En el corazón del Bosque de Dragonwolf, donde dos clanes milenarios han pactado la paz a través del matrimonio, nace una historia que nadie esperaba.
Draco, el orgulloso y temido hijo del clan dragón, debe casarse con la misteriosa heredera Omega del clan lobo y tener un heredero. Louve, un joven de mirada salvaje, orejas puntiagudas y una cola tan inquieta como su espíritu, también huye del destino que le han impuesto.
Sin saber quiénes son realmente, se encuentran por casualidad en una cascada escondida... y lo que debería ser solo un escape se convierte en una conexión inesperada. Draco se siente atraído por ese chico libre, borrachito de licor y risueño, sin imaginar que es su futuro esposo.
¿Podrá el amor florecer entre dos enemigos destinados a casarse sin saber que ya se han encontrado... y que el mayor secreto aún está por revelarse?
Una historia de miradas tímidas, corazones confundidos y un embarazo no deseado.
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Un error muy delicioso.
Tres días.
Tres malditos días.
Draco abre los ojos lentamente, sintiendo el cuerpo pesado, la garganta seca y el olor…
—Mierda… —gruñe por lo bajo.
Ese aroma dulce, cálido, adictivo. Olor a Pastel de manzana.
Nota una respiración suave a su lado.
Louve.
Desnudo.
Su cuerpo pequeño y blanco, lleno de marcas rojas, mordidas, arañazos… y sëmen.
Mucho sëmen.
El dragón se pasó la mano por la cara con desesperación.
—¿Qué carajos hice…? —se pregunta en voz baja.
Tres días encerrado.
Tres días de puro instinto, de lujuria descontrolada. ¿estará bien? No...no puede estar bien.
Tres días besándolo, marcandolo, llenándose de su enemigo natural.
—Soy un desgraciado… un maldito… —gruñe, pero sus ojos seguían clavados en esa espalda perfecta, en esa cintura pequeña… en esa piel que lo había vuelto adicto. En ese trasero con forma de durazno. Nota como sus jugos se desparraman de su trasero.
Lo peor de todo…
Lo recordaba.
Cada maldita cosa.
Cada gemido.
Cada súplica.
Cada parte de Louve… más femenino, más delicado y bonito…
—¡Maldita sea, es mi enemigo! —se levanta de golpe, camina al baño, desnudo, despeinado y con la frustración marcada en la frente, con su cosa moviéndose de un lado a otro entre sus piernas.
Abre la llave del agua helada y mete la cabeza entera.
—Esto no puede estar pasándome… —gruñe con los dientes apretados—. ¡Se supone que debía matarlo! ¡Eliminar al heredero del clan lobo! No… no... follármelo durante tres malditos días como un maldito dragón en celo.
Se apoyó en la pared mojada, jadeando.
—¿Cómo le explico esto a mi viejo? —rie nervioso, desesperado—. "Hola padre, intenté matarlo pero... ups, terminé embarazándolo probablemente. Lo ensarté como un pincho de carne asada"
Volvió a reír, pero de rabia.
—Y lo peor… me gustó. Cada maldito segundo me gustó. Por las calvas del rey dragón...estoy JODIDO.
Cerró los ojos un instante… y las imágenes lo golpearon como un látigo.
Louve llorando.
Louve gimiendo.
Louve suplicando.
Louve mordiéndolo y marcándolo como suyo.
El nalgueandolo.
Su mirada se volvió oscura.
—Estoy jodido… pero jodido hasta el alma. Y tú eres el culpable desgraciado, pensé que estabas de mi lado pero eres un debilucho (le habla a su pito)
Giró el rostro y miró hacia la cama.
Ahí estaba.
Ese omega que debía ser su enemigo… pero que ahora era su maldita obsesión.
Draco se cruza de brazos y suspira.
—Tengo que inventarme una muy buena excusa… o ir cavando mi tumba.
Pero ni así pensaba devolverlo.
Ni así pensaba dejar que alguien más lo tocara.
Louve… ya era suyo.
Para su desgracia.
Y para su placer.
—Ummm...mi placer personal.
Minutos después, Draco sale del baño vestido, peinando su cabello húmedo hacia adelante, mientras mascullaba maldiciones en voz baja.
—Perfecto, Draco… perfecto… —se dice—. No solo desobedeciste a tu padre… ahora encima… ¿qué diablos…?
Se detuvo en seco.
Su mirada se clavó en Louve, aún dormido, acurrucado en las mantas. Pero había algo distinto…
—¿Qué…?
Frunció el ceño y se acercó lentamente. En toda la nuca y la frente del lobo, mechones de pelo grisáceos —idénticos a los de su propio cabello— adornaban su melena antes completamente negra.
—¿Qué carajos es esto… ¿Realmente somos compatibles? —susurra entre asombrado y alarmado.
Pero no tuvo tiempo de analizar nada más.
Afuera, los gritos y vítores se escuchaban.
Cuando sale de la tienda, todos los presentes —lobos y dragones— aplauden emocionados por el "consumado" matrimonio. Pero apenas notaron que Louve no salía junto a él… los aplausos murieron.
—¿Dónde está mi hijo? —pregunta alarmada la madre de Louve, cruzando entre todos.
Draco traga saliva, con cara de póker.
—Está… dentro. Dormido.
El Rey Dragón, que observa desde su trono improvisado, sonríe de medio lado, con ese aire cruel y frío.
—Vaya, vaya… —susurra con burla—. Parece que mi hijo sí cumplió su deber… aunque… —mira a la madre lobo con desprecio— qué lástima… parece que ese lobito era demasiado débil para él.
La madre de Louve no lo pensó dos veces y entró junto a varias doncellas.
Dentro de la tienda…
Un grito desgarrador resonó.
—¡¡¡LOUVE!!! —chilla al verlo desnudo, lleno de marcas, mordidas y restos que dejaban claro lo que allí había pasado.
Una de las doncellas sale corriendo.
—¡¡Traigan medicina!!
En ese momento, Louve se remueve entre las mantas, abriendo los ojos lentamente, adolorido, confundido… y con una migraña brutal.
—Mamá… —gruñe débil— no chilles… me duele la cabeza…
Su madre se arrodilla a su lado, llorosa.
—Hijo mío… ¿qué pasó aquí? ¿Qué te hizo ese dragón bestia?
Louve parpadea somnoliento, llevándose una mano al cuello lleno de mordidas.
—¿Qué… qué pasó? —pregunta inocente— ¿No era normal estar encerrados así?
Su madre lo mira horrorizada.
—¡Un día, Louve! ¡Era un día… no tres!
El pobre omega se queda congelado… y cuando el peso de sus palabras cae sobre él… sus mejillas se encendieron de rojo intenso.
—¡¿T-tres… días?! —balbucea.
Su madre asintió, limpiándole el rostro con lágrimas en los ojos.
—Sí… tres días encerrado con un dragón… y por el olor que hay aquí… ese dragón está más que obsesionado contigo…
Afuera, Draco se cruzaba de brazos, mirando el cielo con resignación aceptando los saludos de sus hombres de batalla.
—Genial… —bufa con sarcasmo—. De asesino de lobos… a esposo niñero de un lobo…
Se frota la frente.
—¿Esta bien jefe?
—Mi vida es un completo desastre.
La tensión en el ambiente es evidente mientras su madre convoca a un médico masculino, el médico del campamento llegaba a la tienda, caminando con rapidez. Sus ojos se dirigieron primero al estado de Louve, que yacía aún semi-consciente, su madre a su lado. El médico comenzó a examinarlo, tocando sus muñecas y su cuello, buscando signos de alguna herida grave. Con cada toque, Louve se removía ligeramente, aun arrastrando el dolor de los tres días pasados.
—Todo está dentro de lo que cabe normal, dentro de las circunstancias, colega… —dice el médico, frunciendo el ceño mientras recorría el cuerpo de Louve con su mirada profesional—. No parece haber daños internos graves, pero... las otras novias lobas... —se detuvo, observando cómo las otras dos jóvenes hembras caminaban, visiblemente heridas—... serán incapaces de estar con sus esposos durante una semana, ya que sus cuerpos necesitan tiempo para recuperarse de la intensidad de la unión. Pero Louve, él parece... bien. De hecho, parece que se ha adaptado... o se ha acostumbrado.
La madre de Louve no pudo evitar soltar un suspiro aliviado, pero aún con el rostro pálido de preocupación.
—¿Bien? —pregunta ella, mirando a su hijo—. ¿Qué quieres decir con "bien"? ¡Parece que algo terrible le ha pasado!
El médico asintió lentamente.
—Sí, fue un proceso muy duro, pero parece que el omega está en condiciones de pasar la noche con su esposo, si lo desea.
Louve, sintiéndose aún mareado y vulnerable, trata de hablar, pero su voz estaba rota.
—Madre… ¿es esto… normal?
Su madre se queda en silencio por un momento, mirando a su hijo, antes de responder con una mirada decidida.
—No, no lo es… pero aquí estamos… todos lo vivimos a nuestra manera.
Mientras tanto, fuera de la tienda, el Rey Dragón estaba furioso, observando a su hijo, Draco, con una mirada fija de desaprobación. Con paso firme, se acerca a él y lo jala hacia un rincón apartado, lejos de las miradas curiosas.
—¿Qué diablos pasó, Draco? —pregunta con tono grave, apretando la mandíbula.
Draco, aún mareado por la situación, se cruza de brazos y se da una ligera palmada en la frente, tratando de ocultar el sudor frío que le recorría la espalda.
—Los lobos… —comenzó, sin mirar a su padre—. Sus feromonas... me dejaron inconsciente. No pude controlar nada.
El Rey Dragón lo mira con desconfianza, recorriendo su cuello con la mirada. Allí, una mancha roja, aún visible, estaba marcada profundamente.
q esperabas