Una tarde como cualquiera, Andi escuchó el grito de una niña que le decía "papá" a su esposo. En ese momento, ella sintió que el amor era egoísta y cruel. Pero nadie sabia que ese encuentro cambiaría sus destinos.
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Corazón duro
Kevin, después de abandonar a Andi en el hospital, se encerró en la oficina de su trabajo. No entendía la culpa que le aplastaba la mente. Se tomó una copa de whisky para calmar sus nervios y la angustia que le oprimía el pecho.
No podía sacar de su mente los ojos triste de la bella mujer que había conocido en la misma oficina que ahora lo estaba enloqueciendo. "¿Qué es lo que realmente quieres de mí, extraña?", se preguntaba.
Tomó su teléfono y llamó a Daniel, uno de sus hombres, a quien dejó al cuidado de Andi.
—Hola— contestó Daniel al primer sonido del teléfono.
—¿Cómo van las cosas, Daniel?
—Señor, Andi abandono el hospital con la niña.
—¿Qué?—Kevin se alteró.
—La señora se fue a su casa, estuvo casi una hora ahí, ahora volvió a salir y la estoy siguiendo.
—¿Pudiste averiguar algo sobre ella?
—Si señor. Andi era una mujer casada, pero perdió a su esposo en un accidente, y creo que en estos momentos ella se dirige al funeral de su esposo.
—¿Por qué Andi está con la niña?
—El esposo de Andi era quien criaba a la niña como su hija. Andi no lo sabía hasta un día antes del accidente.
Kevin no tenía motivos para sonreír. Su corazón duro sintió un dolor que no era suyo. Daniel le facilito la dirección del lugar donde Andi se despediría de su esposo. Cuando llegó, vio la piel pálida de Andi; apenas sostenía su cuerpo. La gente a su alrededor la abrazaba e intentaba darle consuelo.
Él se aproximó hacia ella. Andi seco sus lágrimas para mirarlo.
—¿Qué haces aquí?— preguntó Andi.
—En la tarde te presté mi pecho para llorar. Ahora quiero hacer lo mismo.
—¿Te estás burlando de mí?
—No, Andi. Solo quiero acompañarte en tu dolor.
—Mi esposo cumplía el rol que vos debiste cumplir desde un principio. De haber sido así, quizás mi esposo ahora estaría conmigo en mi casa, como debía ser. Y no en esa caja maldita— gritó Andi a Kevin y se desvaneció al suelo llorando.
Kevin se agachó y le seco las lágrimas.
—Perdóname por ser un maldito cobarde para afrontar la verdad.
—Nunca más podré disfrutar del contacto de su piel, ni de sus dulces labios, ni de sus consuelos en mis días grises.
Kevin se sentía desesperado; la mujer que le había movido el mundo sufría por otro hombre, y no sabía cuanto tiempo le tomaría reponerse.
Lara salía del baño cuando vio a Andi en el suelo con Kevin, se asomó algo asustada.
—¿Andi, estás bien?—la niña preguntó.
Andi levantó la vista. —Estoy bien, mi amor, no te preocupes. Solo necesito un poco de aire; iré afuera por un momento. ¿Me esperas con Kevin, por favor?
Kevin ayudó a Andi a levantarse y luego se llevó de la mano la niña a sentarse, mientras Andi salía al pequeño jardín.
Kevin estaba nervioso, no sabía como tratar a la niña. Estaban en una situación muy delicada, las palabras no fluían, hasta que la niña rompió el silencio.
—¿Qué puedo hacer para que Andi se sienta mejor?— preguntó Lara.
Kevin no sabía qué responder, él también quería que Andi estuviera bien, pero no encontraba el antídoto para ese dolor. La presencia de la niña a su lado le inquietaba; tenía miedo de errar si decía o hacia algo que sea incorrecto que alterará más a Andi, por su comportamiento con la niña.
—¿Te gusta el helado?— Con otra pregunta contestó Kevin a la niña.
—Sí. La frutilla es mi sabor favorito.
—Conozco una heladería muy cerca. ¿Te gustaría ir, Lara?
—¿Crees que Andi vendrá con nosotros?— preguntó la niña muy animada. —Algo de dulce puede sanar el corazón de Andi.— Luego comento la niña con una pequeña sonrisa.
Kevin sonrió con la ocurrencia de la niña y asintió con la cabeza. Minutos después, Kevin tomó de la mano a la niña y se dirigieron al jardín, donde Andi estaba sentada, mirando las estrellas del cielo.
—¿Andi?— la niña interrumpió su soledad.
—¡Que mi amor!— respondió Andi a la niña.
—¿Crees que un helado sanara un poco tu dolor?
Andi sonrió con la pregunta. Kevin no se perdió esa sonrisa. Definitivamente, Kevin quería atravesar todo ese dolor que los rodeaba para estar al lado de esas dos luces que la vida les había puesto de una manera tan extraña.
—No solo un helado mi amor, sino también tu compañía— respondió Andi abrazando a la niña.
Kevin no se sintió extraño a lado de ellas, sintió que su soledad ahora tenía espacio en esos rincones que nadie podía ocupar.
—¡Vamos!— dijo Kevin.
Ambas se tomaron de las manos y siguieron a Kevin. Andi no tenía ganas de un helado; solo lo hacía por la niña, quería verla relajada y distraída con algo para que no se inundará en el dolor y los malos recuerdos que su pequeña mente procesaba a cada paso que daba.