantaba y volvía loco, llegaba hasta sus fosas nasales haciéndole querer besarlo y morder su cuello con deseo. Sin embargo, mordió sus mejillas internas y se obligó a no ceder ante su deseo carnal.

—Sí, estoy pensando en él.

Carlo frunció el ceño y se acercó un poco más. Inconscientemente, Adrien abrió las piernas, dejando que Carlo se posicionara en medio de él. Carlo sonrió con suficiencia cuando estuvo cerca de Adrien y colocó una de sus grandes manos en el muslo fuertes del contrario, mientras que la otra mano fue colocada en la barbilla de Adrien.

—No, quiero decir, ayer estuvimos hablando y... —la respiración de Adrien se cortó al ver a la persona que había amado durante más de cuatro años frente a él con una mirada que lo confundía.

Carlo no se veía feliz, pero podía jurar que había un brillo diferente en su mirada, un brillo que jamás había visto antes.

—Cuando estés conmigo, Adrien... —susurró Carlo mientras la mano en la barbilla de Adrien se movía hacia el costado de su rostro, tomandolo cerca del oido y la otra la pasaba por la cintura, rodeándolo y haciendo que sus cuerpos se pegaran aún más. Adrien tragó profundo y quiso poner sus manos en medio para alejarlo, pero únicamente atinó a apretar el saco de Carlo con un poco de fuerza. Debía admitir que aún era débil ante la cercanía de Mancini.

—Cuando esté contigo... ¿Qué? —alcanzó a susurrar con un hilo de voz. El dedo pulgar de Carlo acarició su rostro y sus ojos recorrían de su mirada a sus labios y viceversa durante tres veces hasta mirarse directamente.

—Cuando estés conmigo, tienes prohibido pensar en él o en cualquier otro imbécil.

Finalizadas esas palabras, Carlo llevó su mano hacia la nuca de Adrien y lo obligó a besarle. Su beso fue brusco, sus dientes mordieron con fuerza el labio inferior de Adrien, haciendo que abriera la boca y permitiera la entrada de la lengua de Carlo. Su mano se afianzó en la cintura de Adrien, recorriendo su espalda baja hasta acariciar sus glúteos con descaro. Aunque no había pasado ni un mes desde que probó sus labios, él sentía como si hubieran pasado más de un año sin saborear el dulce aroma a cereza del hidratante para labios de Adrien.

Adrien, envuelto en una mezcla de confusión y deseo, se dejó llevar por el beso de Carlo, aunque en su interior había una lucha entre la razón y la pasión. Sus manos se posaron tímidamente en los hombros de Carlo al principio, pero luego se aferraron a su camisa, como si buscara apoyo en medio de la vorágine de emociones que lo invadían.

El beso era una tormenta de sensaciones para ambos. Carlo, con su mano firme en la nuca de Adrien, dirigía la intensidad del beso, mientras que Adrien se debatía internamente entre la tentación y la culpa. Había una voz en su cabeza que le susurraba que esto estaba mal, que no podía dejarse llevar por el deseo cuando sus sentimientos estaban en juego y se arriesgaba a perder nuevamente.

Sin embargo, sus propios deseos y emociones complicadas lo arrastraban en direcciones opuestas. Había extrañado la cercanía de Carlo, la familiaridad de sus gestos, la forma en que su cuerpo se ajustaba al suyo. Y aunque su mente le decía que debía detenerse, su corazón latía con fuerza ante la intensidad del momento.

Cuando finalmente se separaron, Adrien se quedó mirando a Carlo con una mezcla de turbación y anhelo en sus ojos. Carlo, por su parte, no soltó la cintura de Adrien, manteniendo su cercanía y dejando que el silencio entre ellos hablara por sí mismo.

—No puedo hacer esto, Carlo —susurró Adrien, apartando la mirada y tratando de recuperar el control sobre sus emociones.

—¿Por qué no? —respondió Carlo, con un tono de voz más suave de lo habitual, pero con determinación en sus palabras—. ¿Acaso no lo deseas tanto como yo? Estamos solos aquí, sin nadie que nos juzgue ni nos detenga.

Adrien suspiró profundamente, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Sabía que lo que estaban haciendo era arriesgado, que no podían simplemente ignorar todo lo que había sucedido entre ellos. Pero al mismo tiempo, la atracción y el amor que aún sentía por Carlo lo empujaban hacia adelante, tentándolo a dejarse llevar por el momento.

—Lo deseo, Carlo, pero... no puedo ignorar todo lo que ha pasado —confesó Adrien, buscando desesperadamente una salida que no implicara lastimarse más de lo que ya lo había hecho.

Carlo acarició suavemente el rostro de Adrien con el pulgar, tratando de calmarlo y transmitirle una sensación de seguridad.

—Entonces, no ignoremos lo que ha pasado. Enfrentémoslo juntos, Adrien. No quiero perderte de nuevo. —Declaró Carlo, con un brillo de determinación en sus ojos.

La habitación quedó envuelta en un silencio tenso, lleno de emociones no expresadas pero palpables en el aire. Adrien y Carlo se enfrentaban a una encrucijada, donde debían decidir si seguían adelante juntos o si dejaban que el peso del pasado los separara para siempre.

Adrien lo miró, sintiendo una mezcla de temor y esperanza en su pecho. Sabía que las decisiones que tomaran en ese momento tendrían un impacto profundo en sus vidas, pero también entendía que no podían huir eternamente de lo que sentían el uno por el otro, si es que no era solamente un capricho para Carlo.