El joven de sangre pura había sido encontrado por el gran gobernante, Theo. Noah Everhart nunca podría escapar de su destino.
Encerrado en la imponente presencia de Theo Langston, su cuerpo tembló involuntariamente cuando el aire se impregnó con el embriagador aroma de sus propias feromonas. El Alfa frente a él sonrió con satisfacción, sus ojos ámbar brillando con un peligroso fulgor depredador.
—No tiene sentido correr, Noah —murmuró Theo, su voz profunda y envolvente—. Ya eres mío.
Los latidos de Noah se aceleraron. No... no hay escapatoria.
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📌 BL / Omegaverse (Chico x Chico)
📌 Embarazo Masculino
📌 ¿Kitsunes?
📌 Fantasía BL
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Capítulo 17
Theo y Noah ya estaban de regreso en su habitación. El silencio se apoderó del ambiente mientras Theo se dejaba caer pesadamente sobre el sofá, con las ropas desgarradas y la piel marcada por múltiples heridas. Su expresión era dura, pero contenida. Noah, sin perder tiempo, sacó el botiquín de primeros auxilios del armario y se arrodilló frente a él, con manos temblorosas, intentando contener su preocupación.
El olor a feromonas mezcladas con sangre era denso, imposible de ignorar. Theo era un alfa, fuerte, respetado y temido… pero verlo así, herido, apenas conteniendo su rabia, le rompía el corazón al omega.
Theo apretó los puños. En realidad quería explotar. Ya se lo había advertido varias veces a Noah: no debía recibir visitas. Pero ¿qué fue lo que vio al regresar? A Caleb, caminando tranquilamente dentro de su casa, hablando con Noah como si nada.
Solo de recordarlo, su sangre volvía a hervir.
Pero entonces lo miró… Noah tenía el rostro sereno, los ojos concentrados mientras limpiaba una de las heridas con una gasa empapada en antiséptico. El simple contacto de sus dedos temblorosos bastó para que toda esa furia que lo desbordaba comenzara a disiparse.
Noah tenía ese efecto sobre él. Siempre lo tuvo. Su sola presencia traía paz al corazón del zorro.
—Así no se hace, Noah —gruñó Theo con voz baja, pero firme, al sentir que su esposo estaba tocando demasiado fuerte una herida aún abierta.
—¿Entonces cómo se hace? —preguntó Noah con la voz suave, sin alzar la mirada.
Theo no respondió de inmediato. En lugar de eso, tomó con suavidad las muñecas de Noah y tiró de él hasta hacerlo sentarse sobre su regazo. El omega soltó un leve suspiro, sorprendido por el movimiento repentino.
—Abrázame —pidió Theo, apenas un susurro, cargado de necesidad.
Noah no dudó. Rodeó el cuello de su alfa con los brazos y lo atrajo hacia su cuerpo, apoyando la cabeza de Theo contra su pecho. Escuchar los latidos del corazón y la respiración del alfa le dio un poco de alivio. Por fin estaba a salvo.
—¿Qué pasó? —preguntó Noah con voz baja.
—Ayer… dos aves mensajeras del Bosque Lunar vinieron a buscarme. Había otro espíritu de zorro causando problemas.
—¿Entonces… no eres el único zorro? —preguntó Noah, sorprendido.
—No, hay dos en el Bosque Lunar. Yo… y Rafael —explicó Theo, cerrando los ojos por un momento.
—¿Fuiste al bosque… y pelearon?
—Ajá —asintió Theo.
—¿Por qué no me llevaste contigo? ¿No dijiste que tu verdadero poder depende de esta gema sagrada? —espetó Noah con dolor, visiblemente afectado al ver a su alfa tan golpeado. Su voz tembló, como si en cualquier momento pudiera romperse. La impotencia lo consumía, y por dentro, sentía un nudo en el pecho tan fuerte que apenas podía respirar.
—Se supone que yo debería protegerte a ti… —murmuró Noah, su voz quebrándose al final.
Esa frase lo golpeó más fuerte que cualquier herida en su cuerpo.
Theo lo miró, sin saber qué decir. ¿Cómo podía seguir poniendo en peligro al único ser que realmente lo cuidaba? ¿Cuántas veces más tendría que verlo llorar por su culpa?
“No, no puedes dudar ahora, Theo. Esto es lo que siempre quisiste, piensa en el futuro.” pensó, tratando de aferrarse a su determinación.
Entonces rompió el abrazo con cuidado y, sin decir una palabra, acercó sus labios a los de Noah. Fue un beso suave, lento y lleno de sentimientos que no sabía cómo expresar.
Noah cerró los ojos y respondió al beso con la misma ternura. Y, mientras lo hacía, algo milagroso sucedió: todas las heridas del cuerpo de Theo comenzaron a cerrarse, lentamente, como si la calidez del omega tuviera el poder de sanar lo que ninguna medicina podía.
Theo ya había saldado su deuda con la serpiente. Había enfrentado a Rafael, le había hecho pagar por todo. Incluso le dejó claro que si volvía a cruzarse en su camino, no tendría piedad. Las heridas de Rafael eran mucho peores. Lo había derrotado. Pero en ese momento, solo quería paz.
—Noah… vamos al parque de la ciudad. Compremos cosas, y veamos una película… ¿quieres? —preguntó Theo al separarse de sus labios, acariciando su mejilla con el dorso de la mano.
—Pero tus heridas, Theo… —La frase quedó inconclusa cuando Noah bajó la mirada y vio que la piel del alfa estaba completamente curada. No quedaba ni una sola cicatriz.
Theo le sonrió, con esa expresión suya que decía más que mil palabras.
Él era astuto, incluso cruel cuando lo necesitaba, pero antes de que el destino se llevara a Noah lejos de este mundo, haría lo imposible por verlo feliz. Después de todo, sería como pagarle por llevar la gema.
—Ve a prepararte —ordenó Theo, poniéndose de pie.
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Ese día, el clima estaba radiante.
El auto surcaba las calles de la ciudad con las ventanas ligeramente abiertas. El aire fresco de la mañana acariciaba los cabellos de Noah mientras miraba por la ventana, fascinado por el mundo exterior. Hacía tanto que no salía de casa, tanto que había olvidado cómo se sentía el viento sobre la piel.
Theo conducía en silencio, de vez en cuando lanzándole miradas de soslayo, solo para asegurarse de que el omega estuviera sonriendo.
Y así era.
Al llegar al parque, bajaron tomados de la mano. Caminaron por los senderos bordeados de flores y árboles verdes, como una pareja más, como si no fueran un espíritu de zorro ni un omega vinculado a una gema sagrada.
—Theo… —murmuró Noah, deteniéndose.
—¿Qué pasa, amor?
—¿Tú puedes hacer que llueva?
—¿Por qué? ¿Quieres que llueva ahora?
Noah asintió con entusiasmo, como un niño a punto de hacer una travesura.
—Solo un ratito. Quince minutos.
Theo lo miró por un momento, como si midiera si era buena idea. Luego extendió su mano.
—Agarra mi mano —dijo.
Noah la tomó sin dudar.
Y entonces, como si el cielo respondiera al deseo del omega, la lluvia comenzó a caer, suave al principio, luego más fuerte, empapando la ciudad.
La gente corrió a buscar refugio, sorprendida por lo repentino del aguacero, mientras Noah arrastraba a Theo hasta el centro del parque, riendo con fuerza, empapado hasta los huesos.
—¡Me encanta, Theo! —gritó entre risas.
—Y a mí me encantas tú, Noah —respondió Theo, empapado también, pero incapaz de dejar de mirarlo.
Noah sonrió. Era una sonrisa pura, sincera, libre.
Y en medio de esa lluvia, Theo volvió a besarlo.
Noah cerró los ojos y correspondió sin pensarlo.
En ese instante, no existía nadie. Solo ellos dos...
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