Que Empiece Mi Reinado.

El beso se volvió más profundo. Al principio fue tierno, como una pregunta sin voz… pero pronto se transformó en una súplica muda. Lara, por primera vez desde que llegó a ese mundo, dejó de resistirse. Dejó caer el peso de sus culpas, de sus miedos, de su máscara.

Sus manos temblaban al tocar el pecho de Malik, como si temiera quebrarlo… pero él solo cerró los ojos y se dejó hacer. Su piel era cálida bajo las yemas de sus dedos. Sus latidos, firmes. Constantes. Humanos.

—No tienes que apresurarte —dijo Malik al notar la tensión en su cuerpo—. Te esperaré… toda la noche, toda la vida si hace falta.

—No quiero esperar —susurró ella—. No esta vez. Quiero saber que esto es real.

Las ropas comenzaron a caer, una a una, no con prisa, sino como un ritual sagrado. Lara se desnudó ante él, no solo en cuerpo, sino en alma. Malik se quitó la túnica como si despojara una vieja promesa, y al quedar frente a frente, desnudos, no hubo vergüenza… solo anhelo.

Él fue quien la tocó primero, con reverencia, recorriendo la curva de su cuello con los labios, descendiendo por su clavícula, hasta el nacimiento de sus pechos, sin prisas. Cada beso era un juramento silencioso: “te veo”, “te acepto”, “te deseo”.

Lara entreabrió los labios al sentir la calidez de su lengua sobre su piel. Cerró los ojos, dejándose guiar por cada caricia, por cada respiración entrecortada. Su espalda arqueó levemente cuando él la recostó sobre el lecho. El peso de su cuerpo sobre el suyo no la oprimía… la completaba.

—Eres hermosa —murmuró Malik contra su vientre—. Más de lo que alguna vez imaginé.

Lara lo atrajo hacia sí, enredando sus dedos en el cabello oscuro del mago, guiándolo. No era torpeza lo que sentía, sino una ansiedad contenida, una necesidad urgente de sentirse viva… de sentirse deseada no por lo que había escrito, sino por lo que era.

Sus labios se encontraron una vez más, esta vez más hambrientos, más necesitados. Sus cuerpos se rozaban, se reconocían, se reclamaban. Malik acarició el interior de sus muslos con una paciencia casi inhumana, explorando, descubriendo sus respuestas, sus temblores, sus suspiros contenidos.

Cuando al fin se unieron, fue con una lentitud exasperante… no por inseguridad, sino porque ambos querían recordar cada segundo. Lara jadeó suavemente contra su oído, aferrándose a sus hombros, sintiendo el calor, la conexión… el fuego.

—Estoy contigo —susurró Malik, clavando sus ojos en los de ella—. Aquí, ahora… siempre.

Las respiraciones se volvieron gemidos. Las manos, promesas. Y el mundo dejó de girar mientras se amaban bajo el hechizo de la noche. No hubo sombras. Solo la luz tenue de su deseo, iluminando cada rincón de su piel, de su alma.

Cuando la tormenta de sensaciones los arrastró finalmente al borde del abismo, Lara gimió su nombre… y fue libre.

Minutos más tarde, entrelazados aún bajo las sábanas, Lara escondió su rostro contra su pecho, sonriendo sin darse cuenta.

—¿Esto también lo escribiste? —preguntó en voz baja.

—No —respondió ella, levantando su rostro y besando sus labios —. Esto es solo nuestro.

Y en ese instante, mientras el mundo dormía, Lucía, convertida en Lara, supo que su historia recién comenzaba.