Bailando Con El Peligro

Soltar a Laila había sido como clavarme un cuchillo en el pecho, y dejarla llorando sola se sentía peor que quemarme en las brazas del infierno.

Deseaba regresar y tomarla entre mis brazos. Mi mayor punto débil, la mujer que jamás podría tener a mi lado. Nuestro tiempo juntos era limitado, y a pesar de que de alguna forma era consciente de ello, aun no me hacía a la idea de no volverla a ver.

La decisión de forzarla me era imposible, simplemente fuera de discusión. Apartarme del todo sería como arrancarme el alma lentamente y verla a diario obligándome a no sentir, era como tomar un veneno que lentamente mataba mis órganos.

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El juramento que realicé el día en que nos casamos frente a un juez y ante la presencia de Iker y Einer me detiene ante la puerta de mi antigua habitación.

La rabia provoca que mi cuerpo tiemble de la impotencia. Había jurado dar todo de mí para que fuese feliz creyendo que era tan solo una formalidad, sin embargo, esas palabras habían salido de lo más profundo de mi corazón.

Declarar estúpidamente que podía dejarla ir sería un acto de arrogancia; mis propios actos dejaban a plena vista que eso jamás podría aceptarlo, pero si su deseo implicaba separar nuestros caminos, entonces ello significaría ir en contra de los míos.

El dolor es demasiado para mí. Realmente no quería. Me estaba aferrando con fuerza ante mi propio egoísmo, uno con el que seguramente la terminaría lastimando.

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El juramento de Laila entra peor que agua hirviendo. La amaba. Claro que la amaba, como nunca amé a nadie. Mi verdadero hogar y el pináculo de mi felicidad se encontraban en ella.

Las lágrimas se escapan bruscamente. El dolor era tan grande que prefería estar muerto. El amor que sentía por ella sobrepasaba cualquier pensamiento irracional y egoísta, hasta el punto de desear abandonar todo por lo cual había luchado.

Suelto la perilla de la puerta y salgo de la mansión hasta el jardín delantero. Las luces del Kiosco me acobijan momentáneamente y me brindan una leve sensación de calidez.

Tomo asiento en las escaleras de este, esperanzado con que nadie se encontrase cerca. El lugar parecía fantasmal bajo la luz de la luna; aquel brillo me habla como si intentara consolarme.

¿Por qué te enamoraste? ¿Hasta qué punto estás dispuesto a entregar todo por ella realmente? ¿Quién es ella para mí? Las preguntas se agolpan en mi mente una tras otra, cuestionándome esa irracional obsesión que rápidamente se transformó en algo tan fuerte que se estaba apoderando de mí.

No sé… Realmente no sé por qué en tan poco tiempo me atrapó de esa manera. Tal vez la soledad de la cual me regocijaba a diario se vio fascinada por su compañía, o tal vez el hecho de que era gracias a ella, que ahora era capaz de sonreír y de tener nuevamente a personas que me importaban.

O era mi pasado el que me estaba confundiendo. Tal vez esa esperanza que había estado callando sobre Lilith haya estado creciendo y se haya proyectado en ella.

La posibilidad hace que un nudo se forme en mi estómago. Cuestionar mis sentimientos era algo difícil de afrontar, pero ¿acaso tenía el derecho de hablar de amor cuando realmente no entendía por qué había llegado a amarla de esta forma?

Finalmente entendía que no era correcto para mí exigirle entenderme cuando ni yo mismo lo hacía. Ella era racional, alguien fuerte y a la vez tan dócil; tan fría y a la vez tan cálida que era imposible no terminar siendo atraído por su presencia y eso era algo de lo que ella era consciente.

–Jefe – Suelta Einer a unos cuantos pasos de las escaleras.

Le observo dubitativo. A pesar de que me había impuesto una y otra vez ante él, forzando rigidez y fortaleza, esta ocasión me hacía ver como un pequeño niño sediento de compasión.

–¿Sucede algo? – Pregunto, levantándome del suelo.

Einer parece entender lo que está sucediendo, por lo que en total silencio, me abraza tal cual lo haría mi padre. Las lágrimas ruegan por salir nuevamente bajo su protección, sin embargo, debía mantenerme al margen.

–El tiempo siempre es limitado, por eso debemos ser una cámara fotográfica. A preciando cada segundo de vida y guardando en la memoria todo aquello que es importante.

Sus palabras dan en el clavo. Ello era lo que necesitaba entender.

Levanto tembloroso mis manos hasta que logro regresarle el abrazo. Aquel era el primero que daba desde que mi padre murió y por primera vez en años, no desperdiciaría la oportunidad de guardar en la memoria de mis recuerdos la calidez de esta persona.

La mañana me encuentra rápidamente, tendido sobre mi vieja cama, rodeado por Birse, Iker y el pequeño Nakamura, quienes descansaban alrededor de la habitación.

–¿Desde cuándo esto se volvió una guardería?

Suelto en voz alta, bajándome de la cama. No me lo pienso dos veces y tomo una ducha de agua fría que me permitiera despertar del todo, pues en esta ocasión las cosas serían completamente diferentes entre ella y yo.

Salgo de la habitación, dispuesto a reanudar mis planes con la mafia, cumpliendo con el peso de mis decisiones. Esperanzado con que ella decidiese cambiar de opinión.

Allí se encontraba, de pie hablando con uno de sus hombres. Su rostro reflejaba una sonrisa satisfecha. Algo estaba sucediendo. Algo realmente grande estaba frente a nosotros.

–Jefe… – Me llama Jairo al estar a unos cuantos pasos de ella – Tengo lo que ha estado buscando.

Finiquita, extendiéndome un sobre de manila debidamente sellado. El corazón me palpita con locura, después de tantos años finalmente había logrado llegar a ella.

Dentro un sinfín de nombres hacían que odiara aún más a ese maldito de Piero Miwra, pues había jugado con la vida de más de 200 mil menores de edad para incrementar su propio capital. El suelo que estaba pisando, cada maldito lujo que gozaba ese imbécil había sido obtenido a cambio de la vida de estas personas.

La intranquilidad vuelve a mí al no encontrar rápidamente las fechas en las cuales Lilith fue dada por desaparecida. Fecha tras fecha, cada una más llena de nombres en rojo y otros de ellos tachados por completo como si simple ganado se tratara.

Finalmente llego a la página que deseaba. Todo allí estaba tachado; nombre tras nombre “eliminado” de alguna manera. Podía leer con claridad los nombres y apellidos, muchos de ellos hijos e hijas de familias completamente destruidas por la mafia en el pasado.

Y allí, al final de la página, un solo nombre sobre salía con rojo.

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Pronuncio en voz alta. Su nombre no me era conocido, sin embargo, pronunciarlo se sentía como pasar un gran trago de miel, el cual alivia mi garganta, sensación que se pierde rápidamente ante el nombre junto a esa persona, provocando que mi corazón se detenga por completo.

...Lilith Asai...

Levanto la hoja, mostrándole el nombre rojo y tachado a Jairo, quien observa detenidamente sin comprender lo que quería. Sin embargo, mis emociones estaban ganándome.

–¿Qué significa esto?

Pregunto enfadado, cosa que él nota rápidamente, dejándome ver por el miedo que tiene a rwsponderme, que no tenía ni la más mínima idea de eso.

–¿! Acaso crees que te mandé a imprimir unos nombres solo por qué sí?!

–Lo siento mucho jefe, pero las personas que poseían esta información, no tenían idea del significado, ellos tan solo les fue permitido recopilar y guardarla fuera del ojo público. Ni siquiera yo tengo idea de cómo el anterior jefe organizaba ello.

Suelto un resoplido de fastidio. No me servía de nada tener su nombre de esta forma. Si bien finalmente había podido rastrear sus pasos hasta este punto, no significaba nada si no podía saber si aún se continuaba convida.

Los rastros que este hombre dejaba eran tan inciertos que se llevó todos ellos a la muerte. ¿La había vendido o la había asesinado? La pregunta se repite una y otra vez en mi cabeza, dando vueltas sin llenadera.

–¿Te encuentras bien, cariño?

La voz de Laila se cuela en entre tanto ruido mental. Podía escucharla, pero no era suficiente para detener el enojo que estaba sintiendo ahora mismo. ¿Qué debía hacer ahora que la única persona que conocía la verdad la había asesinado con mis propias manos?

–¡Killian!

El tacto de Laila provocan que retome la conversación que estaba llevando allí mismo, sin embargo, ver su rostro solo provoca que un sentimiento de fastidio se profundice.

Retiro con brusquedad mi brazo de su tacto. No podía enfrentarme a ella de esta forma, después de todo, había asesinado a Piero Miwra con tanta urgencia solo por ella, y ahora eso me había quitado la única meta que tuve por más de 13 años.

–Encárgate de encontrarla, o te arrancaré el otro ojo con mis propias manos.