Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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Lazos de Familia
La noche estaba perfumada con incienso y brebajes antiguos. La bruja había dispuesto un altar bajo el roble sagrado del bosque, rodeado por piedras oscuras que no parecían comunes. Eran lisas, brillaban levemente bajo la luz de la luna, y cada una estaba marcada con un símbolo ancestral. La vidente había advertido que esas piedras mantenían el límite entre este mundo y el velo. No podían faltar.
Aelis se arrodilló frente al cáliz. El líquido en su interior era espeso, oscuro como la tinta, con reflejos azulados que se movían como un remolino. El elixir del velo. Un brebaje prohibido para los humanos, solo permitido a los elegidos que cruzaban los límites de la magia y la sangre.
—Bébelo todo —dijo la bruja, con voz grave—. Y no luches contra lo que veas.
Eirik estaba detrás de ella, sin moverse. Aunque su lobo rugía por intervenir, sabía que este momento era solo de Aelis. La confianza era más fuerte que el miedo.
Aelis llevó el cáliz a sus labios. El sabor era amargo, metálico, como si bebiera la esencia de la noche misma. Cerró los ojos mientras el mundo desaparecía.
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Lo primero que sintió fue frío.
Un viento helado le acarició el rostro, y cuando abrió los ojos se encontró en un bosque que no era el suyo. Las hojas flotaban al revés, el cielo tenía un tono violáceo, y las sombras se movían como si tuvieran voluntad propia.
—¿Dónde…?
Pero no estaba sola. A unos metros, junto a un río que brillaba con luz plateada, vio a un hombre de espaldas. Alto, de cabellos oscuros como los suyos. Su corazón supo antes que su mente pudiera comprenderlo.
—Papá…
Él se volvió lentamente. Tenía los mismos ojos que ella, pero en ellos habitaba una tristeza insondable.
—Aelis… —su voz era como un eco, frágil pero cálido—. Has crecido.
Corrió hacia él, pero al acercarse sintió como si el aire se volviera más denso, como si un muro invisible los separara.
—¿Dónde estás? ¿Por qué estás aquí?
—Estoy atrapado, hija. Quedé al otro lado del velo… el día que todo cambió. No morí. Me sacrifiqué para que ustedes pudieran huir.
Aelis sintió cómo las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
—¿Puedo traerte de vuelta?
—No ahora. No sin romper el equilibrio. Pero el Corazón del Velo… ese objeto que buscas, es la clave. No solo para mantener la barrera… también para liberarme.
Las sombras comenzaron a rodearlos.
—Recuerda esto, Aelis: tu fuerza nace del amor. Y el amor, a veces, también es dolor. No temas lo que sientes.
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Volvió en sí con un grito ahogado.
Eirik estaba arrodillado a su lado, tomándola entre sus brazos. La bruja observaba en silencio, como si ya supiera lo que había visto.
—Vi a mi padre —susurró Aelis—. No está muerto. Está atrapado al otro lado.
Esa noche, de regreso en la mansión, Aelis reunió a quienes confiaban en ella: su madre, Nina, Kael y Eirik.
Contó su visión con voz temblorosa pero firme. Nadie la interrumpió.
—Entonces todo este tiempo… él se sacrificó por ustedes —dijo su madre, cubriéndose la boca con una mano—. Y yo lo creí muerto…
—Él me habló del Corazón del Velo —continuó Aelis—. No solo es un artefacto para proteger el mundo… también podría liberarlo.
—Eso cambia todo —comentó Kael, cruzado de brazos—. Significa que hay más en juego de lo que pensábamos.
—Y que los enemigos lo saben —añadió Eirik—. Por eso se mueven con tanta urgencia.
Después, cuando todos se retiraron, Eirik y Kael se quedaron solos en la biblioteca.
—La vidente me dijo algo más —confesó Eirik en voz baja, mirando por la ventana—. Me habló del corazón de Aelis. Dijo que yo soy el guardián de esa llave. Y que protegerla… podría implicar renunciar a mí mismo.
Kael frunció el ceño.
—¿Renunciar? ¿A qué te referís?
—A todo. A mi rol como alfa, a mi vida. Incluso a ella… si es necesario.
El silencio entre ambos se hizo denso.
—¿Y estás dispuesto?
Eirik cerró los ojos por un segundo, luego asintió.
—Si eso significa que ella vivirá. Que cumplirá su propósito. Entonces sí. Estoy dispuesto a todo.
Kael lo observó durante un instante largo, y por primera vez, no como su beta, sino como su hermano.
—Entonces que así sea. Pero que los dioses nos ayuden si llega ese momento.