Por Amor O Por Dinero

—Bien —dijo Xavier, con su tono frío e inquebrantable—. Cuéntame más sobre ti. No quiero encontrarme frente a un periodista que me salga con alguna estupidez como cuál es tu comida favorita o esas banalidades que se supone que las parejas deben saber.

Oliver tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Por un instante, dudó de estar frente al mismo hombre que, apenas unos meses atrás, había sido fotografiado donando una considerable suma de dinero a una organización benéfica. Aquel Xavier, con expresión sombría, había dicho que las historias trágicas lo conmovían profundamente. ¿Y ahora? Parecía completamente indiferente a cualquier sufrimiento ajeno, como si cada tragedia fuese irrelevante si no afectaba directamente sus intereses.

«Tal vez es por la relación profesional», intentó convencerse Oliver, esforzándose por eliminar cualquier pensamiento negativo sobre el hombre al que alguna vez idealizó como su salvador. Pero, en lo más profundo, comenzaba a temer que Xavier no fuera en absoluto como lo había imaginado. Descubrir la verdadera naturaleza de ese hombre significaría aceptar que su enamoramiento había estado dirigido a una ilusión… a un ideal ficticio que había construido a partir de un rostro y una sonrisa ocasional.

—Debido a la enfermedad de mi madre —respondió finalmente, con voz baja, casi temerosa—, suelo quedarme en casa durante mis días libres. Ella necesita cuidados constantes, y yo intento pasar todo el tiempo que puedo con ella. A veces me reúno con mis amigos, nada complicado… solemos vernos en un pequeño bar cerca de mi departamento. Alexander, el médico de mi madre, también es un amigo cercano. A menudo cena con nosotras. Él le cae bien.

Xavier asintió con lentitud, pero no mostró mayor interés. Golpeó el escritorio suavemente con las yemas de los dedos, en un gesto impaciente, como si intentara acortar cualquier respuesta que se alejara del objetivo de la conversación.

—¿Y tu padre? —preguntó de repente, alzando una ceja, sin el más mínimo tacto.

Oliver bajó la cabeza, como si esa sola palabra le pesara en los hombros. Ya no era dolor lo que sentía, sino una especie de melancólica resignación que se había instalado con los años.

—No tengo padre —susurró, lo suficientemente alto como para ser escuchado, pero sin fuerza—. Mis padres se divorciaron cuando era pequeño. En realidad… soy adoptado.

La confesión quedó suspendida en el aire, y por primera vez en la conversación, Oliver apretó los labios con fuerza. Una punzada de culpa lo atravesó al recordar que, si hubiera sido el hijo biológico de su madre, tal vez habría podido donarle un riñón. Tal vez… podría haberle salvado la vida con sus propias manos.

—¿Conoces a tus padres biológicos? —Xavier no suavizó su tono. Parecía estar construyendo una ficha técnica más que conociendo a la persona con la que fingiría una relación.

Oliver lo miró a los ojos por un segundo y negó con la cabeza. Mintió. No es que no los conociera. Lo cierto era que sí sabía quiénes eran. Incluso los había visto, seguido, observado desde la distancia. Pero decidió borrarlos de su vida de la misma forma en que ellos lo habían borrado a él. Fingir ignorancia era más fácil que aceptar la realidad de haber sido abandonado.

—Perfecto —dijo Xavier finalmente, acomodándose en su silla, como si todo aquello solo fuera una formalidad para cumplir con su plan—. Es mi turno.

Oliver se tensó ligeramente. Quería conocer más sobre él, sí… pero no como parte de una farsa. Lo que deseaba era conocerlo de verdad, más allá del contrato, más allá del papel que cada uno fingía interpretar. Sin embargo, no dijo nada. Solo lo observó, esperando que Xavier le regalara aunque fuera una mínima grieta en esa muralla emocional que parecía haber construido alrededor de sí mismo.

—Vayamos al grano —dijo Xavier con voz impasible, mientras se acomodaba en el sillón con la elegancia de quien domina cada rincón de su entorno—. Tengo una hermana, Natalie, que jura ser modelo y posa en Instagram como si estuviera cambiando el mundo con sus pómulos marcados. Un padre controlador que maneja medios como si fueran juguetes, y una madre que parece esculpida por los dioses del bisturí, adorada en cada evento social donde haya champaña y cámaras. ¿Algo más? Ah, sí… solo busco relaciones ocasionales con mujeres. Sexo, piel, silencio. Nada que implique sentimentalismos ni esa basura que la gente llama “vínculo”.

La frialdad con la que lo dijo no admitía réplica. A Oliver se le escapó una mueca de sorpresa. El Xavier que tenía delante era un abismo de cinismo, arrogancia y murallas emocionales. Nada que ver con el hombre del que se había enamorado en silencio, a través de entrevistas carismáticas y sonrisas pulidas por la prensa.

Y esa revelación, lo supo en ese instante, le pasaría factura más adelante. Una factura con intereses emocionales.

—Nunca tuve una mascota —continuó Xavier, con una sonrisa apenas perceptible, más parecida a una burla que a un gesto genuino—. Tener una significa asumir responsabilidad afectiva es irritante. Y eso, en términos reales, es una forma elegante de decir que no necesito a nadie dependiendo de mí ni depender de nadie. Ni perros, ni peces, ni personas.

Oliver bajó la vista, frunciendo el ceño. ¿Era todo eso verdad? ¿O solo una muralla construida con palabras punzantes para ocultar su fragilidad? No lo sabía, y peor aún: no quería saberlo. Porque intuyó, en el fondo, que si se atrevía a escarbar más, quedaría atrapado en un terreno peligroso, en sus propios sentimientos que se resistían a morir.

—¿Y sus amigos? —preguntó con cautela, como quien se aproxima a un animal salvaje.

Xavier soltó una carcajada seca, cortante como una hoja de bisturí.

—¿Amigos? Tengo conocidos, aliados estratégicos, enemigos con quienes comparto cenas y amenazas veladas. ¿Amigos de verdad? No. Son una molestia innecesaria. Cualquier persona que no me sea útil es, en esencia, un estorbo. A la gente le encanta fingir que los vínculos emocionales son fortalezas… pero en mi mundo, son puntos débiles.

Se inclinó hacia adelante, sus ojos ámbar perforando los de Oliver con una intensidad casi animal.

—Y ahora tú estás en esa lista —añadió con crudeza—. No tienes que fingir que te agrado. Yo tampoco voy a fingir que me agradas. Solo quiero que esta mierda funcione. Tú sonríes y actúas para las cámaras. Yo pongo cara de estar jodidamente enamorado. Y el departamento de publicidad hace el resto. Fin del guión.

Oliver sintió cómo algo dentro de él se revolvía. Era una mezcla de decepción y compasión, de rabia y deseo. Y aun así, sin saber cómo, se obligó a mantener la compostura.

—Entendido —respondió con firmeza, aunque por dentro algo en él comenzaba a quebrarse.

Xavier se recostó nuevamente, satisfecho por haber marcado su territorio. Pero Oliver, aun sintiéndose perdido, no apartó la mirada. Porque detrás de toda esa arrogancia, detrás de esa frialdad cuidadosamente ensayada, había un vacío. Un vacío demasiado humano… y tal vez, demasiado doloroso.