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Irina: ¡Esta Villana No Se Dejará Matar!

Irina: ¡Esta Villana No Se Dejará Matar!

Status: Terminada
Genre:Escuela / Comedia / Brujas / Reencarnación / Mundo de fantasía / Completas
Popularitas:5k
Nilai: 5
nombre de autor: Stephanie_$77

Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.

NovelToon tiene autorización de Stephanie_$77 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

La Enciclopedia Andante de Cuatro Años

La biblioteca se convirtió en el verdadero reino de Irina. El libro de magia elemental fue solo el principio. Pronto, Yuri, el bibliotecario, se acostumbró a las peticiones específicas de la "pequeña dama".

"Tío Yuri, ¿tienes un libro con dibujos de... hierbas? Las que curan y las que... no."

Yuri, con una ceja arqueada, le entregó "El Herbario Real: Propiedades y Venenos de la Flora del Norte". Era un texto avanzado, con ilustraciones detalladas y descripciones crudas. Para cualquier otro niño, habría sido incomprensible. Para Irina, fue un curso acelerado de bioquímica fantástica.

Transformó un rincón soleado de sus aposentos en su "laboratorio". Con la excusa de hacer "pociones mágicas" (una actividad considerada adorablemente infantil), comenzó a recolectar pétalos, raíces y hojas que las doncellas despreciaban. Con herramientas de juguete y algún que otro recipiente de verdad que "tomó prestado" de la cocina, empezó a experimentar.

Su primera poción exitosa fue un simple té calmante de manzanilla y lavanda, que le dio a su niñera, que sufría de dolores de cabeza. La segunda, un ungüento para las ampollas de sus propias manos, fue mucho más útil. Pero en un frasco escondido en lo más profundo de su armario, comenzó a destilar, gota a gota, un líquido turbio a partir de una bayas que el libro marcaba como "somníferas en dosis bajas, tóxicas en altas". No era para usarlo, se repetía a sí misma. Era para entenderlo. El conocimiento era un escudo, y también una daga, y ella necesitaba ambos.

Irina no subestimaba el poder del comercio. Sabía que en las novelas, el villano a menudo caía por falta de recursos o aliados. Así que, entre espada y magia, se sumergió en pesados tomos de economía y tratados comerciales. Aprendió sobre las rutas de las caravanas, los impuestos de la corona, y la principal exportación de su familia: el mineral de hierro de las montañas del norte y la lana de los carneros de escarcha.

En una cena familiar, mientras su padre, el Duque Viktor, se quejaba de los precios que imponían los comerciantes de la capital, Irina, sin levantar la vista de su puré de patatas, murmuró:

"Papá, ¿por qué no vendemos el hierro ya forjado en lingotes? Los comerciantes se llevan el mineral bruto, lo trabajan en el sur y lo venden por diez veces más. Nosotros tenemos los herreros."

El Duque se quedó con la cuchara a medio camino. Su hija de cuatro años acababa de resumir un problema logístico que sus consejeros llevaban meses discutiendo. Él y su esposa se miraron, una mezcla de orgullo y profunda perplejidad en sus rostros.

Pero su logro físico más audaz fue con los caballos. El maestro de establos se negó rotundamente a dejarla montar. "¡Es una niña, Su Gracia! ¡Es peligroso!"

Irina no discutió. Esperó. Observó durante días a los palafreneros, aprendiendo cómo calmaban a las bestias, cómo las ensillaban. Una tarde, cuando el establo estaba casi vacío, se coló dentro. Se acercó a una yegua blanca pequeña y tranquila llamada Alba. Le habló en susurros, con una voz que era a la vez infantil y extrañamente calmada.

"Tranquila, bonita... solo un paseito."

No usó una silla. Con una determinación feroz, y usando los barrotes del pesebre como escalón, se encaramó a lomos de la yegua, agarrándose a su crin. No galopó, ni siquiera trotó. Solo caminó lentamente por el corral, sintiendo el poder vivo del animal bajo ella, aprendiendo su balance. Cuando el maestro de establos la vio, palideció como la leche y corrió hacia ella, gritando.

Irina, desde lo alto de Alba, lo miró con una sonrisa serena. "Alba y yo somos amigas", declaró, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Entre todo este aprendizaje frenético, hubo un libro que la atrapó más que los otros. No era de magia, ni de espadas, ni de comercio. Era un volumen de cuero negro y desgastado titulado "Las Lágrimas de la Luna: Mitos Fundacionales del Reino".

Allí leyó la leyenda de la primera vez que la magia llegó al mundo, un regalo de la diosa lunar a la humanidad. Y, escondido en un pasaje oscuro, encontró una profecía menor, casi una nota al pie, que hablaba de un "Alma Errante", un espíritu de otro tiempo que renacería en un cuerpo ajeno, portando un conocimiento que podría salvar o condenar el reino.

Irina cerró el libro, el corazón golpeándole el pecho. Alma Errante. ¿Era eso lo que ella era? No una simple reencarnación, sino algo previsto, algo con un peso cósmico. La idea era aterradora y, de una manera extraña, profundamente reconfortante. Significaba que su existencia, su lucha, no era un simple error del universo. Tal vez, solo tal vez, había una razón para todo esto.

Una noche, de pie en su balcón, miró la luna llena que brillaba sobre las montañas. Ya no era Marie, la influencer rusa. Tampoco era solo Irina, la villana de la novela. Se estaba convirtiendo en algo más, en alguien más. Una amalgama de todo lo que estaba aprendiendo: una niña noble, una maga novata, una espadachín en ciernes, una boticaria secreta, una estratega económica y, posiblemente, el cumplimiento de una antigua leyenda.

Sonrió, no con la dulzura infantil que fingía, sino con la confianza fría de un general que ve el campo de batalla y conoce cada colina, cada río, cada punto débil.

"Está bien", susurró para sí misma, su aliento formando un pequeño cristal de hielo en el aire frío de la noche, un subproducto inconsciente de su magia en desarrollo. "Vengan a por mí. Estoy lista."

El escenario estaba siendo montado, pieza por pieza, y ella ya no era solo una actriz que había memorizado el guion. Estaba reescribiendo toda la obra.

Los días previos a su quinto cumpleaños, y a la anunciada visita de su "prometido" el príncipe, cargaban el castillo de una energía nerviosa. Damas de compañía discutían vestidos, herreros pulían armaduras hasta dejarlas cegadoras, y el olor a pasteles de prueba flotaba en el aire. Para Irina, era el ambiente perfecto para el caos.

El plan fue sencillo, casi demasiado para su mente de veinteañera. Una mañana, después de fingir una siesta, se deslizó por los pasillos menos transitados que ya conocía de memoria. Llevaba puesta su ropa más sencilla y, escondida bajo una capa, su fiel espada de madera (ahora con algunas muescas de práctica) y una pequeña bolsa de tela.

El establo estaba casi vacío. Alba, la yegua blanca, resopló en señal de reconocimiento cuando la vio.

"Vamos,chica pequeña", susurró Irina, desatando la cuerda con manos hábiles. "Hoy no es un paseo. Es una misión."

No había silla de montar. Usó un barril vacío para trepar sobre el lomo de Alba y, agarrándose firmemente a su crin, guio a la yegua con suaves presión de sus pequeñas piernas hacia el bosque que bordeaba las tierras del castillo. Sabía que la masmorra abandonada de los "Gritos de Piedra" —la que en la novela era una simple zona de entrenamiento de bajo nivel para el héroe— quedaba a menos de una hora, al este.

La entrada no era más que una grieta oscura en la ladera de una colina, medio oculta por enredaderas. Olía a tierra húmeda y a algo agrio. Irina encendió una pequeña llama en la palma de su mano —su truco de magia de fuego más confiable— y entró.

No eran "moutros" como ella, con su mente moderna, los había imaginado (grotescos y de pixelada apariencia). Eran Murmullos Escamosos, criaturas del tamaño de un gato grande, con piel pétrea y dientes como agujas. Se movían en enjambres, y su "canto" era un chasquido metálico y ensordecedor que resonaba en la cámara principal.

"Okey, chicos", murmuró Irina, levantando su espada de madera. "El reto de hoy: limpieza express."

La batalla fue un caos de instinto puro. Su cuerpo de cuatro años era ágil pero falto de fuerza. Bloqueó un embate con la espada, sintiendo el impacto brutal que le entumeció el brazo hasta el hombro. Giró, y con un grito de esfuerzo, lanzó una ráfaga de aire cortante que hizo retroceder a tres de las criaturas. Pero una, más rápida que las otras, se le encaramó por la espalda y sus colmillos afilados encontraron su hombro.

Un dolor agudo y ardiente la recorrió. Un grito se escapó de sus labios, pero no de miedo, sino de rabia. ¡No aquí! ¡No por esto!

Dejando caer la espada, apretó su mano sobre la herida. Su mente buscó frenéticamente los diagramas del libro de botánica, las sensaciones de la mana curativa que había practicado en secreto en insectos y pequeños roedores. Una luz tenue, de un verde pálido y titilante, brotó de sus dedos. La carne se cerró con una sensación de picor intenso, dejando solo una cicatriz pequeña rosada y un cansancio profundo. No era una curación perfecta, pero era suficiente.

Enfurecida y con una oleada de adrenalina, se lanzó de nuevo a la pelea. Fue una danza salvaje: una bola de fuego para dispersarlas, un golpe de madera en un punto débil que sonó a hueso quebrado, una estocada precisa con un pincho de hielo que creó en el aire. Finalmente, solo quedó el más grande, el líder, del tamaño de un perro pastor. Cargó contra ella. Irina, agotada, no tuvo tiempo para magia. Se agachó en el último segundo, y como le había enseñado Gregor, le colocó la espada de madera para que tropezara. La criatura se estrelló contra la pared con un crujido sordo y no se volvió a mover.

El silencio que siguió fue más ensordecedor que el canto de las criaturas. Irina jadeaba, apoyada en sus rodillas, manchada de tierra, sangre seca y sudor. Su espada de madera se había partido en dos. Pero estaba viva.

Al fondo de la cámara, detrás de un montón de piedras, encontró lo que buscaba: un cofre de madera podrida. Lo abrió con un gruñido.

No había armas legendarias ni joyas de coronas. Su "tesoro" era profundamente práctico, el botín de aventureros novatos que habían caído antes que ella:

· Un puñado de monedas de plata y cobre, suficientes para comprar provisiones o sobornar a un guardia distraído.

· Varios frascos de pociones de salud de baja calidad (mejores que la suya, anotó mentalmente).

· Unos cuantos objetos de baño de lujo: un peine de carey, un frasco de perfume semivacío, una pastilla de jabón con aroma a lavanda. Cosas que, como bien sabía por su vida pasada, podían venderse por un buen precio a los comerciantes que ansiaban productos de la capital.

· Y, en el fondo, un pequeño puñal de acero, sencillo pero afilado. Su primera arma de verdad.

Lo guardó todo en su bolsa, que ahora pesaba considerablemente. Miró la cicatriz de su hombro. No era la cicatriz de una niña consentida. Era la cicatriz de una superviviente.

Montó de nuevo en Alba, quien la esperaba pacientemente, y emprendió el camino de regreso. Llegó justo antes del anochecer, deslizándose de nuevo hacia sus aposentos como una sombra.

Cuando su niñera la encontró, "jugando tranquilamente" en el suelo, solo comentó: "¡Cielos, Irina, cómo te has manchado el vestido! Y ese olor a... ¿a bosque?"

Irina sonrió, un gesto cansado pero genuino. "Estaba jugando a los aventureros."

Esa noche, escondió su botín en un hueco secreto que encontró detrás de una piedra suelta en la chimenea. Las monedas, el puñal, las pociones. Eran más que objetos; eran su red de seguridad, su plan de escape. Su independencia.

Se recostó en la cama, con el cuerpo dolorido pero el espíritu más fuerte que nunca. El príncipe podía venir. La trama podía intentar arrastrarla. Pero ella ya no era solo una lectora. Había salido al mundo, había sangrado por él, y había reclamado su primera y pequeña victoria. La villana había conseguido su primer botín, y la sensación era embriagadora.

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Nita S.R
Ya quiero leer la nueva temporada.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭
Monica Defalco
excelente!!!!!
Maria Phia
Me encantó! Ahora espero ansiosa la segunda temporada!! 💪
Alejandra Gonzalez
me gusto mucho, espero que luego salga la segunda temporada, felicitaciones al autor, mucho éxito en todo
Tania Sierra Galindo
Necesito esa temporada
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