Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
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Capitulo 16
Las luces del hospital parecían más frías aquella noche, y cada paso resonaba con un eco casi doloroso en los pasillos. Desde hacía varias semanas, Aliert había luchado con todas sus fuerzas contra la marea de dolor y agotamiento que traía consigo el tratamiento. Pero en los últimos días, algo había cambiado: su cuerpo, cansado de batallas constantes, comenzaba a mostrar señales de agotamiento irreparable. La fiebre subía y bajaba en picos intensos, su respiración se volvía pesada y errática, y sus ojos, aunque llenos de determinación, comenzaban a perder ese brillo incansable que todos adoraban.
Los médicos pidieron ver a Camille y Thomas con urgencia. Ambos se sentaron en las sillas del pequeño consultorio, tomados de la mano, temblando por lo que estaban a punto de escuchar. El doctor Moier, quien había seguido el caso de Aliert desde el principio, se acomodó los lentes antes de comenzar a hablar, y los miró con una mezcla de tristeza y profesionalismo.
—Señores… —comenzó con una voz baja y pausada—. Sabemos que Aliert ha luchado con una fortaleza increíble hasta ahora, pero… —se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas—. El tratamiento ya no está funcionando como esperábamos. Su cuerpo está agotado, y, lamentablemente, hemos llegado a un punto donde las opciones comienzan a agotarse.
Camille sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las palabras del doctor resonaban en su mente como si fueran dagas que perforaban sus esperanzas una a una. Thomas apretó su mano con más fuerza, pero no lograba ocultar el temblor en la suya. La impotencia y el dolor eran abrumadores, y aunque ambos habían intentado prepararse para este momento, escuchar esas palabras directamente los dejaba completamente indefensos.
—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó Thomas, con voz quebrada, incapaz de mirarle a los ojos al doctor.
El doctor Moier suspiró, consciente de la magnitud de sus palabras.
—Significa que su sistema inmunológico está fallando. Podríamos intentar otro tratamiento experimental, pero es más agresivo, y hay un riesgo considerable…ya que desgraciadamente antes de que termine el tratamiento, el....podria morir—dijo, tratando de mantener la calma por respeto a ellos—. Entiendo que esto es mucho para asimilar. Sé que Aliert tiene un espíritu fuerte y ha demostrado una gran resiliencia, pero las recaídas están siendo cada vez más peligrosas.
Camille se llevó una mano a la boca, intentando no llorar en ese momento, pero las lágrimas ya habían comenzado a correr por sus mejillas. Sabía lo que esas palabras significaban: el tiempo que tenía con su hijo era cada vez más limitado. Su pequeño, su niño que había mostrado tanta valentía y esperanza, estaba enfrentando la batalla final, y ellos eran simplemente testigos impotentes de un destino que parecía cada vez más inevitable.
Mientras tanto, Daniel se encontraba sentado afuera de la habitación de Aliert, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el suelo. Su mente era un torbellino de pensamientos y emociones que lo destrozaban por dentro. Sabía que Aliert estaba mal, peor que nunca antes, y la incertidumbre le robaba el aire cada vez que intentaba imaginar su vida sin él.
Cuando vio salir a Camille y Thomas del consultorio del doctor, la expresión de sus rostros lo hizo darse cuenta de inmediato de la gravedad de la situación. Ambos lo miraron con tristeza, y Camille se acercó a él, envolviéndolo en un abrazo.
—Él… él los necesita más que nunca —dijo ella, ahogada por las lágrimas—. Daniel, no sé si… no sé cuánto tiempo más podrá soportar.
Daniel sintió cómo una profunda tristeza se apoderaba de él. Apenas podía respirar entre la angustia y el dolor. En su mente, solo había espacio para una idea: Aliert estaba perdiendo la batalla, y él no podía hacer nada para salvarlo. La impotencia lo destrozaba, sentía que le arrancaba el alma. Aliert, su Aliert, estaba desmoronándose, y él no tenía el poder de detenerlo.
Esa noche, Daniel se quedó junto a él. Entró en la habitación y se sentó al borde de la cama, observando su rostro pálido y sus ojos cerrados. Aliert respiraba con dificultad, y aunque no podía hablar, una expresión de calma se dibujaba en su rostro. Daniel tomó su mano y la acarició con ternura, deseando poder transferirle algo de su fuerza.
—Aliert… —susurró, tratando de mantener la voz firme aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Te prometí que estaría aquí, ¿recuerdas? Pase lo que pase, voy a quedarme contigo, incluso cuando ya no puedas escucharme. No importa cuánto tiempo tengamos, siempre estaré a tu lado.
Los minutos pasaban, y Daniel se mantuvo allí, con la cabeza apoyada en la cama, rezando en silencio para que algún milagro cambiara el rumbo de la situación. El dolor en su pecho era insoportable, y sentía que el peso de cada segundo sin mejoría se clavaba más en él.
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Karla, la hermana menor de Aliert, se había mantenido fuerte durante todo el proceso. Siempre trataba de ser la que animaba a todos, de hacer reír a su hermano y darle palabras de ánimo. Pero aquella noche, mientras estaba sola en su habitación, la realidad la golpeó con una fuerza devastadora. Su hermano estaba perdiendo la batalla, y aunque todos intentaban ser optimistas, en el fondo de su corazón sabía que el tiempo estaba en contra de ellos.
Se abrazó a sí misma, tratando de contener las lágrimas. Se sentía pequeña y débil, como si el peso de la situación la estuviera aplastando. Quería correr a la habitación de Aliert, abrazarlo y decirle que todo iba a estar bien, pero la tristeza la paralizaba. No podía entender cómo alguien tan lleno de vida y amor como su hermano estaba pasando por algo tan cruel.
Finalmente, se levantó, fue hasta la puerta de la habitación de Aliert y se quedó observándolo desde el umbral, con los ojos llenos de lágrimas.
—Aliert… —susurró, sin atreverse a entrar—. Por favor, no me dejes.