Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
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Algo más que logística
Capítulo 16: Algo más que logística
El sol, con su luz perezosa, apenas comenzaba a filtrarse por los ventanales del hotel donde se hospedaba el equipo de campaña. La gira era intensa, un torbellino de apretones de manos, selfies calculadas y discursos ensayados, y todavía tenían tres largas semanas por delante. Por primera vez en días, la agenda del equipo mostraba un espacio libre, una bendita anomalía.
Charlie se estiró en la cama del pequeño pero elegante cuarto que le habían asignado. Su cabello pelirrojo atrapó y reflejó la luz matinal. Su sentido práctico, de nuevo, la hizo optar por pantalones cómodos y una blusa ligera, una armadura flexible para un día supuestamente de reposo. Se levantó, caminó hacia la ventana y contempló el bullicio de la ciudad que comenzaba a despertar, un contraste vibrante con la calma momentánea dentro del hotel.
Mientras tanto, en el comedor del piso inferior, el resto del equipo empezaba a reunirse. Alejandro llegó con su habitual puntualidad y compostura, traje impecable (aunque hoy había cedido a un tono gris plomo en lugar del oscuro habitual, gracias a Charlie) y corbata perfectamente alineada. Todo en él era orden y medida, desde sus movimientos hasta el modo en que tomaba el café.
Charlotte bajó unos minutos después, cruzando el comedor con una energía que desafiaba la hora temprana. Sonrió a algunos voluntarios y asistentes, quienes la reconocían de inmediato por su pelo de fuego y su aura de eficiencia desordenada. A diferencia de los demás, Charlotte no parecía sentir la presión; para ella, la campaña era un desafío divertido y estimulante, casi un juego de ajedrez estético.
—¡Buenos días! —saludó con voz clara, inclinando levemente la cabeza, pero con los ojos chispeantes—. ¿Alguien quiere ayuda con el café? O, mejor aún, ¿con la recuperación de la moral?
Un par de manos se levantaron tímidamente, y Charlotte se ocupó de preparar tazas mientras conversaba con espontaneidad.
Alejandro, desde su mesa apartada, levantó la vista. La observó con un gesto apenas perceptible, como quien examina un objeto exótico: medido, cauteloso, pero innegablemente atento a su magnetismo.
Mientras Charlotte ayudaba con los preparativos para la siguiente jornada, Giulia y Paola se acercaron discretamente a la barra de café, con las miradas cargadas de escepticismo y un aire de superioridad mal disimulado.
—¿En serio necesitamos a alguien como ella para el manejo de imagen? —susurró Paola, apenas audible, ajustando su blazer. —Demasiado extrovertida, demasiado…cercana a la gente que solo sirve el café.
—Sí —asintió Giulia, sorbiendo su bebida con un ruido molesto—. Y lo peor es que todo el mundo la adora. Incluso el jefe. Una mujer así, que no respeta el protocolo... es una distracción innecesaria.
Charlotte no escuchó el comentario, pero el tono y la actitud eran suficientes para intuir la crítica. Ignoró deliberadamente el murmullo, concentrándose en entregar un café con leche a un asistente.
El desayuno continuó sin mayores incidentes. Charlie, fiel a su estilo, aprovechó para conversar con algunos jóvenes del equipo, riéndose de anécdotas y haciendo comentarios espontáneos que provocaban sonrisas sinceras. Marco, se acercó.
—¿Charlie? —preguntó con timidez—. ¿Alguna vez has trabajado con alguien tan… obsesivamente impecable como el señor Montalbán?
—¿Obsesivamente impecable? —repitió ella, arqueando una ceja con una sonrisa pícara—. ¡Jajaja! Marco, él es un nivel superior de meticulosidad. Es como un traje de tres piezas que respira. Pero tranquilo, me las arreglo. Mi misión es hacerlo respirar un poco de aire real.
Marco rió, mucho más relajado.
Al finalizar el desayuno, el equipo organizó una caminata por los jardines. Charlotte y Marco se adelantaron, charlando animadamente sobre los colores del follaje y la iluminación de los espacios. Charlie no dudó en señalar elementos que podrían mejorar la imagen del hotel.
—Mira ese arbusto —dijo señalando uno de los setos que bordeaban el camino—. Si le ponemos unos focos estratégicos, incluso puede parecer una instalación artística.
Marco se rió a carcajadas.
—¡Charlie, eres increíble! Siempre encuentras una forma de mezclar el trabajo con el comentario más inesperado.
Mientras tanto, Alejandro recorría los pasillos. Desde la distancia, observó la escena: Charlotte, moviendo las manos con pasión mientras Marco reía. No entendía completamente por qué, pero había algo en su sonrisa franca y sus gestos decididos que captaba la atención de todos sin esfuerzo, rompiendo la pared de cristal de su equipo. Aquella mujer no pasaba desapercibida, era una fuerza de la naturaleza envuelta en mezclilla y sarcasmo.
La tarde transcurrió y Charlotte aprovechó para dar su opinión sobre el vestuario que Alejandro usaría en la visita a un centro de ancianos.
—Señor Montalbán, con todo respeto, esa chaqueta gris y corbata azul marino no lo acercan a los ancianos. ¿Qué tal sí usa un tono más claro, camisa sin corbata, manga remangada? Cercano, pero todavía formal.
Alejandro la miró con esa mezcla de exasperación y curiosidad.
—¿Está segura de que es un buen cambio?
—Créame que va a funcionar —respondió ella con una sonrisa mordaz y desafiante—. Si quiere que lo recuerden como alguien que escucha, y no como un bloque de granito, le conviene seguir mi consejo. Seguir pareciendo una estatua de la seriedad. Es su elección.
Él suspiró, pero asintió con una lentitud que denotaba su lucha interna. Confiaba en su criterio profesional y, además, hasta ahora las encuestas no decían nada en su contra.
Antes de la cena, mientras todos se preparaban, Charlotte se encontró con Giulia y Paola en el pasillo. Ellas intercambiaron miradas, evaluando su vestimenta y su actitud. Charlotte les dirigió una sonrisa cordial, pero con un brillo en los ojos que era casi un desafío.
—Buenas tardes, señoritas. Espero que el día haya sido... lo suficientemente rígido para mantenerlas contentas.
Giulia apenas murmuró un "buenas tardes" ininteligible, y Paola bajó la mirada, incapaces de sostener su franqueza. Charlotte se alejó, consciente de que había dejado su marca sin levantar la voz, usando solo su presencia y confianza.
Al final de la jornada, que concluyó con una reunión de planificación extendida, Charlotte se dirigió a la entrada del hotel. Necesitaba aire fresco y un respiro de la burbuja de la campaña. Había quedado en dar un paseo sola por la plaza más cercana para despejar la mente.
Mientras esperaba un momento en el umbral, Alejandro apareció por detrás, con su maletín en mano y su blazer ligeramente desabrochado por el largo día.
—Señorita Rossi, asumo que no se dirige a su habitación. ¿Un descanso merecido? —comentó, manteniendo su formalidad, aunque su tono era más suave.
—Así es, señor Montalbán. Necesito urgentemente ver gente que no tenga preguntas sobre políticas fiscales. Me voy a dar una vuelta por la plaza central —replicó Charlotte, sin disimular su necesidad de escapar.
Él la miró, sopesando la propuesta. La idea de que ella saliera sola a esas horas lo detuvo.
—El equipo de seguridad ha recomendado no alejarse demasiado del hotel —dijo, usando la excusa de la seguridad—. La plaza está a unas cuatro calles, ¿cierto? Permítame acompañarla. Por razones logísticas. Es el precio de ser una pieza clave de la campaña.
—Gracias, señor Montalbán, pero creo que sería mejor no hacerlo. No quiero que piensen que estoy organizando un rally espontáneo o, peor aún, que estoy escoltada por un robot de las finanzas —replicó Charlotte con su habitual franqueza y una sonrisa divertida.
Él arqueó ligeramente una ceja ante la ironía.
—Si alguien tiene comentarios sobre usted, confío en que sabrá cómo resolverlo. Su reputación se defiende sola. Pero insisto: un paseo, como dos colegas que casualmente han terminado al mismo tiempo. Además, necesito aire. Y... quizá pueda darme su opinión sobre el color de los ladrillos de la plaza. Es un asunto de percepción.
Charlotte soltó una risa breve y ligera, captando el esfuerzo que él hacía por suavizar la propuesta. Alzó una mano en gesto de complicidad:
—Bueno, quizá tenga razón. Acepto su compañía, por el bien de la logística y la percepción del color. Pero me promete que no vamos a hablar de cómo los márgenes de beneficio se relacionan con la confianza del votante.
Alejandro esbozó una sonrisa contenida, un gesto que casi siempre ocultaba. Aceptó la condición.
Juntos salieron del hotel y caminaron en silencio durante el primer tramo el contraste era notable: él, mesurado y con el paso firme; ella, con una energía vibrante y observándolo todo.
Al llegar a la plaza, un lugar con grandes árboles y una fuente central, Charlotte se detuvo para admirar la iluminación. Al ajustar el bolso cruzado que llevaba, un par de hojas sueltas de su cuaderno de bocetos se deslizaron y cayeron al suelo adoquinado.
Alejandro se inclinó con presteza para recogerlas. Eran dibujos rápidos a lápiz: uno era un boceto del mercado de agricultores, pero el otro era indiscutiblemente él, en el evento del colegio, agachado para hablar con dos niños pequeños, la expresión mucho más relajada y genuina que en cualquier foto oficial. Charlotte había capturado un momento de autenticidad.
Al tomar el dibujo, sus manos casi se rozaron. Él no pudo evitar observarlo unos segundos más, sintiendo una inusual incomodidad al verse retratado de forma tan íntima.
—Veo que hace un trabajo de campo exhaustivo, Señorita Rossi —comentó Alejandro, entregándole la agenda. Sus ojos, al levantar la vista, eran más curiosos que inquisitivos—. Capturó algo que ni las cámaras lograron ver.
Charlotte tomó el boceto rápidamente, sintiendo el calor subir a sus mejillas.
—Es mi manera de entender la luz y la composición, Señor Montalbán. Y el gesto —dijo, intentando sonar profesional—. Para la próxima sesión de fotos me servirá de guía.
—Lo entiendo —murmuró Alejandro, guardando las manos en los bolsillos—. Es un buen dibujo. La espontaneidad... se ve bien en papel.
Se quedaron allí unos minutos más. Ella lo miró de reojo, notando cómo la luz tenue suavizaba sus facciones.
—¿Sabe, señor Montalbán? Hoy no parece un político. Solo un hombre escuchando música. Y… un modelo sorprendentemente bueno para un boceto rápido —dijo ella en voz baja.
Él la miró directamente.
—Usted hace que hasta la política parezca un arte, señorita Rossi. Y que la espontaneidad parezca una estrategia.
Ambos se dirigieron de vuelta al hotel, pero el pequeño momento en la plaza, la revelación del dibujo y la sutil complementación, había alterado sutilmente la atmósfera. Había algo más en el aire que solo logística y vestuario. Él no solo la estaba observando a ella, sino que ella lo había visto a él de una manera que nadie más lo había hecho.