Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.
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capitulo 13
La noche había caído por completo, y los caballeros hicieron su última parada antes de llegar a Eldrador. El frío se colaba entre las armaduras y capas, mientras el crepitar de la leña rompía el silencio del bosque. La fogata proyectaba sombras inquietas sobre los árboles, y el aroma de la carne asándose comenzaba a mezclarse con la humedad de la noche. Algunos soldados regresaban de la espesura con liebres recién cazadas, todavía tibias entre sus manos.
A cierta distancia, Riven observaba a Aria. Sentada sola, con el velo negro ocultando su rostro, parecía ajena a la algarabía de los hombres. Él no podía apartar de su mente aquel instante en el que había visto un destello de su cabello blanco, ni la voz tenue que había resonado en su memoria como un eco persistente. Una punzada amarga le recorrió el pecho, trayendo consigo el recuerdo de sus dos intentos fallidos de matrimonio: uniones rotas por tragedias inevitables. Ahora se unía a una mujer cuyo rostro desconocía, arrancada de un templo lujoso y silencioso, una mujer que apenas le dirigía la palabra.
"Debo parecerle un monstruo… un invasor que quemó su hogar y profanó sus creencias", pensó, llevándose una mano a la frente. "Pero ya no hay vuelta atrás».
Se levantó, tomó un trozo de carne asada y se acercó a ella.
—Come —dijo, ofreciéndole la liebre.
Aria aceptó, y sin mirarlo, giró el cuerpo para dar la espalda al resto, levantando apenas el velo para poder comer.
Riven, atrapado entre la curiosidad y el deseo de romper esa barrera invisible, se inclinó hacia ella.
— No tienes que ocultarte —murmuró.
Aria se estremeció, pero su respuesta fue firme.
—Cuando confirmemos nuestra unión, dejaré de hacerlo. Mientras pertenezca a los dioses, mi deber es mantenerme así.
Las palabras se le clavaron como una lanza de hielo. La culpa le apretó el pecho y su voz se quebró al hablar.
—Perdon por lo que ocurrió en el templo… pero era inevitable.
Aria, en lugar de resentirse, sonrió suavemente bajo el velo. Si tan solo él supiera que, en estos dos días, había tenido más libertad que en todos los años anteriores en ese lugar.
—No te disculpes. Los dioses así lo quisieron —dijo con dulzura.
Volvió a cubrirse el rostro, y Riven se descubrió fascinado por aquella figura velada que, con tan pocas palabras, lo desarmaba.
—¿Quieres? —preguntó Aria, ofreciéndole un pedazo de carne que el mismo le dió.
Él la miró con una sonrisa ladeada.
—¿Olver cocina muy mal o comes como un pájaro? —bromeó.
Aria rió, y aquel sonido cristalino hizo que a Riven se le aflojara la dureza de la mirada.
—Supongo que lo segundo.
Un impulso lo llevó a seguir hablando.
—Eldrador es próspero. Su gente es amable… hay lagos y cascadas que parecen surgir de los sueños. Hemos trabajado mucho para que sea un buen lugar.
—Estoy segura de que me gustará —respondió Aria, con una convicción serena.
Riven la observó, intrigado por su fortaleza. Nunca se había quejado, nunca había intentado huir. Parecía aceptar su destino sin rebeldía, y eso, lejos de parecerle resignación, le inspiraba un extraño respeto.
La noche avanzó. El fuego se fue consumiendo hasta quedar en brasas, y ambos permanecieron en silencio, envueltos por el calor tenue y una paz inesperada. Por un instante, Riven dejó de sentir el peso de la culpa y la responsabilidad.