Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 20
Regulus se detuvo frente al niño que leía tranquilamente bajo la sombra de un árbol. Su mirada, tan aguda como siempre, se suavizó apenas al posarse sobre Elios.
—Elios —dijo con tono sereno—, necesito que me entregues lo que trajiste contigo.
El niño alzó la vista, sin sorpresa. Cerró el libro con calma y lo sostuvo sobre sus piernas.
—¿Te refieres a los dragones? —preguntó con naturalidad.
Leonor y Mauricio intercambiaron una mirada. El corazón de ella se encogió ante la simpleza con que lo decía. Era un niño… y, aun así, lo entendía todo.
Regulus asintió lentamente.
—Sí. Es momento de despertarlos. Pero no podemos hacerlo sin ti.
Elios permaneció en silencio unos segundos. Bajó la mirada hacia el suelo, pensativo, y luego giró el rostro en busca de su hermana. Neftalí se acercaba en ese momento, con Isabela a su lado, ambas aún cubiertas de polvo del entrenamiento.
El niño la observó con seriedad.
—¿Puedo hacerlo? —preguntó con voz baja pero firme—. ¿Puedo confiarles a ellos…?
Neftalí sintió una punzada en el pecho. Ese “ellos” no se refería a los adultos que los rodeaban, sino a los dragones que habían custodiado su viaje, sus noches de huida, su vida rota.
Se arrodilló frente a él, tomando sus pequeñas manos entre las suyas.
—Sí —respondió con un hilo de voz emocionado—. Si tú crees que es el momento, entonces hazlo. Confío en ti.
Elios asintió. Luego se levantó, con un brillo nuevo en los ojos.
—Espérenme aquí. Iré por ellos.
Sin más, corrió hacia el palacio y, al cabo de unos minutos, regresó con tres huevos dorados en brazos. Todos lo observaron con asombro; nadie había notado cuándo los había ingresado al castillo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Neftalí, mirando al mago.
—Debes revelarlos y armar un círculo de fuego —respondió él, volviendo la mirada hacia Alcides y Úrsula—. Es momento de que invoquen su fuego ancestral.
Los príncipes asintieron y, apartándose unos pasos, colocaron las manos en el suelo. Con la guía de Regulus, encendieron un círculo mágico de llamas puras. El mago luego indicó a Neftalí que ingresara con los huevos.
Ella asintió y, tomando los tres con sumo cuidado, entró en el círculo. Pronto, Regulus alzó las barreras mágicas y el calor comenzó a concentrarse en el interior.
El aire vibró.
El calor envolvió los huevos dorados hasta que comenzaron a brillar con intensidad... y luego, lentamente, empezaron a resquebrajarse.
Pequeñas líneas doradas se extendieron como venas luminosas sobre la superficie. Un crujido sutil llenó el aire, y un leve temblor recorrió el suelo dentro del círculo de fuego.
Todos contuvieron la respiración.
De pronto, con un estallido sordo, las cáscaras cedieron una tras otra. De cada huevo emergió una criatura envuelta en un leve vapor dorado, imponente desde el primer instante. Aunque sus cuerpos eran pequeños, la energía que los rodeaba era poderosa, antigua… indómita.
Sus ojos —uno de color zafiro, otro de rubí y el tercero de esmeralda— se abrieron al mismo tiempo, brillando con una conciencia que iba mucho más allá de lo natural. Se incorporaron lentamente, sacudiendo las alas membranosas con elegancia instintiva. A pesar de su tamaño, su mirada era la de sabios milenarios.
Neftalí retrocedió un paso, con el corazón palpitando con fuerza. Los dragones la observaron con intensidad. Luego, en perfecta sincronía, se inclinaron ante ella.
En su mente, una voz profunda y serena se alzó, como un eco antiguo que provenía de todas partes y de ninguna.
—Salve, Reina del Fuego.
—Salve, Rey del Amanecer.
Elios, desde fuera del círculo, los miraba en silencio, pero asintió con respeto. También él había oído la voz. Neftalí, sorprendida, miró a los dragones y preguntó en voz alta:
—¿Nos entienden?
—Desde antes de nacer, los observamos. Estamos ligados a ustedes. Somos uno.
El vínculo se selló en ese instante, invisible para todos los presentes. Nadie más oyó la conversación, solo vieron a los dragones inclinar la cabeza ante los hermanos, reconociéndolos.
Isabela, Lyanna y Selene, que observaban desde fuera con fascinación, dieron un paso adelante, con los ojos brillando de emoción.
—¡Son tan tiernos! —susurró Lyanna con una sonrisa radiante.
—¿Podemos tocarlos? —preguntó Selene, encantada.
Los tres dragones levantaron la vista al unísono, los ojos brillando con un destello de burla ancestral. Uno de ellos, el de ojos rubí, ladeó la cabeza y se relamió los colmillos.
—¿Tiernos? —pensó con tono burlón, audible solo para Neftalí y Elios—.
—Adelante, acarícennos. También podríamos morder con ternura.
—Una mordida diplomática, claro. Solo los dedos... no el brazo entero.
Neftalí no pudo evitar soltar una risita, cubriéndose la boca. Elios sonrió de lado, cómplice del sarcasmo.
Las trillizas, desconcertadas por la reacción repentina de los hermanos, se detuvieron a medio camino.
—¿Qué pasa? —preguntó Isabela.
—Creo… que deberíamos esperar un poco antes de tocarlos —respondió Neftalí, aún riendo entre dientes.
Los dragones se acomodaron a su alrededor, orgullosos, vigilantes y claramente conscientes de su papel. Aunque recién nacidos, nada en ellos era infantil. Eran poderosos. Eran antiguos. Y ahora… eran suyos.
Regulus, al ver cómo los príncipes parecían comunicarse con las criaturas, dio un paso al frente.
—¿Acaso les están hablando?
Neftalí asintió, confundida.
—¿No los escuchan?
—No —respondieron todos al unísono.
—Muy bien, traduzcan. Díganles que los despertamos porque necesitamos su ayuda.
Neftalí miró a los dragones, y estos respondieron:
—Dígale al mago, mi reina, que entendemos perfectamente su idioma. De hecho, hablamos el mismo. Solo que no todos nacen con el don para podernos oír.
Elios frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque ese don solo se transmite por sangre. Solo los hijos del antiguo Hijo del Dragón pueden oír nuestras voces.
Regulus frunció el ceño, impaciente por la conversación privada. Neftalí entendió el gesto y aclaró:
—Dicen que entienden todo, pero que solo los que nacen con el don pueden escucharlos. Es algo que se hereda… por sangre.
Elios, curioso, preguntó:
—Por cierto… ¿cómo nos llamaron?
Uno de los dragones alzó la cabeza con solemnidad.
—Reina del Fuego y Rey del Amanecer. A partir de este momento, solo les serviremos a ustedes...
Los tres dragones hablaron al unísono, sus voces unidas en un juramento que estremeció el aire.
—Volaremos juntos. Moriremos juntos.
Elios y Neftalí se quedaron sin palabras, sobrecogidos por la promesa.
Pero antes de que el niño dijera algo que pudiera alarmar a los presentes, Neftalí sonrió y dijo con dulzura:
—Gracias… ustedes también son muy lindos. ¿Verdad, Elios?
El príncipe miró a su hermana y, asintiendo lentamente, respondió con una sonrisa leve:
—Sí… lo son.
Los tres dragones se acomodaron alrededor de los hermanos, como si formaran una guardia ancestral. A pesar de sus pequeños cuerpos, cada uno irradiaba una presencia poderosa que hacía temblar el aire a su alrededor.
Regulus los observaba con una mezcla de respeto y desconcierto. Se cruzó de brazos y se dirigió a Leonor y Mauricio en voz baja.
—Esto... cambia todo. No son simples criaturas mágicas. Son herederos de una línea perdida. Y ellos... —miró a los hermanos con el ceño fruncido— están destinados a comandarla.
Leonor tragó saliva y posó una mano sobre el brazo de su esposo.
—Nuestro deber es protegerlos —susurró ella.
Mauricio asintió.
Mientras tanto, uno de los dragones —el de ojos esmeralda— alzó la cabeza y miró hacia las trillizas, que aún no se atrevían a acercarse.
—Aún creen que somos adorables —pensó con tono burlón.
—Deberíamos escupir un poquito de fuego, solo para ver qué hacen —respondió el de ojos rubí.
—O lanzarnos sobre ellas en un salto dramático —sugirió el de zafiro con aire solemne—. Solo por diversión educativa.
Elios reprimió una carcajada, y Neftalí tuvo que morderse el labio para no reír a carcajadas. Ambos intercambiaron una mirada cómplice, mientras los dragones se divertían con sus propias bromas mentales.
—¿Cómo se llaman? —preguntó Elios de pronto.
Los tres dragones se miraron entre sí, luego alzaron sus cabezas con majestuosidad. Fue el de ojos esmeralda quien habló primero, su voz resonando como un eco profundo en las mentes de los príncipes:
—Yo soy Kaelthys, guardián de los bosques eternos.
Luego el de ojos rubí:
—Mi nombre es Yrndra, la llama que no se apaga.
Y finalmente el de zafiro:
—Me llaman Tharion, vigilante de los cielos nocturnos.
Neftalí repitió los nombres en voz alta para los presentes, sintiendo que cada sílaba tenía peso y poder. El silencio que siguió fue reverente.
Regulus avanzó un paso.
—Kaelthys, Yrndra, Tharion… estamos honrados de recibirlos.
Los dragones lo miraron brevemente, con respeto, pero sin inclinar la cabeza. Luego volvieron su atención a Neftalí y Elios.
—¿Y ahora? —susurró ella.
El dragón de ojos esmeralda habló:
—Ahora comienza su verdadero entrenamiento. No solo como príncipes… sino como jinetes.
Las palabras flotaron en sus mentes como una promesa antigua. Y, a lo lejos, en el cielo, un trueno sin tormenta pareció resonar como augurio.