Amor Azul

"El amor en soledad se tiñe de acuarela azul. Una y otra vez caigo en el lodo por no haber podido decir lo que quise al principio."

Volvía a la casa junto a mi hermano, traíamos pescados y verduras para la cena, cuando vimos a nuestros papás de un lado a otro haciendo llamadas y hablando con autoridades. Pensé que algo malo había pasado. Entramos apurados, no entendía nada. Miré en la habitación y estaban todos menos Alessandro.

—Mamá, ¿y Alessandro? —le pregunté.

Ella estaba de un lado a otro, muy nerviosa, hablando con alguien a través del celular. Cuando dijo "Alessandro", me desesperé y fui a la habitación. No estaba ahí. Los busqué por la casa y no estaba. Pasé por la cocina y mi mamá me dijo algo que me hizo helar la sangre.

—Alessandro no aparece desde la mañana. Ya hicimos la denuncia, pero hay que esperar veinticuatro horas —dijo ella, llevando la mano a su cara para limpiar las lágrimas.

Salí de ahí corriendo. Corrí a los lugares que conocía, pero no estaba ahí. Mis pies dolían y el aire fresco que respiraba me raspaba la garganta. Mis fosas nasales se abrían mucho para poder respirar mejor. Corrí sin parar. Lo busqué en el lago y seguí más al fondo. Prendí mi linterna y lo busqué. Vi ramas rotas y pisadas. Sabía que alguien había pasado por ahí. Seguí esas pisadas y de golpe aparecieron dos más. Tenía miedo. No sabía si era Alessandro y alguien más que le había hecho daño. Desde lejos, vi una mancha roja oscura, casi oxidada. Me alarmé aún más y grité su nombre. Aunque me quedaba poca voz, grité su nombre. Tosí, pero seguí. No hubo respuesta. Seguí las pisadas y había un camino. Seguí ese camino, después de correr un rato, llegué a un pueblo. Había un hospital entre otras cosas. Decidí entrar al hospital.

—Buenas noches —dije con dificultad.

—¿Por casualidad no llegó un chico de unos dieciocho años hoy? —pregunté con el corazón en la garganta.

—Un chico de rulos —preguntó la enfermera.

—Sí, dígame por favor si lo vio —le supliqué.

—Sí, llegó, pero... —hizo una pausa.

—¿Pero qué? —pregunté.

—Recibió un disparo cerca del abdomen. Lo operamos. Ahora está en observación —me dijo.

—¿Me presta el teléfono para hacer una llamada? —pregunté.

Ella aceptó y me dio el teléfono. Me temblaban las manos. No podía escribir el número. Ella notó eso y me lo sacó. Me dijo que le dijera el número y así lo hice.

—Mamá, ya lo encontré... Está en el hospital. Vení antes de que me muera aquí mismo. No aguanto más esto —le dije, estaba llorando. La enfermera le dijo la dirección.

—¿Puedo ir a verlo? —pregunté.

—Sí, al fondo, en la habitación siete —me señaló.

Llegué ahí, entré y lo vi. Otra vez así, en una cama llena de aparatos que ni sabía para qué funcionaban. Su llanto me ganaba y se me ahogaba la respiración.

Mucho más tarde llegaron mis papás y tíos a mirar por Alessandro, le dijeron su situación, había que esperar a ver cómo él evolucionaba. Era un milagro que la bala no hubiera tocado zonas vitales.