¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?
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CAPITULO 17
La confrontación más difícil era con el Sr. Méndez. Daniel y Ana lo invitaron a la mansión esa tarde. El patriarca, un hombre de negocios estoico pero profundamente respetuoso de la ética, entró con el rostro sombrío, temiendo una recaída de Ana.
"Ana, hija, ¿qué pasa? Daniel no me ha dicho nada. ¿Estás bien?" preguntó el Sr. Méndez, abrazando a Ana con genuino afecto.
Ana tomó la iniciativa. "Estoy mejor que nunca, Padre. Hemos tenido una gran noticia. Estoy embarazada. Daniel y yo vamos a tener otro hijo."
El Sr. Méndez se quedó inmóvil. Luego, las lágrimas de alivio y sorpresa inundaron sus ojos. Abrazó a Ana con fuerza. "¡Un milagro! ¡Un verdadero milagro! ¡Gracias a Dios!"
Pero el júbilo del Sr. Méndez se detuvo cuando se giró hacia Daniel. El patriarca vio la devoción en los ojos de su hijo, pero no olvidaba el año de farsa.
"Daniel, quiero hablar contigo a solas," dijo el Sr. Méndez, con una seriedad que heló el ambiente.
Los dos hombres se dirigieron al despacho.
El Sr. Méndez se sentó detrás de su escritorio, el mismo escritorio donde Ana había firmado su divorcio.
"Hijo, durante un año, Ana fue mi apoyo incondicional. Ella mantuvo esta empresa en la cima mientras tú estabas perdido en tu ego. Ella tomó las riendas por nosotros. Ahora me entero de que se estaba muriendo, y el secreto más grande es que ustedes dos ya estaban divorciados, y tú... tú estabas con esa otra mujer."
El Sr. Méndez no gritó; su decepción era más devastadora. "Daniel, te perdoné el abandono del matrimonio por tu inmadurez, pero me aterra pensar en el dolor que le causaste a Ana cuando ella estaba librando una batalla a muerte. Ella es el ancla de esta familia y la verdadera Jefa de Acero que yo admiro."
Daniel no se defendió. Se mantuvo de pie, humilde.
"Papá, tienes toda la razón. Fui un monstruo. Fui un cobarde. Ella me liberó porque creía que yo no sería lo suficientemente fuerte para acompañarla en la muerte. Y yo lo demostré siendo el marido que no la merecía," confesó Daniel. "Este bebé es una segunda oportunidad que no merezco. Pero te juro, Papá, que no estoy con Ana por el bebé. La he reconquistado por el respeto y la devoción. Ya no soy su esposo; soy su cuidador y su protector."
El Sr. Méndez estudió el rostro de su hijo. Vio al Daniel maduro, al hombre que había temido que muriera en su hijo con el éxito.
El patriarca se levantó y abrazó a Daniel, un abrazo largo y silencioso.
"Te perdono, hijo. Y si Ana te da otra oportunidad, es porque has pagado tu deuda. Tienes mi apoyo incondicional. Pero que te quede claro: si vuelves a fallarle a Ana, me fallas a mí, a la empresa y a tu nueva familia."
La noticia del embarazo no tardó en llegar a oídos de Francisco, el psicólogo. Él no necesitaba que se lo dijeran; lo vio en las noticias de negocios: Daniel y Ana Méndez, juntos y radiantes, anunciando la próxima llegada de un nuevo heredero a la corporación.
El corazón de Francisco se encogió. El bebé era una cadena de oro que ataba a Ana a Daniel de una forma que ni el divorcio ni la traición habían logrado romper.
En lugar de rendirse, la noticia reforzó la determinación de Francisco. Él vio el anuncio como una coacción, una trampa de la gratitud en la que Ana había caído.
—No es amor, es la necesidad de protección en el alto riesgo—, se dijo Francisco. —Daniel la está chantajeando con su vulnerabilidad. Yo le ofrecí la libertad, y yo se la daré cuando el bebé nazca.
Francisco juró que esperaría. Se retiraría a un segundo plano, vigilando. Él seguía siendo el único hombre que conocía el corazón de Ana, y esa era su única ventaja.