Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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El reencuentro
Cuatro años después de la partida de Ian y Sofia...
El tiempo parecía deslizarse como arena entre los dedos, imperceptible pero constante. Dos años más habían transcurrido, y las vidas de Erick y Sofia seguían caminos tan opuestos como el día y la noche. Erick, sumido en su rutina de trabajo durante el día y su vida social desenfrenada por las noches, parecía no encontrar un equilibrio verdadero. Por otro lado, Sofia florecía en Europa, construyendo un futuro prometedor con esfuerzo y pasión.
Desde la universidad de Sofia, se había organizado una muestra itinerante de las obras más destacadas de sus estudiantes, llevándolas a diversos museos de renombre en Europa. Su dedicación y talento la habían colocado entre los seleccionados, y con cada exposición, sus fotografías capturaban la atención de críticos y amantes del arte por igual. Para ella, era un sueño hecho realidad, pero no lo habría logrado sin el apoyo de Ian, quien también había sido reconocido por su excelencia en cinematografía.
Ian no solo era su compañero inseparable, sino que además había asumido el rol de documentar todo el proceso con su cámara. Las exposiciones, los viajes y los momentos de incertidumbre quedaban grabados gracias a su habilidad, dejando un testimonio vivo de sus experiencias compartidas.
Los viajes llevaron a Sofia e Ian a lugares que jamás imaginaron. Desde París hasta Roma, pasando por Berlín y Ámsterdam, cada ciudad era una nueva aventura. Para Sofia, era una oportunidad de expandir su perspectiva artística, de aprender de culturas distintas y de crecer no solo como profesional, sino como persona. Ian, siempre a su lado, compartía su entusiasmo y complementaba su talento con sus propios logros.
En cada museo, las fotografías de Sofia eran admiradas por su profundidad emocional y técnica impecable. Eran imágenes que hablaban de nostalgia, de los instantes efímeros de la vida, y aunque ella no lo admitiera, muchas estaban inspiradas en recuerdos que guardaba en lo más profundo de su corazón, incluso aquellos que preferiría olvidar.
Erick, mientras tanto, seguía su camino sin saber mucho sobre ella. Sus conversaciones con Leonardo se habían vuelto más distantes, enfocadas principalmente en negocios. Pero, de vez en cuando, un detalle menor sobre la vida de Sofia se colaba en sus charlas, avivando una curiosidad que él no quería admitir.
Por las noches, en la soledad de su departamento en Suiza, Erick a veces reflexionaba sobre su vida. Pensaba en los caminos que había tomado, en las decisiones que lo llevaron hasta allí. Había momentos en que sentía un vacío inexplicable, algo que no podía llenar ni con el éxito profesional ni con las relaciones pasajeras. Sofia era un nombre que evitaba pronunciar, pero su recuerdo seguía vivo, latente, aunque no quisiera aceptarlo.
Mientras tanto, Sofia e Ian se preparaban para su próxima exposición, esta vez en Londres, una ciudad vibrante que prometía nuevas oportunidades. Lo que ninguno de los dos sabía era que el destino estaba preparando un encuentro inesperado que cambiaría el rumbo de sus vidas.
Erick, quien se encontraba en Londres por asuntos de negocios, decidió visitar una galería de arte en su tiempo libre, una actividad poco común para él, pero que sintió necesaria para distraerse. Al entrar en la sala de exposiciones, se encontró frente a una fotografía que lo dejó sin aliento. Era una imagen de una calle nevada, iluminada por luces cálidas de Navidad, con una sombra que le recordaba a alguien que había conocido años atrás.
Dos meses después
La noche había sido larga y cargada de excesos, como muchas otras en la vida de Erick. Al salir del bar, el aire frío de la madrugada le golpeó el rostro, pero la mujer pelirroja que iba a su lado le proporcionaba el calor suficiente. Ambos rieron por un comentario trivial mientras caminaban tambaleándose hacia el departamento de ella.
El edificio era moderno, de aquellos que tenían un aire sofisticado que a Erick le parecía frío y sin vida, pero no le importó. La pelirroja sacó las llaves de su bolso y abrió la puerta principal, sacando de paso el contenido del buzón. Las cartas y un par de folletos se acumularon en sus manos mientras ella lo guiaba hacia el interior.
—Deja que tire esto por ahí —dijo ella con una sonrisa pícara al tiempo que dejaba caer todo sobre la mesa del comedor.
Erick apenas prestó atención. Su mirada estaba fija en la figura de la mujer, quien enseguida se acercó a él para besarlo. Los movimientos fueron rápidos, ansiosos, como si el tiempo apremiara. Las luces tenues del departamento y el eco de sus risas llenaron el lugar mientras ambos se perdían en la pasión del momento.
La noche se deslizó entre caricias y palabras vacías. Pero cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, arrojando sus primeros rayos sobre la ciudad, Erick se levantó de la cama. Miró a la pelirroja, que seguía profundamente dormida, y sintió una sensación de vacío que le resultaba familiar.
Se vistió en silencio, buscando no hacer ruido, y cuando llegó a la mesa del comedor para recoger su saco, algo llamó su atención. Entre las cartas y la propaganda desechada, un folleto colorido destacaba. Lo tomó por inercia y le dio una rápida mirada. Era un anuncio de una exposición de arte que se celebraría en un museo de la ciudad.
Al principio, estuvo a punto de dejarlo ahí, pero algo lo detuvo. Recordó las palabras de Leonardo en una de sus últimas conversaciones. Habían hablado de Sofia, de cómo estaba logrando destacar en Europa con su talento. Aunque nunca lo había admitido en voz alta, aquellas charlas siempre dejaban en él una sensación de orgullo y nostalgia. Sin pensar demasiado, dobló el folleto y lo guardó en el bolsillo de su saco.
Antes de salir, dio una última mirada al departamento, a la mujer que seguía dormida en su cama. Sacudió la cabeza y cerró la puerta tras de sí.
Caminó por las calles silenciosas de la ciudad, el eco de sus pasos resonando en la acera. Sin saber por qué, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al recordar a su princesa. Había algo en ese folleto que lo había hecho detenerse, y aunque no estaba del todo seguro de qué era, sintió que necesitaba descubrirlo.
La sala principal del museo estaba llena de murmullos y pasos tranquilos. Las luces perfectamente colocadas iluminaban las obras de arte que adornaban las paredes, proyectando un ambiente sofisticado. Sofia, vestida con un elegante vestido negro que acentuaba su figura, recorría la exposición junto a los otros estudiantes, interactuando con los asistentes y explicando el significado detrás de cada pieza. Aunque trataba de mantener la compostura, su interior era un torbellino. Estar en la misma ciudad que Erick removía emociones que creía enterradas.
Ian, siempre atento, capturaba cada momento con su cámara. Sabía lo nerviosa que estaba ella, pero no mencionaba a Erick. Ambos sabían que pensar en él era un tema delicado. Ian optó por apoyarla con su presencia y su humor, manteniendo el ánimo ligero mientras la noche avanzaba.
Por otro lado, Erick, con el folleto de la exposición aún guardado en su bolsillo, había decidido acudir al evento sin entender del todo por qué. Tal vez era curiosidad, o quizás una fuerza inexplicable lo guiaba. Cuando cruzó las puertas del museo, vestido con su traje habitual que lo hacía destacar incluso en una sala llena de personas elegantes, sintió que su mente volvía al pasado. No sabía exactamente qué esperaba encontrar, pero la intriga lo mantuvo allí.
Caminaba entre las fotografías, admirando el talento detrás de cada obra, aunque sin profundizar demasiado. De repente, algo —o alguien— atrapó su atención. Era una mujer que hablaba animadamente con un grupo de asistentes. Su cabello ondulado y oscuro caía suavemente sobre su espalda, y su sonrisa iluminaba el espacio más que cualquier obra en la sala. Erick se detuvo en seco, incapaz de apartar los ojos de ella.
Cuando el grupo comenzó a dispersarse, Erick, sin pensarlo demasiado, se acercó. Había algo en ella que le resultaba familiar, pero no lograba identificarlo. En su típico estilo encantador, dijo con voz firme y seductora:
—Creo que encontré la obra de arte más hermosa de toda la exposición.
Sofía, que estaba a punto de girarse para atender a otro grupo, se detuvo al escuchar esa voz. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía ser él. No aquí, no ahora. Lentamente, giró la cabeza hacia la dirección de donde provenía el comentario. Cuando sus ojos se encontraron con los de Erick, el aire pareció desaparecer de sus pulmones. Su corazón latía con fuerza, casi ensordeciéndola.
—No puede ser —susurró para sí misma, sin poder apartar la mirada.
Erick, al notar la expresión en su rostro, frunció el ceño.
Y aquí nuestros protagonistas luego de cuatro años de distancia.
Erick.
Y obviamente, la bella Sofia...