¿Morir o vivir? Una pregunta extraña, sin duda, y una que no tuve la oportunidad de responder. El universo, caprichoso o sabio, decidió por mí. No sé cuál fue la razón de esta segunda oportunidad, de esta inesperada vuelta al ruedo. Lo que sí sé, con cada fibra de mi ser, es que la voy a aprovechar al máximo, que no volveré a cometer los mismos errores que me llevaron al final de mi primera vida. Esta vez, las cosas serán diferentes.
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Capitulo XI La transformación de la oruga
El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de los árboles, iluminando el jardín con una luz dorada. Estaba disfrutando de la paz que me regalaba la naturaleza, un respiro que me hacía sentir viva.
Sandra, el ama de llaves, se acercó a mí con el teléfono en la mano.
—Señora, la llama el señor.
La palabra "señora" todavía me sonaba extraña. No era la mujer de Lorenzo, al menos no aún.
—Gracias, Sandra —tomé el teléfono y ella se alejó.
—Hola —dije con una emoción inusual en mi voz. Era la primera vez que Lorenzo me llamaba mientras estaba en el trabajo, un pequeño gesto que me llenó de esperanza.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con su habitual frialdad.
—Tomando el sol en el jardín —respondí, mi voz tímida contrastando con la confianza que sentía.
—Esta noche tenemos un evento en la empresa. Necesito ir acompañado. Te enviaré un vestido y joyas para que te arregles. Paso por ti a las ocho.
Antes de que pudiera responder, colgó la llamada. Su tono no era una invitación, sino una orden. Quince minutos después, los paquetes llegaron. Él lo había decidido todo sin siquiera consultarme.
—Señora, ya llegó el personal de maquillaje y peinado para el evento de hoy —dijo Sandra, tan respetuosa como siempre.
No entendía por qué tanta premura, pero sabiendo que a Lorenzo le molestaba esperar, supuse que por eso había enviado a esa gente tan temprano.
Al entrar a la sala, la vi transformada. Una docena de vestidos, zapatos de todas las marcas y cajas de joyas estaban esparcidos. Era como una tienda de lujo en mi propia casa.
—¿Qué es todo esto? —pregunté, sorprendida.
—El señor pidió todo esto y que usted escoja lo que más le guste —explicó Sandra con una mirada cómplice.
Una de las maquilladoras, una joven que se había acercado, comentó con admiración: —El señor Estrada debe quererla mucho para hacer todo esto por usted.
—Nadie pidió tu opinión, así que guarda silencio —espetó el estilista, un hombre visiblemente irritado.
La forma en que le habló me encendió la sangre. Por años, mi familia me había tratado así, y aunque en el pasado no me di cuenta, los años que viví en mi vida anterior me enseñaron a defenderme.
—No hay necesidad de hablarle así. Mejor guarde silencio y haga su trabajo —dije, interponiéndome entre la joven y el estilista. Él me miró con desdén, pero se calló.
El equipo montó un spa improvisado en la sala, y las horas pasaron volando. Cuando me vi en el espejo, ya arreglada, apenas me reconocí. No era solo la ropa o el maquillaje, era una nueva confianza en mi mirada.
Me vi en el espejo, y la mujer que se reflejaba en este era deslumbrante. El vestido que había elegido, de un intenso color azul cobalto, se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel. Era largo, con un escote pronunciado en la espalda que dejaba a la vista una fina cadena de diamantes que caía por mi columna vertebral, un regalo de Lorenzo. La tela, suave como el agua, caía en una cascada de pliegues hasta el suelo, ondeando con cada movimiento.
Había optado por un maquillaje natural, resaltando el azul de mis ojos con un suave delineado y mis labios con un tono melocotón. Mi cabello estaba recogido en un moño bajo, elegante y sofisticado. Me puse unos tacones plateados que combinaban con la cadena y unos discretos aretes.
La transformación fue total. La mujer en el espejo ya no era la nerviosa e introvertida Alma del pasado, sino una mujer segura de sí misma. Por primera vez, me sentí a la altura de Lorenzo, lista para enfrentar el mundo a su lado.
Sandra subió a la habitación para informarme que Lorenzo había llegado, pero cuando me vio se quedó con la boca abierta. —¡Se ve hermosa, señora!— exclamó con sorpresa.
—Gracias, Sandra. Ahora me voy antes de que Lorenzo se moleste— dije tomando la cartera para luego bajar las escaleras.
Él se encontraba de espalda hablando por teléfono, la vista desde de mi posición era asombrosa, es esmoquin que llevaba puesto se ajustaba a su bien trabajado cuerpo dejando a la imaginación lo que había debajo de ese saco. Los pantalones a la medida marcaban sus glúteos perfectamente lo cual era una invitación a pecar. Ese hombre era realmente perfecto.
Colgó la llamada mientras yo bajaba las escaleras, se volteó con el ceño fruncido listo para gritar, pero el grito nunca llegó, ya que sus ojos se pasaron en mí recorriendo mi cuerpo con la mirada.
—Te ves hermosa—, dijo acercándose.
—Gracias, también te ves guapo— respondí sinceramente.
Lorenzo me tomo de la cintura pegando a su cuerpo al mío con brusquedad, eso era algo que me encendía. —Estarás todo el tiempo junto a mí, no quiero que nadie se te acerque.
Sonreí ante la actitud infantil del hombre frente a mí, la verdad tampoco quería separarme de él en ese lugar seguramente había muchas lagartonas queriendo acercarse.
Salimos de la mansión en uno de sus autos, este era uno negro de lujo, por lo que sabía era el único en el país. Era obvio que Lorenzo quería mostrar su poder a alguien, pero no tenía idea a quien.
Llegamos a la gala, cuando bajamos del auto las miradas y los flashes de las cámaras se pasaron sobre nosotros, las personas de seguridad se encargaron de que nadie se nos acercara. Sin embargo, las preguntas las podíamos oír a la perfección y hubo una en particular que llamo la atención de mi acompañante. —Señor Estrada, ¿es cierto que la señorita Duran es su amante?.
Lorenzo se tensó al instante lanzándole una mirada amenazadora al osado periodista, quien al ver la mirada de Lorenzo palideció.
—No te preocupes por esos comentarios, tú eres más que una amante para mí.
No sabía si sentirme halagada u ofendida, pero al menos se preocupaba por mi reputación.
Al entrar las miradas se volvieron a colocar sobre nosotros mi cuerpo se tensó y él se dio cuenta: —relájate, estás conmigo y nadie se atreverá a meterse contigo.
Mientras avanzamos por la alfombra roja puesta para los invitados al evento, una persona cayó de rodillas frente a nosotros. Al darme cuenta de quién se trataba una sonrisa altiva se dibujo en mi rostro y es que mi hermana se encontraba de rodillas frente a mí. —Al fin estás dónde correpondes— dije con desdén viendo la humillación en los ojos de Ángela.