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La Raíz De Mi Felicidad

La Raíz De Mi Felicidad

Status: En proceso
Genre:Comedia / Aventura de una noche / Madre soltera / Autosuperación / Reencuentro
Popularitas:2.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Naerith Velisse

Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?

NovelToon tiene autorización de Naerith Velisse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Mes 5 — 2 Latidos Compartidos

La casa estaba inundada de una luz cálida. El sol de la tarde atravesaba las cortinas rosadas del segundo piso, bañando el suelo de madera en reflejos dorados. Briagni acababa de acomodar su ropa sobre la cama, ahora todo tenía que ser más suelto, más suave, más elástico. Sus manos recorrían su vientre con devoción. No se cansaba de hacerlo. Cada día se lo encontraba más redondo, más vivo. Cada día lo amaba más.

A veces, al despertar, se quedaba mirando al techo, acariciándose sin hablar. Solo sintiendo. A veces sentía un movimiento, un salto suave. No era doloroso. Era como una burbuja dentro de ella queriendo hacerse notar. Como si uno —o una— bebe se estirara buscando espacio.

Ese martes tenía cita con el ginecólogo. Su madre, Ariadna, había llegado temprano, insistente como siempre, con una bolsa de fruta, una botella de agua de coco y un montón de consejos que ya había repetido decenas de veces. Samuel Elías también venía. Se paseaba por la sala como si estuviera en su propia casa, viendo si el aire estaba muy fuerte, si las flores necesitaban agua o si la comida ya estaba lista. Briagni los veía con ternura. Se sentía acompañada.

La cita con el ginecólogo estaba programada para la tarde. La casa olía a pan recién horneado y perfume suave de flores. Ariadna ya estaba en la cocina organizando un tupper con uvas y frutos secos, como si fueran a una excursión de todo el día. Samuel Elías hojeaba una revista de jardinería en la sala, aunque de vez en cuando miraba por encima del borde para controlar la hora.

—¿Falta mucho? —preguntó, impaciente.

—Cinco minutos más y salimos —respondió Briagni, bajando las escaleras con calma, una mano en la baranda, otra en su vientre ya notoriamente redondeado.

Y justo en ese instante, entró Micaela por la puerta con una bolsa en la mano y su tono inconfundible.

—¡No me van a dejar fuera de esto! ¿Dónde está mi ahijada o ahijado preferido? —dijo, acercándose directo a la barriga, sin esperar saludo.

—Te demoraste —bromeó Briagni—. Ya casi íbamos saliendo.

—¡Obvio! Tenía que traerle su primer body. Mira esto… dice “revoloteo VIP: próximamente en la pista de baile” —rió, enseñando la prenda minúscula y brillante.

Samuel levantó una ceja. Ariadna disimuló una risa.

—Mamá, papi, ¿vamos? Ya casi es hora —dijo desde las escaleras, mientras bajaba con paso lento pero firme.

Entraron juntos al consultorio todos querían acompañala y pues al ser pago no se lo impediron. La ginecóloga, una mujer cálida de acento costeño conocida como la doctora Padilla, la saludó como si ya fueran amigas.

—A ver esa barriguita, que hoy tenemos ecografía. Te voy a mostrar al inquilino.

Briagni se recostó en la camilla. Al contacto del gel frío, sintió un escalofrío. En cuanto la pantalla se iluminó, ahí estaba. El latido. Fuerte. Rítmico. El corazón de su bebé.

La doctora sonrió.

—Todo se ve muy bien. Corazón fuerte, columna perfecta, cabeza grande… como buen líder.

Pero entonces se detuvo. Frunció el ceño, entre sorprendida y encantada.

—Espérate… espérate un momentico…

Movió el ecógrafo lentamente. Giró un poco el cabezal hacia un lado del vientre.

Y entonces se escuchó otro latido.

—¿Eso fue…? —preguntó Briagni, incorporándose un poco.

—Eso fue otro corazón —afirmó la doctora, riendo.

Ariadna se llevó las manos a la boca.

—¡No puede ser…!

—Sí, mi amor. Son dos. ¡Vienen dos! ¡Tienes gemelos!

Ariadna soltó una lágrima. Samuel asintió lentamente. Micaela se recostó hacia atrás, pasmada, con los ojos abiertos de par en par.

—¿Gemelos? O sea… dos. ¿Dos pañaleras? ¿Dos biberones? ¿Dos bebés gritando a la vez? decía samuel, haciendo su show habitual

—Dos razones para vivir —dijo Briagni con una sonrisa que lo iluminó todo.

—Dios mío —susurró Micaela, y luego se inclinó para besarle la frente—. Esta familia se acaba de volver oficialmente legendaria.

La doctora intentó ver los sexos, pero los pequeños no colaboraron. Uno tenía las piernitas cruzadas. El otro, de espaldas.

—Quieren dar sorpresas —bromeó la doctora.

—Bueno será para la otra sección de pronto si se dejen ver— y seguía bromeando

De vuelta en casa, mientras los papás se despedían entre consejos, bendiciones y promesas de volver al otro día, Micaela no se pudo quedar más tiempo, tenía que volver al trabajo.

Briagni quedó en silencio. Un silencio tan hondo que pareció contener todo el universo. Se tapó la boca. Luego rió. Luego lloró. No podía creerlo. Dos. Dentro de ella. Dos seres latiendo en sincronía. Dos vidas creciendo al ritmo de su amor.

En la cocina, preparó una limonada casera y salió al jardín trasero. Se sentó en la hamaca que habían colgado sus padres hace unas semanas y mientras la brisa suave de la tarde movía las hojas, miró al cielo. Pensó en él. Evander, Ese hombre que nunca supo lo que había sembrado.

Se preguntó si los bebés se parecerían a ella, con sus ojos café claros y su cabello negro… o a él, con su cabello claro como el trigo y esos ojos azules que la habían dejado sin aliento la noche que se conocieron.

—¿A quién se parecerán ustedes, mis amores? —susurró—. ¿A él? ¿A mí? ¿O serán una mezcla mágica de los dos?

Esa noche se tomó fotos frente al espejo. Con ropa blanca, el cabello suelto, la mirada suave. Se colocó una corona de flores en la cabeza, como si estuviera celebrando algo sagrado. Porque lo era.

Subió algunas imágenes a una carpeta especial en su computador: Las raíces de mi felicidad. Allí pensaba guardar cada momento, cada etapa. No por vanidad, sino porque si algún día sus hijos querían saber cómo comenzó todo, ella tendría algo más que palabras.

En la universidad, sus amigas empezaban a rodearla como abejas dulces. Una de ellas, Stefanny —una estudiante de diseño— le ofreció tomarle una sesión de fotos profesional cuando llegara el séptimo mes. Otra, Dana, le trajo una lista de nombres neutros para que los explorara mientras aún no sabían los sexos, aunque Briagni ya tenía unos en su mente

—Aineth si es niña. Eliander si es niño —les dijo con orgullo—. Pero aún no sé si son dos niñas… dos niños… o uno y uno.

Rieron. Le tocaron la barriguita. Le dijeron que brillaba.

Y sí, brillaba. Como nunca antes.

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