En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
NovelToon tiene autorización de Eiva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Celos
Salimos del despacho de Livia y caminamos por los pasillos con luces cálidas. Dahlia iba delante de mí, con esa seguridad de quien se cree dueña del mundo. Yo, en cambio, la seguía a regañadientes, sintiéndome como una niña obligada a ir a su primer día de clases… en una escuela del infierno.
—A ver, Sienna —dijo de repente, girándose hacia mí con una sonrisa—, dime, ¿alguna vez has bailado?
Fruncí el ceño.
—¿Bailado? ¿Te refieres a bailar normal o a lo que hacen aquí?
Ella soltó una risa ligera.
—A lo que hacemos aquí, por supuesto.
Suspiré, sintiéndome cada vez más fuera de lugar.
—No.
—Perfecto —respondió como si le acabara de dar una buena noticia—. Entonces tenemos mucho trabajo por hacer.
—Eso no es algo bueno.
—Oh, lo es. Créeme. Prefiero enseñar desde cero que corregir malos hábitos.
Bufé sin responder. Después de unos minutos, llegamos a una gran puerta de doble hoja. Dahlia la empujó con facilidad y, al otro lado, me encontré con una sala enorme con un escenario en el centro.
El club.
Aunque estaba vacío, podía imaginarlo lleno de hombres ruidosos, bebiendo, riendo, lanzando billetes mientras las chicas bailaban en la barra.
Había mesas repartidas por toda la zona, un bar lujoso al fondo y un par de sofás oscuros que no quería imaginar para qué los usaban. Pero lo que más llamaba la atención era la gran barra de pole dance en el escenario principal.
Dahlia se giró hacia mí con una sonrisa satisfecha.
—Bienvenida a tu nuevo campo de entrenamiento.
Mi estómago dio un vuelco.
—No puedo creer que tenga que hacer esto.
Ella rió, como si mi sufrimiento le divirtiera.
—Créelo, muñeca. Porque lo harás.
Se acercó a la barra y pasó la mano por el metal con un gesto casi… ¿cariñoso?
—Primero, lo más importante: aprender a usar la barra. No se trata solo de girar y moverte sensualmente. Hay técnica, hay equilibrio… No queremos que te caigas y te rompas un hueso, ¿cierto?
—Preferiría romperme un hueso antes que hacer esto —murmuré.
Dahlia me ignoró y chasqueó los dedos.
—Sube al escenario.
La miré fijamente.
—¿Qué?
—Vamos, sube.
No me moví.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Vamos, no tenemos todo el día.
Rodé los ojos y subí los escalones, sintiéndome ridícula.
—Bien —dijo—. Agarra la barra.
Obedecí con torpeza.
—Ahora, lo primero que tienes que aprender es a moverte con ella. No es solo sujetarte. Tienes que hacer que parezca que la dominas, que es una extensión de tu cuerpo.
La miré con escepticismo.
—Suena fácil cuando lo dices así.
Ella rió.
—Lo es. Pero primero, veamos qué tan flexible eres.
—¿Flexible?
—Sí. Intenta levantar una pierna y rodear la barra con ella.
Hice el intento… y casi me caigo de espaldas.
—¡Mierda!
Dahlia aplaudió, claramente divirtiéndose a mi costa.
—Bueno, claramente tenemos mucho que trabajar.
Rodé los ojos, sintiendo que esto iba a ser una tortura.
—No te preocupes —dijo ella, con una sonrisa confiada—. En dos semanas serás una estrella.
—Lo dudo mucho.
—Lo serás.
...----------------...
Los días siguientes fueron un infierno.
Dehlia no tenía piedad. Desde que abría los ojos hasta que mi cuerpo ya no daba más, me hacía entrenar. Cada músculo me dolía, mis manos estaban llenas de moretones de tanto sujetarme a la barra, y mi dignidad… bueno, esa desaparecía un poco más con cada intento fallido de moverme sensualmente sin parecer un tronco.
—Más lento, Sienna —me corrigió por enésima vez, con ese tono de paciencia forzada.
—No eres un robot, tienes que moverte como si estuvieras seduciendo al aire.
Bufé, apoyando las manos en las rodillas, agotada.
—¿Cómo carajos se seduce al aire?
Ella soltó una carcajada burlona.
—Pues aprendiendo, muñeca.
Me estaba empezando a cansar que me llamara de esa forma.
Miré a mi alrededor. Algunas chicas también estaban practicando, y wow… algunas eran impresionantes. Se movían con una sensualidad que parecía natural, como si hubieran nacido para esto. Yo, en cambio, apenas lograba girar sin parecer una idiota descoordinada.
—Está bien, hagamos una pausa —dijo Dehlia, de repente—. Vamos al bar.
La miré sorprendida, pero no iba a discutir. Bajé del escenario con torpeza y la seguí. Nos sentamos en los altos taburetes, y ella le hizo una seña al barman, un tipo rudo que ni se molestó en saludarnos antes de servirnos dos vasos de algo oscuro.
Dehlia tomó el suyo con tranquilidad y me empujó el mío.
—Bebe.
La miré con una ceja arqueada.
—No bebo.
Ella me miró como si hubiera dicho que no sabía atarme los zapatos.
—Cariño, si quieres sobrevivir aquí, más te vale empezar.
Dudé, pero tomé el vaso y le di un sorbo. Instantáneamente, tosí como si me estuviera muriendo.
—¡Dios, esto quema!
Dehlia rió con diversión.
—Te acostumbrarás.
Me quedé en silencio, removiendo el líquido en el vaso, sin muchas ganas de seguir bebiendo.
—Tengo una pregunta —solté al final.
Ella me miró con curiosidad.
—Dispara.
—¿Cómo terminaste aquí?
Dehlia ladeó la cabeza, como si le divirtiera mi pregunta.
—Vaya, qué directa.
Me encogí de hombros.
—Bueno, no creo que muchas chicas estén aquí porque quieren.
—¿Y tú crees que yo sí?
No supe qué decir y Dehlia suspiró y miró su vaso antes de hablar.
—Cuando tenía tu edad, pensé que podía ser bailarina profesional. Entrené, me esforcé, lo di todo… pero al final, el dinero manda.
Se quedó en silencio un momento, como si recordara algo.
—No tenía muchas opciones. O trabajaba en un lugar como este… o terminaba en la calle.
—¿Y ahora? —pregunté en voz baja.
Ella me miró con una media sonrisa.
—Ahora soy la mejor.
Mi garganta se cerró. No porque la admirara, sino porque en su voz había un tono de resignación que me revolvía el estómago.
—Mira, Sienna —dijo, con un tono más serio.
—Sé que odias esto, pero si quieres sobrevivir, tienes que aprender. Nadie va a salvarte.
Le sostuve la mirada y, sin pensarlo, solté:
—Yo voy a salvarme.
Dehlia sonrió, pero su mirada era distinta. Como si le diera ternura mi ingenuidad.
—Espero que tengas razón.
Antes de que pudiera decir algo más, alguien entró al club.
Vincent.
Mi corazón se detuvo un segundo. No porque me gustara, sino porque su presencia siempre me ponía en alerta, pero lo que realmente me sorprendió fue la reacción de Dehlia.
En un parpadeo, su postura cambió. Su cuerpo se volvió más elegante, su rostro se iluminó y en su mirada apareció algo que nunca le había visto antes. Amor.
¿Es en serio?
Vincent, en cambio, ni siquiera la miró primero. Sus ojos fueron directos a mí. Me recorrió con la mirada, deteniéndose en cada curva sin ningún disimulo. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero no aparté la vista. No iba a darle el gusto.
Después de unos segundos, finalmente miró a Dehlia.
—¿Cómo va el entrenamiento? —preguntó con su tono frío y autoritario.
Dehlia sonrió y se encogió de hombros, jugueteando con su copa.
—Digamos que tenemos mucho trabajo por hacer.
Vincent volvió a mirarme. Había deseo en su mirada. Pero lo que más me inquietó fue el cambio en la expresión de Dehlia. Su sonrisa se desvaneció apenas un segundo, pero lo noté. Celos.
Mierda, mierda, mierda. Entonces lo que me contó Jade era cierto, pensé con una mezcla de sorpresa y asco.
Ella parecía quererlo , pero Vincent… él la deseaba, pero no la miraba con la misma intensidad con la que me miraba a mí en ese momento.
No me gusta nada en la dirección en la que va esto.
—Espero que no me estés haciendo perder el tiempo, Sienna —dijo Vincent, con una sonrisa burlona que me daban ganas de borrarle a golpes.
Apreté los puños y respiré hondo.
—Estoy aprendiendo.
Él sonrió más, como si disfrutara de mi desafío.
—Más te vale.
Se dio media vuelta y salió del club sin decir nada más. Me quedé mirando la puerta por la que desapareció, sintiendo la mirada de Dehlia sobre mí.
Cuando giré el rostro, su expresión había vuelto a la normalidad, pero ya sabía la verdad. Estaba celosa
y eso solo hacía que mi vida aquí fuera todavía más complicada.