Olvidada por su familia, utilizada por el imperio y traicionada por aquellos en quienes más confiaba… así terminó la vida de Liliane, la hija ignorada del duque.
Amada en silencio por un príncipe que nunca llegó a tiempo, y asesinada por el hombre a quien había ayudado a coronar emperador junto a su amante rival, Seraphine.
Pero el destino le ofrece una segunda oportunidad.
Liliane renace en el mismo mundo que la vio caer, conservando los recuerdos de su trágica primera vida. Esta vez, no será una pieza en el tablero… será quien mueva las fichas.
Mientras el segundo príncipe intenta acercarse de nuevo y Seraphine teje sus planes desde las sombras, un inesperado aliado aparece: el primer príncipe, quien oculta un amor y un pasado que podrían cambiarlo todo.
Entre secretos, conspiraciones y promesas rotas, Liliane luchará no solo por su vida, sino por decidir si el amor merece otra oportunidad… o si la venganza es el verdadero camino hacia su libertad.
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Capítulo 16: Raíces en la tierra, llamas en el cielo maraton#4
Las calles del Imperio hablaban. No con las voces de nobles ni de heraldos, sino con los murmullos del pueblo. De las madres que veían a sus hijos hambrientos, de los campesinos agotados por tributos, de los artesanos que temían las represalias de un sistema corrupto.
Y, en medio de ese murmullo, surgía un nombre nuevo con fuerza antigua: Lirae de Vellmont.
Liliane —ya sin máscaras, ya sin miedo— no se ocultó tras muros de mármol ni tronos dorados. Descendió. Caminó entre los suyos. No como emperatriz… sino como igual.
Acompañada por un grupo reducido de fieles, inició un recorrido por las provincias más golpeadas por la guerra económica que la emperatriz madre había desatado contra los disidentes. Vestida con una capa sencilla, sin joyas, sin guardia ostentosa, visitó campos donde la tierra estaba seca, ciudades donde las panaderías estaban vacías, hospitales donde no llegaban medicinas.
En cada lugar, no ofrecía promesas huecas.
Ofrecía trabajo. Escuchaba. Actuaba.
En la villa de Dernas, ayudó a cavar zanjas para canalizar el agua potable. En Caldor, fundó una escuela móvil para enseñar a leer a los niños. En los campos de Roren, reorganizó el comercio del grano para evitar que los nobles se llevaran toda la cosecha.
Los aldeanos comenzaron a llamarla “la flor fuerte”, y los rumores llegaron hasta las ciudades principales: una noble que no despreciaba el barro. Una hija del trono que no gobernaba desde arriba, sino desde abajo.
Al poco tiempo, líderes regionales comenzaron a acercarse a ella.
Primero fue el conde Marell, un viejo militar retirado que había perdido un hijo por órdenes injustas de la emperatriz. Luego, la marquesa Ysara, una joven viuda que había sido despojada de sus tierras por negarse a casar a su hija con un aliado del régimen.
Y así, uno a uno, los que antes estaban dispersos, humillados o silenciados… se unieron.
No por oro.
No por títulos.
Por esperanza.
Una noche, en el campamento levantado a las afueras de un pueblo costero, Liliane se sentó alrededor del fuego con un grupo de mujeres campesinas. Compartían pan duro y caldo ralo.
—Mi lady —le dijo una anciana, con manos curtidas por los años—. No sé si algún día tendrá una corona. Pero usted ya es reina en nuestros corazones. Y si muere luchando… no morirá sola.
Liliane sintió el nudo en la garganta.
—No vine para morir —respondió con firmeza—. Vine para que ustedes vivan.
Mientras tanto, en palacio, Elenora observaba el mapa del Imperio. Allí, en rojo, estaban marcadas las regiones aún leales. Pero poco a poco, puntos de oro comenzaban a surgir en el mapa: zonas donde la “niña olvidada” había sembrado lealtad real.
La emperatriz madre frunció el ceño.
—Está construyendo un trono desde el barro —murmuró—. Como si fuera legítima.
Pero Liliane no estaba sola.
Adrian, el primer príncipe, regresó a su lado en secreto, trayendo con él tropas leales que aún quedaban en los márgenes del ejército imperial. Y con él llegó también un puñado de nobles jóvenes, hijos de familias decepcionadas por el régimen corrupto.
En un valle oculto, entre montañas y niebla, Liliane alzó un estandarte.
No tenía el emblema de su casa.
Tenía el emblema de su pueblo.
Una rosa floreciendo entre espinas.
Y así, mientras el sol se alzaba sobre una nación dividida, Liliane sentía por primera vez que no caminaba sola.
Las raíces que había sembrado ya brotaban.
Y el fuego… comenzaba a extenderse.
El Imperio se preparaba para una guerra.
Pero esta vez, no era por poder.
Era por justicia.
Y ella, Liliane —Lirae—, estaba lista para luchar no solo como heredera… sino como símbolo.
Ah no ser q ella se hace la Marcela q no sabe nada o sea ?
Pero se están repitiendo los capítulos ya van 2.