Un Último Deseo

Capítulo 16:

El sol apenas comenzaba a calentar las aceras de Nueva York cuando Alexander, Lucas y Ethan salieron de la casa para explorar la ciudad. La brisa matutina aún conservaba un rastro de frescura, pero el aire se llenaba rápidamente con el bullicio de la ciudad que nunca dormía. El ruido constante, las voces de vendedores callejeros ofreciendo café y bagels en cada esquina, el claxon de los taxis amarillos y el incesante flujo de personas les daban la bienvenida a una experiencia completamente distinta a lo que conocían en Eldoria. Aquí no había palacios, guardias ni silenciosos jardines privados, solo calles llenas de vida que vibraban con energía inagotable.

Alexander ajustó la chaqueta de cuero que había elegido para ese día, tratando de disimular su asombro mientras caminaba entre la multitud. Desde que había puesto un pie en Nueva York, sentía una libertad que nunca antes había experimentado. Nadie lo miraba con reverencia ni bajaba la cabeza al pasar. Podía moverse sin la sombra del trono persiguiéndolo, sin la presión de representar a su linaje en cada acción que tomara.

— Este lugar es un caos... pero me gusta— dijo Ethan mientras caminaba con las manos en los bolsillos, observando con curiosidad todo lo que lo rodeaba. Sus ojos oscuros se detenían en cada nuevo estímulo: un artista callejero tocando el saxofón, un hombre con un cartel que prometía "las mejores predicciones del destino", y un niño pequeño tirando de la mano de su madre mientras señalaba un carrito de pretzels.

—¿Un caos?— replicó Lucas, con su sonrisa desenfadada— Para mí, es pura energía. Mira todo lo que hay por descubrir.

Mientras hablaban, pasaron por una avenida donde los edificios parecían competir por alcanzar el cielo. Alexander no decía mucho, pero en su rostro se reflejaba una mezcla de fascinación y alivio. Por primera vez en mucho tiempo, su destino no estaba escrito. Tenía un mes entero para ser simplemente un hombre más en la multitud y disfrutar de la libertad que no tenía en Eldoria.

Pasaron la mañana recorriendo algunos de los lugares más icónicos de la ciudad. Al llegar a Times Square, las pantallas gigantes y las luces brillantes los dejaron maravillados. Carteles de Broadway, anuncios luminosos y una muchedumbre de turistas con cámaras en mano hacían que el lugar pareciera un mundo propio.

Lucas, que no podía resistirse a la oportunidad de una buena foto, se posicionó frente a un cartel de una nueva película de acción y posó con las manos en los bolsillos, adoptando una expresión seria.

— ¡ Mira, Alex! ¿Crees que algún día proyecten mi hermosa cara aquí?— bromeó, haciendo que Ethan soltara una carcajada mientras sacaba su teléfono para tomarle una foto.

Alexander arqueó una ceja, pero sonrió con diversión.

— Si sigues haciendo el ridículo, tal vez termines en las noticias, pero no por las razones que esperas.

Lucas fingió indignación, pero rápidamente se distrajo cuando una pareja vestida como personajes de cómics le ofreció una foto a cambio de una propina.

Más tarde, caminaron por Central Park, donde el aire olía a césped recién cortado y a castañas asadas que vendía un hombre mayor en un carrito metálico. Aquí, el ruido de la ciudad se atenuaba, reemplazado por la risa de los niños que corrían detrás de las palomas y el sonido distante de un violinista tocando en uno de los puentes.

Alexander se permitió disfrutar de la naturaleza que lo rodeaba de una forma más relajada. Mientras Lucas corría detrás de un vendedor de helados y Ethan tomaba fotos de los alrededores, Alexander se sentó en un banco de madera y observó a las familias, parejas y grupos de amigos que llenaban el parque. Era como si la vida estuviera ocurriendo sin ningún peso ni obligación, algo que él apenas estaba empezando a experimentar.

Ethan apareció a su lado y le extendió una botella de agua.

— ¿Te gusta?— preguntó, mirándolo con interés.

Alexander tomó la botella y asintió.

— Mucho. Esto es tan diferente… pero se siente bien.

Ethan sonrió.

— Disfrútalo, amigo. Esto es solo el comienzo.

Al mediodía, el sonido de sus estómagos los llevó a un restaurante sencillo y familiar en el corazón de la ciudad. El lugar estaba decorado con fotos antiguas en blanco y negro, luces cálidas y un aroma inconfundible de comida casera. Las paredes estaban cubiertas con pizarras donde se anunciaban los platillos del día escritos con tiza de colores. Se sentaron junto a una ventana desde donde podían ver a la gente pasar, ocupada en su rutina diaria.

— Quiero la verdadera experiencia estadounidense — anunció Lucas, hojeando el menú— Así que… tres vamos a pedir...¡ hamburguesas gigantes y papas fritas!— exclamó dejando a sus amigos atónitos por la elección.

— No podemos comer solo comida rápida mientras estemos aquí— señaló Alexander, pero terminó pidiendo lo mismo cuando el mesero se acercó.

Mientras comían y conversaban, un grupo de chicas en una mesa cercana comenzó a mirarlos con interés. Era difícil no hacerlo. Los tres eran altos, guapos y llamativos a su manera: Alexander, con su porte elegante, cabello oscuro y ojos azules que parecían leer el alma de quien se atreviera a mirarlo demasiado tiempo; Ethan, con su calidez y sonrisa fácil; y Lucas, con su aire despreocupado y su carisma natural.

— Nos están mirando— murmuró Ethan mientras mordía una papa frita, tratando de no ser obvio.

Lucas levantó la vista y sonrió de inmediato.

— Claro que lo están. ¿Quién podría resistirse a esto?— dijo señalando su cuerpo.

Alexander rodó los ojos, acostumbrado a la actitud de su amigo, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa.

Una de las chicas, animada por las risas y empujones de sus amigas, se levantó de su mesa y caminó hacia ellos. Tenía el cabello castaño recogido en una coleta alta y una sonrisa radiante que mostraba confianza.

— Hola— dijo, deteniéndose junto a su mesa. Los tres dejaron lo que estaban haciendo para mirarla.

— Hola— respondió Lucas primero, inclinándose un poco hacia adelante con su habitual encanto.

La chica sonrió aún más y se presentó.

— Soy Mandy. Mis amigas y yo estábamos hablando y... bueno, no pude evitar notar que ustedes no parecen ser de aquí.

— ¿Eso es tan obvio?— preguntó Ethan con una risa suave.

— Sí, un poco— admitió Mandy, riendo también— Es que... bueno, no queríamos quedarnos con la duda, y también pensamos que son muy guapos.

Lucas arqueó una ceja, claramente encantado.

— ¿En serio? ¿Y cuál es la duda?

Mandy lo miró directamente a los ojos, atreviéndose.

— Mis amigas y yo estábamos pensando en salir esta noche, y queríamos saber si les gustaría acompañarnos.

Alexander, que había estado observando la interacción en silencio, abrió la boca para declinar educadamente, pero Lucas se adelantó, hablando antes de que pudiera decir algo.

— ¡Claro que nos gustaría!

Mandy pareció aliviada y emocionada al mismo tiempo.

— ¡Genial! Les dejaré mi número. Escríbanme y les enviaré la ubicación.

Sacó un pequeño papel y un bolígrafo de su bolso, escribiendo rápidamente su número antes de entregárselo a Lucas. Luego se despidió con una sonrisa.

— Nos vemos más tarde.

Cuando Mandy regresó a su mesa, sus amigas la recibieron con risas y aplausos, claramente orgullosas de su valentía.

Alexander miró a Lucas con una mezcla de incredulidad y resignación.

— ¿Por qué aceptaste?

Lucas se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.

— ¡Vamos, Alex! No podemos decir que no a una noche divertida. Además, es parte de la experiencia, ¿no?

Ethan asintió, aunque con menos entusiasmo.

— Podría ser interesante... si logramos mantener un perfil bajo.

Alexander suspiró, pero finalmente sonrió.

— De acuerdo, pero solo si prometen comportarse.

— ¡Prometido!— respondió Lucas con una sonrisa traviesa que no inspiraba mucha confianza.

El día apenas comenzaba, pero ya prometía ser inolvidable para los tres amigos.