Una famosa Agente de las fuerzas especiales reencarna en un mundo lleno de magia, incertidumbre y tal vez un poco de romance... ¿Podrá adaptarse a su nuevo mundo? o ¿su nuevo mundo se adaptará a ella?...
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Capítulo 16
Capítulo 16
Tras la conversación con el Duque, decidí retirarme a mis habitaciones para pensar con calma en todo lo que había sucedido. Estaba todo demasiado revuelto en mi mente, y necesitaba procesar cada una de las interacciones que acababa de vivir. Sin embargo, había algo que necesitaba, algo que me permitiera despejar mi mente: aire fresco. Así que, después de un rato, le pedí a Diana que me acompañara.
—Diana, quiero ir al jardín —le dije, mientras me levantaba de la cama.
Ella me miró, pero no dijo nada por unos segundos. Finalmente, suspiró y se pasó una mano por la cabeza.
—Señora, ¿segura que quiere ir allí? ¿Después de lo que pasó la última vez? ¿Recuerda lo que ocurrió? Tuve que correr por todo el jardín para que se calzara... —comentó, con una expresión preocupada, como si la situación me fuera a resultar incómoda.
No pude evitar reír, disfrutando del pequeño momento de ligereza.
—Sí, sí, ya lo recuerdo —le respondí con una sonrisa burlona—. Pero, Diana, no me hagas caso, me gusta estar descalza. Es más cómodo. Resígnate por favor. —
Diana no pudo evitar soltar un suspiro, resignada. Pero, como siempre, me acompañó sin poner más reparos. Mientras caminábamos por el jardín, me sentí más tranquila. Había algo en la naturaleza que siempre me ayudaba a calmar mi mente agitada. Fue entonces cuando vi un árbol magnífico, cuyas flores rojizas parecían brillar bajo el sol. Me acerqué rápidamente y me tumbé en la sombra de sus ramas, sintiendo cómo el aire fresco me envolvía.
Mientras estaba allí, perdida en mis pensamientos, comencé a reflexionar sobre todo lo que había ocurrido. Mi situación con el Duque seguía siendo desconcertante. Lo que había comenzado como un matrimonio de conveniencia, ahora se había convertido en algo más complejo, y no sabía qué hacer con ello. El poder, el control, las intrigas... todo me parecía tan ajeno a la persona que alguna vez fui, a la que alguna vez pensó que su vida sería diferente.
De repente, sentí que alguien se paraba cerca de mí. Pensé que era Diana, que había venido a darme algo o preguntar algo, pero cuando me incorporé para hablar, me detuve al ver quién estaba frente a mí. Era un hombre alto, imponente, con una cicatriz que le cruzaba el rostro. Esa descripción me era extrañamente familiar: hombre perfecto, cicatriz y cabello negro.
Antes de que pudiera decir algo, mi reacción fue instintiva.
—¡Comandante de los caballeros del Duque! —grité, sorprendiéndome incluso a mí misma por lo rápida que fue mi reacción.
El hombre se quedó en silencio por un momento, claramente sorprendido por mi exclamación. Finalmente, hizo una ligera reverencia.
—Me sorprende que me reconozca, señora —dijo, con una voz profunda, que emanaba respeto.
Me levanté de golpe y me acerqué un poco, mirándolo con curiosidad. La sensación de haberlo reconocido era demasiado fuerte.
—Pensé que la señora necesitaba ayuda... —comenzó él, mirando con atención mis pies descalzos. —¿Está bien, señora? Veo que no lleva zapatos. —
—Oh, esos... —le dije, sin darle mucha importancia—. Descargo mi energía en la tierra—
—Como dice señora... —
—Nada, simplemente así es más cómodo. —Mi tono fue ligero, casi juguetón.
El comandante parecía no saber si debía responder o no, pero antes de que pudiera seguir con sus pensamientos, me adelanté.
—Hace tiempo quería hablar con usted ¿Tienen arquería aquí? —pregunté de pronto, sin pensarlo demasiado.
Él me miró desconcertado por un momento, como si no entendiera bien lo que acababa de decir.
—Sí, señora, ahora mismo están practicando... —respondió, aún algo dudoso.
—¿Puedo ir a ver? —le pregunté con interés.
El hombre se mostró aún más sorprendido y un poco incómodo.
—No es eso, señora —dijo, vacilando—. Es que desde que llegó, es la primera vez que pide algo así... Además, la arquería es un lugar donde pocas damas se atreven a dirigirse. Hay muchos de los caballeros allí... sin sus camisas, por el calor. —
Me quedé unos segundos pensativa antes de responder.
—¿Oh, en serio? ¿Podré ver torsos desnudos? —pregunté, con una sonrisa traviesa.
Diana, que había estado en silencio observando todo, de repente intervino.
—¡Señora, no ponga al caballero en una situación incómoda con sus comentarios! —dijo, alarmada, desde un costado.
Al escucharla, reí y me encogí de hombros.
—Oh, ¿fue fuera de lugar algo así? —comenté, ligeramente molesta, aunque con un tono juguetón—. Tch, qué gente aburrida...
Miré al comandante con una sonrisa decidida.
—Bien, vamos caballero. Ningún torso desnudo me molestará. —Mi tono era firme, y mi mirada retadora.
El hombre, aún confundido por el giro que había tomado la conversación, asintió y comenzó a caminar hacia la arquería, sin entender muy bien cómo había llegado a esa situación. Aunque parecía un tanto tenso, sabía que había pocas opciones para negarse, ya que todos los cargos altos dentro de la mansión ya habían sido avisados: darle a la Duquesa lo que quisiera, desde el incidente hace tres meses.
Mientras caminábamos, me sentía extrañamente ligera, como si, por un momento, tuviera el control de la situación. Al menos esta vez, estaba eligiendo lo que hacer, aunque fuera algo tan insignificante como ir a ver a los arqueros.
Al entrar en la arquería, me di cuenta de que la atmósfera era mucho más relajada de lo que había imaginado. Los caballeros entrenaban con seriedad, pero también con una cierta camaradería. Mientras me acercaba a una de las ventanas, observé cómo algunos de ellos lanzaban sus flechas, su concentración absoluta en sus movimientos.
Algunos de los caballeros me miraron brevemente, sorprendidos por mi presencia, pero la mayoría no parecía tan impresionado, como si ya estuvieran acostumbrados a ver cosas como esta. Un susurro recorrió la sala, y escuché un par de comentarios entre ellos.
—¿Será cierto que la Duquesa tiene un amante y el Duque está tratando de conquistarla? —dijo uno de los hombres, mirando en mi dirección con curiosidad.
Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar esas palabras, pero decidí no darle importancia. Sabía que los rumores corrían rápidamente en este tipo de lugares, pero si iban a hablar de mí, que lo hicieran. Ya no me importaba lo que pensaran los demás. En este momento, yo era la que tomaba las decisiones.