Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.
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CAPÍTULO 18: EL ABRAZO EN LA NIEBLA
Gustavo, con el corazón en un puño, decidió abordar un avión rumbo a Buena Ventura. La incertidumbre sobre el estado de salud de Damián lo había mantenido en vilo durante días. La espera en el aeropuerto se le hizo eterna, cada minuto parecía una hora. Sin embargo, al fin llegó al Hospital General de Buena Ventura, donde esperaba encontrar respuestas y, quizás, un poco de alivio para su angustia.
Gustavo se acercó a la recepción del hospital con el corazón acelerado. La enfermera, una mujer de mediana edad con una expresión amable, levantó la vista al verlo llegar.
—Buenos días, dijo Gustavo, tratando de mantener la calma. — Estoy buscando información sobre el estado de salud del paciente Damián Alonso. ¿Hay alguna posibilidad de verlo?
La enfermera consultó su computadora y luego lo miró con una expresión de seriedad.
—El paciente “Damián Alonso” sigue en coma profundo, aunque está estable. Puede hablar con su familia para obtener más detalles y ver si es posible visitarlo.
Gustavo asintió, sintiendo un alivio momentáneo al saber que su amigo estaba estable. Agradeció a la enfermera y se dirigió hacia la sala de espera, donde vio a la familia de Damián reunida. Fernanda, con unos notorios ojos cansados, lo reconoció de inmediato.
—Gustavo, gracias por venir, dijo ella, levantándose para abrazarlo. — Los médicos dicen que Damián está estable, pero aún sigue en coma.
—¿Puedo verlo? —preguntó Gustavo, con la voz cargada de preocupación.
La madre de Damián asintió lentamente.
—Sí, pero solo por unos minutos.
Gustavo siguió a la madre de su amigo por los pasillos del hospital hasta llegar a la habitación. Al entrar, vio a Damián acostado en la cama, con los ojos cerrados y una expresión de paz en su rostro. Se acercó lentamente y tomó su mano.
—Estoy aquí, Damián, susurró Gustavo. — Todo va a estar bien.
Al sentir la mano de Gustavo, algo cambió en la expresión de Damián. Un leve temblor recorrió su mano, como si en algún rincón de su subconsciente hubiera percibido la presencia de Gustavo. Los monitores que registraban sus signos vitales mostraron un pequeño aumento en su ritmo cardíaco.
En ese momento una enfermera entró en la habitación para revisar los signos vitales de Damián, notando el leve aumento en el ritmo cardíaco y la ligera reacción en la mano de su paciente.
La enfermera, notando la expresión de Gustavo, le dirigió una mirada comprensiva mientras ajustaba los monitores.
— Es algo normal, dijo con voz suave. — A veces, los pacientes en coma pueden mostrar pequeñas reacciones a estímulos externos, como el contacto físico o la voz de un ser querido. No significa necesariamente que estén despertando.
Gustavo asintió lentamente, tratando de procesar la información. Aunque no era la noticia que esperaba, se sintió reconfortado al saber que su presencia podía hacer una diferencia, por pequeña que fuera.
...🕰️🕰️🕰️...
Gustavo pasó la noche en el hospital, velando por Fernanda. En medio de la quietud nocturna, tuvo un sueño tan vívido que parecía real. En él, Damián se le aparecía, con una expresión de urgencia en su rostro.
— Busca el reloj de bolsillo antiguo que compré en la tienda de antigüedades, le decía Damián. — Tú eres el único que sabe lo que el Dr. Hernández nos contó. En ese reloj está la clave para que yo pueda regresar del limbo en el que estoy. Por favor, ayúdame.
Gustavo despertó sobresaltado, con el corazón latiendo a mil por hora. Fernanda, al notar su agitación, le preguntó preocupada:
— ¿Qué te pasa, Gustavo?
— Tuve un sueño muy real, respondió él, aún tratando de calmarse. — Damián me hablaba y me pedía ayuda. Me dijo que buscara un reloj de bolsillo antiguo, que en él está la clave para que pueda regresar.
Fernanda lo miró con ojos llenos de asombro y preocupación.
— ¿Crees que sea una señal? ¿Deberíamos buscar ese reloj?
Gustavo asintió, decidido.
— No podemos ignorarlo. Si hay una mínima posibilidad de ayudar a Damián, debemos intentarlo.
Gustavo, aún con la mente nublada por el sueño, miró a Fernanda con determinación.
— Fernanda, ¿puedo ver las cosas que llevaba Damián el día del accidente? Estoy casi seguro de que tenía el reloj de bolsillo con él cuando fuimos a las montañas. Debe estar en alguno de sus bolsos.
Ambos se dirigieron a un pequeño armario donde habían guardado las pertenencias de Damián. Con manos temblorosas, Gustavo abrió uno de los bolsos y comenzó a buscar. Fernanda lo observaba en silencio. Después de unos minutos de búsqueda, Gustavo encontró el reloj. Lo sostuvo en sus manos, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad.
— Aquí está, dijo, mostrando el reloj a Fernanda.
Gustavo respiró hondo y exclamó:
— Ahora debo ir con el Dr. Hernández, seguro él podrá ayudarme.
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Horacio se encontraba atrapado en un torbellino de desdicha y desorientación. Sus días transcurrían en una bruma de pensamientos dispersos, y su desempeño en el taller reflejaba su estado interno. Llegaba tarde con frecuencia, dejaba trabajos sin terminar y los clientes, insatisfechos, comenzaban a afectar las finanzas del negocio. Sofía, con el corazón lleno de preocupación, intentaba mediar con Irvin y, al mismo tiempo, brindarle apoyo emocional a Horacio. Sin embargo, cada día que pasaba, él se hundía más en su abismo personal.
Irvin, después de agotar su paciencia y sus recursos, decidió que ya no podía continuar así. Una tarde, llamó a Horacio a su oficina.
— Horacio, tenemos que hablar, dijo con una mezcla de firmeza y compasión en su voz.
Horacio levantó la mirada, sus ojos reflejaban el cansancio y la desesperación.
— ¿Qué ocurre, Don Irvin?
Irvin suspiró, buscando las palabras adecuadas.
— No puedo seguir así. El taller está sufriendo y no podemos permitirnos más errores. He decidido que ya no puedes seguir trabajando aquí.
Horacio sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.
— Lo entiendo, murmuró, con su voz apenas como un susurro. — Comprendo que esto tendrá un impacto profundo en mi vida, pero no tengo fuerzas para discutir. Me iré hoy mismo. De verdad, le agradezco todas las oportunidades que me brindó y la paciencia que tuvo conmigo hasta ahora, dijo Horacio, con una voz quebrada por la resignación y el cansancio.
Irvin lo miró con ojos llenos de preocupación y, con voz suplicante, le dijo:
— Horacio, estás mal. Por favor, busca ayuda.
Sofía, que había estado observando desde la puerta, entró rápidamente.
— Irvin, por favor, dale otra oportunidad. Está pasando por un momento muy difícil.
Irvin negó con la cabeza, su expresión era de tristeza.
— Lo siento, Sofía. He hecho todo lo posible, pero no puedo seguir así. Horacio necesita ayuda, pero no puedo sacrificar el taller.
Horacio se levantó lentamente, sintiendo el peso de la decisión.
— Gracias por todo, Don Irvin. Y gracias a usted, Doña Sofía, por intentar ayudarme.
Sofía lo abrazó, con sus ojos llenos de lágrimas.
— No te rindas, Horacio. Encontraremos una manera de salir de esto.
Con el corazón pesado, Horacio salió del taller, sabiendo que debía enfrentar sus demonios para poder encontrar la paz que tanto anhelaba.
...🕰️🕰️🕰️...
Las noches de Horacio eran un tormento constante, con el insomnio como su único compañero. Apenas lograba conciliar el sueño, y los encuentros oníricos con Damián se habían vuelto escasos y fugaces. Cada noche, se aferraba al reloj de bolsillo con la esperanza de volver a ver a su amado, pero el anhelado reencuentro difícilmente llegaba. Su salud comenzaba a deteriorarse, pues apenas se alimentaba, y su vida se había convertido en un caos absoluto, ahora agravado por la pérdida de su trabajo.
Esa noche, sumido en la desesperación, Horacio tomó una decisión firme. Con el corazón pesado y la mente nublada, se dispuso a enfrentar su destino. Mientras la oscuridad envolvía su habitación, Horacio cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, se dejó llevar por el sueño. En el mundo de los sueños, Horacio se encontró en un lugar familiar, un prado iluminado por la luz de la luna. Allí, de pie entre las sombras, estaba Damián, con una sonrisa triste pero llena de amor.
— Horacio, dijo Damián, con su voz resonando como un eco en el silencio de la noche. — Sabía que vendrías.
Horacio corrió hacia él, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza.
— Damián, he intentado tanto encontrarte. No sé qué hacer sin ti.
Damián lo abrazó con fuerza.
— Lo sé, mi amor. Pero debes ser fuerte. El reloj es la clave, pero no es suficiente. Debes encontrar la paz en tu corazón y dejar ir el dolor.
Horacio lo miró con lágrimas en los ojos.
— No puedo hacerlo solo. Te necesito.
Damián acarició su rostro con ternura.
— Siempre estaré contigo, en tus sueños y en tu corazón. Pero debes vivir tu vida, por ti y por nosotros.
Las frases de Damián parecían ser las respuestas justas para los pensamientos que se agitaban en la mente de Horacio, como si él tuviera la capacidad de descifrar sus más íntimos secretos.
Con esas palabras, el prado comenzó a desvanecerse, y Horacio sintió cómo el sueño lo abandonaba lentamente. La niebla se deslizó suavemente entre ellos, envolviéndolos en su manto etéreo, y en ese instante, se unieron en un abrazo que parecía desafiar el tiempo, eterno e inquebrantable.
Damián se encontró nuevamente perdido en la niebla, como si el tiempo hubiera retrocedido y lo hubiera llevado al inicio de todo. En su corazón, se instaló un inquietante presentimiento que le susurraba que algo no estaba bien con Horacio.
...🕰️🕰️🕰️...
Horacio abrió los ojos con una resolución firme, dispuesto a enfrentar y cumplir su destino. Se sentó a escribir una carta conmovedora dirigida a su familia, en la que derramó sus sentimientos más profundos, describiendo la añoranza que lo consumía y el dolor que lo embargaba. Luego, redactó una segunda misiva, colmada de un agradecimiento infinito, para Don Irvin y Doña Sofía. Con sumo cuidado, tomó el antiguo reloj que Irvin le había obsequiado y lo guardó en una pequeña caja de cartón.
Aprovechando la quietud de la madrugada, se deslizó hasta el taller de relojería y depositó la carta y la caja con el reloj sobre el escritorio de Irvin. También dejó la llave del taller, que Irvin le había confiado para emergencias. Cerró la puerta tras de sí y, con los ojos anegados en lágrimas, se marchó, sintiendo el peso de cada paso que daba, como si cada uno lo alejase más de una parte muy importante en su vida.
...🕰️🕰️🕰️...
Al amanecer, Horacio se dirigió a la Biblioteca de Villa Real, esperando la llegada de Isabella. Quería agradecerle por su sincera amistad y despedirse, pues un viaje inminente lo llevaría lejos de allí. Su rostro mostraba las huellas de una noche en vela y lágrimas derramadas. Isabella, al verlo, percibió de inmediato que algo no estaba bien e intentó disuadirlo, aunque sin éxito. Cuando Isabella llegó, encontró a Horacio sentado en un rincón, con los ojos enrojecidos y una expresión de profunda tristeza.
—Horacio, ¿qué te ocurre?, preguntó Isabella, preocupada.
—Isabella, debo irme, respondió Horacio con voz quebrada. — Quería verte para agradecerte por tu amistad. Has sido un pilar en mi vida, y no podía irme sin despedirme.
—¿Irte? ¿A dónde? — insistió Isabella, con un nudo en la garganta. — No puedes marcharte así, sin más. ¿Qué ha pasado?
Horacio bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de los ojos de Isabella.
— Es algo que debo hacer. Un viaje que no puedo posponer. Pero no te preocupes, estaré bien — dijo, aunque su voz traicionaba la incertidumbre que sentía.
Isabella tomó sus manos, tratando de transmitirle fuerza.
— No tienes que hacerlo solo, Horacio. Déjame ayudarte. Podemos encontrar una solución juntos.
Horacio negó con la cabeza, apretando suavemente las manos de Isabella.
— Agradezco tu preocupación, pero esta es una decisión que debo tomar por mí mismo. Solo quería que supieras cuánto significas para mí.
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Isabella.
— Prométeme que te cuidarás y que volverás algún día, suplicó.
— Lo prometo, respondió Horacio, aunque ambos sabían que el futuro era incierto. — Y si no puedo regresar, solo recuérdame bonito.
Se abrazaron con fuerza, sintiendo que ese momento podría ser el último. Horacio se apartó lentamente, dejando un vacío palpable en el aire. Con un último vistazo a Isabella, salió de la biblioteca, llevando consigo el peso de una despedida que resonaría en sus corazones por mucho tiempo.
Que emoción