Arim Dan Kim Gwon, un poderoso CEO viudo, vive encerrado en una rutina fría desde la muerte de su esposa. Solo su pequeña hija logra arrancarle sonrisas. Todo cambia cuando, durante una visita al Acuario Nacional, ocurre un accidente que casi le arrebata lo único que ama. En el agua, un desconocido salva primero a su hija… y luego a él mismo, incapaz de nadar. Ese hombre es Dixon Ho Woo Bin, un joven biólogo marino que oculta más de lo que muestra.
Un rescate bajo el agua, una mirada cargada de algo que ninguno quiere admitir, y una atracción que ambos intentan negar. Pero el destino insiste: los cruza una y otra vez, hasta que una noche de Halloween, tras máscaras y frente al mar, sus corazones vuelven a reconocerse sin saberlo.
Arim ignora que la mujer misteriosa que lo cautiva es la misma persona que lo rescató. Dixon, por su parte, no imagina que el hombre que lo estremece es aquel al que arrancó del agua.
Ahora deberán decidir si siguen ocultándose… o si se atreven a dejar que el amor, como los latidos bajo el agua, hable por ellos.
NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Los recuerdos vuelven
Dixon se quedó petrificado. Sus pupilas se dilataron como si alguien le hubiera revelado un secreto imposible. Sintió bajo su cuerpo la erección inconfundible de Arim presionando contra él, caliente y real.
El pasado, el presente y ese deseo prohibido se fundieron en un solo instante, y Dixon se preguntaba si realmente había escuchado bien o era el alcohol jugándole una broma demasiado cruel.
Arim se rio en su cara, bajo, con esa mezcla de burla y ternura que lo desarmaba. En ese momento lo confirmó.
—Me preguntaba cuándo te ibas a dar cuenta… —susurró, y con voz grave, lo llamó—. Mi querido delfín.
Dixon se estremeció al instante. La piel se le erizó como un mar encrespado. La sangre le golpeó las sienes, el corazón se le disparó y un calor repentino lo inundó de pies a cabeza. Se excitó sin poder evitarlo, como si el simple sonido de ese apodo abriera compuertas secretas en su memoria y su cuerpo.
—¿Do… domador de delfín? —balbuceó con miedo, como si dijera un nombre prohibido.
Arim soltó una carcajada que resonó en la habitación. Se inclinó hacia adelante y apoyó su frente contra el pecho desnudo de Dixon, que temblaba bajo el contacto. Podía escuchar su corazón latir tan rápido que por un momento pensó que le saldría por la boca. Y eso lo encendió aún más.
Sus labios descendieron con lentitud peligrosa hasta uno de sus pezones. Lo lamió despacio, con una mirada coqueta que lo atravesaba, mientras Dixon se arqueaba sin control.
—Mira que suelte la mía. Realmente es una dulce coincidencia.
—¿Cómo es posible?
Con firmeza, Arim le tomó las muñecas. Allí, bajo los tatuajes tribales de delfines que cubrían las cicatrices, sus dedos presionaron como si quisieran leerle la piel. La lengua de Arim descendió hasta la muñeca y la recorrió con suavidad, antes de atrapar el dedo del centro en su boca, chupándolo con descaro.
—Ah… —murmuró Arim con una sonrisa torcida, liberando su dedo con un húmedo chasquido—. Ya recordaste.
La respiración de Dixon era un torbellino, jadeos cortos que no podía controlar. Lo miraba como un tonto, como un muchacho que no entendía cómo sus recuerdos, su deseo y su miedo podían estar mezclándose en un mismo punto, y sin embargo no podía apartarse. Dixon se puso tan duro que pensó que ensuciaría su ropa interior en ese momento.
—Esto es una locura.
—¿Me lo dices a mí?
Dixon luchaba. No con Arim, sino consigo mismo. Su cabeza giraba en círculos, como si de pronto todas las piezas de un rompecabezas que había evitado armar cayeran de golpe sobre él.
—Me siento atónito. Este mundo es muy pequeñito.
—Bora Bora es pequeñito. Realmente te extrañé un montón. Supongo que el universo te da lo que piensas.
—Pensé que no te volvería a ver jamás.
Ese hombre que lo tenía atrapado contra la cama no era un desconocido cualquiera. Era el mismo que había ofrecido millones por una noche en la subasta. El mismo que sacó del agua cuando vió que se ahogaba en el acuario de Tahití.
— Tú eres el mismo de la fiesta y que había corrido a salvarme y a mi hija sin pensarlo dos veces.
—Dios... Esto es de locos—susurra Dixon lleno de vergüenza.
Arim era el mismo que, bajo la superficie, lo había cautivado con la simpleza de una mirada. El mismo que lo sostuvo con fuerza después de aquella primera noche en que se entregó en cuerpo y alma.
Todo se mezclaba entre ellos: el domador, el delfín, el salvador, el cliente, el dueño de la casa de huéspedes, el padre, el amigo.
Arim lo tenía ahora entre sus brazos, con el pecho desnudo y los recuerdos desbordando como un mar embravecido.
—¿Y entonces? —la voz de Arim lo trajo de regreso, ronca, excitada, peligrosa—. Porque tengo una hija… ¿ya no soy nada para ti? ¿Ya no me ves con los mismos ojos? ¿me encuentras repulsivo?
Sus manos descendieron con fuerza hasta sus caderas, aferrándolas como si quisiera marcar su lugar allí, como si reclamara lo que siempre había sido suyo. Luego, con un movimiento seguro, metió sus dedos bajo el borde del pantalón de Dixon agarrando su trasero, rozando su piel caliente.
—No es eso...yo no te juzgo ni escapé en ese entonces... Simplemente nos despedimos. ¿Acaso no fue algo de una sola noche?
—¿Me duele el corazón, sabes? —susurró, con un temblor en la voz que le rompía la dureza del rostro—. Me duele pensar que lo que vivimos fue un espejismo, que para ti no significó nada. No quise despedirme...es solo que hay cosas que no vas a entender.
Dixon abrió la boca, pero no encontró palabras. La culpa, el miedo, el desconcierto lo hicieron titubear. ¿Qué podía responderle? Nada tenía sentido, y aun así cada fibra de su cuerpo clamaba por rendirse. Porque invadiera su interior, lo doblegara, lo hiciera suplicar que se detenga.
Arim no esperó. Volvió a besarlo, hambriento, posesivo, con un fuego que Dixon recordaba bastante bien. Su lengua recorrió la línea de su cuello, lenta, ardiente, arrancándole un jadeo involuntario. Luego le ofreció su boca, abriendo la suya con violencia, entregando su lengua para enredarla con la de él.
Dixon sintió que se ahogaba. No podía respirar, no podía pensar. Solo existía ese calor, esa boca reclamándolo, esa certeza de que aunque luchara, estaba perdido. Pero no podía perder la cordura tan fácil.
—No podemos hacer esto aquí —gruñó Dixon, aunque la voz le salió más quebrada de lo que hubiera querido. Estaba a punto de explotar. Empujó el pecho de Arim, sintiendo el calor de su piel aún vibrando contra la suya—. Vamos a despertar a los clientes de abajo.
Arim entrecerró los ojos, divertido por la resistencia. Esa lucha interna lo excitaba más que cualquier caricia.
—¿Y desde cuándo te preocupa tanto lo que piensen los demás? —susurró, inclinándose apenas para rozarle la boca con la lengua.
Sabe que Dixon está conteniéndose a puras penas. Puede sentir su dureza.
—Tu hija...está sola en la habitación. ¿Que haremos si de repente despierta y empieza a buscarte?
Dixon tragó saliva, forzándose a apartarlo. Arim se incorporó en la cama, dio un par de pasos hasta la neverita, abrió la puerta y sacó la última cerveza, buscando un respiro. El gas al abrirla sonó demasiado fuerte en el silencio de la habitación.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó al fin Dixon, sentándose en la cama con el ceño fruncido—. ¿Desde cuándo lo sabías?
Arim ladeó la cabeza, sus labios se curvaron en esa sonrisa peligrosa que le sacaba de quicio.
—Anoche —confesó con calma—. Apenas anoche te reconocí… Fue por los tatuajes en tus muñecas. Y ahora, viéndote reaccionar, no tuve dudas: eres ese delfín.
Dixon se quedó inmóvil, sintiendo cómo la sangre le hervía en las venas. El maldito disfrutaba viéndolo perder el control.
—Mírate —continuó Arim, caminando hacia él con paso lento pero firme, hasta quedar a escasos centímetros—. Todo lo que te provoca un par de besos…
Dixon quiso responder, pero no encontró palabras. El aire se volvió pesado, cargado de deseo.
Arim lo miró de arriba abajo y sonrió de nuevo, como si ya hubiera ganado.
—Es tarde —dijo en voz baja—. Mejor me voy a dormir, antes de que hagas un desastre contigo. No creo poder contenerme en esta situación. Si llegamos al final no creo que puedas levantarte de la cama mañana.
Entonces lo tomó de la nuca y lo besó con fuerza, robándole el aliento. Dixon intentó resistirse, pero su cuerpo lo traicionó al instante, cediendo a la profundidad del beso. Cuando Arim se apartó, su mano descendió descaradamente hasta el trasero de Dixon, apretándolo con firmeza.
—No escapes esta vez —murmuró contra sus labios, dándole un último apretón que lo hizo estremecerse—. Y no me juzgues. Hablemos más adelante.
Lo soltó con calma y se alejó hacia la puerta, dejándolo con el pulso acelerado y la cerveza a la mitad en la mano.
—Ah...santa mierda.