Dime Que Me Odias

Miércoles. 8:03 AM. Pasillo principal

El perfume de López me golpea antes de verlo: vainilla y lápices nuevos. Se desliza entre la multitud como una sombra, pero para mí es un imán.

Tal vez sea algo optimista pero siento que las cosas entre nosotros van mejorando poco a poco después de lo del sábado.

Le corto el paso junto a los murales de la graduación. Su respiración se acelera al rozar mi pecho. Su agradable presencia, me calma y da sosiego a la bestia aprisionada en mi corazón.

—Te dije que necesito tiempo —susurra, pero no retrocede

Yo le miro con tanta ternura que hasta algunos chicos que pasan me miran raro, pero ahora solo existe èl, aquí... tan cerca de mí que temo que se escurrra de mi lado como agua.

—Y yo te dije que no sé esperar —le atrapo un mechón de pelo rebelde entre los dedos—. Sobre todo cuando hueles así.

Su trago audible es mi victoria personal.

Mientras transcurrían las clases que nos tocaban juntos no dejè de mirarlo, analizarlo. López era una ecuación compleja con algoritmos raros que nunca llegaría a descifrar: Podía ser Danny el tímido, el cínico, el miedica y el valiente que no habla, pero que te fulminaba con ojos como brazas.

La última clase de mi horario no era con èl, por lo que al culminar con dicho periodo de tiempo en esa cárcel que llaman salón, corro a buscarle.

Lo encuentro escondido entre estantes de literatura. Neruda en sus manos: ironía sangrante. Se ve tan lindo... Y ya no me importa que antes no me hubiera visto a mí mismo, diciendo que un chico es lindo.

—Puedo escribir los versos más tristes esta noche —recito a su oído, arrancándole un estremecimiento—

El se voltea tratando de huir de mí, pero yo le giro hasta quedar de frente.

—Vete, Marcos —pide sin convicción mientras mi mano roza la suya al tomar el libro.

—¿En serio quieres que me vaya? —le presiono el ejemplar contra el pecho, sintiendo su corazón acelerado— Dilo sin temblar —

Danny enmudece y yo me humedezco los labios. Cuando lo hago el muerde los suyos... Quiero besarle.

Callamos. El aire huele a papel viejo y deseo nuevo.

A la hora del almuerzo en el comedor, la tortura se me hace interminable, Danny está jugando sucio y lo sabe. Sabe muy bien que cartas está jugando y a mí no me gusta el póker.

Desde mi mesa, observo cómo muerde una manzana lentamente. Deliberadamente sus labios se humedecen con el jugo...¿coqueteo involuntario o tortura premeditada?

Sè como lo estoy viendo ahora y a este paso siento la tela de mi pantalón apretarse.

Martina me da un codazo:

—Deja de mirarlo como si fuera tu almuerzo, Rojas.

—Es que lo es—respondo sin apartar los ojos.

López atrapa mi mirada: Sostiene, desafía y luego... lame el jugo que le chorrea por la muñeca.

Casi rompo el tenedor.

Trato de tenerlo a tiro en todo el día para estar los dos solos, pero siempre está con Val. Logro vislumbrar mi objetivo cuando a las tres de la tarde entra a los vestuarios para cambiarse.

Entro cuando sé que está cambiándose. Su torso desnudo me detiene en el umbral: piel de leche, costillas marcadas, cicatriz de una caída de bicicleta que recuerdo demasiado bien.

Creo que demasiado( fui yo quien lo empujó de la pendiente del claro cerca del río)

—¿No lees los letreros de "privado"? —se cubre con una sudadera, pero demasiado lento.

—Vi luz —miento, avanzando—. ¿Te duele? —toco la cicatriz con los nudillos.

El salta de la impresión y se eriza ante mi tacto. Yo sonrió y le miro como un pirata que sabe que ha conquistado su botín.

—¡Marcos!...—advertencia y súplica en una palabra. Sus ojos los cierra por unos segundos.

—Solo estaba revisando —mi pulgar sigue el camino de esa línea plateada hasta el bajo de su abdomen—. ¿Aquí también te lastimaste?

Soy un completo descarado con èl y mis manos toman vida propia, como si supieran que su lagar eterno es en esa piel.

Su mano atrapa la mía no para detenerme sino para clavarme las uñas. Nos miramos fijamente y se siente un extraño pulso en el ambiente: como fuego, como hielo y viento.

¿Magia?

Al salir de la escuela lo acompaño hasta su calle, lo sigo a diez pasos... como un lobo, un amante y un condenado.

De pronto se gira:

—¿Cuántas veces tengo que decirte que pares? — su boca dice eso, pero su cuerpo tiembla por el mío. Lo sè porque yo estoy igual.

—Hasta que dejes de sonreír cuando me descubres —le atajo, pisando su sombra— O hasta que me invites a entrar a tu casa otra vez.

El rubor que le sube por el cuello debería ser ilegal. Siento fuego líquido en mi abdomen bajo.

—El sábado fue nuestro punto de flexión. Pero por ahora quiero seguir pensando que somos —

Sus palabras me agrian un poco el humor...¿por què tiene que ser tan correcto?

—¿Y si solo quiero hablar? —le susurro en el espacio entre su oreja y su hombro—. ¿O escuchar cómo te suenas cuando piensas en mí?

Su gemido ahogado es el sonido más hermoso de mi semana.

Cuando llego a mi casa y estoy en mi habitación, cierro los ojos y repito el momento en los vestuarios: Su respiración entrecortada, el sudor en su clavícula, el modo en que su vientre se tensó bajo mi mano.

Cuando por fin me toco, es su nombre el que muerdo para no gritar.