Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Cambios
Mientras tomábamos desayuno en la isla de la cocina, Ámbar se acomodó en mi regazo, su cuerpo encajando perfectamente contra el mío. Mis brazos descansaban alrededor de su cintura mientras ella picoteaba su plato y hablábamos de cosas simples, como si fuera lo más natural del mundo. Sin embargo, mi mente estaba llena de pensamientos.
No quería agobiarla con mi cercanía, aunque si fuera por mí, nunca me separaría de ella. Pero no quería que se sintiera atrapada o incómoda. Sin embargo, al verla, notaba que buscaba mi cercanía tanto como yo la suya. Se inclinaba hacia mí, relajándose contra mi pecho, y eso me hacía sentir que estábamos exactamente donde debíamos estar.
No quería salir de casa nunca. Si el mundo se limitara a esta cocina, con ella en mis brazos, estaría bien. Pero el lunes estaba cada vez más cerca, y con él, la obligación de regresar a la oficina. Tres horas de viaje hasta la ciudad me parecían insostenibles ahora. Antes era solo un dato más de mi rutina, pero ahora… era una eternidad lejos de ella.
Además, la ciudad no era un lugar para Ámbar. Ni ahora ni en el futuro cercano. Todavía no controlaba del todo su naturaleza, o tal vez sí, pero no quería arriesgarme a que el caos de la ciudad la incomodara o, peor, la pusiera en peligro. Mudarnos allá no era una opción.
Ella estaba empezando a trabajar aquí, en el pequeño consultorio del pueblo. Yo podía mantenernos si fuera necesario, pero sabía cuánto le apasionaba su trabajo, y no quería que renunciara a eso. Así que, mientras ella comía tranquila, mi mente empezó a considerar alternativas.
Tal vez podría mudarme definitivamente al pueblo. Cambiar mi residencia y negociar con mi trabajo ir solo un día a la semana a la oficina para las reuniones principales, o en caso de alguna emergencia. La mayoría de mis diseños los hacía desde casa, y eso nunca había sido un problema.
Si no aceptaban… bueno, siempre podría independizarme. Había considerado esa opción antes, pero ahora parecía más viable que nunca. Estar cerca de Ámbar era mi prioridad, y sabía que tarde o temprano daría ese paso, con o sin el apoyo de la empresa.
Mientras imaginaba este futuro, sentí un cosquilleo en mi oreja. Ámbar había inclinado la cabeza y me mordió suavemente, haciendo que un escalofrío recorriera mi columna.
—Abejita —murmuré, sonriendo.
Ella se echó a reír y se apartó un poco para mirarme.
—¿Por qué tan pensativo? ¿Hay algo que te moleste? —preguntó, con ese tono curioso y dulce que siempre lograba derretirme.
Solté un suspiro y decidí contarle.
—Estaba pensando en el lunes. Tengo que regresar a la oficina, pero no quiero estar lejos de ti. Estoy considerando hablar con mi jefe para cambiar mi residencia aquí. Iría a la oficina solo un día a la semana para reuniones o emergencias, y el resto lo trabajaría desde casa. Si no lo aceptan… —hice una pausa, mirando sus ojos que brillaban de interés—, me independizaría. Es algo que siempre quise hacer, y ahora parece el momento perfecto.
Ámbar frunció el ceño, inclinando la cabeza con preocupación.
—No quiero que dejes lo que te gusta por mí, Derek —dijo, tocando mi mejilla con delicadeza.
Sonreí, sacudiendo la cabeza.
—Primero, lo que más me gusta en esta vida eres tú. Después, los bollos de miel. Y luego, el trabajo. No estoy dejando nada que no quiera dejar.
Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla, pero aún parecía pensativa.
—Además —continué, apretándola un poco más contra mí—, todo esto sería para mejor. Si me independizo, tendría más control sobre mis horarios. Y si la empresa acepta mi propuesta, seguiría haciendo lo que me gusta, pero sin alejarme tanto de ti.
Ámbar bajó la mirada por un momento, como si estuviera considerando algo. Luego, alzó los ojos y me miró con esa determinación que tanto me encantaba.
—Bueno, igual el lunes tienes que ir para avisar, ¿verdad? —preguntó.
—Sí, pero ir solo… —empecé, pero ella me interrumpió.
—Entonces te acompaño.
Parpadeé, sorprendido, pero no podía negar que la idea me encantaba.
—¿Y tu trabajo? —le recordé, intentando no sonar demasiado emocionado.
—Cambio mi día libre, no hay problema. No quiero tenerte lejos —admitió, y luego sus mejillas se sonrojaron—. Lo siento, no quise sonar tan… así.
Reí suavemente, inclinándome para besar su frente.
—No tienes que disculparte, abejita. Me encantaría que vinieras conmigo.
La abracé más fuerte, hundiendo mi rostro en su cabello. Con Ámbar en mi vida, todo parecía más sencillo, incluso los cambios más grandes. Sabía que con ella a mi lado, cualquier cosa era posible.
Habíamos pasado por la cafetería de Volkon para recoger algo de ropa para estos días, más adelante vendríamos para llevarnos todas sus cosas a nuestra casa. Después de eso, íbamos a ver a Dana, como siempre, para pasar un rato juntos.
Cuando llegamos a la casa de Dana, ella nos recibió con una calidez habitual, su sonrisa iluminando la entrada. Nos sentamos en su sala, y pronto estábamos tomando té con miel. Cualquiera podía sentir el lazo que Ámbar y yo compartíamos. No hacía falta que lo mencionáramos.Entre seres de esencia, los vínculos eran casi imposibles de ignorar.
Sin embargo, Claire, quien había llegado poco después de nosotros, parecía algo distinta. No estaba su usual sonrisa juguetona ni sus bromas hacia mí. En cambio, la notaba un poco más callada, incluso tensa.
Cuando Dana y Ámbar quedaron inmersas en su conversación, aproveché para salir con Claire al patio trasero. Allí, dos columpios viejos que Dana nunca había quitado nos esperaban. Nos sentamos, dejando que el viento moviera suavemente los columpios mientras permanecíamos en silencio por un momento.
—¿Por qué no te cae Ámbar? —pregunté de golpe, sabiendo que Claire prefería que fuera directo con ella.
Sus ojos se abrieron de par en par, claramente sorprendida.
—¿Qué? —exclamó, casi ofendida—. ¡Claro que me cae bien! Me agrada mucho, de verdad. La quiero.
Entrecerré los ojos, observándola con atención.
—Entonces, primita, ¿por qué pareces disgustada? —insistí, olfateando ligeramente el aire a propósito y luego añadiendo—: Se huele tu molestia.
Ella apretó los labios y miró hacia el suelo. No dijo nada por un rato, meciendo el columpio suavemente con los pies. Finalmente, dejó escapar un suspiro y habló, su voz más baja de lo habitual.
—Ahora que tienes una compañera, te vas a olvidar de mí, ¿verdad?
Reí por lo bajo y, sin decir nada, alargué el brazo para jalar suavemente la cuerda de su columpio, haciéndola balancearse un poco.
—¿Olvidarte? —repetí, fingiendo incredulidad—. ¿Sabes cuántos “likes” obtengo contigo haciendo payasadas?
Claire soltó una carcajada, una que hacía tiempo no escuchaba de ella, y me lanzó una mirada divertida.
—Eres idiota —respondió, empujando el columpio con más fuerza para alejarse un poco de mi alcance.
Sonreí y me incliné hacia ella.
—Eres mi familia, Claire. Y eso no va a cambiar. Seguiré siendo tu chofer y el que te lleva de compras, no te preocupes.
—No me importa eso —respondió rápidamente, aunque había una sonrisa en sus labios.
—Lo sé —dije, encogiéndome de hombros—. Pero eres como mi hermana pequeña. Así que, olvídalo. Siempre voy a estar ahí para ti. Sobre todo para espantar a los pretendientes.
Claire rodó los ojos, pero la sonrisa en su rostro no desapareció.
—Sabes que eso no es tu trabajo, ¿verdad?
—Claro que sí lo es —repliqué, inclinándome hacia ella con un aire de orgullo fingido—. Es la cláusula número uno en el manual del hermano mayor no oficial.
Ella volvió a reír, y el ambiente entre nosotros finalmente se relajó. Sabía que Claire no hablaba desde los celos, sino desde el miedo a perder la conexión que teníamos.
El lunes temprano, partimos juntos por la carretera, con ella a mi lado, su mano cálida entrelazada con la mía mientras mi camioneta devoraba los kilómetros que nos separaban de la ciudad. Llegamos directamente a mi oficina, y subimos al ascensor, aún agarrados de la mano. La marca en el cuello de Ámbar, esa señal que la vinculaba a mí, permanecía oculta para los humanos. Solo los cambiaformas, umbrales o tejedores podrían verla. Sin embargo, una parte de mí deseaba algo más, algo que todos pudieran notar, un símbolo humano que representara lo que éramos. Un anillo, algo bonito, delicado, como ella.
Esa idea me rondaba la cabeza mientras subíamos, imaginando una pequeña boda, sencilla pero significativa, en el pueblo, solo nosotros dos. Un compromiso íntimo, sin grandes celebraciones, solo lo necesario para sellar lo que ya sentíamos. Pero antes de que pudiera profundizar más en esos pensamientos, las puertas del ascensor se abrieron y Karla apareció. Se subió para los dos últimos pisos, y su sonrisa maliciosa no me presagiaba nada bueno. Miró a Ámbar de arriba abajo, con una expresión que me hirvió la sangre, antes de dirigirse a mí.
—Es muy linda para ti —dijo Karla, con su voz cargada de veneno—. Pobre, la vas a dejar insatisfecha.
Las palabras de Karla me dejaron helado. Mi mandíbula se tensó y el calor de la furia comenzó a crecer en mi pecho. Antes de que pudiera decir algo, Ámbar reaccionó. Avanzó un paso hacia ella, los ojos llameando de rabia. En un movimiento rápido, la agarró del pelo.
—Repite eso de nuevo sobre mi hombre —dijo Ámbar, su voz baja, llena de advertencia.
La sorpresa y el miedo se reflejaron en el rostro de Karla. Las puertas del ascensor se abrieron justo entonces, y ella no dudó en escabullirse, visiblemente desconcertada. Me quedé mirando a las dos, dividido entre el asombro y una risa nerviosa. El “mi hombre” de Ámbar resonaba en mi mente, y una parte de mí no podía evitar sentirse encantada, aunque sabía que esto podría traer problemas.
—¿Tienes idea de lo que acabas de hacer? —le pregunté a Ámbar, intentando no sonreír.
—Oh, sí, lo sé —respondió, con un toque de desafío en sus ojos. Luego me miró más suavemente y añadió—: Nadie va a hablarte así mientras yo esté cerca.
La tomé de la mano y la llevé a un rincón antes de acercarme a la recepción.
—Mira, no voy a decir que no me gustó que la pusieras en su lugar —admití con una sonrisa—. Pero no puedes andar arrancándole el pelo a la gente.
Ámbar se cruzó de brazos y me miró, curiosa.
—¿Tuviste algo con ella? —preguntó, directa.
No podía mentirle, así que suspiré y decidí ser honesto.
—Sí, algo… pasó con Karla. Pero ni siquiera sé por qué. No es mi tipo. Es bonita, claro, pero fue algo vacío. La ayudé con algunas cosas en su casa, y bueno, una cosa llevó a la otra. Pero nunca me sentí bien. Después, empezó a decir cosas por la oficina, rumores y demás, y bueno… ya sabes, no siempre puedo ser yo mismo. Tengo que controlarme, y eso lleva a que algunas mujeres terminen decepcionadas conmigo.
Ámbar me miró intensamente, y sin previo aviso, hizo un gesto para que me agachara un poco. Me incliné hacia ella, sorprendido, y con ambas manos tomó mi rostro. Me besó en los labios, un beso posesivo, lleno de convicción, sin importarle que estuviéramos en la oficina.
—Tú eres perfecto para mí —dijo con firmeza—. Me gusta todo de ti. Así que olvídate de cualquier otra.
Me quedé un momento en silencio, completamente embobado y agradecido. Después, con una sonrisa tonta en el rostro, le dije:
—Espera aquí un segundo. Voy a arreglar los papeles para cambiar mi horario.
Me dirigí hacia la oficina de mi jefe, el señor White, y cuando entré, vi que Karla estaba ahí, hablando animadamente con él. El señor White me miró y, con una expresión seria, me preguntó qué había sucedido. Tomé aire y me dirigí a ella.
—Karla, quiero disculparme por lo que pasó antes —dije con firmeza, aunque no me sentía realmente arrepentido—.Mi Ámbar solo actúa así porque no le gusta que me miren de esa forma.
Karla no respondió, pero su expresión seguía siendo de enfado. White, al ver la situación, levantó una mano y, con tono tranquilo, la miró.
—Karla, por favor, retírate de mi oficina —ordenó con calma.
Karla se levantó con molestia, dándome una última mirada fulminante antes de salir de la oficina. White la observó marcharse y luego volvió su atención a mí.
—Derek, entiendo cómo te sientes, pero ya sabes cómo es Karla. Últimamente ha estado envuelta en varias situaciones incómodas y, con su carácter, no ha sido difícil que se gane algunas opiniones negativas.
Asentí en silencio, aún algo molesto por la escena, pero comprendiendo lo que me decía.
—Lo que pasó no es del todo tu culpa —prosiguió White—. Pero deberías tener cuidado con tu acompañante, no es saludable que sea tan posesiva.
—Es mi prometida —respondí con firmeza, sin vacilar.
White sonrió, como si entendiera perfectamente.
—Con razón, te veo feliz. Así que, ¿cómo se llama la chica? ¿Mi Ámbar?
Me sonrojé ligeramente ante la pregunta, sin esperar que lo mencionara, pero aún así le respondí.
—Solo Ámbar —dije, un poco avergonzado.
White rió suavemente, su tono más cálido ahora.
—Ah, yo también soy algo posesivo con mi esposa, Marisol —comentó, con una mirada comprensiva—. Pero, si lo hago en público, ella me lanza unas miradas que podrían matarme.
Reí ante su comentario, aliviado por su comprensión.
—De hecho, me voy a mudar a mi pueblo para vivir con Ámbar —le confesé, un poco más decidido.
White me miró con aprobación.
—No es necesario que estés en todas las reuniones, Derek. Tu trabajo es excelente, y ya sabemos que no necesitas estar en la oficina todo el tiempo. Las reuniones de equipo pueden hacerse por videoconferencia, pero si hay presentaciones importantes o propuestas finales con clientes, tendrás que estar presente.
Le agradecí con una sonrisa.
—Gracias, lo aprecio.
Con eso, ambos nos dirigimos a la sala de reuniones para ver los próximos proyectos con Lukas y el equipo de diseño.
Al salir, vi a Ámbar esperándome en la sala. Estaba sentada tranquilamente, jugando con su cabello. Su presencia me hizo sonreír de inmediato.
Lukas, que venía justo detrás de mí, la vio y me miró sorprendido.
—¿Ella es tu novia? —preguntó, asombrado—. Se ve mucho más dulce y bonita de lo que imaginaba.
Sonreí con orgullo mientras observaba a Ámbar.
—Lo es —respondí, sin dudarlo ni un segundo.
Lukas soltó una risa y me dio un golpecito en la espalda.
—Vaya, supongo que te sacaste el premio grande, amigo. Ahora te veremos menos… pobre de ti, pasarás a la fila de los "pisados", diré casados.