Entre Líneas

La luz del amanecer se filtraba entre las persianas entreabiertas de mi oficina, un resplandor pálido que no lograba disipar el peso en mis hombros. El aire olía a tinta seca y café olvidado, mezclado con el zumbido lejano de las fotocopiadoras. Mis dedos tamborileaban sobre el expediente de fraude, las páginas arrugadas bajo mis palmas sudorosas. No había dormido. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a verlo: Damon arrodillado, su aliento caliente en mi muñeca, esos ojos que ya no suplicaban, sino exigían.

Un movimiento en la puerta me sacó del espiral.

Zhen Carter se recortaba contra la luz del pasillo, impecable en su traje oscuro. Su presencia era como un corte limpio en la niebla de mi agotamiento.

—Buenos días, señor Marshall.— Su voz era suave, pero con una precisión que hacía pensar en bisturíes. —El distrito no perdona, ¿verdad?—

Ajusté la corbata, demasiado consciente de mi aspecto desaliñado. —No todos tenemos tu don de llegar fresco como lechuga, Carter.—

Él sonrió, el gesto apenas alterando la perfección de su rostro. —Las lechugas se marchitan rápido. Prefiero ser el cuchillo.— Se acercó, apoyándose en el borde de mi escritorio. Su perfume era limpio, a madera y algo medicinal. Un contraste brutal con el olor a desvelo que yo debía exudar.

—¿Qué te trae por aquí?— pregunté, intentando que no se notara cómo seguía el movimiento de sus manos al sacar un expediente de mi pila.

—Curiosidad.— Pasó una página con dedos largos. —Vi la luz desde el pasillo. Pensé que sería otro caso de abogados ambiciosos trabajando hasta tarde. Pero es solo usted... castigándose.—

Mi mandíbula se tensó. —No es asunto tuyo.—

—Claro que no.— Dejó el documento, su mirada fija en mis ojeras. —Pero es interesante. El gran Blake Marshall, fiscal estrella, hundiéndose en papeles como un pasante. ¿O es que hay algo más?—

El aire se espesó. Por un instante absurdo, imaginé contárselo todo: Damon y esa mezcla de asco y culpa que me corroía por dentro.

Zhen rompió el silencio antes de que pudiera hablar. —Salga conmigo esta noche.—

No fue una pregunta. Tampoco una propuesta. Era un hecho dispuesto a ocurrir.

—¿Esto es una cita o una intervención profesional?— El sarcasmo me salió automático, pero mi pulso se aceleró.

Él se encogió de hombros. —Llámelo experimento social. Usted necesita distracción. Yo tengo curiosidad por ver qué hay detrás del mito.— Su dedo índice rozó el borde de mi escritorio, dejando un surco invisible en el polvo. —Un bar. Nada comprometedor.—

El expediente de Damon estaba en mi bolso, la foto de su rasguño brillando bajo el plástico. Había prometido visitarlo al salir.

—Podría darme una hora,— mentí.

Zhen se enderezó, satisfecho. —Perfecto. A las ocho en 'El faro azul'. Si no aparece, asumiré que prefiere seguir jugando al mártir.—

Se alejó sin esperar respuesta. Desde la puerta, añadió: —Ah, y Marshall... dúchese. Huele a decisiones arrepentidas.—

Cuando sus pasos se desvanecieron, solté el aire que no sabía que retenía. El expediente de fraude seguía allí, pero ahora las cifras bailaban ante mis ojos.

En el cajón, mi teléfono vibró. Un mensaje de Damon:

—¿Vienes hoy?—

Apreté los puños. El Péndulo quedaba de camino a mi casa.

El reloj de la pared marcaba las 9:17. Doce horas para decidir qué versión de mí mismo quería alimentar.