Rubí huye a Nápoles buscando escapar de Diego Salvatore, un pasado que la asfixia con su enfermiza obsesión. En Italia, creyendo encontrar un respiro, se topa con Donato Valletti, un capo mafioso cuyo poder y magnetismo la atrapan en una red de intrigas y deseos prohibidos.
Donato, acostumbrado a controlar cada aspecto de su mundo, se obsesiona con Rubí, una flor exótica en su jardín de sombras. La seduce con promesas de protección y una vida de lujos, pero la encierra en una jaula dorada donde su voluntad se desvanece.
Diego, consumido por la culpa y la rabia, cruza el Atlántico dispuesto a reclamar lo que cree que le pertenece. Pero Nápoles es territorio Valletti, y para rescatar a Rubí deberá jugar con las reglas de la mafia, traicionando sus propios principios para enfrentarse con el mismísimo diablo.
En un laberinto de lealtades rotas y venganzas sangrientas, Rubí se convierte en el centro de una guerra despiadada entre dos hombres consumidos por la obsesión.
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Capitulo 16
POV RUBY
El sol se filtraba tímidamente entre las cortinas de seda, pintando arabescos dorados sobre la colcha de encaje. Abrí los ojos, sintiéndome como si hubiera corrido un maratón… o algo mucho más intenso. Cada músculo de mi cuerpo protestaba suavemente, en un recordatorio palpable de la noche anterior. Una noche que había sido un torbellino de emociones, de descubrimientos, de una entrega total.
Me incorporé lentamente, con la sábana resbalando hasta mi cintura, dejando al descubierto la evidencia de nuestra pasión: pequeños hematomas, y la piel aún sensible al tacto. Mi primera vez… y qué primera vez.
Diego Salvatore.
Su nombre resonaba en mi mente como un eco, un mantra que me hacía sonreír a pesar del dolor.
La habitación era inmensa, un reflejo del poder y la riqueza que emanaban de Diego. Pero anoche, entre estas mismas paredes, no había sentido el frío de la opulencia, sino el calor abrasador de su deseo, y el temblor de mi propia vulnerabilidad.
Extendí la mano hacia el lado de la cama, buscando su calor, o su presencia. Pero solo encontré el vacío. El hueco que había dejado era tan grande que parecía absorber toda la luz de la habitación.
¿Dónde estaba?
Con un nudo en el estómago, busqué mi teléfono en la mesita de noche. Decenas de mensajes de Camila y Sofía inundaban la pantalla.
—¿Todo bien? ¿Cómo te fue?— preguntaban ansiosas.
Sonreí aliviada. Necesitaba contarles, compartir la euforia y la confusión que me embargaban.
—¡Chicas, no se imaginan! Anoche fue… inolvidable— tecleé rápidamente, sintiendo las mejillas sonrojarse al recordar cada detalle. Pero mientras escribía, la ausencia de Diego se hacía más palpable, como una sombra que se extendía sobre mi alegría.
Dejé el teléfono a un lado y me levanté, sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo. Me puse una bata de seda que encontré en el armario, sintiendo su suavidad como una caricia fantasma. Bajé las escaleras, con la esperanza de encontrar a Diego esperándome en el comedor, con una sonrisa y una taza de café al menos y que era hora de desayunar.
Pero la mansión estaba silenciosa, envuelta en una calma inquietante. Encontré a una empleada limpiando el polvo de un jarrón de porcelana.
—Buenos días— dije, tratando de sonar casual. —¿Sabe dónde está el Diego?—
La mujer me miró con una expresión indescifrable. —El patrón salió de viaje muy temprano, señorita Rubí. Me dijo que le dijera que no sabía a qué hora volveria—
Un viaje.
Así, sin más.
Sin un beso de despedida, sin una nota, sin una palabra.
¿A dónde se había ido? ¿Y por qué? La sensación de vacío se hizo aún más profunda, mezclándose con una punzada de decepción. ¿Acaso la noche anterior no había significado nada para él?
Me senté en el sofá, sintiendo la furia arder dentro de mi. No entendía nada. ¿Era así como funcionaban las cosas en su mundo? ¿Un mundo de lujos, de poder, de secretos… y de despedidas repentinas?
Respiré hondo, tratando de calmarme. No iba a derrumbarme. Iba a descubrir la verdad. Iba a averiguar quién era Diego de verdad, y qué significaba yo para él. Y si tenía que enfrentarme a el mismo para conseguirlo, lo haría. Porque después de la noche anterior, mi vida ya no era solo mía.
Era nuestra.
La espera se hizo eterna. Cada minuto era una tortura, cada tic-tac del reloj resonaba como un golpe en mi pecho. Tomé el teléfono una y otra vez, marcando su número, pero solo obtenía el mismo resultado: el buzón de voz.
La frustración se convirtió en rabia, una furia sorda que me quemaba por dentro. ¿Cómo podía ignorarme así? ¿Después de lo que habíamos compartido?
Finalmente, cuando la noche ya había teñido el cielo de un azul profundo, escuché el rugido inconfundible de su auto. Corrí hacia la entrada, sintiendo una mezcla de alivio y resentimiento. Las luces rasgaron la oscuridad cuando el vehículo se detuvo frente a la mansión.
Diego salió del auto con una elegancia felina, incluso en el cansancio. La empleada se apresuró a quitarle la chaqueta, y fue entonces cuando nuestros ojos se encontraron. Pero su mirada… era fría, distante, como si no me reconociera. Nada que ver con la pasión que había visto en sus ojos la noche anterior.
La empleada colgó la chaqueta en el armario de la entrada y se retiró discretamente. Diego se acercó a mí, con su paso lento y firme, pero en su rostro no había ni una sombra de arrepentimiento.
—Diego— dije, mi voz temblaba ligeramente. —Necesito una explicación. ¿Por qué te fuiste así? ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no contestaste mis llamadas?—
Él no respondió. Simplemente pasó a mi lado y se dejó caer en el sofá, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos. Era como si yo fuera invisible, como si mis palabras no tuvieran ningún peso.
—¡Diego, te estoy hablando!— Exclamé, sintiendo que la rabia me consumía.
Finalmente, abrió los ojos y me miró, pero su mirada era gélida, desprovista de cualquier emoción.
—¿Qué es lo que hicimos anoche no significó nada para ti?— Pregunté, sintiendo la furia instalarse de mi cuerpo.
Su silencio fue la respuesta.
—Rubí— dijo finalmente, su voz era un susurro áspero. —No te hagas ilusiones. Lo de anoche fue… un desliz. No significa nada—
Sus palabras fueron como un puñal en mi corazón. Un desliz. Eso era todo lo que había sido para él.
—¿Un desliz?— Repetí, incrédula. —¡Mi primera vez fue un desliz para ti! ¿Así es como ves a las mujeres? ¿Como objetos que puedes usar y desechar?—
—No digas tonterías— respondió, con un tono de fastidio. —No estoy hecho para el amor, ni para las relaciones serias—
—¡Eres un cobarde!— Grité, sintiendo que la furia me nublaba la razón. —Tienes miedo de sentir algo, de ser vulnerable. Prefieres esconderte detrás de tu dinero y tu poder, pero eso no te hace un hombre, Diego. Te hace un niño asustado—
—Cállate, Rubí— dijo, y su voz era ahora una amenaza.
—No, no me voy a callar— repliqué, con más furia. —Me has abierto los ojos, Diego. Me has mostrado quién eres en realidad. Y no quiero ser parte de tu mundo. No quiero ser una más de tus conquistas—
Respiré hondo, tratando de controlar mi voz. —Se acabó, Diego. Me voy. Y no me busques—
Me di la vuelta y salí de la mansión, sintiendo su mirada fría clavada en mi espalda. Encendí mi auto, que estaba aparcado frente a la puerta, y arranqué el motor.
Mientras salía a toda velocidad por el camino de entrada, vi a Marcos, corriendo hacia mí.
—¡Rubí, espera!— Gritó.
Pero no me detuve. Pisé el acelerador a fondo y desaparecí en la noche, dejando atrás la mansión, a Diego, y la ilusión de un amor que nunca existió.
Necesitaba estar con mis amigas, necesitaba su consuelo y su apoyo. Conduje a toda velocidad hacia mi casa, con el corazón roto y la determinación de no volver a caer en las redes de un hombre como Diego.