Sinopsis:
"El Caballero y el Rebelde" es una historia de amor y autodescubrimiento que sigue a Hugo, un joven adinerado, y Roberto, un artista callejero. A pesar de sus diferencias, se sienten atraídos y exploran un mundo más allá de sus realidades. Deben enfrentar obstáculos y aprender a aceptarse mutuamente en este viaje emocionante y conmovedor.
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Capítulo 16: Un Futuro Brillante
Hugo y Roberto habían construido un hogar lleno de amor y risas. Su pequeño apartamento, antes un refugio, se había convertido en un santuario, un espacio donde sus sueños se hacían realidad. Roberto, con su talento innato para la pintura, había ganado reconocimiento internacional. Sus obras, llenas de color y emoción, adornaban las paredes de las galerías más prestigiosas. Hugo, por su parte, se había convertido en un diseñador de interiores de éxito, creando espacios que reflejaban la personalidad de cada cliente.
Un día, mientras ordenaba su armario, Hugo tropezó con una vieja caja de madera. Al abrirla, se encontró con un montón de objetos de su infancia: fotografías, juguetes y cartas. Entre los papeles, encontró una carta sellada con la caligrafía de su abuelo. Con cuidado, la abrió y comenzó a leer.
Al principio, la carta parecía una simple misiva de despedida, llena de consejos y buenos deseos. Pero a medida que avanzaba, Hugo se dio cuenta de que era algo más. En un pequeño sobre adjunto, encontró una llave antigua. Intrigado, volvió a leer la carta y se quedó petrificado. Su abuelo, en su testamento, le había dejado el 80% de las acciones de la empresa Velázquez.
Hugo no podía creer lo que estaba leyendo. Su padre, siempre había sido el heredero designado. Nunca había imaginado que su abuelo tuviera otros planes. Sin embargo, allí estaba, negro sobre blanco, su nombre como principal beneficiario.
Inmediatamente, llamó a Roberto. "No lo vas a creer", dijo, su voz temblorosa. "Mi abuelo me dejó el 80% de la empresa Velázquez." Roberto escuchó con atención, tratando de procesar la noticia. "Eso cambia todo", respondió finalmente. "Pero ¿qué piensas hacer?"
Hugo dudó. Por un lado, sentía una gran alegría al saber que finalmente tendría la independencia financiera que siempre había deseado. Por otro lado, se sentía culpable por la traición que sentía hacia su padre. "No sé qué hacer", admitió. "¿Debería decirle a mi padre? ¿O deberíamos mantenerlo en secreto?"
Roberto lo miró fijamente. "Nosotros ya no necesitamos el dinero de tu familia, Hugo. Somos felices así. Además, si le dices a tu padre, podría causarle mucho daño. ¿Estás seguro de que quieres eso?"
Hugo asintió con la cabeza. "Tienes razón", dijo. "Pero no quiero que piense que soy débil. Quiero que se ponga en mi lugar, que entienda por lo que he pasado."
Después de una larga conversación, Hugo y Roberto decidieron que lo mejor era mantener el secreto por el momento. Al menos hasta que estuvieran seguros de cuál sería el siguiente paso.
Días después, Hugo se encontraba en su estudio, mirando la llave que su abuelo le había dejado. Era una llave pequeña, de bronce, con un diseño intrincado. Se preguntó qué puerta podría abrir. ¿Sería la puerta de su pasado? ¿O la puerta de su futuro?
En ese momento, se dio cuenta de que tenía el poder de cambiar su vida y la de Roberto. Podía utilizar su herencia para ayudar a otros, para crear un mundo más justo y equitativo. Pero también sabía que tenía que hacerlo con cuidado, sin lastimar a nadie en el proceso.
La decisión que había tomado Hugo tendría un impacto profundo en su vida y en la de su familia. ¿Sería capaz de manejar la responsabilidad que venía con su nueva riqueza? ¿Podría mantener su relación con Roberto intacta a pesar de los cambios que se avecinaban?
Hugo, después de días de indecisión, decidió que era hora de enfrentar a su padre. Con el corazón acelerado, se dirigió a la mansión familiar. Encontró a Don Laurentino en su estudio, revisando documentos. Sin rodeos, le mostró el testamento.
"Padre, creo que deberías leer esto," dijo Hugo, entregándole la carta.
Don Laurentino, al ver el sobre, palideció. Tomó la carta y comenzó a leerla lentamente. A medida que avanzaba, su expresión se tornaba cada vez más sombría. Al terminar, levantó la vista y miró a Hugo con odio.
"Esto es una farsa", espetó. "Tu abuelo estaba senil cuando escribió esto. No tiene validez legal."
Hugo se negó a aceptar esa acusación. "No lo creo, padre. Esta carta es auténtica."
La discusión se intensificó rápidamente. Don Laurentino, en un arrebato de ira, acusó a Hugo de ser un traidor. Hugo, a su vez, le reprochó todos los años de desprecio y favoritismo.
En medio de la acalorada discusión, Hugo, impulsado por la rabia, reveló otro secreto que había descubierto: el romance de su padre con Patricia, la secretaria. "Pensé que tenías algo de decencia, pero resulta que eres un hipócrita", gritó Hugo.
Don Laurentino, furioso, se abalanzó sobre Hugo y lo golpeó con fuerza en el rostro. Hugo cayó al suelo, aturdido. Roberto, que había estado escuchando la conversación desde la puerta, entró en la habitación y vio a Hugo tendido en el suelo. En un instante, la ira lo consumió. Se lanzó sobre Don Laurentino y lo empujó contra la pared.
"¡Cómo te atreves a tocarlo!", gritó Roberto.
Don Laurentino, tambaleándose, trató de defenderse, pero Roberto era más fuerte. Matilde, al escuchar los gritos, corrió hacia el estudio. Al ver la escena, se quedó horrorizada. Separó a los hombres y ayudó a Hugo a levantarse.
"Basta", gritó Matilde. "¿Qué están haciendo? ¿Cómo han podido reducirse a esto?"
Don Laurentino, avergonzado y derrotado, salió de la habitación. Matilde se quedó con Hugo y Roberto, tratando de calmarlos.
"Lo siento mucho, hijo", dijo Matilde a Hugo, abrazándolo con fuerza. "Ya sabía de la relación de tu padre con Patricia. Los vi besándose en su oficina hace un año."
Hugo se sorprendió. "Mamá, ¿cómo es posible que no me lo dijeras antes?"
"No quería hacerte daño, Hugo", respondió Matilde. "Pensé que sería mejor que lo descubrieras por ti mismo."
Roberto, mientras tanto, se sentía impotente. Había querido proteger a Hugo, pero la situación se había salido de control. Se dirigió a la ventana y miró hacia el jardín, sintiendo una profunda tristeza.
En ese momento, se dio cuenta de que su familia estaba destrozada. Las heridas eran profundas y llevaría mucho tiempo sanarlas. Pero también se dio cuenta de que, a pesar de todo, él y Hugo tenían el uno al otro.
La revelación del testamento y la violenta confrontación en el estudio habían desencadenado una tormenta perfecta en la familia Velázquez. Hugo, decidido a reclamar lo que le pertenecía por derecho, contrató a un equipo legal de renombre. Don Laurentino, por su parte, se aferró a su posición, dispuesto a luchar hasta el final.
Mientras la batalla legal se desarrollaba, Hugo, cegado por la rabia y el dolor, decidió tomar cartas en el asunto. Utilizando las conexiones de la familia Velázquez, emprendió una campaña para desacreditar a Patricia. Difundió rumores sobre su pasado y envió cartas a varias empresas, advirtiéndoles sobre su carácter y su falta de ética. En poco tiempo, Patricia se convirtió en una paria social, incapaz de encontrar trabajo.
Matilde, al enterarse de las acciones de su hijo, quedó horrorizada. "Hugo, ¿cómo pudiste hacer algo así?", lo reprochó. "No era necesario hundir a esa mujer de esa manera."
Hugo se defendió, argumentando que Patricia había destruido su familia y que merecía ser castigada. Pero Matilde no estaba convencida. "La venganza nunca es la solución, hijo. Solo te hará más daño a ti."
A pesar de las objeciones de su madre, Hugo persistió en su vendetta. Mientras tanto, la batalla legal seguía su curso. Después de meses de audiencias y presentaciones, el juez finalmente emitió su veredicto: Hugo era el heredero legítimo del 80% de la empresa Velázquez.
Don Laurentino, al escuchar la sentencia, se enfureció. Se levantó de su asiento y se abalanzó sobre Hugo, dispuesto a golpearlo. Pero Roberto, que estaba sentado junto a Hugo, fue más rápido. Agarró a Don Laurentino del brazo y lo empujó hacia atrás.
"¡No te atrevas!", gritó Roberto.
El juez, al ver la escena, ordenó que sacaran a Don Laurentino de la sala. Además, lo sentenció a un año de prisión preventiva por asalto y lo obligó a mantener una orden de alejamiento de Hugo durante dos años.
Al salir del juzgado, Hugo se sintió aliviado y victorioso. Había ganado la batalla, pero a un alto costo. Había perdido a su padre y había dañado su relación con su madre. Roberto lo abrazó con fuerza, tratando de consolarlo.
"Lo lograste, Hugo", dijo Roberto. "Estoy muy orgulloso de ti."
Hugo asintió con la cabeza, pero sus ojos estaban llenos de tristeza. Se había vengado de su padre, pero no se sentía feliz. Se había dado cuenta de que el odio solo lo había llevado a la destrucción.
En los meses siguientes, Hugo y Roberto trabajaron juntos para reconstruir la empresa Velázquez. Con la ayuda de Matilde y de un equipo de profesionales, lograron transformar la compañía en una empresa más moderna y sostenible.
Sin embargo, Hugo nunca pudo olvidar el daño que había causado. A menudo, por las noches, se despertaba sudando, atormentado por las imágenes de su padre y de Patricia. Se dio cuenta de que la verdadera victoria no era tener dinero o poder, sino encontrar la paz interior.
La victoria legal había sido dulce, pero efímera. Hugo pronto se dio cuenta de que su venganza contra Patricia había tenido consecuencias inesperadas y devastadoras. Desesperada y sin ningún recurso, Patricia, en un acto de desesperación, había contratado a dos jóvenes delincuentes para que atacaran a Hugo. Una noche, al salir de su estudio, fue emboscado y golpeado brutalmente.
Las heridas físicas sanaron con el tiempo, pero las cicatrices emocionales fueron más profundas. Hugo se sentía culpable y arrepentido. Había permitido que el odio nublara su juicio y había causado daño a otra persona. Se dio cuenta de que la venganza nunca es la solución y que solo trae más dolor.
Dos años después, Hugo había logrado reconstruir su vida. La empresa Velázquez florecía bajo su liderazgo, y su relación con Roberto era más fuerte que nunca. Roberto, por su parte, se había convertido en una figura destacada en el mundo del arte. Sus obras eran admiradas en todo el mundo, y su nombre era sinónimo de innovación y creatividad.
Roberto había estado planeando una sorpresa muy especial para Hugo. Durante su última exposición en Italia, había visitado el pequeño puesto de comida callejera donde habían compartido su primera cita. Ese lugar, lleno de recuerdos y emociones, era el lugar perfecto para proponerle matrimonio a Hugo.
En el avión de regreso, Roberto no podía dejar de pensar en cómo haría la pregunta. Quería que fuera un momento especial, inolvidable. Practicó una y otra vez las palabras que diría, pero ninguna parecía adecuada.
Al llegar a la ciudad, Roberto llevó a Hugo al puesto de comida callejera. Mientras disfrutaban de sus platillos favoritos, Roberto se armó de valor. "Hugo", comenzó, su voz temblorosa, "tenemos que hablar."
Hugo lo miró, intrigado. "Dime, ¿qué pasa?"
Roberto respiró profundamente y sacó una pequeña caja de terciopelo de su bolsillo. Al abrirla, reveló un hermoso anillo de compromiso. "Hugo, desde el primer día que te vi, supe que quería pasar el resto de mi vida contigo. ¿Te casarías conmigo?"
Hugo quedó sin palabras. Miró el anillo, luego a Roberto, y finalmente sonrió. "Sí, Roberto, sí quiero casarme contigo."
Se abrazaron con fuerza, llenos de alegría , emoción y con un beso apasionado.