Desaparecidos

Bitácora del Inspector Héctor Ramírez

Hoy por la mañana, Clara llegó a mi despacho con una expresión grave. En sus manos sostenía una copia de la lista encontrada en el cuaderno del edificio abandonado. Había algo nuevo que debía saber.

—Inspector, tenemos una desaparición reciente —dijo, colocando el documento frente a mí.

La lista tenía seis nombres, escritos con una caligrafía pulcra y precisa:

Mariana Gómez X

Santiago Herrera X

Julia Martínez

Ernesto López

Carolina Vélez

Andrés Castillo

El tercer nombre, Julia Martínez, destacaba porque esa mañana había sido reportada como desaparecida por su hermana. Según el informe preliminar, Julia no había regresado a casa desde el día anterior.

Julia Martínez tenía 32 años, trabajaba como enfermera en un hospital local y vivía con su hermana menor, Daniela. Según Daniela, Julia salió de casa la tarde del 13 de abril diciendo que iría a visitar a una amiga, pero nunca llegó a su destino. Al revisar sus pertenencias, Daniela encontró su celular abandonado en la sala, algo completamente fuera de lugar para Julia, quien siempre llevaba consigo su teléfono.

Nuestra primera parada fue el hospital donde trabajaba. Allí, varios colegas nos hablaron de Julia como una persona amable y dedicada, pero también mencionaron algo que me llamó la atención. Uno de ellos, un médico llamado Dr. González, recordó que Julia había estado inquieta en las últimas semanas.

—Comentó algo sobre sentirse observada, pero no quiso entrar en detalles. Todos pensábamos que era estrés por el trabajo —dijo el doctor, claramente preocupado.

Esto despertó ecos inquietantes de los casos de Mariana y Santiago.

Por la tarde, visitamos a la amiga que Julia supuestamente iba a ver, una mujer llamada Isabel Torres. Isabel confirmó que Julia le había dicho que planeaba pasar la tarde con ella, pero nunca llegó. También mencionó algo más:

—Hace unos días, Julia me habló de unos sueños extraños que había estado teniendo, como si alguien la llamara desde un lugar oscuro. Estaba nerviosa, pero traté de tranquilizarla, pensando que eran solo pesadillas.

El detalle de los sueños, junto con la lista y las marcas en los casos anteriores, hizo que se me erizara la piel.

De regreso en la oficina, Clara y yo revisamos nuevamente las cámaras de seguridad cercanas al barrio donde Julia vivía. Después de horas de búsqueda, encontramos una grabación relevante. A las 8:47 p.m., se veía a Julia caminando sola por una calle poco iluminada. Minutos después, una camioneta oscura se detuvo a su lado. La calidad de la grabación no era suficiente para identificar la matrícula, pero se veía claramente que alguien bajó del vehículo y obligó a Julia a entrar.

No había dudas: Julia no desapareció por decisión propia.

Antes de cerrar el día, convoqué al equipo a una reunión de emergencia. Mostré la lista encontrada en el cuaderno y les expliqué lo que habíamos descubierto hasta ahora. La conexión entre Mariana, Santiago y ahora Julia no podía ser ignorada.

—Estas personas no están desapareciendo al azar —dije mientras los rostros de mi equipo mostraban expresiones de preocupación—. Alguien está eligiendo a estas víctimas por una razón específica, y tenemos que descubrir cuál es antes de que sea demasiado tarde para los que quedan en esta lista.

La pregunta que más me inquietaba era: ¿quién será el próximo? Y, sobre todo, ¿qué significa ser uno de “Los Elegidos para el Vínculo”?