La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo V
Los días pasaron y finalmente Elena se sentía mejor por lo que la hora de ver al conde había llegado.
Cayó la noche sobre la Hacienda, y con ella, un silencio imponente. Elena, asistida por una de las doncellas que la señora Hudson había asignado, se vistió con el vestido más sencillo que encontró en el vasto vestidor. Era de seda, de un color verde profundo, y aunque era elegante, no tenía la opulencia que sugerían los encajes y volantes de otros vestidos. No quería parecer demasiado frívola en su debut.
Cuando estuvo lista, se miró al espejo. La mujer de ojos color miel y cabello rubio oscuro devolvió la mirada. Estaba nerviosa, pero la excitación de la segunda oportunidad era más fuerte que el miedo.
Bajó las escaleras. El comedor era una sala enorme, iluminada únicamente por las velas de un candelabro y por un fuego que crepitaba en la chimenea, creando largas sombras dramáticas. Alistair ya estaba sentado a la cabecera de la mesa, tan inexpresivo como una escultura antigua. Llevaba un traje de noche que acentuaba su porte regio y, al verla, solo inclinó la cabeza, sin levantarse. La cortesía era tan fría que parecía una obligación.
—Lady Elena —su voz grave era un puñal de hielo, cortando el silencio—. Me informan de su diagnóstico.
Elena se acercó a su silla, que el criado movió silenciosamente. Se sentó, sintiendo el peso de la mirada de Alistair.
—Sí, parece que mi memoria reciente ha decidido tomarse unas vacaciones —respondió ella, intentando sonar ligera y un poco vulnerable.
Alistair no sonrió, ni siquiera una mueca. Simplemente la observó, como si intentara descubrir el engaño en sus ojos.
—La señora Hudson me dijo que deseaba "volver a conocerme" —él hizo una pausa, las palabras cargadas de un sarcasmo velado—. Eso es… inusual. La anterior Condesa consideraba mi presencia una tortura.
Elena tomó su copa de vino, sintiendo la punzada del pasado ajeno. La antigua Elena había sido infeliz, sí, pero la nueva estaba aquí para corregir el rumbo.
—Y puede que tuviera sus razones —Elena asintió con seriedad—. Pero yo no recuerdo esas razones. Para mí, el resentimiento no existe. Usted es, simplemente, mi esposo. Y una de las primeras cosas que me gustaría recuperar es… esa relación.
El Conde Alistair apoyó los codos en la mesa, su mirada gris clavada en ella. Este movimiento, esta pequeña ruptura de su rigidez, era la señal de que ella lo había intrigado.
—¿Y qué espera encontrar, Lady Elena? ¿Una fantasía romántica? He de recordarle que el matrimonio entre nosotros es, y siempre ha sido, un acuerdo frío. Usted buscaba seguridad, yo buscaba paz y descendencia. Y ambas partes fallaron.
La frialdad de su franqueza era dolorosa, pero preferible a las mentiras de Lían.
—Tal vez, Señor Conde, fue un acuerdo frío porque se basó en el odio mutuo. Pero, ¿y si lo intentamos de nuevo? —Elena tomó un bocado del plato que le sirvieron, notando que el estómago se le revolvía por los nervios, pero forzándose a mantener la compostura—. Estoy desorientada, Conde. Necesito que me diga quién es usted, para que yo pueda decidir quién quiero ser a su lado.
Ella se había expuesto completamente, usando su "amnesia" para confesar una vulnerabilidad que la antigua Elena jamás habría mostrado.
Alistair se reclinó en su silla, su rostro una máscara de asombro apenas perceptible.
—Mi Lady, no tengo tiempo para juegos de seducción de recién casados. Usted intentó huir de mí en medio de una tormenta de nieve. Lo que debemos definir es el divorcio, no una cena romántica.
El Conde había ido directamente al grano, confirmando que su paciencia estaba agotada.
—¿Divorcio? —Elena frunció el ceño, genuinamente preocupada. ¿Perdería esta vida antes de empezarla?—. ¿Y qué me ofrece? No tengo un lugar a dónde ir, ni recuerdo mi vida antes de este matrimonio.
—Le daré una pensión generosa. Suficiente para vivir lejos de aquí. Es lo que usted siempre deseó.
Elena lo miró fijamente. En lugar de rabia, sintió la determinación. La otra Elena quería escapar del hombre; ella quería escapar de su propia infelicidad.
—Mi esposo, si me permite ser sincera, lo que yo deseaba en mi otra vida se ha ido con el accidente —declaró Elena con firmeza, usando su dolor pasado como verdad—. Ahora, quiero estabilidad. Y, francamente, por lo que veo, usted es el hombre más apuesto que he conocido. Si vamos a estar casados, prefiero invertir mi energía en hacer que esto funcione que en buscar una nueva vida sola y sin recuerdos.
Al terminar, Elena se obligó a ofrecerle una sonrisa cautivadora. Era un desafío abierto.
Alistair se quedó completamente en silencio. Sus ojos grises escanearon el rostro de Elena, analizando la suavidad en su voz y el fuego que, a pesar de todo, brillaba en sus ojos color miel. El odio se había ido. En su lugar, había algo intrigante y peligroso.
—Tiene una semana, Lady Elena —dijo finalmente el Conde, su tono más templado, pero aún frío—. Una semana para que demuestre que esta amnesia es real y que su interés… es genuino. Si al final de esta semana no he cambiado de opinión sobre el divorcio, seguiremos adelante con los trámites. Y si lo hace, no espere que yo sea un esposo fácil de complacer.
Elena sintió un escalofrío que no era de miedo, sino de anticipación. El juego había comenzado.
—Trato hecho, Conde Alistair —aceptó ella, alzando su copa en un brindis silencioso.
Era un reto para ella adueñarse de una vida que no le correspondía, aunque la realidad era que ella estaba usando todo esto para calmar el dolor que le había causado la traición del hombre que había Sido su esposo por dos años.